
Cuando digo Franco, digo Francisco Franco Bahamonde, general en jefe del ejército vencedor de nuestra Guerra Civil y Jefe del Estado Español hasta su muerte en 1975. Pero cuando digo yo, no me refiero sólo a mí mismo sino a los pocos jóvenes que, cuando aquél murió en la cama sin el más leve peligro de derrocamiento por parte de la oposición política, teníamos entre 20 y 30 años y nos creíamos en posesión de verdades tan evidentes e inmutables como las del Movimiento Nacional.
La inmensa mayoría, como en nuestros días, mutatis mutandis, iba al fútbol, a Misa, a las ferias, a las playas, a ligar en los guateques, al trabajo, en España o fuera, o al Colegio, o los Institutos o la Universidad. Esto es, la juventud que yo conocí o era entusiasta de Franco, mucha, o era indiferente a todo potingue político, tal vez incluso más, o no lo era del todo pero no querían arriesgar, no sé cuánta, pero poca.
Luego estábamos el puñado de antifranquistas, que, como dice nuestro Federico, que es de mi quinta y con toda razón, podríamos caber en una habitación o dos en cada ciudad en las lejanas fechas de 1967, que fue cuando empezamos la pelea, al menos yo, a los 16 ó 17 años. Desde 1970 ya fuimos algunos más y luego, tras la muerte de Franco, se produjo una metamorfosis cómica, por lo carota y lo ridícula, subida en la ola de la mutación cultural de la década de los 60-70, que esa sí que fue importante.
Fueron emergiendo los restos de partidos y sindicatos desaparecidos como el PSOE y UGT y mucha gente se envalentonó de súbito apuntándose moderadamente al antifranquismo (cuando ya no había alto riesgo, claro, y se habían terminado los estudios o accedido a trabajos fijos).
Ya se ha dicho que en esa oposición sólo había dos fuerzas de oposición al franquismo con entidad por orden de importancia: una parte de la Iglesia Católica, sumida en el vértigo del Concilio Vaticano II; y el PCE, mareado y desconcertado por las revelaciones de Nikita Jrushchov en el Informe Secreto del XX Congreso. Ni siquiera la economía iba contra Franco. Tampoco las democracias europeas. Ni EEUU.
La primera calló que su supervivencia física, material e incluso espiritual se debió a Franco desde 1939. Decidió no popularizar los varios miles de asesinatos de los que fue objeto por las izquierdas y abanderar la democracia de partidos y la libertad en España, que no en el Vaticano. Además, y no es lo menos importante, había empapado a la sociedad española desde la educación parvularia en una moral social que rimaba con las ideas de bien común, igualdad y solidaridad.
El segundo tuvo que admitir que Stalin había asesinado, al menos, a ¡680.000 disidentes! (ni comparación posible con las ejecuciones atribuidas al Generalísimo[i]) y encarcelado o engulagado a otros 900.000. O sea, que Franco podía llevar razón sobre el gen criminal del comunismo y era mejor, con ese viento, favorecer la reconciliación nacional. Y así lo hizo desde 1956, aunque fuese una táctica antes que una convicción.
Adolescencia, silencio familiar, ignorancia: ingredientes del antifranquismo
Descubrió el entonces muy joven pero ya revoltoso compañero de Universidad y jaleos, Jon Juaristi, que nuestros padres mintieron. Bueno, en realidad, en muchos casos, nuestros padres callaron. Unos por miedo, claro, pero otros, muchos más, los padres y madres que eran franquistas de convicción y conocieron todo lo que ocurrió desde 1931 a 1939, callaron a sus hijos los horrores que vivieron.
Las familias, en cuyo seno hubo víctimas mortales o políticas por uno u otro frente, no quisieron que sus hijos conocieran el odio, el rencor, la crueldad. Tal vez en otros casos tenían algo que ocultar, tal vez no. O tuvieron miedo. Lo cierto es que en nuestras familias no se hablaba más que de pasada de aquellos tiempos turbulentos y se nos educaba, sobre todo, para no repetirlos.
De hecho, yo me he enterado de que mi tío abuelo era republicano militante, además de periodista y escritor apreciable, hace pocos años. Oía a mi madre hablar con una tía nuestra en México pero nunca se me dijo que se trataba de la familia de Fernando de la Milla[ii], hermano de mi abuela Pepa. El pobre, exiliado en Cuba, escapó luego por piernas del fuego de los fusiles de los Castro hasta que recaló al final en el sur de Estados Unidos.
Por la otra parte, mi tío abuelo paterno, Macario Rodríguez de Tena, fue fusilado sin juicio, junto con otros 71 "derechistas" en septiembre de 1936 sin juicio ni defensa en las tapias del cementerio de Campillo de Llerena (Badajoz). Una de las víctimas fue el cura Baltasar de la Cruz, horriblemente torturado, finalmente asesinado en un pueblo cercano. Por aquellos hechos y años después, el franquismo ordenó ejecutar a 13 personas nacidas en Campillo.
¿Cómo operó la falta de referencias sobre las experiencias y el conocimiento familiares en un adolescente de manual inmerso en una mutación cultural sin precedentes? El cóctel de afirmación de identidad, pasión por la independencia, superinfluencia de amigos y de grupos afines, reventón de emociones y desprecio de los riesgos, se sirvió en una copa donde el silencio de la familia era espeso y estéril favoreciendo la falsificación republicana.
A los 15-20 años, la juventud va acompañada normalmente de ignorancia supina sólo encubierta por la chulería y el yo más que nadie hormonal. Seguramente por ello algunos nos hicimos antifranquistas y prorrepublicanos (tuve mi primer "contacto" con la Policía social en 1967). ¿Por qué? Porque yo quería que algunos de mis amigos me quisieran y que las amigas me admiraran o se enamoraran. No veo otra razón a día de hoy. Tuvimos valor, cierto, pero escasa información y menos seso. Sí, fuimos bastante ingenuos, inocentes incluso, pasto de las demagogias de cualquier sectario u odiador profesional y de un analfabetismo histórico y político apabullante.
Pegué banderitas republicanas por las calles de Jerez de la Frontera sin saber siquiera qué era una República y con un desconocimiento total de qué y cómo fue nuestra Segunda. Con el tiempo, leímos a Unamuno (del que no sabíamos que prefirió al franquismo, con reparos, al final de su vida), a Ortega (del que no sabíamos que fue perseguido por la izquierda), a Juan Ramón Jiménez (que se salvó por sus dientes blancos de una ejecución miliciana), a Lorca (del que no sabíamos más que su fusilamiento) y a muchos más, que circulaban sin prohibición alguna.
Después de aquellos años, que terminaron con un breve período de prisión al que sucedió de manera casi inmediata la primera amnistía de 1976, ocurrió lo natural. Instalados en la izquierda, más que nada moral, desconfiamos de la sinceridad de la Transición, de la democracia, de los socialismos cómplices del capitalismo y de los comunismos totalitarios.
De haber sido por muchos de nosotros, España habría reventado de nuevo. De hecho, nunca condenamos a esa "tribu caníbal"[iii] y asesina que era y es la ETA. Estábamos en contra del "sistema", esa gran cosa mala simbólica y diabólica imaginaria, pero no sabíamos a favor de qué. Grave pecado, lo confieso.
Sólo el tiempo y la experiencia vital, junto a un estudio abundante, fueron poniendo las cosas en su sitio. El aprendizaje de la decepción comenzó en 1982, con el triunfo inapelable del PSOE que, desde el principio, confundió ganar unas elecciones con la ocupación sistemática y vertebral de una nación, sus instituciones y sus costumbres y valores. Naturalmente, tal autoritarismo condujo a la corrupción ideológica y económica. La primera en la frente fue el sí, pero no, del referéndum pro-OTAN. Y siguieron tantas y tan graves, de los GAL al saqueo del dinero público, que el PP de Aznar llegó a parecer una buena opción regeneradora.
Tras unos años de espera y de esperanza frustrada por la timidez y los complejos del "centro derecha", aprendimos a ser en mayor medida liberales. El inexplicado atentado de 2004 llevó al gobierno a un PSOE guerracivilista sin voluntad de examen alguno de conciencia por sus responsabilidades históricas. Sus desatinos iniciales, ya claramente antidemocráticos, no fueron zanjados por un PP que en 2011 logró la mayoría más importante de su historia. Un desencantazo.
Llegó Pedro Sánchez, asociado a lo peor, y se dedicó, entre otras cosas, a resucitar a Franco para usarlo como espantajo y trampantojo ante unas generaciones muy desilustradas. Siempre se dijo que "a moro muerto, gran lanzada". Pero de reconsideración sobre el trágico papel de republicanos y de la izquierda toda en el desencadenamiento de la Guerra Civil, ni una palabra.
Pues que viva Franco
El empeño de sacar de la tumba a Francisco Franco nos obliga a quienes vivimos muy jóvenes bajo su dictadura, por cierto muy poco "fascista" desde 1951, a evaluar su figura histórica 50 años después de su muerte. Ya que se empeñan en ello, pues sea. Hoy lo veo, muy resumidamente, así:
- Franco representó a una muy importante parte de España que no quiso desaparecer liquidada por una España "republicana" alejada de la más mínima democracia. Desde el principio, o se era republicano o no se podía ser nada. Luego, o la República era gobernada por las izquierdas o todo estaba permitido, incluso el golpe de Estado (1934). Finalmente, gobernada fraudulentamente en 1936, prefirió ir a una guerra civil para liquidar a sus adversarios liberales, conservadores, monárquicos y a no pocos republicanos demócratas. Franco encabezó un golpe militar anunciado contra ese estado de cosas y, contra pronóstico, ganó la Guerra.
- Franco instauró una dictadura militar. De haber ganado el Frente Popular hubiera hecho lo mismo y sus consecuencias trágicas no hubieran sido menores, a la vista de lo ocurrido en los primeros momentos de la Guerra Civil (la gran matanza de Paracuellos y el genocidio anticatólico). Es más, lo probable es que España se hubiera convertido en la 16ª República Socialista de la URSS. La represión, esperada pero moderada y judicializada como se ha demostrado en el caso de Franco, ¿acaso hubiera sido menor de haber vencido sus enemigos? No es creíble.
- Indudablemente, la dictadura, no totalitaria, de Franco tuvo unos efectos políticos perversos sobre las libertades y los derechos si bien fue rolando a "dictablanda" desde 1959. Sin embargo, su duración en el tiempo permitió el acometimiento de obras públicas relevantes y reformas nacionales esenciales, desde la educación a la vivienda o la industria, desde la seguridad ciudadana[iv] y social al libre ejercicio empresarial que permitieron el desarrollo sostenido que situó a España a las puertas de la futura Unión Europea. Otras dictaduras, véase la cubana, la rusa, la peronista o la bolivariana, sumieron a sus pueblos y naciones en la miseria total.
- El franquismo no produjo un "páramo cultural", como se ha mentido. Ni mucho menos fue el exilio republicano, por doloroso que fuera, la fuente principal de la creación intelectual española. Primero porque muchos artistas y escritores republicanos volvieron a España sin obstáculos. Max Aub[v] lo ilustra en La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco. Como recordó Julián Marías, desde 1940 a 1955, la efervescencia cultural española fue fruto del esfuerzo que la sociedad civil española hizo por superar la censura y la prohibición. Menéndez Pidal Azorín, Ortega, Zubiri, Morente, Dámaso Alonso, Aleixandre, García Gómez, Marañón, Gómez de la Serna, Miguel Hernández, Lorca, Alberti, Agustín de Foxá, Ridruejo, Laín Entralgo, Panero, Cela, Blas de Otero, Laforet, Delibes, Gironella, Tovar, Díez del Corral, José A. Maravall, Lapesa, Díaz-Plaja y muchísimos otros, entre ellos el mismo Marías, escribían o eran leídos y publicados durante el franquismo.
- Los herederos del franquismo, el Rey Juan Carlos I a la cabeza, que pudieron haber seguido gobernando durante años una vez muerto el dictador, concibieron un fértil plan para recuperar la concordia y la reconciliación entre españoles, plan que fue aceptado, al menos formalmente, por casi toda la oposición, salvo por el nacionalismo vasco y ETA. Sus consecuencias fueron las amnistías de 1976 y 1977, las elecciones libres y la elaboración de la primera Constitución consensuada de nuestra historia que hacía de España una Monarquía parlamentaria homologable con las democracias occidentales.
Todas las dictaduras son malas. Las políticas, formales y legales, y también las de hecho y vitales, que se manifiestan en los comportamientos cotidianos, de la familia a la empresa, de los partidos a las instituciones. La disciplina y el ordeno y mando no pueden sustituir con ventaja alguna a la racionalidad realista y al diálogo de buena voluntad. La de Franco no fue una excepción.
Hagamos de la necesidad virtud. Ya que se nos fuerza con fines miserables a traer al presente lo que era pasado, promovamos en serio una reflexión sobre el régimen de Franco, qué supuso para todos los españoles, qué activos y pasivos se acumulan en su balance y cuál es su verdad, que no su deformación, histórica. Sin silencios ni mentiras, sin sobreactuaciones ridículas, sin mala voluntad y sin malintencionados sectarismos.
Cierto es, como escribió en su despedida Federico Sánchez[vi], que la inteligencia política de los españoles, cuajada en un "consenso pacificador" ha prevalecido hasta ahora en la vida española. Pero la manía del sanchismo por la resurrección política e histórica de la figura de Francisco Franco, tiene que provocar una reacción contraria y, como en física, no hay duda de que ya se está produciendo.
¿No habrá llegado el momento de dominar colectivamente el ‘retorno de lo reprimido’, de salir de nuestra amnesia voluntaria de los contenidos de la guerra civil, para abordarlos en fin —sin espíritu de retorno, de revancha o de rencor, naturalmente— con la voluntad de un avance social que no tenga en cuenta ni los mitos del pasado ni los silencios u olvidos del presente?", se preguntaba Semprún.
Si lo hacemos, estoy seguro de que la izquierda maniquea, excluyente y tramposa no saldrá muy bien parada. Como intuyó Agapito Maestre en sus Entretelas de España, a lo mejor de este intento sanchista de derribo de la reconciliación nacional a que aspiró la Transición, nos devuelve, por reacción, la orteguiana aspiración nacional de una España como proyecto sugestivo de vida en común.
[i] Muchas menos de las propagadas por la izquierda. Véase el libro de Miguel Platón, , La represión de la posguerra. Penas de muerte por hechos cometidos durante la guerra civil. (Editorial Actas, 2023),
[ii] https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_de_la_Milla_Alonso_de_la_Florida
[iii] Imprescindible leer el libro de Carlos R. Estacio, La tribu caníbal, 2024.
[iv] Dejando de lado los 1.084 muertos consecuencia del golpe de Estado social-comunista y separatista contra la II República en 1934, desde 1931 a 1936, hubo 1.545 asesinatos políticos (540 del primer bienio, 621 en el trienio 1933-36 y 384 del tiempo del Frente Popular hasta el estallido de la Guerra Civil. No se pueden olvidar las matanzas de civiles en las retaguardias de ambos bandos que hicieron preferir el orden público a cualquier otro tipo de orden tras la contienda.
[v] Él mismo volvió a España en 1969 y recogió su biblioteca personal conservada en Valencia.
[vi] Semprún, Jorge, Federico Sánchez se despide de ustedes, 1993.