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Alicia Delibes

Liberales y conservadores

Los socialistas saben que su auténtico rival político, la única filosofía que se opone realmente a su igualitarismo colectivista, es la filosofía liberal.

Los socialistas saben que su auténtico rival político, la única filosofía que se opone realmente a su igualitarismo colectivista, es la filosofía liberal.
Friedrich A. Hayek I Archivo.

"Siempre fue reducido el número de los auténticos amantes de la libertad; por eso, para triunfar, frecuentemente hubieron de aliarse con gentes que perseguían objetivos bien distintos de los que ellos propugnaban. Tales asociaciones, siempre peligrosas, a veces han resultado fatales para la causa de la libertad, pues brindaron a sus enemigos argumentos abrumadores". Con esta cita de Lord Acton abre Hayek el epílogo de Los fundamentos de la libertad, que lleva por título "¿Por qué no soy conservador?".

Hayek era profesor de Economía en la Universidad de Chicago cuando, en 1959, terminó de escribir Los fundamentos de la libertad, un libro que, según explicaba él mismo, nació de su intención de ofrecer al lector una reflexión personal sobre los principios liberales y la forma de aplicarlos en los distintos ámbitos sociales.

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El economista austriaco, que confesaba sentirse más próximo a los conservadores que a los socialistas, antes de cerrar su tratado sobre la libertad quiso dejar claras las diferencias que para él existían entre esas dos filosofías, que él denominó, respectivamente, "realmente liberal" y "auténticamente conservadora".

Una de esas diferencias está en la actitud que conservadores y liberales tienen hacia el progreso, el conocimiento o la innovación. El conservador, dice Hayek, tiene tal terror a lo nuevo que va "siempre a remolque de los acontecimientos" y no ofrece jamás una alternativa política. Resulta, por tanto, inútil cuando sólo se puede mejorar una situación o resolver un problema con un cambio radical de dirección. El liberal, por el contrario, "nunca se ha opuesto a la evolución y al progreso. Es más, allí donde el desarrollo libre y espontáneo se halla paralizado por el intervencionismo, lo que el liberal desea es introducir drásticas y revolucionarias innovaciones".

Otra diferencia notable entre ambas filosofías está en las actitudes políticas de sus seguidores. Para Hayek, el conservador está siempre indefenso ante las confrontaciones ideológicas porque, en el fondo, siente repugnancia hacia las teorías abstractas.

A diferencia del liberal, convencido siempre del poder y la fuerza que, a la larga, tienen las ideas, el conservador se encuentra maniatado por los idearios heredados. Como, en el fondo, desconoce la dialéctica, acaba siempre apelando a una sabiduría particular que, sin más, se atribuye.

Esta ausencia de principios políticos es lo que, según Hayek, hace que el conservador tenga tendencia a acomodarse al pensamiento dominante, que a lo largo del siglo XX fue fundamentalmente socialista. Los conservadores no resultan un obstáculo cuando se avanza hacia el colectivismo; pueden, incluso, llegar a compartir, aunque siempre de forma moderada, todos los prejuicios y errores de su época.

Para el economista austriaco, muy distinta también es la postura que conservadores y liberales tienen ante la cuestión religiosa. El liberal rechaza tanto el torpe racionalismo del socialista como el misticismo en que con tanta frecuencia cae el conservador. El liberal rechaza soluciones de índole sobrenatural a problemas que la razón no acierta a comprender. Lo que para Hayek no significa que el liberal deba ser ateo: "El verdadero liberalismo no tiene pleito con la religión", y para él lo espiritual y lo temporal son esferas "claramente separadas que nunca deben confundirse".

Por último, Hayek muestra cierto recelo ante los gobernantes conservadores porque, según él, su terror a todo lo que es nuevo, su gusto por el orden y su incapacidad para comprender el mecanismo de las fuerzas que regulan el mercado hacen que puedan caer en el autoritarismo:

Los conservadores sólo se sienten tranquilos si piensan que hay una mente superior que todo lo vigila y supervisa; ha de haber siempre alguna "autoridad" que vele por que los cambios y las mutaciones se lleven a cabo "ordenadamente".

El conservador, "como el marxista, considera natural imponer a los demás sus valoraciones personales", mientras que el liberal, "en abierta contraposición a conservadores y socialistas, en ningún caso admite que alguien tenga que ser coaccionado por razones de moral o religión". Al contrario que el conservador y el marxista, el liberal no cree que exista alguien con superioridad moral para decir a los demás lo que deben hacer o creer. Tal vez, dice Hayek, sea esa la razón que explica "por qué el socialista desengañado, con mucha mayor facilidad y frecuencia, tranquiliza sus inquietudes haciéndose conservador en vez de liberal".

A pesar de estas importantes diferencias, Hayek reconoce que el conservador, aunque resulte incapaz de cambiar la dirección del movimiento, puede servir de freno cuando se camina hacia el desastre al que puede conducir el colectivismo socialista.

He observado que últimamente los socialistas gustan de referirse al PP llamándole "el partido de los conservadores". Intencionadamente, quieren enviar el mensaje de que ya no queda en la derecha española nadie que quiera reivindicar los principios liberales. Y es que nadie puede haber más interesado que la izquierda socialista en sepultar esos brotes de liberalismo decimonónico (o "verdadero", que diría Hayek) que resurgieron en Occidente tras la caída del Muro de Berlín y que se habían perfilado en los últimos años del siglo XX como una fuerza política digna de tener en cuenta.

Los socialistas saben que su auténtico rival político, la única filosofía que se opone realmente a su igualitarismo colectivista, es la filosofía liberal. Precisamente por todas esas razones que apunta Hayek, los socialistas temen seriamente el repunte ideológico de un pensamiento que, por encima de las utopías igualitarias y colectivistas, ya sean nacionalistas, socialistas o nacional-socialistas, coloque siempre la libertad de los individuos.

Rodríguez Zapatero tiene un proyecto socialista para España, no busca soluciones a los problemas económicos, al destrozo de la educación, a las dificultades de nuestras relaciones internacionales, a los problemas de la justicia, a las dificultades, en fin, con las que día a día se tropiezan los españoles, lo que quiere es servirse de todos esos problemas para cambiar los principios morales de la sociedad española, para modificar la forma de pensar de los españoles, para hacer una España socialista.

Zapatero piensa que, aunque no resuelva los problemas de los españoles, si la oposición no es capaz de presentar una alternativa política que ilusione a los ciudadanos, puede todavía mantenerse mucho tiempo en el poder y realizar el cambio radical de la sociedad.

Pero Zapatero se equivoca si cree que en el Partido Popular ya no queda un solo liberal, se equivoca si cree que no queda nadie dispuesto a dar la batalla de las ideas, nadie capaz de pensar en alternativas políticas que pongan el interés de los individuos por delante de las reivindicaciones colectivistas. Se equivoca si cree que ya nadie confía en la capacidad de los individuos para que, con su esfuerzo y su trabajo, pueden salir y sacar al país de la de la crisis económica.

Existen liberales en el Partido Popular y existen liberales en España, bien es verdad que no muchos, pues, como dijo Lord Acton, "siempre fue reducido el número de los auténticos amantes de la libertad". Pero sucede que si hubo un tiempo en el que la derecha conservadora estaba acomplejada, ahora es la derecha liberal la que, aprisionada entre socialistas y conservadores, apenas se atreve a levantar la voz.

NOTA: este artículo apareció en el suplemento "Ideas" de Libertad Digital el 8 de diciembre de 2009.

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