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Alicia Delibes

El becerro de oro

Uno a veces se pregunta qué habrán visto cinco millones de españoles en unos líderes casi adolescentes que balbucean viejas consignas en su intento por construir un pensamiento coherente.

Uno a veces se pregunta qué habrán visto cinco millones de españoles en unos líderes casi adolescentes que balbucean viejas consignas en su intento por construir un pensamiento coherente.
EFE/LD

Viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar del monte, acudió en masa a Aarón, y le dijo:

"Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado".

Aarón les contestó:

"Quitadles los pendientes de oro a vuestras mujeres, hijos e hijas, y traédmelos".

Todo el pueblo se quitó los pendientes de oro y se los trajo a Aarón.Él los recibió, hizo trabajar el oro a cincel y fabricó un novillo de fundición.

Después les dijo: "Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto". (Éxodo 32, 1-4)

Moisés no vuelve. El que debía conducir al pueblo hacia la Tierra Prometida ha desaparecido. El pueblo, abandonado, se dirige a Aarón y le pide que le busque un dios, alguien que le sirva de guía. Aarón entonces exige que todos los israelitas le entreguen las joyas que habían sacado de Egipto para construir con ellas un becerro de oro. El pueblo, agradecido, adoró al ídolo y puso en él todas sus esperanzas.

Durante milenios este pasaje de la Biblia ha sido interpretado de muy diferentes maneras. Hoy, un liberal vería en el becerro la imagen del Estado, cebado por los gobernantes que, sin freno a sus ansias recaudatorias, arrebatan el oro al pueblo con la promesa de que cuidarán de su bienestar. Para un anticapitalista, ese becerro, al estar hecho de oro, necesariamente sería el dios dinero, idolatrado por una sociedad pervertida por el consumo y el apetito desordenado de riqueza. Y para quienes, después de las experiencias totalitarias del siglo XX, sentimos temor y desconfianza hacia todos aquellos que llegan a la política con la promesa de convertir nuestro imperfecto mundo en un paraíso en el que reine la igualdad y una eterna felicidad, el becerro de oro representa las peligrosas utopías irrealizables que seducen a los pueblos para después esclavizarlos.

En el año 2010, Roger Scruton, uno de los filósofos más profundos, sugerentes e interesantes del mundo de hoy, publicó The uses of pesimism and the danger of false hope ("Usos del pesimismo. El peligro de la falsa esperanza", Ariel). En este libro Scruton advierte del peligro de que, ante la pérdida de convicciones morales y políticas que sufren nuestras sociedades occidentales, los individuos se dejen engañar por los que llama "optimistas sin escrúpulos", vendedores de falsas esperanzas que se presentan dispuestos a redimir a los hombres y a establecer el Reino de Dios en la Tierra.

Scruton anima a las gentes de buena voluntad que quieren preservar los valores de la cultura europea a afianzarse en sus convicciones y a hacer uso de un pesimismo razonable para "restablecer el equilibrio y la sensatez en la dirección de los asuntos humanos", y para frenar las peligrosas consecuencias que podrían derivarse de la toma del poder de estos ilusionistas utópicos capaces de cualquier cosa para no renunciar a sus sueños irrealizables.

Como ejemplo de "optimistas sin escrúpulos" Scruton cita a los revolucionarios franceses de 1789, a los bolcheviques rusos de 1917 y a los islamistas que hoy pretenden reinstaurar el califato para extender su poder por Occidente.

Pero las características de esos que Scruton llama "optimistas sin escrúpulos" se pueden también reconocer en los nuevos revolucionarios españoles, colegas de Pablo Iglesias, que, con la promesa de un mundo nuevo y con el uso de una retórica engañosa y sentimental, han seducido ya a más de cinco millones de españoles.

El becerro de oro de Podemos es poliédrico, tiene muchas caras para que en ellas puedan verse reflejadas las reivindicaciones de los múltiples colectivos con los que sus dirigentes quieren estructurar la nueva sociedad: feministas, ecologistas, animalistas, desahuciados y todos aquellos que puedan sentirse víctimas del "neoliberalismo depredador".

En este caso, el nombre del becerro no tiene mucha importancia, podría llamarse Democracia Real Ya, Cambio o Soberanía de los Pueblos. Lo verdaderamente importante es que ese becerro represente todo aquello que la gente de Iglesias quiere oír: el fin de la vieja política, del poder del dinero, de los banqueros y de unas instituciones caducas que, siguen diciendo, ya no les representan.

Uno a veces se pregunta qué habrán visto cinco millones de españoles en unos líderes casi adolescentes que balbucean viejas consignas en su intento por construir un pensamiento coherente. Cuesta entender que a esos millones de votantes no les importe nada lo que digan los dirigentes de Podemos. Ellos lo que votan es lo que Podemos representa: la expresión de sus frustraciones, de su malestar, de su rencor y de su infelicidad.

Los que apoyan el conglomerado de marxismo arcaico y de populismo demagógico con el que Podemos ha construido su becerro de oro están poniendo sus esperanzas en un ídolo, fundido con esas frustraciones, rencores y malestares, que, como el que adoraron los judíos, nunca podrá conducirlos a una Tierra Prometida donde reine la transparencia, la participación, la igualdad, la justicia, el amor y la suprema felicidad.

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