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Regino García-Badell

Hablemos de educación

La moda de no examinar a los alumnos no es un invento del PSOE –que, por supuesto, está encantado con ella–, sino que viene de antiguo.

La moda de no examinar a los alumnos no es un invento del PSOE –que, por supuesto, está encantado con ella–, sino que viene de antiguo.
Estudiantes en la Universidad de Sevilla, haciendo la PAU | Cordon Press

Con la Ley franquista de Educación de 1970 desaparecieron del sistema educativo español los exámenes externos; de manera que, desde entonces, nadie, fuera de los profesores habituales de cada colegio o instituto, ha comprobado lo que aprenden nuestros alumnos. Recuerdo esto para que todo el mundo sepa que la moda de no examinar a los alumnos no es un invento del PSOE –que, por supuesto, está encantado con ella–, sino que viene de antiguo, y es más consecuencia del espíritu de los tiempos, en concreto, de las influencias sesentayochistas, de lo que se cree.

A falta de exámenes externos que orienten a los padres, a los profesores y a los propios alumnos acerca del estado en que se encuentra su adquisición de conocimientos, han alcanzado un prestigio, probablemente no demasiado merecido, las evaluaciones PISA, auspiciadas por la OCDE, que sí son evaluaciones externas, pero censales: esto quiere decir que se hacen para evaluar al conjunto de un sistema educativo, no a los alumnos concretos. Constan de unas pruebas a las que se someten, de forma anónima, los alumnos de una determinada muestra. En estos momentos, esta es la única prueba de relativa validez para tener una idea de por dónde va la formación de nuestros escolares.

O casi. Porque igual que para conocer el nivel deportivo de un país hay que tener en cuenta los resultados que obtiene la selección nacional de cada deporte, un indicio de cómo está la educación de un país también lo podemos obtener de los resultados que obtienen sus mejores escolares. No sería el único indicio válido, pero me niego a aceptar que sea irrelevante. Y para conocer cuál es el estado de las élites entre nuestros estudiantes de Secundaria existen, al menos, dos competiciones internacionales en las que se confrontan los mejores alumnos de muchos países del mundo: la Olimpiada Internacional de Física y la Olimpiada Internacional de Matemáticas, que se celebran cada año.

Este año, la Olimpiada de Física se ha celebrado en Lisboa y en ella han participado 86 países, con 395 alumnos (cada país puede llevar un máximo de cinco). España ha quedado en 46ª posición. Y uno de nuestros alumnos, Alejandro Epelde Blanco, ha conseguido una medalla de oro (se han concedido 40) porque ha quedado en el puesto 32.

La Olimpiada de Matemáticas ha tenido su sede este año en la ciudad rumana de Cluj-Napoca. A ella han concurrido 107 países con 594 alumnos (aquí cada país puede llevar hasta seis). España ha quedado en el lugar 54. Para hacerse una idea de qué significa esa clasificación, merece la pena conocer cuáles han sido los primeros clasificados: 1) USA, 2) Rusia, 3) China, 4) Ucrania, 5) Tailandia, 6) Taiwán, 7) Corea, 8) Singapur, 9) Polonia, 10) Indonesia, 11) Australia, 12) Reino Unido, y 13) Serbia. Y luego tenemos en el puesto 17 a Italia, en el 20 a Vietnam, en el 31 a Alemania, en el 33 a Francia y en el 35 a Perú.

Es evidente que, a la hora de hacer una selección nacional de deportistas o de científicos, puede influir la presencia de algún representante excepcional (piénsese en Cajal, Premio Nobel en 1906, lo que no era demasiado representativo del estado de la ciencia en España entonces; o en Manolo Santana, vencedor en Wimbledon en 1966, que poco tenía que ver con el estado deportivo de la España de esos años); pero cuando, año tras año, España se coloca en la mitad de la tabla (pueden verse los resultados en las páginas web correspondientes), es evidente que nuestro sistema escolar no es propicio para la aparición y el desarrollo de élites científicas e intelectuales. Algo previsible, cuando sabemos que con la ESO, hasta los 16 años, el nivel de los estudios de todos nuestros escolares viene marcado por los más flojos de la clase.

Sólo queda plantear lo que pasaría si España, en fútbol, en baloncesto o en balonmano, quedara en ese puesto en el conjunto de los países del mundo. Ahí queda la invitación para la reflexión.

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