La primera en la frente es el título de las jornadas sanchistas sevillanas (del PSOE ya no puede hablarse en serio) del pasado 29 de octubre de 2022: 40 años de democracia, 40 años de progreso 1982-2022. Al más puro estilo de la propaganda subliminal barata, se identifica el "verdadero" comienzo de la democracia en España con la victoria socialista de 1982.
O sea, que desde 1976 a 1982 no tuvo lugar una Transición Democrática ni fueron democráticos los gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo. Es curiosa por maliciosa y burda la tergiversación. Incluso la primera imagen de la serie documental 40 años de democracia de Manuel Campo Vidal, nada sospechoso, es la de Adolfo Suárez González.
Alfonso Guerra, al que el sanchismo olvidó invitar al espectáculo, ha definido "democratura" (o democradura) —años más tarde que otros, Agapito Maestre o la propia Wikipedia entre muchos—, como un régimen que es democrático porque se vota pero que es dictadura porque permite la adopción de decisiones autoritarias. Como ejemplo puso que la lengua española no pueda estudiarse libremente en España. Pero no es el único, única o únique.
Como es costumbre, Guerra coloca su dedo señalando a la luna para que los imbéciles olviden al satélite y miren al dedo. En realidad desde 1879, fecha de fundación del PSOE, marxista desde el origen, el socialismo español aspiraba a la posesión del poder político por parte "de la clase trabajadora", una argucia para no mencionar la dictadura del proletariado, esto es, la dictadura del único partido que lo representaba en aquel momento, el Partido "Obrero", luego PSOE.
En su primer programa publicado en El Socialista al poco tiempo de su fundación, se dice: "…siendo el poder político la fuerza con que cuenta la burguesía para imponerse y esclavizar al proletariado, es forzoso que éste (...) si quiere alcanzar su redención, y con ella la de todo el género humano, se apodere revolucionariamente de aquel poder, y destruyendo desde él la última clase privilegiada…". Es decir, la democracia liberal, "formal", no fue ni es otra cosa que la palanca adecuada para conseguir la toma de todo el poder, no un valor aceptado ni un horizonte de convivencia asumido.
Desde entonces hasta ahora, el PSOE jamás realizó una transición pública y confesa desde su "democratura" genética a la democracia liberal vigente todavía en Occidente. Decía Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE en el exilio desde 1944 a 1974, que "la conducta vale más que todos los discursos que puedan pronunciarse" y que las ideas deben encarnarse en "conductas dignas de las ideas".
Desde la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera a la conspiración republicana de 1931, desde el golpe de estado antirrepublicano de 1934 a la invitación oficial continua, salvo excepciones, a la guerra civil, desde el robo del tesoro del "Vita" al atraco del oro de Moscú, la conducta del PSOE fue muy evidente. Ni siquiera Julián Besteiro hizo jamás profesión de fe socialdemócrata.
Tras la guerra perdida y la victoria de las democracias, alguien pudo esperar que el PSOE rectificaría por fin. Tras sus 40 años de "vacaciones" en el exilio y en el interior, como ironizaba el PCE, lo primero que produjo fue un golpe de estado en el seno del propio PSOE. Los nuevos dirigentes del interior, encabezados por Felipe González y Alfonso Guerra, impusieron su ley por la fuerza al PSOE "histórico", exiliando a Llopis de su propio partido e impidiendo acogerse a sus propias siglas en una penosa agonía política.
Sin embargo, el PSOE del interior que triunfó en Suresnes en 1974 era mucho más radical, verbalmente al menos, que el PSOE del exilio. Conscientes de que la presencia comunista durante la Dictadura no le permitiría ser el primer partido de la izquierda, además de aceptar dineros de interesados de Europa y Norteamérica, pasaba por la izquierda al metamorfoseado eurocomunista Santiago Carrillo. En Suresnes se atacó la unidad nacional mediante la aceptación de la autodeterminación de las "nacionalidades", se reafirmó el marxismo, se cuestionó la familia y la propiedad, se propuso el dominio absoluto de la educación…
Y en esto, tras la muerte de Franco y el fracaso del continuismo del Movimiento Nacional, llegó el "progresista" Adolfo Suárez (Carrillo dixit), con su Ley para la Reforma Política, que procediendo del régimen franquista dirigió la orquesta de una inesperada Transición a la democracia, con partitura de Torcuato Fernández Miranda y puesta en escena del propio Rey Juan Carlos. La izquierda quedó descolocada, sobre todo un PSOE que encabezó la operación "ruptura" radical, algo imposible sabiendo que Franco murió en su cama y que el franquismo se había autoinmolado generosamente, compitiendo con la ruptura pactada del PCE.
El referéndum del 15 de diciembre de 1976 aprobó por el 97,36% de los votos la reforma de Suárez y la abstención "activa" propiciada por PSOE y PCE (el PSOE histórico de Llopis pidió el voto a favor de la reforma) sufrió una derrota decisiva que activó un realismo pragmático en un PSOE que, desde ese momento, empezó una persecución sin precedentes de Adolfo Suárez, al que llamó de todo, singularmente Alfonso Guerra, que sufre amnesia histórica aguda y explica en su primer libro de memorias que Felipe González estaba "enamorado" de Suárez y viceversa.
Hay amores que matan mediante mociones de censura en plena crisis económica y en pleno desarrollo de la Constitución de 1978 y sus instituciones. De hecho, tras haber simulado una renuncia al marxismo que nunca fue real –nadie sabe aún qué significa que hay que "ser socialista antes que marxista"—, González y Guerra dieron el visto bueno a contactos con la cada vez más clara operación del 23-F para liquidar a Suárez, estando el propio González, con otros tres socialistas más, en la lista del futuro gobierno que proponían los instigadores.
El hundimiento de Suárez, el desgarro socialista de UCD, casi siempre con malas artes, su fin estrepitoso y la crisis interna del PCE permitieron que, por fin, el PSOE tuviese su oportunidad en 1982, ayudado abiertamente por la socialdemocracia europea, Estados Unidos y a lomos de la ola afiliatoria de miles y miles de descamisados azules, verdiblancos, rojos o negros. Pero, ¿era ese PSOE de los 202 diputados de octubre de 1982 un partido demócrata o socialdemócrata?
En el congreso legal de 1976, la UGT de Nicolás Redondo reivindicó el golpe de estado de 1934 y Miguel Boyer, en el libro Socialismo es Libertad, resultado de la Escuela de Verano de ese año, defendió un modelo comunista ruso-yugoslavo. Y, para que nos hagamos una idea de calado, su ministro de Educación, José María Maravall, ideólogo oficial, escribió en su libro Política de la transición de ¡1982! que el problema de la incompatibilidad del socialismo con la democracia, que reconocía, se resolvería con un "algún tipo de neobolchevismo" (pág. 288). Tómese nota.
Nada más llegar al gobierno, el PSOE ocupó la RTVE y penetró otros medios, impulsó la ley de Educación controladora y doctrinaria contra la libertad de educación constitucional; expropió Rumasa; logró aprobar una Ley del Poder Judicial que trataba de enterrar a Montesquieu y aprobó una Ley de Cajas de Ahorros que le permitió manejar desde los gobiernos que casi monopolizaba a todos los niveles los ahorros de millones los españoles. Son ejemplos. La "beautiful people" de izquierdas y la corrupción aflorarían más tarde como el dóberman antiPP y su alianza con el separatismo –algo que José María Aznar repitió—, salieron de la chistera cuando el centro derecha parecía que podría ganar en las urnas.
Más tarde, Zapatero culparía al gobierno Aznar del atentado del 11 M, acentuaría el adoctrinamiento educativo, destrozaría la España hidrológica, comenzaría a desenterrar el cadáver de la Guerra Civil y a convertir el feminismo, el medio ambiente y el sexo en armas de combate ideológico contra la familia y la propiedad. De ahí a Pedro Sánchez sólo hay continuidad con elevación de tono y con alianza sin insomnio con el neobolchevismo bolivariano de Podemos y los separatismos catalán, proetarra y peneuvista.
Dicho de otro modo, el PSOE, ni antes ni durante ni después de la Transición, que protagonizó como actor cualificado pero no dirigió, ha pedido perdón jamás por ninguna de sus conductas ni tampoco ha admitido la bondad social y civil de la democracia más que como trampolín para acabar con la pluralidad política e imponer la hegemonía de la izquierda. Lo logró durante 36 años en Andalucía y otros muchos en Extremadura y Castilla la Mancha. Lo intentó pero no lo logró en el resto de España, salvo en los 13 años de gobierno de Felipe González.
Exactamente es eso. El PSOE cree que sólo hubo y hay democracia cuando él gobierna. De ahí el título del sarao de Sevilla. Con ello se suma a la fiesta del desmerecimiento de la Transición democrática, Suárez y el Emérito, y a la aceptación de la tesis etarra de que nunca hubo democracia desde 1975, por lo que siguió matando incluso a socialistas a los que se obliga ahora a dormir con sus asesinos. En definitiva, la convivencia nacional en libertad sigue en peligro porque el PSOE continúa exhibiendo su incapacidad para aceptar la democracia plural y un Estado de derecho en el que los partidos no dicten sobre los jueces que aplican el Derecho.
Ello le lleva, como le llevó siempre y señaló Menéndez Pidal, a dejar en manos de los adversarios la fuerza inmensa de la tradición histórica nacional[i] y su realidad evidente. Un absurdo de los muchos que sufrimos. Como dice el mismísimo Alfonso Guerra, cuando una nación acepta el absurdo sin reaccionar, es que es una sociedad en decadencia. No dice quiénes nos han conducido y conducen democraturamente a ella. Claro.
Los lodos que vivimos ya estaban en los polvos de 1879, en el polvorín de la II República y en las polvaredas de 1974 y 1982. Pero seguimos sin un examen sincero de la conciencia socialista y sin dar el giro copernicano que ponga a España y a sus ciudadanos, no a ningún partido, que son parte y no el todo, por superior que se crea, ininteligiblemente, en la senda del juego limpio y de la convivencia nacional. Este es uno de los problemas de España. Quizás, el principal.
[i] "´Las Izquierdas siempre se mostraron muy poco inclinadas a estudiar y afirmar en las tradiciones históricas aspectos coincidentes con la propia ideología; no se interesaron en destacar un ideario tradicional convergente hacia los principios rectores del liberalismo´…No haberlo hecho constituye ´una manifiesta inferioridad de las Izquierdas en el antagonismo de las dos Españas. Con extremismo partidista abandonan íntegra a los contrarios la fuerza de la tradición´". Ramón Menéndez Pidal, Los españoles en la Historia, en Historia de España, tomo I.