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Pedro de Tena

Menéndez Pelayo, nuestro gran heterodoxo

Si leen este libro de Agapito Maestre, estoy seguro de que dejarán de temer inclinarse ante lo que es más grande que uno.

Si leen este libro de Agapito Maestre, estoy seguro de que dejarán de temer inclinarse ante lo que es más grande que uno.
Marcelino Menéndez Pelayo | Wikipedia

Agradeceré siempre al catedrático Agapito Maestre que me haya contaminado con el elixir nacional, realista y crítico que floreció en la inteligencia y la voluntad de don Marcelino Menéndez Pelayo. Darse cuenta de la magnitud de su estatura, esmerarse en recuperar su bella grandeza e impedir que la negación ideológica gratuita e indocta o el silencio cómplice y cobarde sellen su tumba para siempre es obra de algunos pocos. En nuestros días, singularmente lo es de nuestro pensador de Puertollano, que ya hizo lo propio con Ortega.

El recién publicado libro Menéndez Pelayo, el gran heterodoxo, título provocativo y desafiante para iletrados y sectarios, está dedicado al poeta y filósofo Miguel Florián, "el primero en sugerirme que escribiese sobre el inventor moderno de la crítica." Su mérito es haber escuchado "el murmullo, la marea de sangres que encenderá la vida" de la nación española a que dio calor el polígrafo cántabro cuando pocos percibían a esa gran cantidad de hombres y mujeres, ortodoxos y heterodoxos, que parecían no existir hasta entonces y "que no existen todavía"[i] y que dan alma a España y a los españoles.

Maestre recoge un conjunto extenso e intenso de reflexiones sucesivas derivadas de la lectura concienzuda del "monstruo", por inmenso, montañés. Precisamente, uno de los atractivos de este libro es que cada capítulo puede leerse autónomamente de los demás, con los que guarda relación esencial pero no dependencia formal. La unidad final de la obra resulta precisamente de la exposición de los fogonazos geniales de la obra de don Marcelino.

Al hilo de la insistencia de un médico odontólogo madrileño, personaje real, Ángel Cidad Vicario, el "brujo" de Villahizán, nuestro catedrático apuesta por desgranar el pensamiento y la disección crítica de Menéndez Pelayo bajo una serie de sugerencias como la "leyenda negra", la historia y la crítica como "arte", sus relaciones con sus detractores, la generación del 27 y el propio Ortega, y admiradores como Valera, Clarín, Galdós, Pardo Bazán o Darío, entre muchos otros de su tiempo.

En realidad, la cultura española en su conjunto y las ideas sobre España no pueden entenderse sin el trabajo hercúleo del riguroso investigador y revelador, que no fabulador, incansable de realidades que fue don Marcelino. Hay quien ha llegado a decir que se "inventó" España pero lo que hizo fue sacarla del olvido y de las bibliotecas y mostrarla a la vista común. Lo suyo con España fue amor como lo es el de Agapito Maestre con la nación española, con don Marcelino y la verdad. No hay filosofía sin búsqueda de la verdad, repite una y otra vez.

Mucho antes de que el socialismo español desembocara en el páramo sanchista actual, el socialista Luis Araquistáin, como desvela este libro, admiró a Menéndez Pelayo por ser "uno de los valores culturales más eminentes que ha producido España en toda su historia"[ii]. Por si fuera poco, lo considera inspirador del renacimiento científico contemporáneo a pesar de haber sido utilizado por el franquismo como emblema político y haberse desacreditado su empeño en mostrar las aportaciones científicas en España.

Poco supimos de Menéndez Pelayo los estudiantes nacidos en 1951 y siguientes. Imaginen lo que saben los de las actuales generaciones. Apenas una instantánea borrosa sobre su defensa razonada de la fe católica (que por entonces se calificaba de fanática y ultraconservadora) en su Historia de los heterodoxos españoles.

Ni media palabra más sobre su Historia de las ideas estéticas, su inmensa labor de recopilación de la poesía hispanoamericana y la lírica española, sus estudios filosóficos (el que hizo de la filosofía de Kant, tras la que vio a Luis Vives, es un ejemplo de reflejo claro y distinto de una doctrina y sus relaciones) o sus ensayos sobre la mística española, la ciencia y las aportaciones de la cultura española. Eso sí, sabíamos que tenía una biblioteca gigante en la cabeza. Un anticipatorio Google analógico español, que dirían ahora nuestros nietos.

La progresía social-comunista-separatista ha presentado a don Marcelino como el adalid de la cerrazón fanática y dogmática pero es evidente que no lo han leído o lo han leído quirúrgicamente extirpando lo que no conviene. Quien lo ha hecho sin prejuicios, como nuestro catedrático, lo ve como un filósofo escéptico que evolucionó desde el ardor patriótico y religioso juvenil —quién no ha estado enfermo de estupideces varias a esa edad—, a un escepticismo sereno de sustrato liberal.

Para él, nada puede conocerse completamente de las primeras causas, si las hay, ni tampoco conocerse del todo los secretos de la naturaleza. Pero sí podemos conocernos a través de la historia, de nuestra historia. Ortega no se reconoció en estas tesis porque había decidido no estar atento a lo que le incomodaba. Se lo perdió.

Llama nuestro catedrático al santanderino "el gran heterodoxo", desafiando a quienes le consideran el guardián de la ortodoxia católica. En realidad, lo que hizo Menéndez Pelayo fue exponer con claridad y fidelidad el recorrido de la heterodoxia en España admitiendo, de hecho, y publicitando a sabiendas, que los heterodoxos son también españoles. Esto es, que la nación española es consecuencia de todos, de los "hunos" y los otros. En vez de ocultarlos, como haría un totalitario, los dio a conocer respetando fielmente sus mensajes. "Gracias a un Ortodoxo podemos ser Heterodoxos", remata nuestro Agapito.

"La Historia de los heterodoxos españoles se leerá siempre como la rnás documentada del pensamiento antidogmático español y además como una obra de arte, como lo son la mayoría de las que escribió Menéndez y Pelayo", subrayaba el ya mencionado Araquistáin. Precisamente, Agapito Maestre nos invita a ver en sus obras no sólo erudición y crítica rigurosa sino belleza labrada en una de las mejores prosas de finales del siglo XIX y principios del XX.

Destaca, por ejemplo, la amenidad de Menéndez Pelayo. Incluso en su obra sobre los heterodoxos, su manejo de los datos y el conocimiento de las fuentes se complementan con la ironía más fina y la naturalidad con que se relatan hasta los testimonios imposibles.

Hablando de la ocurrencia de que el demonio troque un hombre en bestia o un sexo en otro, anota el cántabro como si nada: "Ahí está el médico judaizante Amato Lusitano para testificarnos que en Coímbra se convirtió de repente en hombre una nobilísima doncella, llamada Doña María Pacheco, y se embarcó para las Indias e hizo portentosas hazañas."

Confesaba Robert Louis Stevenson que sabía perfectamente la diferencia entre cantar, cosa de poetas, y contar, asunto de narradores e historiadores. Cabe una tercera posibilidad, algo que ensaya en este libro nuestro catedrático, que es contar cantando o cantar contando. ¿Por qué contar tiene que estar lejos del cantar y porqué de una garganta que canta no puede salir un relato preciso? Muchas de las páginas de don Marcelino son un canto contado.

Nuestro filósofo defiende que el polígrafo santanderino es uno de los principales descubridores de la grandeza y trascendencia de la nación española frente a quienes, como el tonto francés al que es mejor ignorar, juzgaban que España era estéril e inculta[iii] desde hacía mil años. Así de idiota se puede llegar a ser. Basta leer el capítulo dedicado a Los historiadores de Colón, uno de los grandes trabajos de don Marcelino con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América, para desautorizar a quienes se empeñaron en ennegrecer u ocultar la historia real de España.

Tras su muerte en 1912 a los 56 años, persistió tímida e intermitente una rebelión, minúscula aunque eficaz, contra la difusión interesada, también por españoles, de la leyenda negra, expresión que debemos a Emilia Pardo Bazán, que se trata en uno de los capítulos. Pero pocos han reconocido que el quijote que se esforzó en desmontar sus pilares calumniosos fue principalmente don Marcelino. Es más, ni lo mencionan, o lo desmerecen, algunos autores de moda.

Al fondo de todo, late la polémica sobre la existencia de la ciencia en España –que Ortega, por ejemplo, negaba— y que Menéndez Pelayo defendió detalladamente en su libro La ciencia española. Lo debió hacer tan bien que el citado socialista Araquistáin dejó dicho que ese texto era "el cimiento de una historia de la ciencia española" y texto de obligada lectura mientras no hubiera sido escrita una digna de tal nombre.

Merece atención especial el trato que le propinó a nuestro autor casi toda la generación del 27. Luis Cernuda le llamó inepto por su desafecto hacia Góngora pero García Lorca reconoció que valoró muy bien a todos los demás poetas. Gerardo Diego y Dámaso Alonso, más moderados, sólo le llamaron "supersticioso" de Horacio o despreciador de Bécquer y de otros poetas de la época. Aún así, ninguno se atrevió a decir que hubiera página alguna en su obra que fuera baladí, subraya Maestre.

Aún hoy, e incluso entre quienes militan contra la leyenda negra española como María Elvira Roca Barea[iv], no se percibe que el polígrafo cántabro fuese uno de los primeros en combatirla. Al contrario. Llega a insinuar que le proporcionó munición exhibiendo a una España "atávica e inquisitorial"[v] sin reparar en que, al contrario, dio ejemplo de cómo debe exponerse la historia de quienes no coincidían con su visión: objetiva y rigurosamente. Tampoco percibe cómo Menéndez Pelayo desmonta la teoría de la España acientífica y de la España estéril.

Sin embargo, fueron otros quienes borraron sus versos, que escribió bastantes, de cualquier antología poética nacional[vi]. Quizá, susurra nuestro catedrático Maestre, la poesía no fue lo mejor de su obra pero eliminarlo sin más no es equitativo. Nada más hay que abrir algunas recopilaciones de poesía española para comprobar cuántas ortigas se cuelan en su jardín por la vieja sinrazón de preferir a los amigos antes que a los buenos.

El libro de Agapito Maestre es un libro de amor a España a través de uno de los más grandes creadores españoles de todos los tiempos. Posiblemente sus ideas, sus enfoques, sus reflexiones y sus críticas no gusten a todos, pero no se es justo si no se reconoce la amplitud de sus conocimientos, el rigor de su esfuerzo y el encanto de su prosa capaz de convertir hasta las vulgaridades de la vida nacional en materia estética, como él aplaudió en el Galdós de Fortunata y Jacinta, de quien fue amigo.

Como el nuevo libro recoge, Menéndez Pelayo huyó siempre del falso argumento de autoridad al que contrapuso el argumento de realidad. En estas líneas tan insuficientes, dejaré al menos constancia de que no espero ya que las ruinas de la izquierda española traten de reconciliarse con la tradición nacional emergida gracias al cántabro, absurdo e inexplicable odio a lo propio que persiste desde hace más de un siglo.

Pero, incluso por realismo, por la claridad y el primor de sus escritos, don Marcelino debe ser leído, en todo o en parte, en digital o en papel. Si leen este libro de Agapito Maestre, estoy seguro de que sentirán la admiración que irradia hacia la amplia verdad de la obra del gigante español y dejarán de temer inclinarse ante lo que es más grande que uno. Y si llega la ocasión, hagan su crítica, pero no desde el fanatismo y la estupidez, sino desde una realidad comprobable.

Reconozco que cuando leí su testamento y vi que dejaba a su ordenanza de siempre en la Real Academia Española, Julio Cardenal, una gratificación extraordinaria y sus muebles de Madrid, comprendí que, además, era un buen hombre. Qué libro, éste, el de Agapito, tan apasionado y apasionante, y qué limitada esta presentación que deja en el tintero mucho más de lo que consta.


[i] Del poema "El alba es una línea blanca" recogido en su Antología Poética Cuerpo nombrado, de Algaida Editores, 2005

[ii] Puede comprobarse en su libro El pensamiento español contemporáneo, Ed. Losada, Buenos Aires, 1962.

[iii] «¿Qué se debe a España? Y desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace diez, ¿qué ha hecho por Europa?», se preguntó Masson de Morvilliers, encargado del artículo sobre España en la Enciclopedia francesa (1751-1772). Su respuesta fue: «Nada se le debe». Era la apoteosis de la leyenda negra a la que se enfrentaron Menéndez Pelayo, algunos pocos antes y no muchos después.

[iv] Fracasología: España y sus élites, desde los afrancesados a nuestros días, capítulo 9. Se centra en la obra sobre los heterodoxos españoles, una obra juvenil, apasionada y precisa hasta lo imposible, pero ignora todas sus demás obras.

[vi] Una de ellas, la Epístola a Horacio, aparece en la antología Las mil mejores poesías de la lengua castellana de José Bergua. Y muy pocas más, en algunas otras, a pesar de que Juan Valera reconocía la facilidad de verificación que tenía, por lo que había que ponerle freno, no darle alas.

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