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Pedro de Tena

"La cabeza de la gente" y la izquierda

En "la cabeza de la gente", más que ciencia, era preciso introducir creencias, para nada científicas, que movieran a la acción revolucionaria.

En "la cabeza de la gente", más que ciencia, era preciso introducir creencias, para nada científicas, que movieran a la acción revolucionaria.
Antonio Gramsci y Pablo Iglesias | Wikipedia

"Gran parte de la inflación es autoconstruida, está en la cabeza de la gente; la gente ve en el diario que va a subir el combustible y entonces empieza a aumentar por las dudas", afirmó el presidente de Argentina, Alberto Fernández, a un medio brasileño poco antes de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños inaugurada en Buenos Aires el pasado 23 de enero.

Como es bien sabido, llamamos inflación a la subida continua de los precios en una sociedad determinada. En el Diccionario de Economía de Ramón Tamames se define que la inflación es "elevación del nivel general de precios". Puede hablarse de inflación de costes, de demanda, larvada e incluso reptante, subyacente, de hiperinflación o de estanflación. Pero en cualquier caso puede medirse y se mide y expresa mediante el índice de Precios al Consumo (IPC).

En la más dulce de las interpretaciones, tal frase majestuosa del mandatario puede querer decir que la inflación argentina, en este caso, o en general, es un invento de la gente, que sólo existe en su cabeza, algo que contradicen las mediciones del IPC y la experiencia común. En la más aguda, puede aludir a que son las intenciones de compra de la gente (las intenciones están en la cabeza, no en sus actos), la que provocan una inflación, en este caso de demanda, por contagio tal vez. Pero, para medirla, que es lo que hace el IPC, son los actos consumados los que se tienen en cuenta, no las intenciones.

En realidad, esta apelación a la "cabeza de la gente" puede parecer una tontería, una estupidez, un ataque al sentido común, a la realidad comúnmente reconocible. Pero no lo es en absoluto. Es el signo visible de la lucha encarnizada que la nueva izquierda, que está sustituyendo al marxismo clásico, ha emprendido contra la realidad que no le que conviene que exista "en la cabeza de la gente" para sustituirla por las ideas que sí le convienen que se alojen en ella para ponerse a "la cabeza de la gente".

Cuando Marx y Engels planeaban dirigir la revolución social desde mitad del siglo XIX, trataban de estudiar la realidad "objetiva" y sus contradicciones y relaciones históricas. Para Marx, las contradicciones decisivas existen y se producen en el mundo real, no en la cabeza de la gente, y son, como la lucha de clases, el motor de la Historia. El papel del filósofo o del pensador consiste en reconocerlas científicamente y transmitirlas a "la cabeza de la gente" para cambiar el mundo.

Pero sus previsiones no se cumplían. Según ellas, el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad capitalista avanzada produciría una clase proletaria tan numerosa cuyos intereses eran contrarios a los de la burguesía y la conducían a la revolución social y al comunismo. Sin embargo, no fueron las sociedades desarrolladas como la europea y la norteamericana sino la rusa, atrasada y campesina, y luego la china, igualmente subdesarrollada, las que produjeron las revoluciones más importantes del siglo XX.

Era una enmienda a la confianza marxista en el poder de su doctrina y el comienzo del retoque leninista considerado como la introducción de la voluntad en el proceso revolucionario. Aunque las condiciones objetivas no sean las mejores ni las más adecuadas para el cambio social, un grupo reducido de revolucionarios profesionales puede imponer los cambios necesarios mediante una dictadura inmisericorde. Era el descubrimiento de que en "la cabeza de la gente", más que la ciencia y sus realidades, era preciso introducir creencias, para nada científicas, que la movieran a la acción revolucionaria.

Era el primer paso de un camino que hacía de "la cabeza de la gente" el trampolín esencial de la revolución. Desde entonces hasta ahora, la cantinela de las condiciones objetivas y las contradicciones reales del capitalismo han venido siendo sustituidas por la "hegemonía cultural" que predicó el marxista italiano Antonio Gramsci.

Aquí comienza, sostiene Juan Carlos Girauta, lo que hoy llamamos "guerra" o "batalla" cultural: ocupar la cabeza de la gente con la ideología comunista para luego obtenerse sus frutos políticos. Primero, la batalla por la conciencia. Segundo, la conquista del poder político. Es lo que anticipó asimismo Wilhem Reich en La revolución sexual cuando independizó relativamente "el sentir, pensar y obrar humanos" de la base económica del marxismo.

En palabras de Susan George, la ideóloga norteamericana nacionalizada francesa, el concepto de hegemonía cultural significa que "si usted puede ocupar la cabeza de la gente, sus corazones y sus manos le seguirán." Por eso, era necesario dar prioridad a las ideas revolucionarias sobre la realidad y tratar de abarcar con ellas a todos los instrumentos desde los que se irradian mensajes a la gente: medios de comunicación, escuelas y universidades y publicaciones.

Ella misma lo hizo fabricando lo que se conocen como los Informes Lugano I y II. El primero describe secretamente, a petición de un grupo de solicitantes, la realidad del capitalismo del siglo XX y su voluntad de preservarlo en el siguiente. El segundo Informe hacía lo propio pero concluyendo que el plan de la élite capitalista mundial era acabar con la democracia liberal, porque lo que realmente estorba a sus propósitos es la voluntad popular cuando esté suficientemente penetrada por las ideas revolucionarias.

En realidad, todo es ficticio. No existe el grupo de solicitantes, no existe tampoco el equipo investigador y redactor. Todo es un juego intelectual que trata de aprovechar, como dice en su prólogo de 1997 Manuel Vázquez Montalbán, la articulación de una fábula creíble no científica ni realista, para penetrar en la memoria, el lenguaje y la esperanza desde una perspectiva totalitaria.

"En el epílogo del libro, la autora aparte de confesar su autoría, enseña las cartas: no es economista aunque haya demostrado una gran capacidad de análisis del economicismo; ni siquiera es socióloga en el sentido exacto de esta especialidad tan polimórfica. Es licenciada en francés, ciencias políticas y filosofía", dice el catalán. Pero fueron presentados como informes sobre el "plan" del "gran Hermano" neoliberal (ya se manipula el lenguaje por cuanto esa expresión resumía el totalitarismo comunista) promovido por el capitalismo internacional para preservar sus intereses y acabar con la democracia.

Esto es, ya no se está en el análisis "científico" de las contradicciones del sistema capitalista sino en una estrategia de propaganda sin propósito científico. De su espíritu decimonónico, el nuevo marxismo sólo conserva su autoconvicción de haber sido originado en una teoría "científica" de la sociedad y de la historia, por lo que puede seguir exhibiendo su superioridad moral frente a las demás teorías que compiten con sus tesis.

El paso definitivo para hacer de "la cabeza de la gente" el centro de la lucha revolucionaria de las izquierdas herederas del marxismo lo dieron Ernesto Laclau – miren por dónde, argentino de Buenos Aires—, y Chantal Mouffe en 1987. El retroceso cuantitativo de la clase obrera y la reacción ideológica del "neoliberalismo" hacían necesaria otra estrategia para minar las sociedades democráticas occidentales.

En ella, tiene principal significación el lenguaje como juego político. Las palabras, los conceptos no significan nada objetivo, estipulado, fijado de una vez para siempre. El lenguaje es un arma de la lucha política que permite desconcertar y confundir por su utilización arbitraria y su falta de rigor. No es algo nuevo, salvo en su carácter sistemático. Stalin, en su propaganda internacional, llamó "democracias populares" a las dictaduras comunistas de la URSS. El doble rasero de los juicios y los significados se convierte en un arma de combate socio-política.

El segundo elemento fundamental de la nueva estrategia comunista es la mutación del sujeto revolucionario, hasta ahora la clase obrera. El proletariado no aporta ya la mayoría suficiente para ganar unas elecciones en un marco democrático-liberal, único posible en este momento. Por tanto, hay que extender la categoría de sujeto a otros colectivos para que, sumados, logren esas mayorías: clases y sectores en su seno, jóvenes, jubilados, mujeres, ecologistas, antinucleares, animalistas, inmigrantes, grupos sexuales definidos por su diferencia y así sucesivamente hasta los nacionalistas y terroristas, si es necesario.

El tercer elemento es la radicalización de la democracia liberal a partir de la articulación de todos esos grupos de intereses considerados subordinados y marginados que abandonan el discurso esencialista y racional del marxismo para construir un nuevo sentido común democrático, esto es, una hegemonía cultural que haga posible avances legislativos y políticos hacia el nuevo comunismo. Al final del camino, como se ha comprobado, cuando es posible empiezan las purgas hasta reducir el pluralismo táctico al monolitismo de una dictadura. Véase la evolución venezolana y, en general, del social-comunismo en Iberoamérica.

Son los propios Laclau y Mouffé los que lo desvelan al final de su libro emblemático, Hegemonía y estratégica socialista (1987, en España):

Todo proyecto de democracia radicalizada incluye necesariamente, según dijimos, la dimensión socialista —es decir, la abolición de las relaciones capitalistas de producción—; pero rechaza la idea de que de esta abolición se sucede necesariamente la eliminación de las otras desigualdades. Por consiguiente el descentramiento y autonomía de los distintos discursos y luchas, la multiplicación de los antagonismos y la construcción de una pluralidad de espacios dentro de los cuales puedan afirmarse y desenvolverse, son las condiciones sine qua non de posibilidad de que los distintos componentes del ideal clásico del socialismo —que debe, sin duda, ser ampliado y reformulado— puedan ser alcanzados.

Desde el punto de vista del discurso, no hay ciencia, no hay creencias firmes. La realidad no pesa porque no existe. Sólo hay conveniencias ideológicas y arbitrariedad. Eso quiere decir que "la cabeza de la gente" es la puerta por donde entrar en la conciencia, el "alma" que Gregorio Luri acaba de reivindicar, algo más fácil si se desmonta adecuadamente la instrucción científica y filosófica del sistema educativo y se controlan los medios de comunicación y las redes sociales.

En realidad, se trata de la renovación limitada de la vieja estrategia comunista de los compañeros de viaje en cada fase de la lucha por erigir la dictadura única del partido-guía. Todos los sujetos agrupados en causas "radicales" podrán ser eliminados cuando el auténtico sujeto revolucionario, el partido guía-coordinador de la izquierda, conquiste el poder. Es, por ello, la doctrina a seguir en las democracias consolidadas o emergentes, no en Rusia, no en China, no en Cuba.

Que Alberto Kirchner Fernández haya dicho que la inflación argentina es mayormente autoconstruida y que está en "la cabeza de la gente" no es relevante más que por la amenaza que encierra sustituir en la conciencia ciudadana la evidencia de que la inflación reduce el poder adquisitivo de todos, especialmente de los más pobres, por una interpretación caprichosa que la haga desaparecer como mal social y diluir así la responsabilidad de su gobierno. Si los hechos no encajan con la teoría, peor para los hechos.

Susan George escribió sus procomunistas Informes Lugano como respuesta a lo que había sido, según ella, el brillante combate librado y ganado por el liberalismo democrático y el capitalismo por situarse dentro de la cabeza de la gente. Fantaseó o simuló. Muchos demócratas, sobre todo en España, creen que su cabeza es impenetrable para las ideas ajenas y que la mayoría "natural" distingue la realidad de la ideología in saecula saeculorum porque dispone de una serie de valores liberales innatos o casi, como estaban los libros en la cabeza de los resistentes en Fahrenheit 451.

Que leyes como la de la memoria histórica o la de la violencia de género hayan sido defendidas o mantenidas por el PP y Ciudadanos (que votó a favor del Ley del "sí es sí"), en todo o en parte, da una idea de cómo es de sencillo entrar en la cabeza de la gente por los canales habituales ya citados y desde ahí, condicionar incluso a sus partidos de referencia y a sus dirigentes. Negarse a dar la batalla cultural necesaria desde la verdad, la ciencia y el Derecho es suicida.

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