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Agapito Maestre

Las enseñanzas de la guerra

Nadie se engañe, la clave de esta guerra es la corrupción occidental contra la barbarie comunista.

Nadie se engañe, la clave de esta guerra es la corrupción occidental contra la barbarie comunista.
Macron y Putin | EFE

Dije en diciembre que la guerra tocaba a su fin. Me equivoqué. La guerra es continúa. O mejor dicho, está plagada de interrupciones tácticas y estratégicas. Esta guerra, seguramente como cualquier otra guerra, es una institución demasiado sofisticada para sintetizarla en tres puntitos "filosóficos" de buenos y malos. Y neutrales. No hay filósofo de la historia de la ocupación rusa de una parte del territorio de Ucrania capaz de agotar las enseñanzas que se derivan de la preparación, la invasión, la defensa y los combates decisivos en los diferentes "teatros" de operaciones donde tiene lugar. Nadie puede ponerse fácilmente en la mente de una casta política occidental pastoreada por el régimen de Putin en los últimos veinte o treinta años, y menos todavía podríamos predecir el comportamiento de una cuadrilla de políticos conformados mentalmente por la basura ideológica del comunismo ruso. ¡Y qué decir con sentido sobre la posición de China sin violar su objetivo fundamental: dar de comer a todos sin guerra y con aritmética! Y, entre los interrogantes más serios que esta guerra ha despertado, tampoco es baladí el referido a cómo evaluar el brutal crecimiento en armas de Alemania durante este año de guerra…

El asunto es tan complicado para cualquier analista de hoy como la Guerra del Peloponeso de ayer, pero con el agravante de que nosotros carecemos de historiadores de la talla de Tucídides, capaces de contarnos el cuento con objetividad y precisión, o sea, borrando cualquier rastro de arbitraria subjetividad hasta el punto de comenzar la narración hablando en tercera persona: "Dice Tucídides". Mi máxima aspiración, pues, en estas líneas es no caer en la exageración ideológica. Mas tengo que empezar con una generalización para pensar con cierta dignidad: la guerra entre Ucrania y Rusia es algo más que un combate eterno entre la barbarie y la estulticia, entre el bien y el mal, entre lo claro y los obscuro. Si dejamos aparte la ocupación de una parte del territorio de Ucrania por las tropas rusas, aquí todos son claroscuros. Se trata de una lucha sin cuartel entre el Occidente corrupto y la Rusia más sanguinaria, la Rusia comunista, o sea un país casi destrozado desde finales de los ochenta del siglo pasado y con una población diezmada que sobrevive de milagro. Rusia, sí, no tiene genuina sociedad civil sino solo un gentío dirigido por sátrapas y criminales envueltos en la vieja sábana del nacionalismo ruso.

Sin embargo, nadie se engañe, la clave de esta guerra es la corrupción occidental contra la barbarie comunista. Esto no es maniqueísmo sino la principal consecuencia de la desaparición paulatina del principio de la crítica occidental, es decir, de la lucha permanente de la inteligencia y la ciudadanía de las democracias liberales por más y mejor democracia, por más y mejor política, por más libertades y repartición de la riqueza en el planeta. Sí, después del derrumbe moral, económico y social de los países del viejo bloque soviético, las democracias occidentales, repletas de agujeros morales y políticos, económicos y sociales, creyeron que todo, después de la caída del comunismo, era coser y cantar. Ese triunfalismo de cartón-piedra alimentó, por un lado, a una casta política impresentable —bastaría recordar unos cuantos nombres de alemanes, franceses y españoles para saber de qué hablamos— que nos ha conducido a la hecatombe moral en la Unión Europea; más parece que los demócratas europeos vivimos en un parque temático que en un proyecto supranacional sensato y defensor de los grandes principios de la civilización. Por otro lado, la resaca de la victoria del capitalismo sobre el comunismo acalló, si es que no redujo a su mínima expresión, a nuestra inteligencia a tareas menores, o peor, se sometió con gran docilidad a los peores vicios de una decadente sociedad occidental. La inteligencia, como en épocas pasadas de falsa democracia y desigualdades sociales exageradas, o se entregó a los poderosos o se retiró a la torre de marfil para al fin despreocuparse por completo de lo fundamental: la ejercitación, la profundización y el ahondamiento de lo que da sentido a sus vidas desde Sócrates hasta hoy: la crítica. Lo más granado de esos "críticos" e intelectuales no han pasado de ofrecerles a sus sociedades placebos de carácter "eticista" o falsamente "democráticos" para que mueran sin demasiados sufrimientos. La Europa de los principios y la crítica desaparece, mientras su inteligencia mira para otro lado.

En ese contexto de triunfalismo y decadencia, de esplendor y miseria, de las democracias occidentales, es menester hacer recuento de los aprendizajes y, a veces, de los errores de este año de guerra. Empecemos por reconocer que hemos vuelto a repasar una vieja y homérica enseñanza: es odioso amar la guerra, pero más terrible es no reconocer su existencia. La guerra, lejos de ser un instinto, es una invención, una institución sutil y complicada, cuando desaparecen todas las vías de resolución de un conflicto. El falso pacifismo de quienes piden la paz, desde los "ministerios de de la guerra", ha vuelto a ponerse en ridículo como en el pasado. También ha quedado en evidencia la cobardía de quienes preferían entregarse antes a Rusia, por ser una potencia energética, que luchar por la libertad de quienes quiere unirse al banquete de la cultura plenamente occidental; nunca olvidaré al locutor español que, un día antes de la contienda, exhortaba a los ucranianos a no coger las armas para defenderse, o sea, entregarse a los rusos porque era mejor vivir de rodillas que caminar erguidos; era un tipo, o mejor, es un tipo de la "derecha sin remedio" española al servicio, creo que sin saberlo, del populismo totalitario de los comunistas de siempre.

Luego estaban los que creían que la guerra era, reitero, un mero asunto de dinero y gas barato; los occidentales teníamos que plegarnos a Putin porque nos suministraba de energía… Y así se han ido revelando un montón de simplezas, engaños e ideología, o sea todas esas "narrativas" que nos dispensa de pensar. Frente a ellas, repasemos algunas enseñanzas y argumentos, al fin, verdades para seguir investigando qué hemos aprendido de esta guerra terrible. Repasemos, sí, algunas de las publicadas en este periódico. Quizá no estemos alejados de la realidad si mantenemos que, seguramente, Putin fue a la guerra engañado por sus propios servicios secretos con la colaboración de otros servicios secretos de países con más fuerza que Rusia.

Me reitero, pues, en lo escrito en otras ocasiones. ¿Quién en su sano juicio puede creer que un país de las dimensiones de Ucrania podía ser invadido en una guerra relámpago? Nadie, salvo un necio y arrogante aconsejado por unos potentes servicios secretos. Sea como fuere, Putin ha llevado a Rusia al desprestigio total. Tres cosas, como dijo hace ocho meses, ha demostrado esta guerra: la ilegitimidad de su origen, Rusia deja de ser referente de un mundo "multipolar" (bien vigilado por China) y Ucrania ha dado una lección al mundo con su lucha por la libertad. La guerra ha demostrado que era una quimera la pretensión de Putin de reconstruir un "nuevo" Imperio Ruso, a base de controlar la zona de influencia de la Rusia post-Yeltsin de los expaíses soviéticos, que formaban parte de la URSS antes de su descalabro en 1991. Ucrania, la pieza fundamental de ese plan, ha desbaratado su objetivo político. La derrota de Rusia en la guerra conduce a este país a su aislamiento del mundo occidental y, lo que es peor para ellos, oriental. El desprestigio de Rusia en el mundo entero es total. Ojalá el fin de esta guerra provoque de uno u otro modo la caída del actual régimen de Putin.

Pero si no cae, siempre quedará para la historia que Putin no tuvo otro objetivo que mantenerse en el poder bajo la sangre de los que esclaviza. Fue fiel a su tradición comunista. No hay más. No pierdan el tiempo con pobres especulaciones sobre el pasado y futuro de un país de esclavos. Déjense de zarandajas sobre las vueltas del viejo imperialismo soviético y juegos de estrategias en la geopolítica mundial. Todo eso es basura ideológica. Lo único cierto es que el sátrapa Putin está siendo ridiculizado en Ucrania. Y, después de un año de guerra, la camarilla del Kremlin ha llamado a la movilización total para arrasar Ucrania. Majaderos. No arrasarán nada. Y corren el serio riesgo de perder los territorios del Este de Ucrania, que se entregaron en los primeros momentos de la invasión al ejército fantoche de Putin.

Rusia ha demostrado con creces en Ucrania que es solo un país, por decirlo suavemente, gamberro. Ya lo predijo un general retirado del ejército ruso, y aquí lo transcribí en español antes de la invasión, "Rusia hará el ridículo y será despreciada por el mundo entero, si le declara la guerra a los hermanos ucranianos". Y así ha sido. Y la cosa irá a peor. El nihilismo invadirá definitivamente a ese pueblo. ¡Pobres rusos! A Putin le quedan pocas piezas por movilizar. Compró, sí, y sigue comprando políticos, intelectuales y todo tipo de gentuza en Europa para obtener un poco de legitimación, pero eso ya no funciona. Todo tiene un límite, sobre todo cuando la pobreza, la exclusión social y la precarización de la población amenaza a las sociedades occidentales. Sí, ya los "schröderes" y "macrones", y gente de ese tipo, se esconden. No quieren ser identificados ni relacionados con las mafias rusas. Putin empieza a quedarse más solo que la una. Ni Turquía apoya al famoso mamarracho de Peter (San Petersburgo).

Tampoco China da un yuan de más por Putin. Xi Jinping está exprimiendo al máximo la vieja maquinaria exsoviética. Rusia es, desde hace décadas, dependiente de China, pero después de la guerra de Ucrania sólo será una territorio fronterizo, una especie de defensa, que los chinos utilizarán a su antojo contra el mundo libre. Eso es todo. Hoy Rusia, la Gran Rusia, es sólo un juguete roto en manos del comunismo chino. La movilización total para arrasar Ucrania es, pues, un ridículo farol para justificar su criminal invasión del 15% del territorio de Ucrania. Nihilismo sobre nihilismo. Y respecto a las grandes batallas libradas en esta guerra, reitero en lo que dije sobre las dos grandes humillaciones recibidas por el ejército ruso: Jerson y Jarkov. Son dos pruebas de lo que vengo manteniendo aquí desde el primer día de la guerra: Rusia no es una gran nación militar sino un país en bancarrota dirigido por una banda de desarrapados excomunistas. La ofensiva de Jarkov se estudiará en las Academias Militares del mundo entero. Otro dato para nutrir al nihilismo ruso.

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