Si en la Europa del siglo XXI el escándalo lo provoca una actriz española que ha tenido un bebé, en la del siglo XVI la polémica era suscitada por un jesuita español que había parido un libro tan revolucionario como largo es su título: Concordia del libre arbitrio con los dones de la gracia, la presencia divina, la providencia, la predestinación y la reprobación en relación a algunos artículos de la Primera Parte de Santo Tomás. En aquella época cancelaban a lo bestia y un título así podía enviarte a la hoguera. ¿Cuál era el "pecado" de Luis de Molina? Poner en cuestión, aducían sus críticos, la omnisciencia y omnipotencia divina nada menos. Los españoles siempre dando que hablar con sus planteamientos en el límite de lo aceptado por la ortodoxia. O cómo convocar a la discordia publicando un libro llamado Concordia…
También podríamos visualizar el enfrentamiento intelectual del siglo XVI como si fueran los superhéroes y supervillanos de la Marvel. Si ahora disfrutamos con la Guerra Civil entre los partidarios de Iron Man frente a los seguidores de Capitán América, en la Europa de una España hegemónica en la que no se ponía el sol, los superhéroes que se arrojaban latinajos a la cara como si fueran el martillo de Thor eran los dominicos (con Francisco de Vitoria como Iron Man y Domingo de Soto como Mister Fantástico) frente a los jesuitas (con Francisco Suaréz como el Capi América y Luis de Molina como Spiderman).
La analogía entre la guerra civil entre superhéroes de Marvel y la disputa teológico-política renacentista no se limita sólo a una cuestión formal, sino que apunta al núcleo de ambas disensiones: el conflicto entre libertad (Capitán América, Luis de Molina) y seguridad (Hombre de Hierro, Francisco de Vitoria, más adelante, en su paroxismo, Thomas Hobbes).
"¿De qué lado estás tú?" es el lema de la saga dedicada a la pelea entre superhéroes a cuenta de la intención del gobierno norteamericano de crear una especie de DNI de los superhéroes, de modo que su identidad secreta fuese conocida por el gobierno que, además, pasaría a ser su jefe. Iron Man apoya dicha servidumbre al Estado por parte de los superhéroes, hasta ese momento "alegales", mientras que el Capitán América –un clásico defensor de la libertad y los derechos civiles– es quien lidera a los partidarios de la inexistencia de control por parte del Estado hacia los superhéroes.
En el siglo XVI la pregunta era idéntica: ¿de qué lado estás tú? En este caso, la cuestión era cómo conciliar la omnisciencia de Dios con el libre albedrío humano. Los supervillanos en nuestra analogía con Marvel serían los protestantes (la banda de Lutero y Calvino), que defendían la predestinación como condena fatalista de los humanos. Dado, argumentan, que Dios sabe desde el inicio de los tiempos quién se va a salvar y condenar, da exactamente igual lo que se haga, las obras, siendo únicamente importante la fe. En este contexto de predeterminación, la filosofía de la acción subyacente conduce a la irresponsabilidad, porque nuestros supervillanos protestantes defendían que el ser humano no es sino una marioneta en manos de la providencia, la versión religiosa del fatum estoico. Lo que en Séneca era una teoría que armonizaba la libertad humana con la necesidad metafísica, en los cristianos será una discusión perpetua, desde San Agustín, para conciliar el libre albedrío con la voluntad divina.
En el siglo XVI la cuestión sobre si el ser humano era libre para configurar su destino adquirió una dimensión nueva. Aunque el peso del debate se seguía centrando en la cuestión de la salvación o condena tras la muerte, las derivadas política y económica tenían cada vez más importancia. Los teóricos de la Escuela de Salamanca (a la que cabe atribuir tanto a jesuitas como a dominicos, y no solo españoles) pusieron los fundamentos de la Modernidad al proponer soluciones democráticas respecto al poder político, así como planteamientos de mercado para reconducir la economía de Occidente. Y si cabe discutir la cuestión del libre albedrío en cuanto a la salvación del alma, es indubitable que tanto la democracia como la economía liberal exigen como a priori la existencia de la libertad humana en un grado considerable. Si no existiese la libertad individual, las dictaduras de todo signo, de las tecnocráticas a las ideológicas, estarían justificadas.
En esta era de innovación empresarial, los integrantes de la Escuela de Salamanca fueron más filósofos y economistas que teólogos. Discutieron el "justo precio" de las mercancías, el concepto de dinero y su influencia en la forma de la economía, así como hacer que la gente fuese más gozosa en esta vida. En este siglo, la vida pasó de ser comprendida como un "valle de lágrimas" al comienzo de una caminata hacia la cima de la autorrealización, por la vía de un individualismo orientado a la compasión hacia los demás y la coordinación hacia el bien común.
Solo así se entiende que un muy progresista fray Bartolomé de las Casas propusiese a Cisneros y Carlos I liberar a los indios. Una liberación política exige una reflexión metafísica sobre la posibilidad misma de la libertad, así como un compromiso ético con la responsabilidad hacia los demás. Todo esto resulta mucho más difícil desde la perspectiva protestante, en la que la acción humana está radicalmente viciada por el pecado original y no hay espacio para una autonomía de la voluntad, comprometida por el determinismo fatalista de la omnisciencia divina ante la que sólo cabe una experimentación subjetiva de la fe.
Luis de Molina nace en un mundo dominado por las figuras gigantes de Maquiavelo, Erasmo, Ignacio de Loyola y Leonardo da Vinci. Más filósofo que ensayista, le ha perjudicado en la posteridad, como a Francisco Suárez, que su prosa estuviese dominada por la jerga escolástica, semejante en oscuridad y fealdad expresiva a las más bizarras elucubraciones contemporáneas de Lacan o Judith Butler. Nada que ver con la tersa claridad de Maquiavelo o la ingeniosa lucidez de Erasmo. Sin embargo, sus ideas son más profundas y sutiles, de modo que Murray Rothbard le reconoció en Historia del Pensamiento Económico ser "un liberal sólido en temas económicos". Y, añado yo, en temas metafísicos relacionados con la libertad.
Frente a la visión popular e incluso académica mayoritaria, con Pérez-Reverte proclamando la boutade de que nos hubiera ido mejor con un dios diferente del de Trento, los pensadores españoles eran la vanguardia de la intelectualidad europea. Los nuevos problemas relacionados con el Nuevo Mundo, las nuevas culturas y la primera economía globalizada encontraron en la Escuela de Salamanca una respuesta tan novedosa y poderosa que resuena hoy más que nunca en los cuatro siglos que nos separa de ella, seguramente porque los desafíos son muy parecidos solo que elevados a una potencia superior.
El argumento de Luis de Molina es una delicia de sofisticación lógica, metafísica y ética. Admitamos que Dios es omnisciente, ¿significa que sabe lo que vamos a hacer? Sí y no. Porque al dotar al ser humano de libre albedrío ha introducido en el universo una pluralidad de mundos posibles. Dios sabe sin duda lo que vamos a hacer, pero dada la libertad inherente al ser humano y las posibilidades que son el resultado del ejercicio de su autonomía. Por tanto, no podemos sorprender a Dios, que sabe todo lo que podríamos hacer. A este tipo de conocimiento lo denomina Molina "medio", el segundo se llama "conocimiento medio" y contiene el rango de cosas posibles que sucederían dadas ciertas circunstancias. En resumen, y simplificando por razones de espacio, Molina defiende que para que un acto sea libre, el agente debe ser libre de hacer lo contrario, y, además, el acto no debe estar determinado causalmente por acontecimientos anteriores.
Su polémica con el dominico Domingo Báñez alcanzó los niveles de agresividad y fiereza que retrató Umberto Eco en El nombre de la rosa a propósito de otra disputa, esta vez entre dominicos y franciscanos sobre la pobreza de las órdenes religiosas. La que acaeció entre Molina y Báñez se conoce como Polémica De Auxiliis, donde Molina defendió frente al fatalismo pro luterano de Báñez una noción de compatibilidad entre el conocimiento de Dios y la potencia para la libertad del ser humano. Un compatibilismo que llega hasta las discusiones de nuestros días en las figuras de filósofos como Harry Frankfurt, Daniel Dennett y, sobre todo, John Martin Fischer, cuya presentación de las tesis de Molina en el capítulo que le dedica, titulado Molinism, dentro de la recopilación Oxford Studies in Philosophy of Religion expone en detalle los matices lógicos y argumentativos del filósofo español.
Unos matices que no le libraron de estar en el ojo del huracán teológico y en la mirilla del Vaticano bajo la sospecha de herético. Podríamos contemplar a Luis de Molina como el modo en que el liberalismo surge por tanto como un cristianismo heterodoxo en el límite de la herejía. Porque la necesidad que hay en Dios, al ser inteligencia divina, es compatible según Molina con las contingencias de un ser como el humano capaz de libre albedrío.
Una vez puestos los cimientos de la libertad intrínseca del ser humano, Molina llegaba a defender dicha libertad en el plano político y económico, siendo uno de los padres tanto de la democracia constitucional como de la economía de mercado, fundamentalmente gracias a su obra De Iustitia et Iure donde argumenta sobre la diferencia entre "precio natural" (lo que llamamos hoy "precio de mercado") y "precio legal" (lo que sería un precio intervenido por el Estado), poniendo en circulación una de las primeras formulaciones de la teoría subjetiva del valor económico. Del mismo modo que la libre elección exige la presunción de la posibilidad metafísica de la libertad, el libre mercado presupone la libertad subjetiva de los individuos. Rothbard también lo califica como el "más sutil hasta entonces" de los teóricos monetarios por su explicación de la inflación y la producción del dinero por parte de las operaciones bancarias.
Si cabe argumentar que el liberalismo es la forma más inteligente, sofisticada, moderna, libre y solidaria de ser cristiano, al modo de la Escuela de Salamanca, su fundamentación metafísica respecto a su valor más importante, la libertad, es inequívocamente molinista.