Sánchez Dragó escribió una historia imaginativa de España en el siglo veinte. Se llama Gárgoris y Habidis, una vieja leyenda de los tartessos, que ya había sido tratada científicamente por José Manuel Pérez-Prendes, profesor de Historia del Derecho, a comienzos de los setenta del siglo pasado. Quizá en ese librito de Pérez-Prendes, publicado en Granada, hallara Sánchez Dragó el estro final para escribir su ensayo que funde "armoniosamente" ciencia e investigación con creación y arte. Pero poco importa el estímulo, y sí el resultado de una largo estudio sobre los orígenes y destinos de un país mítico, auténtico, España.
El Gárgoris y Habidis de Sánchez Dragó es una obra que mestiza la realidad y la fábula, el cielo y el infierno, los buenos y los malos. Un libro singular, sí, sobre la mítica España. Mestizo llamamos al género grande del Ensayo. Sí, es una obra entre la historia política y la historia de la literatura, entre una historia de mitos y otra de acontecimientos más o menos reales. Y, sin embargo, no es una historia inventada. Falsa. Sánchez Dragó busca, como hiciera en el pasado Américo Castro, una "realidad no fabulosa de la historia de los españoles". He aquí una obra curiosa y singular de historietas siempre mezcladas, aunque surgidas de los pechos de la realidad, porque nadie mejor que el autor nos repite varias veces que es imposible fabular desde el vacío: "Esta convicción, que consuela al mitólogo y asusta al historiador, subyace en cada página de mi libro. Creo, en consecuencia, que los documentos mencionados, ridículos e inútiles a la luz de la monomanía academicista (so capa de rigor científico) hoy tan en boga, llevan incrustados muchos elementos de una verdad conocida por la razón, olvidada por el espíritu, rechazada por la conciencia e impuesta por la oscura memoria colectiva. Dicho de otro modo: esos textos están llenos de pistas. Tantas, que cuesta trabajo atribuirlas a una involuntaria jugarreta del subconsciente y hasta se llega a pensar en algo así como quintacolumnistas, gentes —los famosos iniciados— capaces de susurrar antiguas certidumbres en el oído de los cagatintas".
Se fabula, o sea, se narra, a partir de leyendas que en ocasiones se convierte en un relato "histórico", o mejor, en una narración comunmente artificiosa y enfática sobre los asuntos del Estado, de guerras y reyes; o, por el contrario, los grandes narradores transforman las leyendas en gran historia. Sánchez Dragó pertenece al segundo grupo, es decir, considera la historia, según nos ha enseñado don Marcelino Menéndez y Pelayo, como obra artística. Este libro de Sánchez Dragó, a veces tan poético como histórico, siguió, o mejor, continuó una de las múltiples líneas de investigación abiertas por Marcelino Menéndez y Pelayo en su grandiosa y compleja historia intelectual y artística de España. Además de Julio Caro Baroja, son Américo Castro y Sánchez Albornoz otros de los grandes referentes que se cruzan en esta obra apasionante sobre el ser de España. Se trata, pues, de un libro de un hombre libre, a veces confundido con un hombre-libro, con alma poética que dio con el editor apropiado, Jesús Munárriz, el editor-poeta, quien lo dio conocer en Hiperión. Gracias a esta publicación, dicen los que saben, se salvó la editorial de la quiebra.
La segunda edición de esta obra se publicó en Planeta con prólogo de Gonzalo Torrente Ballester, quien destaca que gracias al libérrimo "método de las asociaciones libres" de Sánchez Dragó consigue un libro imaginativo sin dejar de ser histórico. Un método que nada sería sin la "prosa endiablada de Sánchez Dragó, pues es de esas que envuelven y enmarañan, que tiran del lector y le llevan adonde quiere, que le convencen por la virtud de la palabra bien escogida y ordenada y no por el respeto a los encadenamientos de la lógica. Prosa convincente, espejo de una personalidad igualmente convincente: pues el autor está en cada línea y en cada afirmación, en cada paradoja y en cada boutade".
Mil son las formas de lectura que admite esta obra. Puede leerse como una novela; también puede abordarse como un conjunto de relatos y leyendas sobre los orígenes y destinos de España; el estudioso de los campos de la etnología y la antropología hallará aquí ricos materiales para seguir especulando sobre si somos el país menos supersticioso de Europa o los más racionalistas; en fin, la variedad de lecturas que admite esta obra la convierte en un libro de referencia para aquí y ahora. La inteligencia del autor despierta fervores y, por fortuna, rechazos. ¿Quizá la inteligencia que no inquieta hasta la hostilidad es anodina? Seguro. Este libro es, pues, cualquier cosa, menos anodino. En verdad, todavía hoy, tiene actualidad. Filosofía.
Y, además, salvo los amanerados académicos, nadie renunciaría a leerla como una gran fuente de información sobre temas muy dispares. La bibliografía manejada no solo es copiosa sino que sigue siendo imprescindible para seguir investigando sobre los orígenes y destinos espirituales de la nación española. Aquí sólo deseo destacar un aspecto esencial de la obra que la hace grande. Nunca se presenta como "original", como surgiendo de la nada, sino que se percibe como una señal de continuidad en la gran cultura española en general, y la historia de las mentalidades y el espíritu español en particular. Es una obra genuinamente patriótica. Jamás estigmatiza a nadie por ser de uno u otro bando. Ejemplo al canto: "A finales del siglo pasado (el XIX), cuando la polémica de las dos Españas empieza a afilar sus uñas y todos los argumentos parecen buenos, algunos de los pensadores más representativos de ambos bandos resucitan el mito (de Gárgoris y Habidis). Joaquín Costa lo narra, desmenuza, emparenta y metaforiza con más acopio de datos que claridad. Menéndez y Pelayo, siempre a la caza de infiltraciones libertarias, lo incluye con razón en los Heterodoxos. Ya en nuestros días, alguien menos popular y más impertinente afirma —o quizá demuestra— que los dibujos rupestres del Tajo de las Figuras —situados por los esteros de la Janda— aluden a la peripecia de Gárgoris y Habidis".
En todo caso, si tuviéramos que elegir un autor y una obra, entre la inmensa bibliografía utilizada por Sánchez Dragó en este libro, no dudaría en nombrar a Marcelino Menéndez y Pelayo y su Historia de los Heterodoxos. La línea de continuidad cultural e intelectual entre don Marcelino y don Fernando es evidente. Apenas hay un tema importante en el libro del segundo que no esté presente en el primero. Naturalmente, en algunos casos, Sánchez Dragó hace a esos temas y personajes más holgados e imperecederos, y en otros no consigue derribar lo construido por el montañés, por ejemplo, al tratar la figura de Raimundo Lulio. En este orden de cosas, especial mención merece el tratamiento que da Sánchez Dragó a la figura de Arias Montano y su relación "fraterna" con Felipe II; el tratamiento que da a los discípulos de Arias Montano es de nota, a uno de ellos, el gran escritor Fray José de Sigüenza, le concede incluso las mismas virtudes que en su época le otorgó Menéndez Pelayo. Aquí esta la prueba:
Los archivos del Escorial rebosan de documentos con fecha en los pañales del siglo XVII que al unísono vindican y elogian los frutos de la llamada religiosidad interior. A través de ellos puede medirse la anchura y hondura del magisterio ejercido por Arias Montano en y desde esa plataforma reformista.
Incontables fueron sus discípulos a lo largo de la citada centuria. Discípulos de lujo. Discípulos en el saber y discípulos en el creer: de ciencia como de conciencia. Uno, sobre todo, merece algo más que la fosa común de los recuerdos colectivos. Se llamaba Fray José de Sigüenza, pertenecía a la orden de los Jerónimos (cuya historia escribió de cabo a rabo. Léanla. Es una obra maestra) y llegó al monasterio escurialense con cuarenta años cumplidos. A tan refractaria y correosa edad tuvo el gesto, la osadía y la honradez de proclamar en su conciencia la revolución, adscribiéndose convicto y confeso al ideario espiritualista que sotto voce predicaba el director de la biblioteca entre sus pupilos aventajados (…). Y, hoy lo mismo que ayer, en todo el pleito sólo cabe lamentar que Fray José de Sigüenza persista en ser un ilustre desconocido para los historiadores de nuestra literatura. O para la mayor parte de ellos. Menéndez y Pelayo, excepción tenaz, lo consideraba hombre de estilo irrepetible, ‘bajo cuya mano se convirtieron en tela de oro los secos anales de una orden religiosa’ y ‘quizá el más perfecto de los prosistas españoles después de Juan de Valdés y Cervantes’.
Les exhorto a la lectura, o relectura, de Gárgoris y Habidis, entre otras razones, porque es la obra de un hombre libre que respeta y hace holgadas las continuidades de la cultura española. Sigue siendo un magnífico y sugerente ensayo sobre la historia de España. Lean a Sánchez Dragó, un buen escritor, que hablaba casi siempre como escribía.