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Pedro de Tena

'Historia patriótica de España': una revisión desconsolada, pero no tanto

Se es español de formas diferentes, pero se es antiespañol de formas muy concretas y descriptibles.

Se es español de formas diferentes, pero se es antiespañol de formas muy concretas y descriptibles.
Portada de la reedición de 'Historia patriótica de España', de José María Marco. | archivo

Acaba de reeditarse —es algo más que una reedición como se verá—, Historia patriótica de España, que amplía y corrige de manera decisiva la primera edición de su obra Una historia patriótica de España, de 2011. Para decirlo desde el principio, su autor, José María Marco, no se desdice de su primer texto, más que en leves matizaciones, en el que ya anidaban los mimbres de una visión afligida de España, sino que opta de manera directa por una conclusión poco optimista sobre el futuro de nuestra nación.

Han pasado doce años de la publicación del original, pero no ha sido una larga década cualquiera la que ha transcurrido desde el final del mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, hasta el fin de la pandemia de Covid-19 en 2022. Los síntomas que anunciaron la posible disolución de la nación española tras el inexplicado atentado terrorista del 11 de mayo de 2004 –que fue un intento, exitoso y certero, de reventar la ascendente trayectoria de la España constitucional en Europa y en el mundo—, se han confirmado y certificado.

La "regeneración" ante la corrupción de los dos grandes partidos fue birlada por los comunistas filoseparatistas de Podemos a los indignados sinceros e incautos. Un PP incapaz de reformar originó la aparición de Vox. El golpe de estado de la minoría separatista catalana en 2017, impune, y el giro social-comunista de un gobierno apatriótico desde 2019, implacable y desvertebrador, consumaron lo que Marco llama ahora como conclusión "el desmantelamiento de España".

En estos años, además, han tenido lugar dos grupos de acontecimientos reveladores de los que ni la derecha centro-liberal regida por José María Aznar ni el socialismo de 1982 –nunca socialdemócrata pero tampoco anti-Transición—, iban a ser capaces de frenar la degeneración institucional y moral prefigurada por Zapatero y su nuevo PSOE radical del que Pedro Sánchez, aupado por nadie sabe quién con certeza, fue el heredero inesperado.

Mariano Rajoy pudo pero no quiso. Con una mayoría más que absoluta en el gobierno, en las autonomías y en los ayuntamientos, "tecneutralizó" el PP centrándolo en la economía destruida olvidando la defensa de los valores propios. El PSOE de la vieja guardia quiso pero no pudo. Aunque sus dirigentes intentaron detener la descomposición nacional que anunciaba Sánchez, sufrieron en sus carnes la falta de escrúpulos de una organización entrenada para eliminar la disidencia. Ambos fracasos tuvieron como consecuencia el deterioro acelerada de la España constitucional diseñada (no con exquisito tino) para la reconciliación y el acuerdo hacia otra en la que cabe, e incluso domina, un gobierno antinacional y desigualador de socialcomunistas y separatistas sin que encuentre una oposición eficaz a sus designios.

Tal vez por ello, el primer cambio que exhibe el libro está en el título. De Una historia patriótica de España hemos pasado a Historia patriótica de España. Esperanza Aguirre, en su prólogo de 2011, consideraba que el uso del artículo indeterminado para denominar a esta reflexión histórica, era la "mejor muestra del carácter no excluyente con que ha sido escrito, ese ‘una’ es la expresión de que el autor acepta que puede haber muchas otras aproximaciones a la Historia de España y a la historia patriótica".

¿Por qué se ha eliminado ese artículo del título? Podrá haber otras explicaciones que no pueden descartarse, editoriales o tácticas. Pero la lectura del capitulo final de la nueva edición y la reflexión sobre el diálogo socrático sobre el patriotismo que se propone en el primero, producen la impresión intensa de que el autor ha decidido dejar claro que, aunque el patriotismo se exprese de varias maneras, hay un núcleo esencial de significado al que no puede renunciarse sin quebrantar la realidad nacional de España. Esto es, se es español de formas diferentes, pero se es antiespañol de formas muy concretas y descriptibles, especialmente cuando se trata de anular las instituciones o arrasar a los adversarios.

Hay otro cambio preliminar y tampoco menor. La edición ampliada y corregida de este año añade el nombre de Pilar Elías, una de las miles de víctimas del terrorismo etarra, a la dedicatoria inaugural a su padre, José Marco Gallego, más que comprensible. Pero ese cambio tiene que ver con el segundo crimen de ETA sobre sus víctimas, el político y moral, consentido por muchos e impulsada por el gobierno actual ("Yo, Pilar Elías, vivo sobre la cristalería que montó Kándido Aspiazu —qué asco siento al escribir su nombre—, el etarra que mató a mi marido, Ramón Baglietto, el 21 de mayo de 1980. El miserable se instaló en mi casa el 16 de marzo de 2005"). Que lo terrible se quiera convertir en normal es otro modo de terrorismo antiespañol.

La nueva edición alumbrada por José María Marco comienza ahora con un intencionado diálogo sostenido al socrático modo sobre el patriotismo, justo cuando Atenas se disponía a entrar en una guerra contra otros griegos. Querefonte, nombre real, es el patriota convencido y Menipo (también existió un personaje con ese nombre, seguidor del cínico Diógenes al que recurrió Agapito Maestre alguna vez tras contemplar su retrato por Velázquez en el Museo de Prado), es un descreído de toda nación.

Querefonte.—El amor a la patria no es lo mismo que ese afecto delincuente que es la pasión exclusiva por lo propio. Sabemos, eso sí, que nuestra ciudad es, como debe ser, la más grande, la más poderosa, la más sabia, la más gloriosa de cuantas existen.

Menipo.—Eso mismo dicen los espartanos, contra los que te dispones a luchar.

Querefonte.—Puede ser, pero el amor a la patria, en nuestra ciudad, es inseparable del amor a la libertad. Y eso cambia la naturaleza del patriotismo.

Menipo.—Habría entonces un patriotismo local, que consiste en el amor a lo propio y otro más amplio, que añadiría al primero el gusto por ser libre.

Querefonte.—Sí, eso es.

El diálogo daría para mucho a pesar de su corta extensión, pero en él se condensa la idea de patriotismo que José María Marco desmenuza poco a poco a lo largo de su libro, en la vieja y la nueva edición. Uno de sus aspectos, para mí fundamentales, es que el patriotismo de la historia y la libertad no es incompatible con la verdad, con todo lo que se es y se ha sido. Es más, la exige. Por ello, toda memoria "histórica" o "democrática" que trata de sepultarla con una desfiguración interesada es antipatriótica.

Contó el padre Feijoó, al que cita Marco, que la monarquía británica contrató al célebre historiador Gregorio Leti para componer la historia nacional. El italiano aceptó el encargo con la condición de que todo lo que incluyera en su libro debía ser verdad probada y que nada de lo historiado podía ser mentira. Parece que su exigencia no fue admitida por los reyes y sus consejeros y el compromiso fue roto. Sigue habiendo quien no quiere que la historia cuente toda la verdad, sino solo la suya, miseria que subrayó el propio Antonio Machado.

Y vamos ya con el meollo del nuevo libro, el capítulo final, al que se llega tras haber dado un largo repaso a la genealogía española y europea del patriotismo liberal, algo muy diferente a los nacionalismos xenófobos y excluyentes del maqueto y el charnego, siempre otros españoles, que, como los extraños pájaros de Borges, volaban hacia atrás porque no querían saber a dónde iban sino de dónde venían.

La primera edición terminaba con el análisis del nuevo pacto patriótico que debía superar a la "nación de naciones", expresión eliminada por el PSOE de Susana Díaz antes de ser extremada en la práctica por Pedro Sánchez. Que España era un conjunto de naciones/nacionalidades era también un producto socialista de la década de los 40, de dónde bebió el radical Rodríguez Zapatero, que trataba de sintonizar con los dirigentes nacionalistas vascos (ETA incluida) y catalanes, entre otros.

Pero, aunque así se lo pareció entonces, el experimento Zapatero de desnacionalizar España no fue flor de un día. En vez de mustiarse por la reacción patriótica, la de las elecciones de 2011, fue fertilizada. No se quiso que las enseñanzas de la Transición recuperaran la "lealtad nacional, lo que llamamos patriotismo, lo que nos permite disentir sin enfrentamientos, crear instituciones consensuadas que permitan una vida no politizada del todo, aceptar la alternancia política sabiendo que quienes ocupan el poder, aunque no tengan nuestras mismas ideas, no atacarán aquello que los españoles consideramos común, y por tanto respetable para todos".

El gran triunfo de Mariano Rajoy no sólo no detuvo la deconstrucción de la nación española, de corte liberal y por tanto no nacionalista. Instigada por los nacionalismos y los intelectuales dedicados a la demolición de la idea de España, acentuó la incapacidad sobrevenida de hacer frente a este desafío cultural e histórico. España estaba dejando de ser en la cabeza de los españoles la nación-patria-Estado de referencia. El precipitado de un sesgado desarrollo constitucional, de contrarreformas educativas, del control nada pluralista de los medios de comunicación públicos y no pocos privados, de complejos inaceptables y desidias insanas y de la propaganda política pura y dura entre otras cosas, impidió salvar la circunstancia.

Para José María Marco, el desmantelamiento de España ya se ha producido y no tiene remedio inmediato, conclusión a la que no se llegaba en la primera edición. Aun así, la fechoría histórica ha tenido reacciones, aunque todavía insuficientes. Se han publicado libros desmitificando la II República con sus fraudes electorales incluidos, desmontando en buena parte la leyenda negra antiespañola, la "lealtad" de las izquierdas a la patria común e incluso se percibe un resurgir de la idea de España y de la Hispanidad como hecho histórico básico evidente. Si no se pregunta qué es España, lo sabemos nosotros y lo saben todos los demás, como decía el de Hipona del tiempo.

Si el centro derecha español es responsable de lo ocurrido por omisión dolosa, las izquierdas españolas, singularmente el Partido Socialista lo es también. Para borrar su responsabilidad y la de otros en la tragedia española que condujo a la dictadura de Franco, "pretende hacer de la Segunda República la referencia histórica o el mito fundador de la democracia española, desligada así de la Monarquía, que pasa a ser un accidente o un arcaísmo". Sólo desde Franco hubo culpa y sólo Franco y su golpe triunfante son culpables, dictan. Pero de ese modo, España se hace ininteligible, la verdad se disipa y los hechos fundamentales quedan sin explicación.

Hasta la Fundación Negrín reconoce que hubo ocho golpes de estado contra la República. Solo dos fueron de las derechas, el del general Sanjurjo en 1932 y el del 18 de julio, triunfante, y al que se trata de vencer ahora, en el siglo XXI. Los otros seis fueron golpes de las izquierdas y separatismos contra la propia República (desde los de octubre de 1934, inspirados y armados por el PSOE y la Esquerra catalana, al golpe de Casado y Besteiro en 1939). Pero todo esto queda fuera de la desmemoria histórica orquestada, al modo orwelliano, para impedir su conocimiento. La izquierda española parece genéticamente incapaz de buscar la paz, de pedir perdón y de sentir piedad.

Por tanto, hay un responsable del desmantelamiento. "Al acabar con la discreción mantenida en los años de la Transición, hasta la llegada al poder del Partido Popular, el Gobierno socialista devolvió la historia al debate partidista. A partir de ahí, la historia lo inundaría todo, una historia ideologizada, elaborada a partir de un proyecto de politización de toda la sociedad. Politizada la historia, todo lo demás quedaba también politizado. De fondo, y como en todas las leyes de memoria, estaba en juego la naturaleza de la nación española y la instauración de la nación de naciones o la España confederal".

José María Marco sigue pensando que es posible un patriotismo y una historia patriótica, no de parte ni de partido: "El patriotismo se apoya en el respeto hacia todo aquello que constituye la nación: la España que es y la que ha sido, no la ideal que proyectamos según nuestros deseos, nuestras preferencias y nuestras inclinaciones. Por eso es el patriotismo es la virtud básica de una comunidad política que se propone la prosperidad, la tolerancia y la convivencia en libertad".

Pero es desconsolador que, desde el experimento constitucional de una democracia sin contenido nacional y patriótico expresos, y con los nacionalismos excluyentes dentro, se haya llegado ahora a un nuevo experimento que pretende un acuerdo nacional de desunión y de diferencias de trato inaceptables, y lo que es incomprensible, impulsado desde el propio Estado y los partidos lo que lo rigen desde el gobierno.

Por eso, tal vez, Marco elimina el artículo indeterminado de Una historia patriótica de España y su escepticismo, en cierto modo esperanzado entonces, para convenir en que la suya, que trataba de ser sólo una de muchas, se ha quedado sola siendo como es Historia patriótica de España, cercada por historias contaminadas por la mala memoria y el destierro de la verdad en la vida nacional.

Aun así, la historia no está escrita y puede presentirse una revisión al alza de lo español y de la Hispanidad en la propia España y fuera de ella. Nada de leyendas, negras o rosas, y toda la realidad de los hechos encima de las mesas para que la libertad pueda ser ejercida. O sea, que sí, desaliento pero no desesperación. Así he entendido la nueva edición corregida y ampliada de Historia patriótica de España. Hay que ponerse a ello. Eso es todo.

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