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Pedro de Tena

La guerra del futuro vista por un general español

El libro del general Dávila, un racimo de reflexiones, nos pone delante de la realidad de la guerra que estamos viviendo todos los días.

El libro del general Dávila, un racimo de reflexiones, nos pone delante de la realidad de la guerra que estamos viviendo todos los días.
Ataque con misiles rusos sobre Kiev el 10 de octubre de 2022. | Europa Press

Solemos decir algunos envejecidos que, cuando éramos jóvenes, éramos idiotas, estúpidos. Incluso gilipollas. Ciertísimo. Cuando yo era joven, conocía muy poco del ser y la muerte, de la realidad y el deseo, del aquí y del allá, de la historia y de mi biografía, casi vacía entonces, del mundo como espacio y representación. No sabía nada. Sin embargo, por razones que merecen un libro, creía firmemente que poseía el don de la verdad infusa, que mi inteligencia podía desvelar el corazón de las cosas a partir de cuatro libros mal leídos y que, naturalmente, tal tesoro era de mi propiedad exclusiva e infalible.

Por aquel entonces, unas de las convicciones que más firmemente creí cierta es que quienes hacen la guerra son los malvados y que los buenos salvajes civiles no la quieren ni la practicarían aunque pudiesen. En consecuencia, ejércitos, ¿para qué? Así lo prediqué en una reunión familiar donde había algunos militares atónitos y lo defendí con pasión del neófito hasta el final. No sabía entonces que el tiempo es una dimensión de la realidad, también de la personal, y que el caudal de experiencias y conocimientos me llevaría a admitir no tanto después que estaba totalmente equivocado.

Naturalmente, ni se me pasó por la cabeza que el pacifismo que enarbolábamos los mismos izquierdistas que deseábamos la revolución social desde la lucha de clases pudiera ser una consigna emitida por los estados mayores de algunos países comunistas para limitar los presupuestos de defensa de otros y hacerles más vulnerables y desconcertados. Como hoy pocos imaginan que, tras medidas supuestamente ecologistas, pueda latir el dinero de competidores industriales.

Por ello, he puesto especial atención en leer el libro del general de División Rafael Dávila, de quien tuve noticia hace tiempo por nuestro amigo común, Agapito Maestre, que leyó su primer libro La guerra civil en el Norte y lo reseñó en estas páginas de Libertad Digital hace ya tiempo. Por cierto, que es correspondido en el texto actual con la reproducción citada de una frase casi brutal de Alfonso Reyes en su versión de las guerras del Peloponeso: "Cuando uno es fuerte y otro débil, no hay argumento válido: manda el interés".

Probablemente es ese el principio que rige la guerra: el desequilibrio de fuerzas que amenaza la libertad. Cuando hay fragilidad en una parte, crece la tentación de dominar de la otra –el vecino, el hermano, el recién llegado, el lejano—, y el horror a perder la libertad en los amenazados (vida, familia, hacienda, futuro). Cuando no lo hay, se preparan cuidadosamente nuevas debilidades y fortalezas hasta su estallido.

Como reconoce Rafael Dávila, en este libro "no he dicho nada que no se haya dicho antes". Como en su sinceridad dejó escrito Flavio Vegecio Renato: "Nada de cuando escribo es mío: todo lo he sacado de los autores citados, que he reducido a compendio". Pero si no hay nada nuevo que escribir es porque, ya lo dejó claro el oscuro Heráclito, "la Guerra [Pólemos] de todas las cosas es padre, de todas, rey", recoge Gabriel Albiac en su prólogo. Nada es más familiar a los hombres que ella, como sabía Maquiavelo.

Hay otro motivo para leer hoy este libro sobre El nuevo arte de la guerra. Teoría, orígenes y futuro de los conflictos bélicos. En el horizonte, suenan tambores de guerra. En Rusia que, tras su invasión semifallida de Ucrania, veremos hacia qué nuevo precipicio se dirige. Hay quien barrunta (encantados desde la izquierda) el riesgo de una guerra civil en Estados Unidos (su capitalismo se hundirá, no por sus crisis, sino por la guerra civil) y quienes persisten en querer ganar la guerra civil que perdieron en España hace 90 años. Sí, la guerra siempre está con nosotros en el pasado, en el presente y en el futuro.

Pero me detendré en los elementos que la guerra, según Dávila, contendrá en el futuro o los incluye ya hoy pero se moderan o se ocultan. La guerra, ese negocio global, no sólo de dinero o de tecnologías, "no se evita por la inteligente disposición de los pueblos a entenderse, compartir, intercambiar y construir juntos por y para todos, sino que la paz, periodo de silencio de la guerra, se mantiene por la disuasión armada, es decir por el temor de las armas, lo que es un claro índice de que la paz se sostiene en un difícil equilibrio". Es el realismo militar.

La guerra del futuro es imaginada de diversas formas, casi todas ellas, aludiendo a la perfección de las armas materiales. Hitler dijo que sería la motorización general del mundo, esto es, el desarrollo científico y técnico. Pero hay quienes han aventurado que el poder de destrucción de las nuevas conseguiría que la guerra no tuviese futuro. De hecho, su riesgo es escasamente considerado en el Informe Anual de Seguridad Nacional 2020, que da más importancia a elementos como la pandemia Covid, la vulneración del ciberespacio, el empleo de campañas de desinformación y el espionaje tecnológico contra centros de investigación.

Dice el general Dávila que los conflictos del futuro serán globales en las sociedades a las que afecten, que serán "muchas, tal vez todas". Y dentro de ellas, además de políticos, militares, diplomáticos, industriales y otros grupos habituales de las guerras, no habrá "nada ni nadie que individual o colectivamente no se vea implicado de manera activa en la guerra, que será total, sin diferenciar elementos de poder o no".

Naturalmente, las armas nuevas incorporarán "innovaciones en los campos de la inteligencia artificial, la hiperconectividad, la robótica inteligente, la nano-tecnología, el aprendizaje de máquinas, la biotecnología o la fabricación aditiva", pero en su fondo estarán "el incremento población y su rivalidad consecuente en la obtención de los recursos necesarios" tanto como las mutaciones en "las libertades, la religión, los derechos humanos".

Por ello, una guerra "puede perderse por no invertir a tiempo o por una equivocada inversión. El día que estalla la guerra no espera a que los ejércitos se preparen. El que llega tarde y mal equipado, por mucha voluntad que tenga, pierde. No es un trabajo exclusivo de los ejércitos, sino que la ciencia, la técnica, la universidad y la industria deben conformar un único pensamiento con los responsables militares y económicos de la nación para estar al día, incluso adelantarse a los posibles cambios tácticos y técnicos".

Hace temblar la afirmación de nuestro militar cuando expone: "La guerra es un inmenso laboratorio sin leyes que limiten la experimentación. Se experimentan las nuevas armas y la psicología de masas, se crean nuevas necesidades y se prepara la economía para el después, como si fuese un campo recién abonado que hay que remover y sembrar".

Su reflexión tiene mucho sentido cuando varias generaciones de europeos, españoles en mayor medida, no han conocido la guerra activa dentro de sus fronteras. En España, hace nada menos que 83 años, cuatro generaciones. El problema es que "si no conoces la guerra, el papel que te ha correspondido representar en su teatro, ¿cómo pretendes alcanzar la paz? Claro que en la guerra lo importante es la victoria, pero la victoria consiste en asegurarse el futuro". ¿Cómo lograrlo si se desconoce la esencia y el futuro de la guerra?

Vivimos la inquietud del porvenir incierto que está en marcha con una visión obsoleta de la guerra. La mayoría cree que se trata de aumentar el poder de destrucción de los ejércitos, pero hay muchas puertas abiertas por las que entran enemigos venideros "sin más armamento que su capacidad de reproducirse y esperar", como confesó Huari Bumedián sobre el papel del vientre de las mujeres islamistas en la destrucción de Occidente. Para sentirlo, hay que leer al menos a Michel Houellebecq y su novela Sumisión.

Para Rafael Dávila es un error seguir distinguiendo entre fuerzas armadas y resto de la población. "Los guerreros del futuro, ya del presente, no portan armas como las hasta ahora conocidas", ni se encuadran en unidades distinguibles ni a veces saben para qué o por quién combaten. Todo es un arma, desde la economía a la moral, desde el medio ambiente al arte y la religión. Como siempre, se dirá, pero ahora más singularmente.

Es por ello que el general Dávila deduce que en realidad ya estamos en guerra porque siempre lo estamos. "Lo que dudo, lo que me ocupa, es saber cómo afrontarla". Y aparece la sombra de una sospecha: "Se puede ganar una guerra sin apenas usar la fuerza armada. Es el gran reto al que se enfrentan la ciencia y la técnica".

Y añade de forma inquietante: "¿Qué le parecería que los misiles actuales vayan dirigidos a manipular las mentes de la sociedad; la suya, que esos fueran los misiles de ese ejército desconocido, que no estuvieran solos sino ayudados por los que tienen como objetivo de su guerra fría actual desestabilizar y subvertir moralmente a su adversario?".

Por ello, ¿cómo defenderse si no se siente la pertenencia a una nación o unidad de naciones o a modo de vida como algo propio?. "Quizá… lo que hay que recuperar es el concepto de que la defensa es cosa de todos y todos debemos estar preparados. Lo que nos amenaza no se resuelve con el servicio militar obligatorio, sino teniendo claros los conceptos de libertad y nación. De ello surgirá la disposición para defenderla".

Sin embargo, hay una novedad radical frente a la idea física de la guerra: lo cognitivo.

La doctrina militar conjunta española define el cognitivo como "un ámbito intangible inherente al ser humano, considerado de forma individual, socializada u organizada, y es consustancial a su capacidad de juicio y de toma de decisiones. Este ámbito alcanza a las voluntades de todas las personas afectadas por el conflicto y a los sistemas de inteligencia artificial, por lo que impregna al resto de ámbitos". Esto es, la guerra del futuro está en la conciencia: percepción, valores, actitudes, prejuicios.

Ante este panorama, "es necesario, diría que urgente, recuperar en la sociedad los valores tradicionales que llevan al sacrificio". Ya no hay arte de la guerra, ese es el nuevo arte, sino la búsqueda del arma definitiva para quebrar la voluntad del enemigo. Por ello, es preciso comprender quiénes somos y a qué no estamos dispuestos a renunciar, si todavía es ello posible.

El libro del general Dávila, un racimo de reflexiones sucesivas, cíclicas y crecientes, nos pone delante de la realidad de la guerra que estamos viviendo todos los días. Cierto es que, por ahora, lejos de su materialización violenta como ha sido el caso de la invasión de Ucrania y las definiciones que se han hecho de ella como principio de una tercera guerra mundial. Hasta el Papa Francisco lo ha hecho. Pero muchos sentimos que se acerca el momento porque muchos lo preparan.

En cuanto se detecte o se logre un desequilibrio claro y contundente entre unos conjuntos y otros, la guerra estallará. Tal vez se gane o pierda sin uso de las armas ante la evidencia de la disparidad de las fuerzas, pero los perdedores perderán su forma de vida y su libertad. Hasta que retumbe la siguiente. No hay razones históricas ni filosóficas ni morales para ser optimista como yo lo fui cuando era joven y tonto.

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