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Agapito Maestre

De la excepción a la norma o cómo ser soberano... para Carl Schmitt

Llegó mal y se irá peor. Es el perfecto representante de una casta política que desconoce por completo la idea de Estado dentro de la nación.

Llegó mal y se irá peor. Es el perfecto representante de una casta política que desconoce por completo la idea de Estado dentro de la nación.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

La "valentía" del miedo sólo puede aspirar a ganar con trampas. El cobarde siempre actúa por la espalda y sin arriesgar. Su astucia es temible. Puede llevarse por medio al país entero. Tomemos muy en serio a Pedro Sánchez. No le demos por vencido. Pocos personajes de la vida política han contribuido más que Pedro Sánchez al enrarecimiento del ambiente político y moral de España. Su llegada al poder fue extraña y llena de enredos, farsas e intrigas. Su legitimidad en el ejercicio del mando siempre ha estado cuestionada por la opinión pública política; ha infringido la legalidad siempre que le ha venido en gana, y su conducta, a veces, ha sido sancionada seriamente por las instituciones del Estado. Me temo que la nueva etapa abierta por el propio Sánchez el día 29 de mayo, cuando anunció para el 23 julio elecciones generales, tampoco ayudará a clarificar la vida política de España. Preparémonos, pues, para lo peor.

El Jefe del Gobierno de España ha decidido por su cuenta, según sus propias palabras, después de haber hablado con su conciencia, sacarnos de la regularidad de la vida cotidiana para instalarnos en la más absoluta irregularidad al convocar elecciones generales el día 23 de julio, cuando media España hace vacaciones y la otra media, obviamente, se prepara para hacerlas. España entera de vacaciones y él nos convoca a uno de los actos políticos de mayor trascendencia en la vida de un ciudadano en democracia. El mundo de la vida privada y pública de los españoles ha sido invadido por completo por la ideología cerril de un "político" que ha hecho de lo excepcional su "norma" de comportamiento. Sí, la fecha, pues, del 23 de julio es algo muy pensado y meditado. Es la gran baza del sanchismo. Es la consecuencia lógica de una trayectoria política basada en saltarse la regla general que rige para la mayoría.

Si la fuerza y trascendencia de esa excepción, una irregularidad de efectos incalculables, está directamente determinada por la fuerza e importancia de lo regular, de lo normal, que está puesto en cuestión, a saber, la democracia como una sencilla forma de vida, entonces cualquiera puede contestar sobre cuál es el valor que le da Sánchez al régimen democrático. Ninguno. Nadie se equivoque, por lo tanto, a la hora de relativizar el sentido de la decisión de Sánchez. Quiere una participación mínima porque es lo único que puede darle la victoria. La manipulación electoral, el "pucherazo" populista, la situación de excepción, sí, ha comenzado con la fecha elegida para la votación. Y, lo que es peor, la situación de irregularidad desde aquí hasta el 23 de julio irá creciendo cómo nadie puede imaginar. Pero, aún hay algo más trágico, casi todos contribuiremos a profundizar en la herida de la excepción; unos, los que protestan con la boca chica, especialmente los del PP y Vox, porque creen que el adelanto electoral les beneficia y no se atreven a denunciar la fecha elegida en la Unión Europea, o en el Tribunal Constitucional, o en la calle; otros, porque se pueden pasar en la denuncia hasta crear más desafección por la casta política, entre los que se cuentan millones de electores, más de una tercera parte del censo electoral, que no va a votar, porque consideran "esto", la España de Sánchez, una "cleptocracia" sin salida. En fin, unos y otros estarían contribuyendo al principal objetivo sanchista: la desvalorización máxima del acto de la votación; cuanta más apatía política haya, más posibilidades tendrá el sanchismo de ganar las elecciones.

Recelo, inquietud y miedo provoca Sánchez en millones de españoles, incluso entre sus viejos conmilitones su liderazgo está más cuestionado que nunca, y, sin embargo, pudiera ganar las elecciones. Ahí está el toque. Es menester descubrir el secreto de su perversidad para combatirlo. Sí, sí, la desconfíanza que provoca Sánchez en la mayoría de los españoles, incluidos sus propios votantes, no tiene parangón en el panorama político de los últimos 45 años, pero él sigue vivo y coleando. Se mueve por intereses estrictamente privados y absolutamente personales basados en prejuicios y lugares comunes, o mejor dicho, anacrónicos, pero ha logrado eliminar de la vida pública política una discusión basada en la objetividad. La repercusión más trágica de esa maniobra es la exclusión de cualquier argumento racional a la hora de tomar decisiones políticas. Ha hecho desaparecer casi por completo cualquier tipo de razonabilidad en la discusión política. Ha conseguido algo inédito en el régimen democrático: ha hecho desaparecer, repito, la noción de objetividad en el ámbito de lo político. En su lugar ha instalado el prejuicio y la arbitrariedad como claves del ejercicio del poder. He ahí la quintaesencia de acción política de Pedro Sánchez desde que llegara al poder.

El Prejuicio y la arbitrariedad le han llevado directamente a crear permanentemente un estado de excepción en la entera sociedad española. Los ciudadanos vivimos en vilo. Pendientes cada día de una nueva norma, reglamento u atrocidad. Ha conseguido el entero encanallamiento de la sociedad. Por ejemplo, es tan excepcional la elección de la fecha del 23 de julio para celebrar elecciones que nadie en su sano juicio, y por muy cándido que sea, puede dejar de ver en esta acción algo oscuro. El Estado de excepción, o, en su defecto, mantener movilizada, asustada y atemorizada a la sociedad, es la situación ideal para este tipo de personajes que hace de las reglas de la democracia mangas y capirotes.

Llegó, sí, excepcionalmente al poder y me temo que no lo dejará sin montar algo extravagante. Excepcional. Aunque en el exterior tenga buena prensa, cada vez menos si nos fijamos en el artículo que le dedicó hace un par de días The Times, Sánchez es un populista de libro. "Líder autocrático y temerario", según el diario británico, pero quizá sería mejor llamarle autoritario y cercano a los métodos dictatoriales. Populista, en todo caso, de corte nazi o comunista. Para el caso da igual, porque el populista basa sus acciones políticas no en la norma sino en la excepción; el teórico nazi Schmitt, tan querido y apreciado por los comunistas, justificó esa política de modo aforístico y luminoso: "Soberano es quien decide sobre un Estado de excepción".

Lo decisivo es saltarse la norma. Chistian Graf von Krockow, y más tarde Jürgen Habermas, criticaron brillantemente el populismo schmittiano y defendieron la regularidad de la norma democrática, pero a la luz de lo que hace Sánchez en España quizá tendrían que reconocer que: "Quien actúa sobre la base de una norma no es soberano, pues está vinculado por medio de la norma. Quien actúa en caso de excepción es soberano, pues no está vinculado normativamente". O sea, en España sólo parece que hay un soberano y éste no es, precisamente, el toro de Osborne. En julio nos volvemos a jugar la cosa: dictadura o democracia. Llegó mal y se irá peor. Es el perfecto representante de una casta política que desconoce por completo la idea de Estado dentro de la nación.

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