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Pedro de Tena

125 años de los últimos de Filipinas, honorables por Decreto del presidente filipino Aguinaldo

Fueron reconocidos por el líder de la revolución, que emitió un decreto para que los supervivientes fueran tratados como amigos y no como prisioneros.

Fueron reconocidos por el líder de la revolución, que emitió un decreto para que los supervivientes fueran tratados como amigos y no como prisioneros.
Los últimos de Filipinas a su regreso a España. | Wikipedia

Muchos se han preguntado si fueron héroes, si estaban locos, si fueron esclavos del honor, como cuenta una novela, o si fueron cómplices de algunas barbaridades. Pocos los recuerdan porque la historia de España, la real, ha sido eliminada por los sicarios de la leyenda negra de dentro y de fuera. Pero fueron un puñado de españoles que, encerrados en la iglesia de San Luis de Tolosa, de Baler, al oriente de la isla de Luzón, resistieron –sangre, sudor y lágrimas—, más de 11 meses el asedio de los nacionalistas filipinos.

El general Antonio Rajo Moreno, director del Museo del Ejército, lo resumió así en 2019 con motivo de una exposición conmemorativa a los 120 años de la gesta. Fue "uno de los episodios más señalados de nuestra historia militar y, por ende, de la historia de España. Tras más de tres siglos de presencia española en Filipinas[i], y en el contexto del Desastre del 98, un destacamento de 55 españoles, algunos de ellos filipinos, resistieron heroicamente durante 337 días el asedio permanente de un nutrido grupo de alrededor de 800 insurrectos tagalos salpicados con algunos españoles traidores.

Si bien oficialmente España había cedido su soberanía sobre el archipiélago a los Estados Unidos mediante los Tratados de París de 1898, un destacamento, ajeno a los acontecimientos, resistió únicamente por cumplir con su deber y defender su bandera. Su gesto fue reconocido por el líder de la revolución filipina, Emilio Aguinaldo, quien emitió un decreto para que los supervivientes "fueran tratados como amigos y no como prisioneros".

Harán pronto 125 años del comienzo del famoso episodio. El 30 de junio de 1898, año desmoralizador para muchos por el hundimiento definitivo y simbólico del dominio español desarrollado desde finales del siglo XV, un destacamento español en la isla de Luzón (Filipinas) fue víctima de una emboscada de los rebeldes filipinos. Sus 55 miembros, médicos, sanitarios, frailes, soldados y mandos, se refugiaron en la iglesia de Baler, municipio que fue fundado por los franciscanos en 1609.

En esa iglesia, el edificio más resistente, comenzó el asedio a los militares españoles conocidos como "los últimos de Filipinas". Nadie sabía entonces que iba a durar 337 días, hasta el 2 de junio del año siguiente. Ese día de 1899 el contingente español se rindió tras innumerables penurias y una conducta, en general, admirable y digna. Tanto lo tuvo que ser que el presidente filipino, Emilio Aguinaldo, que aceptó su capitulación, les permitió salir armados del templo, les rindió honores militares y emitió un decreto memorable.

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Los que se empeñan en desvalorizar toda la riqueza histórica de España, no pueden contradecir lo que decía aquel decreto del nuevo gobierno filipino:

Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo a disponer lo siguiente:

Artículo Único.

Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país.

El texto de este mandato del nuevo gobierno fue conocido por los "últimos de Filipinas" en una recepción ofrecida por el propio Aguinaldo y su esposa, Hilaria del Rosario Aguinaldo el 3 de julio de 1899. Esta señora visitó a los enfermos y heridos españoles en los hospitales y les proporcionó dinero. No es de extrañar porque la familia Aguinaldo nunca fue antiespañola, como quería Estados Unidos, que ansiaba apoderarse del archipiélago prometiendo primero y negando después toda posibilidad de independencia filipina.

Aguinaldo percibió la perversa maniobra norteamericana para apoderarse de las Islas Filipinas, como hizo con Cuba. Primero la zanahoria: "En la entrevista aludida manifestóme el Cónsul Pratt, que no habiendo los españoles cumplido con lo pactado en Biak-na-bató, tenían los filipinos derecho a continuar de nuevo su interrumpida revolución, induciéndome a hacer de nuevo la guerra contra España, y asegurando que América daría mayores ventajas a los filipinos". Eso escribió en su Reseña verídica de la revolución filipina.

Luego vino el palo. Tras haberle asegurado, por medio del almirante Dewey, ejecutor de la guerra contra España, que "Estados Unidos había venido a Filipinas para proteger a sus naturales y libertarles del yugo de España", los norteamericanos se apoderaron de su nueva colonia, Filipinas, de forma miserable en el segundo tratado de París de finales de 1898. Es más, Aguinaldo fue a la guerra contra los "invasores yanquis" aunque nada pudo evitar la tragedia filipina.

"Volved, pues, pueblo norte-americano, por vuestras legendarias libertades; llevad la mano a vuestros corazones, y decidme: ¿Os sería agradable que en el curso de los sucesos, Norte-América se encontrara en la triste situación de un pueblo débil y oprimido, y Filipinas nación libre y poderosa, en guerra con vuestros opresores, solicitara vuestro auxilio, prometiéndoos libertar de tan pesado yugo, y después de vencer a su enemiga con vuestra ayuda, os sojuzgara, negándoos esa libertad?", resumió en su libro Aguinaldo subrayando la traición del incipiente imperialismo USA a la causa filipina.

El 16 de diciembre de 1958, Guillermo Gómez Rivera, historiador y periodista filipino, entrevistó a Emilio Aguinaldo, cuando contaba con 89 años y seguía sintiéndose vigilado por los americanos en su propio país. Seguía acusándolos de malas artes, apropiación indebida de minerales y riquezas y traición a la independencia filipina.

En esa entrevista, que recoge Juan Hernández Hortigüela en su libro Proceso político contra el último de Filipinas (el atacado arzobispo dominico Fray Bernardino Nozaleda y Villa, que quedó encargado en Manila para despachar los asuntos eclesiásticos pendientes de su diócesis y algunos otros asuntos civiles representando al gobierno español), el expresidente Aguinaldo dice lo que sigue:

Guillermo Gómez Rivera: ¿Está Su Excelencia arrepentido de lo que ha hecho en su vida?

Señor Aguinaldo: Si. Estoy arrepentido en buena parte por haberme levantado contra España y, es por eso, que cuando se celebraron los funerales en Manila del Rey Alfonso de España, yo me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Y me preguntaron por qué había venido a los funerales del Rey de España en contra del cual me alcé en rebelión. Y, les dije que sigue siendo mi Rey porque bajo España siempre fuimos súbditos, o ciudadanos españoles pero que ahora, bajo los Estados Unidos, somos tan solo un Mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias, porque nunca nos han hecho ciudadanos de ningún estado de Estados Unidos (...). Y los españoles me abrieron paso y me trataron como su hermano en aquel día tan significativo...".

En otra entrevista de 1962, Aguinaldo le dijo al ABC de Luis María Anson:

"Siempre he guardado un gran cariño a España y en los día de la guerra siempre ordenaba a mis soldados que tuvieran un gran respeto a su bandera. Siempre he querido y sigo queriendo a vuestro país como a mi propia madre. Cuando hablaba así de España durante la revolución, mis soldados y oficiales me lo reprochaban. Nunca he permitido maltratar a los españoles. A los prisioneros sanos los mandaba a España y a los enfermos los curaba en los hospitales", aseguró el antiguo jefe de los rebeldes, en el salón de su casa, repleto de algunas fotografías curiosas de aquel pasado glorioso. Entre ellas destacaba una del Rey Alfonso XIII y otra del antiguo capitán general de Filipinas, Fernando Primo de Rivera, tío del dictador español.

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En medio de aquel conflicto hispano-norteamericano-filipino, una avanzada de españoles fue a la provincia de ultramar[ii] de Filipinas a luchar contra los independentistas encendidos por Estados Unidos y el impropio fusilamiento del masón y reformista fundador de la Liga Filipina, José Rizal[iii]. Allí se vio envuelta en una tela de araña que les superó en todos los sentidos menos en los del valor, los del honor y los de la dignidad nacional que sostuvo a su inmensa mayoría.

Desde el primer Tratado de París de junio de 1898, Filipinas ya no era de soberanía española. Sin embargo, de aquella realidad política no se enteraron aquellos combatientes encerrados en la iglesia de Baler. Aunque los atacantes y algunos mandos españoles trataban de informarles de la realidad de la pérdida de las Islas, los sitiados siempre creyeron que eran artimañas de enemigo para provocar su rendición. No hubo forma de convencerlos hasta que su mando militar, teniente primero y con los años general, Saturnino Martín Cerezo, fue consciente de pruebas irrefutables de la derrota española.

Precisamente, Martín Cerezo publicó unas notas y recuerdos del sitio de Baler en 1904, sólo cinco años después de los hechos, y ya en ellos se quejaba del desdén recibido en España. "Satisfecho de la gratitud y la recompensa merecidas, no pretendo exhibirme; sólamente deseo no dejar olvidado lo que bien merece sumarse a nuestra dorada leyenda, hoy por desgracia tan controvertida y maltratada", comenzó su relato.

Meses antes de su hazaña, otro destacamento de 50 hombres llegado para ayudar a los cinco guardias civiles veteranos, había sido aniquilado meses antes. Hasta junio de 1898, se mandaron hasta 500 hombres para normalizar la situación de la zona de Baler pero no se quedaron allí. "Los padecimientos sufridos por la compañía de Roldán, hicieron que se ordenara un relevo, pero reduciendo éste a sólo cincuenta hombres, que tocó dar también al expedicionario núm. 2. El teniente D. Juan Alonso y yo fuimos nombrados para mandar aquella fuerza".

Hubo algún problema grave de indisciplina. "Cizañada la fuerza por el cabo Vicente González Toca, espíritu indisciplinado a quien tuve que hacer fusilar más adelante, protestó reclamando que no se pusiera en el rancho ni carne de carabao ni de venado", escribió en sus notas el entonces teniente Martín Cerezo. La situación fue empeorando –deserciones de filipinos y algún soldado que no iba a ser la última, escaramuzas, atisbos de ataques organizados—, de modo que "se ordenó apercibirnos para defendernos en la iglesia, y durante aquel día, 27 de Junio, se trasladaron a ella unos víveres que se habían llevado a la Comandancia militar, como sitio más ventilado…". Era el comienzo del sitio.

"Lo mismo sucedía con el entusiasmo de todos. A nadie se ocultaba que las circunstancias eran muy críticas, el enemigo ensoberbecido y numeroso, aquellos muros débiles, reducidos los elementos defensivos, posible la infidencia y no muy cierta la garantía de socorro: era, en fin, llegado el momento, siempre angustioso, en que la voz del honor se alza imponiendo la consumación del sacrificio, y una muerte probable, inminente, sin otra gloria visible que la de nuestra propia conciencia, surge humillando con el sudario del olvido", describió.

Hubo desertores que aceptaron actuar como mediadores entre los sitiados y los sitiadores. Pero ello no nubla la conducta heroica de la mayoría. Cita don Saturnino a Gregorio Catalán que, bajo fuego enemigo, salió de la iglesia a incendiar con éxito otros enclaves que podrían haber sido usados por los enemigos. "Gregorio Catalán debe de vivir todavía (1). Si leyere estas páginas reciba con ellas la modestísima recompensa con que yo puedo enaltecerle".

Y así, disparos, epidemias, disentería, hambre y alimentos podridos, suciedad, engaños para obtener la rendición, traiciones y mensajes ciertos sobre la rendición de la Filipinas española que no fueron tenidos por verdaderos. "Preciso es confesar que tanto y tan diverso testimonio era más que sobrado para convencer de la realidad a cualesquiera; mas conocíamos el empeño, la cuestión de amor propio que tenían los enemigos en rendirnos, y esta idea nos mantenía en la creencia de que todo aquello era supuesto y falsificado y convenido", cuenta y añade: "No podíamos concebir que se pudiera perder con tanta facilidad aquel dominio; no nos era posible ni aún admitir la probabilidad de una caída tan rápida y tan estruendosa como aquella".

Transcurrieron 337 días desde el 28 de junio de 1898, hará pronto 125 años, llenos de calamidades y valentía, de horror y de honor, de miedo y de esperanza en una ayuda imposible. Hubo más y más bajas y penurias y más penurias. Se acabaron el tocino, el café y las habichuelas. Hubo parlamentos, disparos, emboscadas, mensajes de rendición, una y otra vez no creídos. Llegó el hambre, cañonazos contra los muros del templo, huracanes y hubo hazañas personales, como nuevos traidores y fugados… Hasta poco antes se combatió encarnizada y a veces, casi inhumanamente, como califica Cerezo al derrame de agua hirviendo sobre los cuerpos desnudos de los atacantes que él mismo ordenó.

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Poco antes del día 2 de junio, fecha del fin del sitio de Baler, hubo un último parlamento. "En todos los anteriores se nos había ofrecido una salida honrosa, y todos los habíamos rechazado sin hacer caso de la penuria en que vivíamos; pero en éste ya se colmaba la medida, un jefe del Ejército, que nos decía traer documentos justificativos de su personalidad y cometido nos garantizaba una retirada tranquila y un viaje cómodo hasta la capital del Archipiélago, nada más podía pedirse, y, en cambio, nuestra situación había llegado a la extremidad más lamentable. ¿Por qué no transigimos?", se preguntó don Saturnino, mando único ya del destacamento tras la muerte de su compañero, el teniente Alonso.

Tras otro intento, el emisario "terminó preguntándome si viniendo el general Ríos obedecería sus órdenes; dije que sí, que las obedecería sin reparos, y se marchó dejando en el suelo un paquete de periódicos". Hasta desconfiaron de la prensa española, sospechando que los insurgentes habían conseguido imitar perfectamente la tipografía. En lugar de creer la derrota, se aprestaron a evadirse. Pero una segunda lectura de los ejemplares condujo a Martín Cerezo a la confirmación, por fin, de que era cierto que España había perdido Filipinas y que era el momento de poner fin al sufrimiento.

"…un pequeño suelto, de sólo un par de líneas, me hizo estremecer de sorpresa. Era la sencilla noticia de que un segundo teniente de la escala de reserva de Infantería, D. Francisco Díaz Navarro, pasaba destinado a Málaga, pero aquel oficial había sido mi compañero e íntimo amigo en el Regimiento de Borbón; le había correspondido ir a Cuba, y yo sabía muy bien que al finalizarse la campaña tenía resuelto pedir su destino a la mencionada población, donde habitaba su familia y su novia. Esto no podía ser inventado", admitió y, tras consultas con los supervivientes, se produjo el final, para el que se redactó este documento:

En Baler, a los dos días del mes de Junio de mil ochocientos noventa y nueve, el 2º Teniente Comandante del Destacamento Español, D. Saturnino Martín Cerezo, ordenó al corneta que tocase atención y llamada, izando bandera blanca en señal de Capitulación, siendo contestado acto seguido por el corneta de la columna sitiadora. Y reunidos los Jefes y Oficiales de ambas fuerzas transigieron en las condiciones siguientes:

PRIMERA. Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes beligerantes.

SEGUNDA. Los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también los equipos de guerra y demás efectos pertenecientes al Gobierno Español.

TERCERA. La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a dónde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar a ellas.

CUARTA. Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a las personas.

Y para los fines a que haya lugar, se levanta la presente acta por duplicado firmándola los señores siguientes: El Teniente Coronel Jefe de la Columna sitiadora, Simón Tersón. El Comandante, Nemesio Bartolomé. Capitán, Francisco T. Ponce. Segundo Teniente Comandante de la fuerza sitiada, Saturnino Martín. El Medico, Rogelio Vigil.

Y concluía Martín Cerezo: "Tal es el mérito de los defensores de Baler, de aquella pobre iglesia, donde aún seguía flameando la bandera española, diez meses después de haber perdido nuestra soberanía en Filipinas. Los que hablan de fantasías, que mediten; los hombres de corazón, que lo avaloren". Pero los desertores culparon al teniente al mando de haberlos obligado a resistir y hacer morir de hambre y enfermedad a la tropa. Incluso mandos militares españoles lo acusaron de "locura". Esa es otra historia, mezquina aunque comprensible, pero lo que se grabó en la mayoría de los españoles y de todos las naciones del mundo, fue la heroica resistencia de "los últimos de Filipinas".

Para terminar, sólo consignar algunos libros y películas que han tratado de aquellos impresionantes 337 días. El propio teniente Martín Cerezo, como hemos mostrado, Enrique Altamirano, Casimiro Alcubierre, Roberto Blanco Andrés, Manuel Leguineche, José Manuel de Prada, Jesús Valbuena García, Raúl Borras, Miguel Leyva y Miguel Ángel López de la Asunción han escrito sobre la leyenda que es mencionada de un modo u otro, salvo excepciones, en todas las historias de España.

No es de extrañar que Azorín, que bautizó a la Generación del 98 y fue invitado a escribir el prólogo de la reedición de la obra de Martín Cerezo, anotara: "Todo en España está por conocer: la literatura clásica, el paisaje, la historia, las costumbres. En la historia hay cosas formidables. Ninguna epopeya supera, por ejemplo, a la de Enrique de las Morenas[iv] y Saturnino Martín Cerezo en el sitio de Baler. El valor militar no ha llegado en parte alguna a grado más alto". (En Con Cervantes, "Entre dos aguas").

Sobre aquella aventura patriótica sin precedentes, tal vez salvo el ejemplo lejano de Numancia al decir del mismo Azorín, se hicieron dos películas. La primera en 1945, con guión principalmente de Enrique Llovet y dirigida por Antonio Román, fue un gran éxito cultural y político en los primeros años de la dictadura de Franco. La hizo más famosa aún una célebre habanera, Yo te diré, con música de Jorge Halpern, que interpretó Nani Fernández pero cantó realmente María Teresa Valcárcel.

Aquella habanera, que algunos creen que era cantada por los resistentes españoles para dar rienda suelta a su melancolía, fue introducida en la película para significar cómo los sitiadores filipinos usaban a sus mujeres para insinuar amor y compañía a los resistentes españoles. En el caso, una hermosa filipina lanzaba mensajes de ausencia y nostalgia para provocar la rendición española. Su letra puede leerse aquí.

La segunda, con pretensión desmitificadora sobre lo ocurrido en aquella iglesia de Baler, menos ajustada a los textos históricos y polémica por dar protagonismo selectivo a los desertores, que los hubo, fue producida por Enrique Cerezo en 2016 y fue dirigida por Salvador Calvo.

Para abrir boca y ganas, puede accederse a partes del documental que realizó sin concesiones Jesús Valbuena, descendiente de uno de los últimos de Filipinas que no tiene desperdicio. Incluso cuenta con la presencia de Luis Eduardo Aute, figúrense. Y, por cierto, todos los 30 de junio desde 2003, la República de Filipinas celebra el Día de la Amistad Hispano-Filipina. Tal fecha se debe, naturalmente, a los últimos de Filipinas y su resistencia en Baler.

En España agradecimos el honor, pero no celebramos nacionalmente aquella proeza.


[i] Es posible que haya quien no sepa que las Islas Filipinas recibieron ese nombre por consideración al príncipe Felipe, luego Felipe II, en 1543 Gracias a ellas, en el imperio español no se ponía el sol, como siempre se proclamó.

[ii] Repásense los artículos 5 y 10 de la Constitución de 1812.

[iii] Pío Moa considera que el ajusticiamiento de Rizal fue una "ciega y brutal reacción" del general Polavieja, gobernador militar de la provincia, que lamentaron profundamente Unamuno y otros.

[iv] Primer mando del destacamento que murió al poco tiempo.

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