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Oscar Elía Mañú

Wagner: otro episodio de una guerra larga

La invasión en Ucrania se mueve más entre sombras que entre luces, en medio de más incógnitas que respuestas.

La invasión en Ucrania se mueve más entre sombras que entre luces, en medio de más incógnitas que respuestas.
Yevgeny Prigozhin, a la izquierda, con miembros del grupo Wagner en Bajmut. | Cordon Press

Hay tres cosas que los gobernantes y la opinión pública occidentales ven como normales en política, y que no lo son en absoluto: la transparencia, la previsibilidad y la prontitud. En relación con la diplomacia y la estrategia, esto se traduce entre nosotros en tres actitudes bien claras. Por un lado estamos acostumbrados a poseer, a tiempo y abundantemente, información de lo que ocurre, de ser capaces de exigirla a nuestros gobernantes, y de exigir responsabilidades cuando no la poseemos; estamos también acostumbrados a la estabilidad de las instituciones y de la cultura de la clase política, a prever su comportamiento y a ser capaces de dibujar de antemano lo que va a suceder o creemos que debe suceder. Por fin, las sociedades occidentales, carentes cada vez más de conciencia histórica, viven instaladas en el presente, olvidan pronto el pasado: somos cortoplacistas, lo que equivale a decir que no tenemos paciencia y queremos saberlo o solucionarlo todo ya y ahora.

Esta actitud casa mal con los asuntos diplomáticos o estratégicos, que por naturaleza contienen buena dosis de lo contrario: se llevan a cabo en la reserva y siempre con poca o nula información tanto para actores como para observadores; se mueven las más de las veces por decisiones aventuradas en circunstancias espasmódicas, sin que sea posible controlar los acontecimientos; y conllevan unas causas y consecuencias profundas y a largo plazo, que requieren el esfuerzo de mirar, tanto hacia el pasado como hacia el futuro.

En el caso de la invasión rusa de Ucrania, las tres tendencias se dan cita para dificultar nuestra percepción de la guerra. El régimen ruso, más democrático de lo que afirman sus críticos pero menos de lo que repiten sus partidarios, une la herencia de una tradición histórica imperial con un reciente siglo de totalitarismo comunista y unas categorías dirigentes cerradas y depredadoras. Las decisiones, tomadas en despachos, por camarillas y a escondidas no llegan a nosotros, y ni la duma ni los medios de comunicación rusos sirven para nuestros propósitos. Los acontecimientos, lejanos cultural y geográficamente, no terminamos de conocerlos. La consecuencia de todo esto son las dificultades que tenemos para saber qué es lo que está pasando en Rusia.

Además, se ha repetido muchas veces que se sabe cómo empieza una guerra, pero no cómo acaba: nada hay más imprevisible en los negocios humanos que un enfrentamiento militar. Un dirigente en guerra se enfrenta a decisiones que varían en cada momento, a cambios constantes que arruinan los planes iniciales: suele atribuirse a Napoleón la frase "el plan de guerra dura hasta el encuentro del enemigo". A partir de ahí toca improvisar. En el caso de la invasión de Ucrania, el Kremlin ha ido, en buena lógica, improvisando: la operación inicial de cuatro ataques simultáneos —uno sobre Kiev—, cambió a una sola ofensiva en el sureste, de ahí a un mantenimiento de posiciones y por fin a una guerra de desgaste en la que aún nos encontramos. Esto, que los occidentales juzgan como un fracaso, es la esencia de la guerra. Por desgracia, no parece que Putin esté cometiendo ese error.

Año y medio de guerra no es mucho tiempo si se tiene en cuenta que las guerras auténticas —las parteras de la historia según la conocida expresión hegeliana— no son guerras cortas ni se explican fácilmente. La tradición del pensamiento geopolítico ruso observa la política desde las grandes fuerzas históricas y geográficas, y por lo tanto subrayando las tendencias a largo plazo. Hay una percepción del mundo por parte de Putin, profunda, radical y violenta, que a los occidentales nos cuesta entender. Y más allá de eso, la sucesión de acontecimientos militares desde el inicio de la invasión en enero de 2022 —y más allá de esa fecha con las amenazas y movimientos militares rusos— hace que no debamos perder de vista que estamos ante un acontecimiento largo y sostenido en el tiempo.

Es decir que la guerra de Ucrania es una serie de episodios de los que carecemos de información —la propaganda que ambos bandos usan masivamente es la negación misma de ella—; es una sucesión de acontecimientos imprevisibles para ambos bandos, puesto que ni los ucranianos ni los rusos controlan en realidad el futuro en el campo de batalla; y constituye una serie de episodios que hunden sus raíces en acontecimientos pasados que difícilmente se explican simplemente a corto plazo.

El último episodio, el de Wagner, es el típico que acompaña históricamente a los fracasos militares. No sabemos mucho de él, con lo cual sólo podemos lanzar hipótesis aventuradas. Resumiendo rápido, distingamos cuatro fases. En la primera Putin, cada vez más apurado en términos militares, recurre progresivamente desde mediados de 2022 a Wagner para sus operaciones en Ucrania. Los de Prigozhin vienen de desarrollar con éxito operaciones en Siria, Libia y otros países africanos, aunque no está claro si Prigozhin sirve a Moscú o se sirve a sí mismo. Pero la libertad de movimientos de Wagner y sus éxitos parciales invitan a darle más protagonismo a expensas del ejército regular ruso.

En un segundo momento, con el paso del tiempo, y los problemas crecientes de organización y logística de las fuerzas armadas rusas, Putin recurre cada vez más a Wagner, que pese a la leyenda no está preparado para una operación militar regular a gran escala. El acuerdo es una gran oportunidad para Prigozhin, pero estira al límite sus capacidades, lo que trata de paliar razonablemente abriendo un reclutamiento masivo y pidiendo recursos económicos y de material. Gracias a los primeros, adquiere libremente material en el mercado internacional, pero para los medios blindados y acorazados, necesita medios rusos. Esto, lo sabemos bien, conlleva una rivalidad creciente y un enfrentamiento cada vez más agudo con Shoigu y Gerasimov, que observan los privilegios evidentes de este ejército privado: un carro cedido a Prigozhin es un carro birlado a Gersimov.

En un tercer momento, a partir de otoño, los problemas crecientes de Wagner parecen haber sido la falta de preparación de nuevos soldados y las dificultades para obtener del Kremlin el armamento necesario para contener a los ucranianos. En Bajmut, y en general en todo el frente en Donetsk y Lugansk, Wagner sufre enormes bajas, que achacan a la falta de recursos y al boicot del Ministerio de Defensa. Las quejas se elevan y se hacen evidentes desde principios de 2023. A principios de junio Putin firma la orden de Shoigu por la cual todos los contratistas privados debían unirse al ejército regular: en la práctica, una nacionalización de Wagner y una traición a Prigozhin.

A partir de aquí entramos en una cuarta fase, la de la última semana. Los hechos son la retirada de las tropas de Wagner de sus puestos en Ucrania: algunas a sus cuarteles en la región, y otras retirándose hasta Rostov, ciudad que ocupan con enorme facilidad y hasta con regocijo de los vecinos. A partir de ahí (23 de junio), todo es confuso. Prigozhin llama a la operación "Marcha de la Justicia", un convoy militar avanza hacia Moscú, sembrando el pánico en la capital. Sorprendentemente ninguna unidad militar, más allá de un puñado de helicópteros, sale a su paso. Putin comparece alterado en la televisión estatal mientras se levantan barriadas en torno a la capital. Entonces, repentinamente, Prigozhin anuncia el fin de la operación, la retirada de los soldados a Rostov y su propia salida hacia Bielorrusia.

Los motivos, las decisiones, todo son conjeturas: ni Prigozhin ha dado su versión, ni el Kremlin la suya. Conocemos, eso sí, las reiteradas quejas del magnate sobre un boicot constante a las actividades de Wagner en Ucrania, dentro del clima general de impotencia en el frente ruso; conocemos la reacción, airada y violenta, de Putin en el momento del levantamiento. ¿Qué ha ocurrido para que un golpe al parecer exitoso acabe con su responsable escapando? La detención del general Surovikin, que venía criticando veladamente la situación militar en Ucrania hace pensar que Prigozhin tenía o creía tener el apoyo de parte de las fuerzas armadas rusas en lo que parece retrospectivamente un golpe de estado fallido. Estos días, la prensa norteamericana informa de la búsqueda sin fin de generales dudosos o desafectos, lo que abonaría esta teoría. Si esto es así, en algún momento entre la decisión de marchar sobre Moscú y la decisión repentina de no entrar en la capital cuando ésta estaba a tiro de piedra, los apoyos se desvanecen. Los wagneritas se quedan sólos, Putin gana, Prigozhin pierde y Lukashenko proporciona una salida fácil y pacifica al entuerto.

Todo son adivinaciones, en todo caso. Lo son también las que podamos hacer respecto a lo que venga ahora. Pero hay al menos tres cuestiones relevantes, de las que por volver al inicio, de nuevo no tenemos apenas información, que son imprevisibles en su desarrollo y que llevaran tiempo. Son las siguientes.

En primer lugar, el impacto en el campo de batalla y el desarrollo de la guerra. Los servicios secretos ucranianos han informado de que unidades de Wagner continúan en territorio ucraniano, pero acantonadas y sin participar en las operaciones. Se acumulan las incógnitas sobre la situación actual de este pequeño ejército. Tras la rendición de Prigozhin las autoridades rusas han redoblado la presión para que los wagneritas se unan a las fuerzas regulares rusas antes de este mismo 1 de julio, pero no está claro que el traspaso se esté produciendo. En cualquier caso lo que es evidente es que la desactivación de Wagner es una buena noticia para los ucranianos: aun con la integración de sus miembros en el ejército regular, hay una perdida evidente de capacidad operativa rusa. Aunque al mismo tiempo, llama la atención el poco progreso ucraniano desde que los mercenarios abandonaron el combate.

En segundo lugar, el asilo de Prigozhin en Bielorussia no parece exactamente un destierro: la rápida habilitación de una base militar cerca de Minsk hace pensar más bien en un traslado de la compañía en cuanto tal. Esto parece alejar la posibilidad tanto de una disolución del grupo como de la pérdida de control de su dueño actual. ¿Qué va a ocurrir con una empresa que opera en medio mundo, y no sólo en el sector militar? ¿con los efectivos desperdigados por varios países? Es llamativo el silencio de Putin desde el fin de la asonada, y Lavrov ha anunciado que en Malí y en el resto de África Wagner sigue siendo un socio del Kremlin, y no hay nada por ahora que indique lo contrario. Pero esta hipótesis supone aceptar sin más la anómala situación de miles de soldados en territorio ruso, sin que esté muy clara su lealtad.

En tercer lugar, y más importante, está la cuestión del liderazgo de Putin. La visión convencional de los occidentales, tan ansiosos por ver el fin de la guerra como por ver desaparecer a Putin, es que el episodio muestra una debilidad creciente: una revuelta militar en territorio ruso, con una columna moviéndose libremente camino de Moscú, con unas fuerzas armadas desaparecidas muestra los problemas internos a los que se enfrenta. Y efectivamente es así: no sólo Putin es incapaz de controlar las regiones ucranianas anexionadas por Rusia, sino que ni siquiera está seguro de controlar su propio territorio.

Si bien esto es cierto también lo es que hay también factores que indican lo contrario. Putin se mueve bien en el mundo de la intriga, la represión y la purga. Probablemente mejor que en la normalidad. Las imágenes del baño de masas del pasado miércoles no sólo son producto de la por lo demás torpe propaganda rusa: Putin sigue gozando de enorme popularidad y a juzgar por las noticias que llegan de Rusia, su liderazgo no corre peligro alguno.

En fin: el episodio de Wagner, último de una guerra sin fin, muestra que el análisis de la invasión en Ucrania se mueve más entre sombras que entre luces, en medio de más incógnitas que respuestas; muestra que la guerra es el ámbito de la improvisación o el reino del azar según gusta decir a Clausewitz, donde vence aquel que se adapta mejor a la toma de decisiones aventuradas; y es por fin una sucesión de acontecimientos que excluyen las más de las veces una solución rápida. En enero de 2022 todos en occidente cometimos el error de pensar que la invasión se resolvería con prontitud. No ha sido así y no parece que lo vaya a ser próximamente.

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