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Pedro de Tena

Javier Milei: la batalla cultural y la política

Antes de entrar en política hay que dar la batalla cultural, de modo que la libertad sea más valorada que la dependencia del Estado.

Antes de entrar en política hay que dar la batalla cultural, de modo que la libertad sea más valorada que la dependencia del Estado.
El candidato a la Presidencia por el partido la Libertad Avanza, Javier Milei, es visto durante su cierre de campaña, hoy en Buenos Aires (Argentina). | EFE

Lo que se conoce hoy como "batalla cultural" se refiere esencialmente a un esfuerzo de explicación y extensión de las ideas de las nuevas derechas emergentes tras años de sumisión –voluntaria, ciega o irresponsable—, a la hegemonía ideológica y moral de unas izquierdas, casi siempre marxistas aunque a veces nacionalistas, que han logrado imponerse.

La estrategia de penetración en la cultura derivada de la insistencia del comunista Antonio Gramsci tuvo su efecto y hoy son sus sucedáneos hasta Ernesto Laclau los que imponen qué debe pensarse y sentirse mientras usan la política como arma oportuna hasta el advenimiento de la hegemonía absoluta o dictadura total.

En tiempos pasados, las izquierdas usaban la palabra "concienciación", de origen pío, para definir la operación por la cual una persona era penetrada por sus ideas resultando al final "concienciada". Repárese en lo fácil que es deducir que quien no asume los postulados "progresistas" tiene un déficit de conciencia o no la tiene en absoluto. La elección de las palabras nunca es inocente.

Pero la realidad sustancial de la "batalla cultural" es sencillamente el esfuerzo que todo colectivo consciente de sí y de la meta que se propone realiza para darse a conocer e influir en las decisiones del resto de la población. En Gramsci, que bebe lógicamente en Marx y Lenin, se trata de lograr la hegemonía del "proletariado" (léase Partido Comunista y sus dirigentes) como elemento base de la revolución que conduce al paraíso del fin de todas las contradicciones reales, clases sociales, e incluso filosóficas.

La diferencia con el leninismo y con las "revoluciones anteriores" radica en la penetración de la conciencia popular como elemento previo, tan importante o más que la toma del poder político, a los que sirve como cemento ideológico y social. No se trata de seducir a las cabezas de las minorías sino entrar en la mente de las mayorías. De ahí, la importancia de los medios de comunicación, de los protagonistas de la "cultura", de la educación, de la Universidad y de todo foco desde el que pueda irradiarse un mensaje que luego pueda votarse.

Esto es, la "hegemonía" es realmente una muesca de la dictadura del proletariado, pero, como hoy "no mola" hablar de dictadura, la idea de hegemonía es más fácil de ser digerida por la sociedad civil cuando se siembra en las democracias. La "hegemonía" (dirección quasi militar para los viejos griegos) de la cultura, de la forma del pensamiento, conduce a la hegemonía del proletariado como clase histórica representada por los partidos comunistas, hoy social-comunistas.

Contra la interpretación vulgar del materialismo histórico según la cual es la realidad económica y social la que determina la conciencia, Gramsci añade que también la conciencia se relaciona con la realidad material e influye en ella. Es más, en nuestro mundo actual, con una explosión social y civil de la comunicación interpersonal a nivel mundial, la batalla cultural por la hegemonía en las conciencias es un arma decisiva que no niega a las otras del arsenal ideológico, sino que las sostiene y las abona.

Frente a esta concepción global de la lucha política, los adversarios del comunismo como enemigo de las libertades democráticas y la sociedad de mercado, no valoraron adecuadamente el poder de las ideas, de la educación, del arte, de la cultura en general en la toma de decisiones ciudadanas.

Su confianza, curiosamente de raíz marxista, en que la economía del bienestar y sus derivados eran la mejor fórmula para la convicción civil de la bondad del dúo capitalismo-democracia, ha conducido a la emergencia de una nueva izquierda "hegemónica" en lo cultural que ha logrado, incluso, alterar la memoria de los hechos reales (el desastre económico-social y los crímenes del comunismo) reinterpretando la realidad a su antojo de forma arbitraria, arracional y acrítica.

En esta batalla, se implicaron hábilmente los nacionalismos de todo tipo borrando las tragedias militares y genocidas a las que condujeron en el siglo XX y adquiriendo una aparente nueva esencia salvífica. Véase el blanqueamiento de los crímenes de ETA, del racismo casi salvaje de Sabino Arana o el "científico" del catalanismo, de las checas madrileñas el PNV o las barcelonesas de Esquerra y de tantas otras cosas.

Naturalmente, el triunfo en la vieja Europa de los discursos de la izquierda blanqueada y el nacionalismo autoritario (ETA asesinaba, insisto, por si alguien no lo recuerda) nanopolítico y medieval, empezase o no en Estados Unidos la semilla originaria, ha pasado al resto del mundo, muy especialmente a la América hispana con importantes éxitos políticos en los últimos años desde México a Argentina pasando por Nicaragua, Venezuela y otros países.

Frente a estas victorias se alzaron las ideas de la nueva derecha, más liberal, e incluso inclasificable para taxonomías al uso, que conservadora, mucho más sensible a la "batalla cultural" como herramienta imprescindible para vencer en la confrontación política de calado y de futuro contra el neosocialismo al cuba-bolivariano modo de gran prestigio e influencia en Europa, vía España.

Javier Milei, el candidato argentino que aspira seriamente a la presidencia de su país, es un exponente muy apropiado de estas nuevas versiones del liberalismo cultural que no se resignan a hablar de economías exitosas que, por sí mismas, tengan un efecto ideológico y moral, sino que quieren intervenir activamente en la formación de la conciencia civil de las sociedades nacionales y del electorado internacional. El uso del término "libertarismo", muy relacionado con el anarquismo pacífico clásico, subraya su rechazo de un Estado omnipresente en la vida ciudadana.

De los libros en que ha intervenido Milei, en tres de ellos se refiere expresamente a la expresión "batalla cultural". En el más antiguo, El retorno al sendero de la decadencia argentina 1810-2015, que data de marzo de 2015, Javier Gerardo Milei, ya entonces economista de prestigio, aparecía como miembro del Club de la Libertad, nacido organizadamente en la ciudad de Corrientes a comienzos de 2011. Hace pues 12 años que, demostrado está, han dado para mucho cuando las cosas se quieren hacer y hacer bien.

Era el principio de una aventura que puede conducirlo a la Casa Rosada el próximo 22 de octubre tras haber logrado que su coalición Libertad Avanza sea la opción más votada, con más de un 30 por ciento de los sufragios, muy por encima de las otras candidaturas, en las primarias celebradas el pasado 13 de agosto. Pero para llegar ahí, primero fue necesario dar una ferviente batalla cultural.

Lo dijo en los preliminares del citado libro el presidente de la Fundación Club de la Libertad, Alberto Medina Méndez: "Tenemos la convicción de la importante tarea que hay que llevar adelante para dar la batalla cultural. El triunfo de nuestras ideas depende en buena medida del esfuerzo que hagamos para establecer puntos de vista diferentes, para comunicar con inteligencia nuevas miradas, para dejar en claro que la libertad es el camino que conduce a la felicidad de los individuos y al progreso de las sociedades".

La batalla cultural se da "desde un equipo de trabajo con un directorio de personas de prestigio profesional y de trayectoria en el mundo de las ideas de la libertad" y consiste en la coordinación nacional de un conjunto de actividades desde conferencias abiertas a los ciclos de cine liberal de debate, mesas redondas con especialistas, actos de coyuntura, reivindicación de figuras precursoras, presentaciones de libros, campañas de acción directa, participación en redes sociales articuladamente con otras entidades afines y, sobre todo, la "red de iniciativa privada" que llevó a un Congreso de Economía de alta calidad.

En este libro, Milei diagnostica los males de la sociedad argentina: alta inflación, mercados paralelos, retraso cambiario, déficit fiscal, bajos niveles de monetización y cierre de la economía. El resultado no es otro que "una feroz pérdida de riqueza". Y añade: merma en el ahorro y en la inversión en infraestructuras, "pésima calidad en nuestro capital humano con una educación ineficiente, jubilaciones anticipadas sin las cotizaciones adecuadas, "una visión relativista de la justicia (la cual mira de reojo por debajo de la venda para dar crédito a quien viola la ley) que no solo invierte la responsabilidad de los crímenes haciendo una víctima del victimario y viceversa…".

Además se "ha llenado a la sociedad de envidia y resentimiento, la cual, busca mediante el uso y el abuso del poder la utopía de la igualdad de resultados, cuando lo que se debería reclamar son las condiciones para que cada persona se pueda desarrollar libremente…". Y se castiga al exitoso, se pontifica el fracaso, se vive del trabajo ajeno y se multiplican desenfrenadamente "delincuentes sin condena". Como decía Ayn Rand: "La raíz de todos los desastres modernos son de índole filosófica y moral". Es precisa la batalla cultural para un cambio de los valores que conducen a la decadencia. Habla de Argentina, claro, aunque parece que habla de España y de Europa.

En 2019, Milei y su habitual colaborador Diego Giacomini publican Libertad, libertad, libertad : para romper las cadenas que no nos dejan crecer. En su primera página aparecen tres sentencias de Jorge Luis Borges que no dejan a lugar a dudas sobre el propósito del libro:

Para mí el Estado es el enemigo ahora; yo querría un mínimo de Estado y un máximo de individuo. Para eso quizá sea necesario esperar algunos decenios o siglos, lo cual, históricamente, no es nada.

El más urgente problema de nuestra época es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo.

Creo que, con el tiempo, llegaremos a merecer que no haya gobiernos.

Y justamente, su introducción está dedicada a la batalla cultural contra el estatismo socialista. Esta batalla es, antes que nada, un difícil y constante trabajo para revertir la "forma de pensar de los argentinos, así que trabajamos sobre esa forma de pensar. Si nos metiéramos en la política institucional, como actualmente lo hacen otros liberales, el sistema nos comería crudos en seis meses. Sería tirar nuestro trabajo a la basura. La política no cambia nada; apenas legitima o legaliza algo que fue impuesto a la sociedad hace mucho tiempo, y que ahora, a su vez, emana de la sociedad. Por supuesto, los políticos, que son mentirosos profesionales, sostienen que la realidad se transforma desde la política. Es falso".

En el principio, está la batalla cultural al margen de la política. Es necesario mostrar a los ciudadanos que están guiados por pensamientos equivocados, consecuencia del adoctrinamiento en "la religión del Estado". No es adecuado entrar en política cuando la sociedad no está preparada para una idea de libertad porque se hace el juego a las castas de siempre. "Este círculo vicioso se puede evitar sólo llegándole a la gente por ‘fuera’ de la política, a través del mano a mano cotidiano". Luego, con la idea de libertad aclarada, ya será útil ir a la política.

El liberalismo clásico perdió la batalla cultural desde el mismo momento que para proteger la propiedad privada recurrió al Estado como represor fiscal. "A pesar de esa debilidad congénita, el liberalismo podía dar la batalla. Tenía con qué. Cuando cayó el Muro de Berlín, la discusión sobre la productividad quedó zanjada; en la Alemania capitalista la calidad de vida era muy superior a la Alemania comunista. Los panameños, los puertorriqueños, viven mucho mejor que los cubanos. Corea del Sur es una potencia emergente, mientras que Corea del Norte es un desastre. Cuando comparamos a Austria con Hungría, a Hong Kong con China, sucede lo mismo. La evidencia empírica es abrumadora". ¿Entonces?

Es que ya no se discute la eficacia del capitalismo liberal sino su moralidad. Hayek y su escuela austríaca de economía liberal perdieron la batalla frente al "socialista" Keynes siendo superiores porque no lo refutaron al considerarlo irrelevante y falso. Por ello, se extendió el dogma de que el capitalismo era injusto y que sólo el Estado dirigido podría corregir sus desviaciones.

De este modo salió intacto el prestigio del socialismo y el comunismo, cuyos valores "están dados por la envidia, el odio, el resentimiento, el robo y el trato desigual. Y por si fuera poco, un modelo asesino que se cargó con la vida de 150 millones de seres humanos, porque siempre se impuso por la fuerza. Aunque sus resultados económicos, sociales y morales son cada vez peores, el liberalismo perdió la batalla y dejó que la izquierda estatista "se apoderara de la etiqueta del partido de la esperanza".

La acusación de "injusto" que se lanza al capitalismo "es una acusación sin fundamento. El capitalismo es moralmente superior: propone el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, y por eso sus instituciones se basan en la propiedad privada, la competencia, la no intervención, la cooperación social, la división del trabajo, donde el éxito deriva de servir al prójimo con bienes de mejor calidad a un mejor precio". O sea, "el liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo".

Pero su fracaso histórico revive hoy en el libertarismo que nadie puede conocer bien por estar exiliado por los usufructuadores del Estado benefactor que dice conocer cuál es el bienestar general. Pero tal cosa es una locura:

  1. Nadie puede saber qué es el bienestar general porque para mí es una cosa, para usted otra, y para un tercero otra.
  2. Afirman que saben cómo alcanzarlo cuando no saben qué es.
  3. Dicen saber qué variables tocar, con qué intensidad tocarlas y durante cuánto tiempo, para alcanzar ese bienestar, lo cual implica que conocen a la perfección el modelo, que saben cómo reaccionan todas sus variables, durante cuánto tiempo y con qué fuerza lo hacen.
  4. Supone que los ciudadanos no reaccionan, que son sujetos pasivos.

Por ello antes de entrar en política hay que dar la batalla cultural de modo que la libertad sea más valorada que la dependencia del Estado. Milei sabe que "como sociedad, estamos corridos a la izquierda. Hay que descorrer poco a poco a la gente del colectivismo. Es trabajo para diez, para veinte años, quizá más; pero si se logra, la clase política cambiará. ¡Libertad, Libertad, Libertad!".

En 2022, apareció el libro El camino del libertario, en el que se justifica el cambio de Milei en cuanto a la política como arma. De calificar a los políticos como sucios e inmorales a formar parte de una candidatura a la presidencia, sin que en tan pocos años se haya ganado batalla cultural alguna, hay un trecho que debe explicarse.

En este libro hay una inversión mitológica sobre la apropiación colectivista de los grandes relatos. Frente al Espartaco "comunista" imaginado por la izquierda, uno de sus amigos cuenta cómo Milei "adquirió su fama y popularidad como gladiador en los anfiteatros y arenas romanos… dando la batalla cultural en los coliseos televisivos. Espartaco luego lideró una legendaria rebelión de esclavos contra el Senado romano, así como Javier lidera ahora una rebelión de modernos esclavos tributarios contra la casta política argentina".

Se justifica este paso a la política en que "para fines del año 2019, los libertarios ya habíamos logrado armar una estructura propia capaz de movilizarse políticamente por el territorio. Posteriormente, en abril de 2020, año en el cual las libertades fueron totalmente coartadas por el gobierno de Alberto Fernández, comenzaron nuestras apariciones públicas al lado de la gente que pedía libertad. Plantando nuestra bandera en el Congreso y defendiendo nuestra postura en las calles y en los medios, ganamos nuestro lugar en el espectro político".

El 26 de septiembre de 2020 Javier Milei anunciaba su lanzamiento admitiendo "que la batalla cultural era necesaria pero no suficiente, y que por eso debía sumarse a la batalla política". La prueba del nueve fue un testimonio popular: "Entre viajes y viajes teníamos reuniones con empresarios y amigos, gente que conocimos cuando Javier visitaba los canales de TV; cenas en las que todos hablaban de su excelente trabajo como economista y difusor de las ideas de la libertad. Hasta que un día, en una de esas veladas, el anfitrión le dijo a Javier: ‘Vos, todo bien con la batalla cultural, pero cuando la gente va a votar no está tu nombre’. Entonces puso una boleta sobre la mesa y agregó: ‘Mientras vos no estés en una de estas, los políticos se siguen riendo de la gente. Si vos no te metés, nada puede cambiar’".

Altamente significativo fue su discurso La casta tiene miedo, pronunciado el 6 de noviembre de 2021 en el Parque Lezama de Buenos Aires: "Almas libres. Leones gloriosos. Al inicio de esta campaña dije que no venía a guiar corderos, dije que venía a despertar leones. Ustedes despertaron, ustedes rugieron y hoy la casta está asustada. Obviamente, la casta tiene miedo. A los que dijeron que era peligroso, a la seudo-oposición que dijo que era un problema si me daban el poder, ¿por qué le tienen miedo a la libertad? Si lo que yo propongo es liberar al pueblo argentino de tanta opresión estatal… Sin embargo, hemos decidido poner fin a esta decadencia, hemos decidido volver a abrazar las ideas de la libertad".

Había tres caminos. "Uno puede probar con la batalla cultural, dar las peleas en cada uno de los lugares, defender con altura las ideas de la libertad. Pero a veces ese modelo se satura por la censura. Por otra parte, está la vía revolucionaria. Sin embargo, nosotros, como liberales, creemos en el principio de no agresión, y además, hay que decirlo, ellos tienen el monopolio de las armas. Y después, la otra es meterse dentro del sistema y luchar contra el statu quo".

Es lo que finalmente ha hecho. "Nosotros venimos a proponer dar una batalla desde el lado moral. Y esto no es trivial. Dante Alighieri decía: ‘Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en épocas en que había una fuerte inmoralidad se mantenían neutrales’. Esos tibios, los neutrales, no van a hacer nada. Solo se cambia la historia dando batalla de frente en el plano de las ideas".

Cita casi siempre para cerrar intervenciones a quien considera "máximo prócer de toda la historia, Alberto Benegas Lynch: ‘El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa al derecho a la vida, la libertad y la propiedad’".

De estas lecturas se deduce que la batalla cultural tiene sus límites en la potencia censora y agresiva de los adversarios y que, por ello, es preciso complementarla con la acción política reformista. Aquí en España sólo hay aún algunos pespuntes para que pueda darse la batalla cultural en serio y los que hay adolecen de pequeñez y dispersión. Pero, como le dice el perro al hueso: "Tú eres duro, pero yo no tengo nada que hacer".

Milei, en España, puede ser la figura que una el liberalismo en su conjunto con el libertarismo de una izquierda social, representada en su día por los fundadores de la CNT, hostiles a la política y al Estado (al que sucumbieron sus sucesores de la peor manera, la comunista) y partidarios de la libre coordinación y cooperación sociales. Todo un complejo camino, pero camino. El próximo 22 de octubre electoral en Argentina se verá en qué punto de la marcha se está. Enemigos mortales no le van a faltar.

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