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Agapito Maestre

Pensamiento complejo frente a ideología simplista

Un "sistema de ideas" que se resiste a la información, o sencillamente rechaza cualquier dato de la realidad, tiene que ser combatido por ideológico y falso.

Un "sistema de ideas" que se resiste a la información, o sencillamente rechaza cualquier dato de la realidad, tiene que ser combatido por ideológico y falso.
El pensador, de Rodin. | Archivo

Huyamos de cualquier voluntad de originalidad y formulemos una tesis sencilla: el pensamiento es complejo o no es pensamiento. No creo que esta concepción del pensar sea demasiado descabellada, sobre todo si tenemos en cuenta la experiencia, el trabajo y el esfuerzo de cualquier persona que haya estudiado por afición u obligación un poco de historia de la filosofía y de los filósofos que la escriben. Las dificultades para comprender una filosofía, un pensamiento, constituyen la base de cualquier experiencia filosófica. La tesis es, sí, sencilla, pero contiene una gran complejidad, incluso algunas complicaciones son difíciles de resolver, especialmente, para quien confunda complejidad con lo enmarañado y oscuro que impliquen ciertos planteamientos intelectuales. En todo caso, un asunto es indiscutible: ciento de pensadores, filósofos, poetas, ensayistas, en fin, de creadores de ideas a lo largo de la historia de la humanidad han intentado justificarla, o sea, razonarla de múltiples maneras.

Sí, existe experiencia suficiente para mantener que acaso buena parte de la historia de la filosofía, o de la historia de las ideas políticas, tenga su principal misión en mostrar de modo sencillo la complejidad del pensamiento, aunque para ello haya tenido que recurrirse a "fórmulas" sencillas, imágenes y metáforas, que no son propiamente intuiciones ni conceptos filosóficos, por ejemplo, "pensar es ser", "el ser se dice de muchas maneras", "creer para razonar" o "razonar para creer", "el ser es y la nada nadea", "el ser es el percibir", "pienso, luego existo" o "existo, luego pienso"; "yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo" o "yo soy el único y su propiedad", etcétera… Entre las teorías más actuales sobre la complejidad del pensar, citaré la elaborada por Jean-Louis Le Moigne y Edgar Morin, en Francia. Han desarrollado una sugerente Teoría de la Complejidad, partiendo de que el ser humano habita, en tanto que ser propiamente humano, en una especie de bosque de ideas, todo un entramado de representaciones simbólicas que vendría a ser como su biosfera intelectual, noosfera la llaman ellos. Con esta base definen un sistema de ideas como un conjunto organizado de conceptos, relacionados entre sí mediante principios que no siempre son explícitos, que tienen capacidad para producir enunciados explicativos o juicios normativos sobre el campo al que conciernen y, a veces, pronósticos sobre lo que va a suceder en dicho dominio.

Esos son los mimbres básicos para elaborar una tipología de los sistemas de ideas, que pueden ser abiertos (teorías) o cerrados (doctrinas), sistemas que afectan sólo al conocimiento (teorías científicas) y al mundo de los valores (sistemas filosóficos, doctrinas políticas), o sistemas que tienen pretensión explicativa universal (grandes doctrinas, grandes sistemas filosóficos y grandes "ideologias"). La Teoría de la Complejidad consiste, pues, en un conjunto de principios de intelección y de estrategias metodológicas que tienen como fin orientarnos en la evitación de descripciones, explicaciones y concepciones simplificadoras y reduccionistas de los distintos fenómenos, en particular de los fenómenos humanos de carácter social y político. La última pretensión de esta teoría es que el bosque de ideas en que vive el ser humano no se convierta en una selva ideológica. Al fin, la propuesta de Morin y Le Moigne, después de la caída del comunismo, no es otra que una recomendación, sin duda, excelente, pero una más a lo largo de la historia de la filosofía, a pensar en términos complejos y no ideológicos, o sea, simplistas.

Un "sistema de ideas" que se resiste a la información, o sencillamente rechaza cualquier dato de la realidad, tiene que ser combatido por ideológico, falso, a no ser que caigamos en lo que criticamos. De poco sirve que aplaudamos a Morin cuando recomienda practicar el "pensamiento complejo" frente al "pensamiento simplista" si después se refuerza el simplismo más desmesurado, por ejemplo, poco vale decir que la muerte del comunismo ha traído el triunfo de la ideología liberal. Falso. Es simplista hasta el ridículo comparar un sistema de pensamiento basado en la libertad, la falibilidad de todas las opiniones y, sobre todo, en el recurso al mercado como un mecanismo menos malo para la asignación de recursos que el reparto autoritario y planificado una ideología estatalista, capaz de explicar todo sin ningún recurso a la experiencia. Mientras que el socialismo estatal es una ideología capaz de explicar todos sin ningún recurso a la experiencia, el liberalismo es, en el mejor de los casos, una teoría basada en la experiencia y, en el peor de los supuestos, una serie de observaciones sobre unos hechos que ya se han producido. Las ideas generales que de ello se derivan, como ha demostrado magistralmente Revel, no constituyen una doctrina global y definitiva que aspira a convertirse en el molde de la totalidad de lo real, sino una serie de hipótesis interpretativas relativas a acontecimientos que han tenido efectivamente lugar.

La experiencia, la apertura permanentemente a nuevos datos e informaciones bases de todo pensamiento complejo chocan permanentemente con las concepciones cerradas, apriorísticas y sectarias. Repárese, por ejemplo, en el simplismo ideológico de las tesis antitaurinas derivadas de un falso animalismo. A uno le pueden gustar o no los toros, pero si no reconoce la complejidad del espectáculo, las figuras del toro, el torero, el ganadero, el mayoral, el etcétera, diremos que es un simplista. El solo hecho de entrever la dificultad de un hombre para esquivar de modo artístico la embestida de un animal, criado para embestir y matar, muestra lo complicado de este arte. Un toro de lidia es una creación humana para enriquecer el mundo vegetal y animal. Sin toro de lidia no existiría la dehesa que es, dicho sea de paso, uno de los espacios de referencia de equilibrio ecológico más perfecto sobre la faz de la tierra. En fin, a uno puede gustarle más o menos el ritual pagano de los toros, pero será un perfecto idiota, un ideólogo, si se empecina en su prohibición por considerar que es una práctica carente de conocimientos y complejidad. Absurdo. Como demostró el gran poeta y ganadero Fernanco Villalón, en su Taurofilia racial, cualquiera que "una sola vez haya presenciado faenas de campo con toros, aunque no sea más que un simple encajonamiento o encierro, conoce la serie de detalles y conocimientos que hacen falta para una operación de esta clase, como son los cabestros, caballos, garrochas, corrales apropiados con sus mangadas y esto solamente para conducir los toros al encerradero, puesto que con los medios que contamos hoy, una vez en los cajones es cuestión sencillísima trasladarlos a los puntos más distantes. Imagínese el caudal de conocimientos taurinos que se necesitarían para lidiarlos". Hay miles de ejemplos en todos los ámbitos para saber qué es un pensamiento complejo y una ideología simplista y falsa. Nadie puede comparar una película del amigo Iñaki Arteta sobre el mal causado por el terrorismo de ETA con una entrevista ideológica de cualquier mercachifle de una televisión con un terrorista de ETA. Mientras que el primero nos muestra la complejidad del mal, el segundo refleja la banalidad de un criminal con su blanqueador. Arteta nos ayuda a pensar, y el otro trata de ahorrarnos el trabajo del pensamiento. El razonamiento, la argumentación trabada y sensata suele llevar directamente a una valoración moral e incluso a un juicio normativo para sí y para toda la humanidad. Sin embargo, a veces, hay razonamientos de cierta complejidad que se queda a la mitad de camino, entonces es cuando aparece el efecto más letal por perverso de la ideología. En España tenemos ejemplos recientes que son de especial importancia en el ámbito del desarrollo de la ciudadanía. Me refiero a las críticas, perfectamente razonadas, sobre los límites democráticos que Felipe González ve tanto en las actuaciones del Gobierno de Sánchez como en las pretensiones de dar una amnistía a los terroristas. Y, sin embargo, en vez de concluir con una negación moral y política del sanchismo, se acaba claudicando al manifestar: "Pero yo voté a Sánchez". No sucede lo mismo con la crítica de Nicolás Redondo Terreros al sanchismo; al contrario de González, la compleja crítica intelectual de Redondo contra la pretensiones de Sánchez para conseguir el voto de los golpistas concluye con el anuncio de una despedida del PSOE, naturalmente, si no se tienen en cuenta sus razonamientos. Redondo se iría, sí, del partido, no solo por defender su dignidad moral, sino sobre todos por su juicio intelectual, o sea, por probar el poderío del pensamiento complejo frente al simplismo canalla de la ideología.

Otro ejemplo reciente, de rabiosa actualidad, es hacer pasar por "transfuguismo" el ejercicio de la libertad de conciencia. Me refiero a la falsa polémica sobre qué dirección debe tomar la conciencia de un diputado a la hora de votar una propuesta de ley en el Congreso. ¿Es el escaño propiedad del diputado o del grupo parlamentario al que pertenece?, ¿deben los diputados votar siguiendo la consigna del jefe o la que les dicte su conciencia? He aquí una cuestión para delimitar con pericia dónde está el terreno de la ideología y dónde la complejidad de la reflexión. Pongamos un caso: ¿cuántos diputados socialistas han cuestionado la decisión de Sánchez de conformar un Gobierno con el apoyo del golpista Puigdemont? Ninguno. He ahí un ejemplo extremo de irresponsabilidad, de carencia de libertad. De ideología. No escuchan su conciencia sino la consigna del amo. El irresponsable es un esclavo. ¿Cuántos diputados socialistas, esclavos de la tiranía sanchista, estarán dispuestos a adquirir su libertad por votar contra su investidura? Me temo lo peor. Quizá no haya un solo diputado que vote por su liberación. Son esclavos irredentos. Siervos voluntarios. Son perfectamente sustituíbles. Innecesarios. Son muñecos de la ideología.

Son los diputados esclavos de sus partidos a pesar de que el escaño les pertenece. Así lo dice la Constitución que prohibe el mandato imperativo, lo repite otro artículo de la Carta Magna al considerar que el voto es indelegable; y, además, existe una extensa jurisprudencia del Tribunal Constitucional donde se explica con claridad que el diputado electo sólo se debe al cuerpo electoral que lo ha elegido y no a la estructura partidista. Nuestro sistema político admite la libertad y autonomía del diputado. Pero aquí viene la tragedia: casi nadie la ejerce. Son esclavos de la ideología del Jefe.

Por desgracia, asistimos al triunfo más apoteótico de las ideologías frente a la complejidad del pensamiento, porque el simplismo ideológico, como nos enseña también el gran pensador francés Revel, nos dispensa del esfuerzo intelectual por hallar la verdad, nos libera del trabajo permanente por mostrar la eficacia de nuestros pensamientos y, además, abole cualquier tentativa para averiguar qué es el bien y el mal. Basta estudiar el simplismo de los ideólogos del cambio climático para saber que el pensamiento complejo está siendo vencido por la ideología.

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