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Agapito Maestre

Revel, un filósofo

Nadie mejor que él ha mostrado con tanta precisión y valentía el vaciamiento crítico de la cultura occidental.

Nadie mejor que él ha mostrado con tanta precisión y valentía el vaciamiento crítico de la cultura occidental.
Jean-François Revel | Archivo

Pensó y fue un extraordinario escritor. Fue siempre un filósofo insurrecto. No acepto jamás la corrección política y cultural. Aquí les dejo una nota sobre la valía de su filosofía. Nadie mejor que él ha mostrado con tanta precisión y valentía el vaciamiento crítico de la cultura occidental. Él es una cumbre en esa crítica. Sólo equiparable al grandioso pensador norteamericano Allan Bloom. Dos corrientes de pensamiento, genuinamente francesas, convergen en la figura de Jean François Revel: por un lado, la tradición liberal de Montaigne, Constant, Tocqueville y Aron; y, por otro lado, recoge con sutileza e ironía todo ese acervo cultural y político contenido en el ensayismo francés, todo un género literario, entre el panfleto político y el manifiesto intelectual, entre la sátira y la información rigurosa, entre la risa y la queja política. Revel ha sido en nuestra época un típico filósofo callejero de la corte de Diderot y Voltaire. Ha sido el mejor representante de la gran literatura de combate intelectual desde los años sesenta hasta hoy. Aún no ha hallado el país vecino alguien que se le asemeje en perspicacia en el debate cultural y amor a la vida.

Creo que esas dos tradiciones fueron muy enriquecidas, ampliadas y complementadas por el diálogo constante de Revel con la cultura hispánica, italiana y anglosajona. En verdad, pocos autores hallaremos en el siglo veinte tan ilustrados como Jean François Revel. Sigue siendo un modelo de escritor ilustrado para aquí y ahora. Es, sin duda alguna, un pensador político. Un extraordinario periodista y un escritor culto y brillante. Nos ha mostrado que no vivimos una época ilustrada sino de ilustración. Revel es el un filósofo mayor de la Ilustración europea de la segunda mitad del siglo veinte. En el centenario de su nacimiento (Marsella, 1924), es menester recordar su crítica sagaz a la ideología, a la falsificación de la realidad a través de la mentira, el engaño y la falsa conciencia. No es de extrañar que su libro El Conocimiento inútil se abriera con una de las frases más famosas de toda su obra: "La principal de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira".

Su amplísima cultura y honda capacidad para debatir cuestiones complejas, haciéndolas sencillas, pero sin vulgarizarlas, como decía de él Raymond Aron, uno de sus grandes maestros y amigos, convirtieron a este pensador en uno de los filósofos (sic) más temidos por sus contrincantes en el debate público. Más allá de su finísima ironía y habilidad verbal, criticó los argumentos de sus adversarios intelectuales centrándose siempre en lo que ellos pudieran tener de verdadero sin descalificarlos a priori o confundiéndolos con sus perversos resultados. Fue siempre un pensador limpio. Jamás recurrió a la mala fe para descalificar al contrario e imponer sus criterios por vías sofísticas. Trató de integrar en su pensamiento todo lo que de bueno tuvieran sus adversarios y enemigos. En eso, en su eclecticismo, en su afán de integración sin aspirar a sistema alguno, fue a veces más español que francés, por algo amaba tanto España y toda la cultura de Hispanoamérica.

Miles son las pruebas que pudiéramos dar sobre su amor intelectual a la civilización hispánica, pero dos son inolvidables. Recordemos que prestó todo su apoyo intelectual y humano para que Carlos Rangel, el gran intelectual venezolano, publicará su magistral obra Del buen salvaje al buen revolucionario. Tampoco dejó jamás de expresar la aportación de la gran literatura del siglo XX, estrictamente española, a la cultura de nuestra época, por ejemplo, en su crítica al manual lengua y literatura española (como cultura extranjera), titulado Sol y Sombra, de Pierre y Jean-Paul Duviols, ambos catedráticos de universidad, después de reprocharles que, entre los autores modernos, solo citan autores comunistas o compañeros de viaje, dice: "Con la pretensión de ofrecer un panorama representativo de la cultura hispánica del siglo XX, desde sus principios hasta nuestros días, los autores se las arreglan para confeccionar un compendio en el que no figuran, por España, ni Ortega y Gasset, ni Azorín, ni Menéndez Pelayo, ni Pérez Galdós, ni Gómez de la Serna, ni Pérez de Ayala, ni Maeztu, ni Salvador de Madariaga, ni, entre los poetas anteriores a 1936, Gerardo Diego, Salinas y Jorge Guillén". (El conocimiento inútil, 1989, 272). No es, pues, de extrañar que recibiera del gobierno español de Aznar la orden de Isabel la Católica…

Fue un pensador de ideas imposibles de ser tratadas sin sus referentes concretos, ontológicos, en fin, de sentido histórico. Por ejemplo, si critica a los hombres de ciencia, formando parte del grupo de los intelectuales, lo hará ubicándolos en el espacio y el tiempo y, desde allí, irá elevándose o descendiendo hasta mostrar las singularidades del hombre de ciencia de un país determinado o las perversidades que comparte con otros científicos de un país alejado. El análisis de cómo el debate científico ha derivado en un debate ideológico en EE.UU es antológico: "Los intelectuales norteamericanos, y sobre todo los universitarios, se colocan mucho más a la izquierda que la media del país, si, por lo menos estar en la izquierda consiste en querer ofrecer la superioridad estratégica a los regímenes totalitarios, lo que yo impugno, pero no se puede hacer nada, en el vocabulario, contra el uso. Los intelectuales norteamericanos tienden a considerar que el único peligro de guerra es el que emana de su propio gobierno, sea cual fuere el sistema de seguridad que éste adopte. Lo mejor, para ellos, sería que no tuviera ninguno" (El conocimiento inútil, 1989, 178 y 179).

Por este camino, Revel nos ha enseñado que la vuelta a los hechos es la forma principal de combatir la ideología, o sea, la mentira: "El poderío de la ideología encuentra su mantillo en la falta de curiosidad humana por los hechos. Cuando nos llega una información nueva, reaccionamos ante ella empezando por preguntarnos si va a reforzar o a debilitar nuestro sistema habitual de pensamiento, pero esa preponderancia de la ideología no tendría explicación si la necesidad de conocer, de descubrir, de explorar lo verdadero animara tanto como se dice nuestra organización psíquica (…). Pero, como nos enseña la historia, si el hombre despliega, en efecto, una intensa curiosidad intelectual, es para construir vastos sistemas explicativos tan verbales como ingeniosos, que le proporcionan la tranquilidad de espíritu en la ilusión de una comprensión global, más que para explorar humildemente las realidades y abrirse a informaciones desconocidas. La ciencia, para nacer y desarrollarse, ha debido y debe aún luchar contra esa tendencia primordial, en torno a ella y en su propio seno: la indiferencia al saber. La tendencia contraria, por razones que todavía se nos escapan, no pertenecen más que a una minoría ínfima de hombres, y, además, en ciertas secuencias de su comportamiento y no en todas". (El conocimiento inútil, 1989, 179).

La investigación rigurosa y precisa de los acontecimientos, de los hechos y sucesos tanto en el ámbito de la naturaleza como de la vida pública-política es sagrada para Revel, incluso en sus libros más personales e íntimos, como son sus memorias y un diario personal, escrito para celebrar la llegada del siglo XXI, tiene pretensión de objetividad. De verdad. En todas partes se revuelve y lucha a brazo partido contra el engaño y el autoengaño. Jamás negoció con nada ni nadie la búsqueda permanente de la verdad. Fue algo que nunca se permitió. He aquí un ejemplo al final de su diario: "De un libro que no expone ninguna teoría, me guardaré bien, de sacar una conclusión general. Sin embargo, una enseñanza, una impresión, diría más modestamente, se desprende para mí de estas notas escritas a vuela pluma durante el último año del siglo. De este siglo que fue el de la lucha entre democracia y totalitarismo, todavía tenemos demasiado arraigadas, pese a la victoria de la democracia, las deformaciones intelectuales del totalitarismo. La democracia no habrá ganado del todo mientras siga pareciendo un comportamiento natural, tanto en el ámbito de la política como en el del pensamiento. Mientras se eternicen en el debate público la traición a la verdad, la negación de los hechos elementales, la distorsión ideológica, el deseo de derribar al contradictor y no refutar sus argumentos, no podremos afirmar, diga lo que diga el calendario, haber salido del siglo XX y entrado en el tercer milenio". (Diario de fin de siglo, 2002, 413).

Los hechos, o mejor, la transmisión de esas realidades tiene que ser honesta. Tucídea. La objetividad a la que aspira Revel es innegociable. Exactamente ahí es donde debemos ubicar su crítica a la "razón periodística". En este ámbito de la reflexión nadie en Europa se le puede equiparar. Su crítica a la llamada "prensa seria" es para enmarcar. Sabía Revel que el llamado "cuarto poder" o el "contrapoder" no es nada más que un poder de hecho. Pero estaba muy lejos de prescribir para la prensa un catálogo de advertencias o códigos morales para que la prensa se convirtiera en un poder salvador de la democracia. No entraba jamás Revel en ese tipo de chifladuras y ridículos fundamentalismos morales y políticos. Él exigía algo más sencillo: la verdad y que ésta fuera completa: "Lo que importa es delimitar la función informativa de los medios de comunicación, dadas las consecuencias desastrosas que una mala información de la opinión pública acarrean a la democracia, más que a cualquier otro sistema político". Más allá de la distinción entre información y opinion, en la que pretende escudarse, emboscarse y atrincherarse los periodistas ante toda posible crítica de parcialidad o arbitrariedad, muestra con contundencia que ahí no está el mal. Es obvio que la distinción tiene cierto valor, pero se ha convertido en un tópico o una declaración vacía. Ironiza sobre la famosa máxima: "el comentario es libre, la información sagrada", pues "a menudo tengo la impresión de que es a la inversa: que la información es libre y el comentario, sagrado".

Naturalmente que es un mal pernicioso la opinión disfrazada de información: "Es cierto que muchos periodistas tienen tanta prisa en dar a conocer lo mal que piensan de tal hombre político o lo bien de tal otro, por miedo a que se les crea cómplices del primero y adversarios del segundo, que pierden la inspiración desde las primeras línea de su artículo y exponen muy mal los hechos. Es también verdad que el periodismo norteamericano se distingue por una disciplina rigurosa en su manera de redactar los artículos de información pura, limitándose a un estilo voluntariamente impersonal, pero sin la obligada sequedad del estilo de una agencia", pero el auténtico peligro para la objetividad de la información no tiene su origen en la confusión de géneros, entre otras razones, porque el lector se da cuenta en seguida del torpe juego del periodista. En verdad, lo peor del periodismo es "presentar en un tono de impasible neutralidad informaciones falsas, trucadas o adulteradas. Es fácil presentar un juicio parcial como un hecho debidamente comprobado, sin que ello se note al principio, como está al alcance de todos hacer pasar una interpretación por una información". (El conocimiento inútil, 1989, 2010 y ss.). Revel pasa este cepillo crítico a varios medios de comunicación de los llamados serios en Europa. Uno de los periódicos que sale peor parados con los criterios de Revel es El País, el famoso diario independiente de la mañana, tampoco le hace un retrato amable al que pasa por ser uno de sus directores más egregios. He aquí el retratito que le dedicó Revel a Cebrián: "En los coloquios internacionales sobre el periodismo se celebra la misa mayor y el culto de la información sagrada e intangible, se estigmatiza la censura impuesta por las fuerzas diabólicas de la razón de Estado y del dinero. Pero, entre los periodistas, se sabe muy que Fulano no hablará de esto y Mengano no hablará de aquello, siendo esto y aquello, desde un punto de vista neutral, informaciones. En 1980, llamado desde Madrid por Juan Luis Cebrián, director de El País, que me pedía una carta de apoyo destinada a ser leída en un proceso al que se le sometía, después de haber accedido desde luego a su petición, le pregunté cómo era que su periódico hubiera sido casi el único en Europa en no haber mencionado el caso Marchais, es decir, la publicación por L´Express (semanario dirigido por Revel) de un documento encontrado en los archivos alemanes que demostraba sin ningún género de dudas que el actual secretario general del Partido Comunista francés había ido, en 1942 y 1943, como trabajador voluntario a la Alemania nazi, y no como deportado, tal como él había pretendido siempre. Cebrián me respondió con una encomiable ingenuidad y nada incómodo: ‘Sí, ya sé; es verdaderamente lamentable, pero figúrate que el jefe del servicio extranjero estaba de viaje y su adjunto, que le reemplazaba, es comunista; de manera que ha silenciado el asunto’. Era erigir sin ambages en principio el hecho de que un director de periódico tiene dificultades en impedir una información que no tenga su fuente en las preferencias políticas del que la transmite… o rehúsa transmitirla. Mi amigo Cebrián y su periódico han recibido —¿acaso lo dudáis?— numerosos premios de periodismo en todos los países". (El conocimiento inútil, 1989, 249).

Revel jamás rehusó, como puede comprobarse fácilmente con el ejemplo anterior, circunstanciar su ideas y pensamientos en hombres de carne y hueso; sus retratos de algunos filósofos, escritores y hombres egregios de la república de las letras son inolvidables. Lean sus Memorias. El ladrón en la casa vacía y el Diario , porque son fuentes inagotables para acercarse a un personaje fascinante y un escritor ameno. Revel es ecléctico, escéptico y, por tanto, apasionado por la búsqueda de la verdad. Su sentido crítico de la existencia corre parejo a su sentido ético. Rompe disciplinas y moldes. Polemista, rebelde y agitador intelectual, desde 1963, que abandonó la carrera académica y se dedicó por completo al periodismo y a la escritura de sus ensayos. Hizo alta filosofía en la prensa. Fue un crítico riguroso sobre la filosofía encerrada en los muros de la academia y las capillas profesionales. En 1957 publicó Pourquoides Philosophes, un ensayo brillante sacándoles los colores a una "filosofía" tan falsamente académica como vacía de contenidos, tuvo su continuación con otro libro, escrito, en 1962, titulado La cabale des dévots. Dejó claro que el rol desempeñado por la filosofía en la cultura occidental se había ido vaciando de contenido. A su juicio "la mayor parte de los problemas que la filosofía se planteaba en los siglos XVII y XVIII han sido resueltos –o pulverizados– por el psicoanálisis, la economía política, la historia, la biología... y por los acontecimientos".

Sin embargo, ninguna de esas críticas a la filosofía académica le hicieron perder su amor a la filosofía. Al contrario, la filosofía y la lectura de los clásicos fueron los fieles acompañantes de la vida de Revel, quien hizo de su defensa de la democracia liberal, o sea de la democracia, y de su crítica a todas las formas de totalitarismo el hilo conductor de su existencia. Quede esto, su filosofía política, como tarea para una próxima entrega que, junto al poderío de su escritura (nadie que empiece a leer un libro de Revel lo abandonará, sí, ninguno de sus libros se deja leer sin apasionamiento y amenidad), son las claves de un gran pensador de nuestro tiempo

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