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Agapito Maestre

El cierre de la mente moderna

¿Es posible la liberación del ser humano a través de la educación o estamos condenados a vivir en la oscuridad?

¿Es posible la liberación del ser humano a través de la educación o estamos condenados a vivir en la oscuridad?
Allan Bloom. | Archivo

Es el título de uno de los libros más importantes de finales de los ochenta para entender el proceso de vaciamiento del espíritu crítico del pensamiento occidental. Fue escrito por Allan Bloom (1939-1992), filósofo norteamericano de origen judío, y alcanzó un gran éxito en EE.UU, cuando se publicó en 1986. Fue traducido al español en 1989. Hoy, en 2024, apenas nadie habla de esta obra y, por supuesto, jamás fue estudiada con seriedad en los centros académicos de España. Es casi imposible conseguir un ejemplar de este libro. Pareciera que se lo ha tragado la tierra. Es una prueba de la verdad del diagnóstico de Bloom: la educación universitaria está en bancarrota. No existe. Estudiantes y profesores se mueven en el ámbito de las sombras. La falsedad y la inautenticidad dominan la Universidad. Sin embargo, como dice el ilustre prologuista de esta obra y gran amigo del autor, "Bloom no es ni un desmitificador ni un satírico, y su concepción de la seriedad lo lleva mucho más allá de las posiciones académicas. Él no se dirige exclusivamente a los profesores. Éstos son bien recibidos si quieren escucharlo (…), pero él se sitúa en una comunidad más amplia, invocando a Sócrates, Platón, Maquiavelo, Rousseau y Kant con más frecuencia que a nuestros contemporáneos". (El cierre de la mente moderna, 9).

Una cuestión central recorre la obra entera: ¿es posible la liberación del ser humano a través de la educación o estamos condenados a vivir en la oscuridad? Las pruebas, los argumentos, los razonamientos expuestos por Bloom en este libro son tan brillantes en favor de la segunda opción que, a veces, tendemos a pasar por encima de las ideas no menos contundentes que aporta el propio Bloom a favor de la primera opción. El diálogo establecido por el autor entre ambas tradiciones es uno de los grandes espectáculos, un grandiosa representación teatral, para el lector de esta obra. Ese enfrentamiento dialógico, por llamarle de alguna manera, alcanza su momento más dramático cuando muestra que la universidad contemporánea está a punto de morir por estulticia, o mejor dicho, por falta de seriedad, rigor y autenticidad. La educación superior en EE.UU. no ha conseguido despertar y menos aún alimentar el autoconocimiento, fundamento de la genuina enseñanza. Ha matado la fuente de la sabiduría: la filosofía. Nihilismo, existencialismo y relativismo fueron exportados de Europa a EE.UU. dando lugar a una juventud semi-analfabeta incapaz de comprender el pasado y menos de vislumbrar el futuro. Se limita a sobrevivir en un presente empobrecido.

La universidad actual, o sea, de la época de Bloom, tenía pocas salidas y, desde luego, ninguna de las que proponía el autor eran, precisamente, políticamente correctas, sencillamente, porque el lenguaje, el estilo y la defensa de la Verdad, el Bien y el Hombre, escritas las tres palabras con mayúsculas, rebasan por completo los estándares universitarios de hoy. La defensa de los ideales humanísticos clásicos defendidos por Bloom están en las antípodas de los mínimos objetivos de una educación, o mejor dicho, del adiestramiento que propone la universidad para adaptar a los individuos en un mundo cosificado.

El asunto central que ocupa a Bloom, que era el mismo que preocupaba a su maestro Leo Strauss, es relativamente sencillo de resumir: ¿es posible liberarse de esta caverna maldita a través de la educación o estamos condenados a seguir viviendo de las sombras que se proyectan sobre la pared que miramos? La pregunta sigue interpelando a sus lectores. Nos zarandea. La cosa no puede ser más clara expresadas con las palabras del propio Bloom: "La Ilustración significaba proyectar la luz del ser en la caverna y oscurecer para siempre las imágenes de la pared. Entonces habría unidad entre el pueblo y el filósofo. Toda la cuestión se reduce a si la caverna es inmutable, como pensaba Platón, o si puede modificarse mediante una nueva clase de educación, como enseñaban las más grandes figuras filosóficas de los siglos XVII y XVIII". (El cierre de la mente moderna, 275). Este planteamiento aparece en la tercera y última parte de su libro, dedicada al porvenir, o mejor, el fracaso de la universidad, en realidad, al fracaso del saber, de la auténtica sabiduría, en la Academia y, por extensión, en la entera sociedad. Estamos, como dice Saúl Bellow en un extraordinario prólogo a la obra de su íntimo amigo, ante una "guía indispensable para la discusión en EE. UU sobre la vida mental superior en los democráticos Estados Unidos de América". Bellow, dicho sea de paso, dedicó a Bloom una magnífica novela, titulada Ravelstein, sin duda alguna, surgida de una intensa relación de amistad entre los dos personajes. Se trata de una novela fascinante para conocer la vida, la intimidad vital de un pensador que convirtió su existencia en otra obra de arte. La vida de las ideas de Bloom atraviesan las páginas de esta novela.

Bellow construyó una obra grandiosa para saber que Bloom había reventado el pequeño mundo académico para pasar a formar parte del gran público. No era un mandarín. Era un filósofo, a pesar de los pesares platónicos para vivir en la ciudad, ciudadano: "Había pasado por encima de las cabezas de los profesores y de las instituciones eruditas para hablar directamente con el gran público. Después de todo, hay millones de personas que esperan una señal. Muchas tienen título universitario. Cuando los colegas de Ravelstein (Bloom), furiosos, lo atacaron, dijo que se sentía como aquel general americano que fue sitiado por los nazis. ¿Había sido en Remagen? Cuando lo conminaron a que se rindiera, su respuesta fue: ´¡Narices!' Ravelstein se llevó un disgusto, por supuesto; ¿quién no? Y él no podía esperar que lo rescatase ningún Patton académico. Su activo eran sus amigos y, naturalmente, contaba con generaciones de licenciados que estaban de su parte y también con la fuerza que dan la verdad y los principios. Su libro fue bien recibido en Europa. Los británicos mostraron una tendencia a mirarlo por encima del hombro. Las universidades, algunas, encontraron su griego defectuoso. Pero Margaret Thatcher lo invitó a Chequers a pasar un fin de semana". (Saúl Bellow, Ravelstein, 74).

Sí, Bloom era un miembro de la Academia —¡nadie es perfecto!—, pero era un espíritu radicalmente libre. Bellow, otra vez, viene en nuestro auxilio: "No hay que confundir a Ravelstein con aquellos espíritus libres de los campus universitarios que abundaban en mis tiempos de estudiantes. Aquéllos se imponían el objetivo de librarle a uno de los antecedentes burgueses a través de la educación que recibiría. Eran maestros liberados que se ofrecían como modelo, a veces se veían como revolucionarios. Empleaban al hablar la jerga de los jóvenes. Se recogían el pelo en una cola de caballo, llevaban barba. Eran licenciados en Filosofía, hippies, desinhibidos. Ravelstein no actuaba de esa manera. Él no era fácil de imitar. Para empezar, no se podía ser como él a menos de estudiar, de aprender, de llevar a cabo la labor esotérica de interpretación que él había realizado con su difunto mentor, el famoso y controvertido Felix Davarr (Leo Strauss)". (Ravelstein, 77, 78). Era, sin duda, un universitario de verdad. Un grandioso académico. Para penetrar en el alma de este profesor de Pensamiento Social y Político de la Universidad de Chicago, después de pasar por otras de EE.UU, aconsejo esta novela, entre otras razones, porque Bellow para comprender mejor a su amigo leyó voluntariamente a Strauss, el maestro de Bellow:

Ravelstein had been a pupil or, if you prefer, a disciple of Davarr. You may not have read of this formidable philosopher. His admirers say that he is a philosopher in the classical sense of the term. (…) Ravelstein talked so much about him that in the end I was obliged to read some of his books. It had to be done if I was to understand what Abe was all about. (Saúl Bellow, Ravelstein. Viking, New York, 2000, 101).

Porque es bueno y razonable el régimen político americano, y no porque sea propio, o sea no por un prurito nacionalista, Strauss y Bloom siempre estuvieron dispuestos a defenderlo del nihilismo, el existencialismo y el relativismo. Y para ello utilizaron una única medicina: el pensamiento clásico. O mejor dicho, Platón. También recurrieron a otros grandes autores clásicos y modernos, pero siempre estuvo, por encima de todos ellos, Platón: "Estos ensayos", dice Bloom en la introducción a su Gigantes y enanos, una hermenéutica singular de los grandes autores y libros de la historia socio-política de Occidente, "representan un registro parcial de una vida de trabajo que comenzó con Freud y terminó con Platón en busca de autocomprensión. El momento decisivo de esa vida fue mi encuentro con Leo Strauss. Tenía yo entonces diecinueve años y al principio todo cuanto me enseñó el maestro fue el carácter absoluto del otro, un otro que, de ser eso cierto, parecía negar mi especial individualidad. Pero al fin aprendí de ese gran hombre que la realización de uno mismo dependía de saber cuáles son las posibilidades humanas y esas posibilidades están vivas en los antiguos libros. A partir de entonces la senda que conducía al conocimiento de mí mismo fue la interpretación de los libros que enseñan sobre el carácter filosófico de la vida y que tienden a ser discretas mezclas de filosofía y poesía. El ejemplo supremo de este arte son los diálogos de Platón, que no representan otra cosa que la historia de la vida de Sócrates". (Gigantes y enanos, 1991, 13 y 14).

Entre las múltiples ideas vigentes de la obra de Bloom para aquí y ahora, me quedo con la principal: sólo a la luz de las enseñanzas recibidas de Platón, aunque también aparecen informándole Rousseau, Tocqueville, Nietzsche y otros, es posible salir del estado lamentable de la educación superior y volver a restaurar el espíritu crítico desaparecido de Occidente. Los diálogos de Platon son para aquí y ahora antes una forma de vida que una teoría más o menos académica. Por eso, precisamente, Bloom llama meditación a su libro sobre El cierre de la mente moderna, cuyo diagnóstico final es preciso: los jóvenes americano son "almas sin anhelos". Una batalla perdida por la "vida buena". Los universitarios americanos son cuerpos perfectos y almas vacías. No poseen representación alguna de un alma auténtica ni anhelan poseer algo parecido a los ideales clásicos de excelencia. Y, precisamente, por eso desconocen casi por completo el genuino significado de la amistad y el amor, que Bloom intenta rescatar en otro de sus extraordinarios libros: Amor y amistad (Gedisa, 1996): "Este libro es un intento de recobrar el poder, el peligro y la belleza del eros bajo la tutela de sus verdaderos maestros y conocedores, los escritos poéticos. Uso el término eros contra mi voluntad (…), pero la lengua actual manifiesta una pauperización frente a lo que solía considerarse la experiencia más interesante de la vida, y ello delata por fuerza una pauperización del sentimiento. Por eso necesitamos las palabras de esos antiguos escritores que tomaban el eros en serio y sabían cómo hablar de él" (Amor y amistad, 11).

La crítica, en fin, a la universidad, como fuente principal de la "sabiduría" de nuestra época es demoledora. Es, según Bloom, una gran necedad el intento de la moderna universidad por establecer un centro de reflexión y educación independiente de los regímenes y de las penetrantes influencias de sus principios, un centro libre de los abrumadores efectos de la opinión pública. La universidad como la auténtica soberana de la República de las Letras es un desastre, porque negaba, y sigue negando, el espíritu socrático de la verdadera sabiduría: el conocimiento tiene que convivir con la pasiones públicas. Para Bloom no hay otro camino a quienes tratan de negar la "afirmación socrática de que quien comparte el lecho y la mesa con gobernante, sean éstos reyes o gente del pueblo, pronto tendrá que compartir sus gustos y su estilo de vida, de suerte el pensador debe separarse en su corazón y en su espíritu de las pasiones partidarias a fin de liberarse de los prejuicios". (Gigantes y enanos, 347). Eso es imposible.

Entonces, se pregunta Bloom, ¿cuál es el futuro de la educación liberal frente a esas poderosas corrientes universitarias que tratan de aislar al "pensamiento" de la vida cotidiana, de la vida? El estudio, sí, de los pensadores más grandes del pasado puede ser un camino para la liberación. Pero de eso, y los otros caminos que propone Bloom, escribimos en otra entrega. De momento me conformo con releer su idea de educación liberal: "Por educación liberal entiendo educación para la libertad, especialmente la libertad del espíritu, que consiste en tener conciencia de las más importantes posibilidades humanas. Esa educación está en gran medida dedicada al estudio de los pensadores más profundos del pasado, porque sus obras constituyen el cuerpo del saber que debemos conservar para continuar siendo civilizados y porque todo lo nuevo que sea serio debe basarse en dichas obras y tenerlas en cuenta". (Gigantes y enanos, 355).

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