El sábado pasado marcó una oscilación geopolítica histórica en el Medio Oriente, cuando la República islámica de Irán llevó a cabo su primer ataque militar directo contra territorio israelí desde la revolución islámica de 1979. La ofensiva no fue menor: Teherán lanzó 170 drones cargados de explosivos, unos 120 misiles balísticos y alrededor de 30 misiles crucero. Fue uno de los mayores ataques aéreos combinados contra un país en la historia reciente, creando una angustiante espera de su población al arribo de sesenta toneladas de explosivos que volaron alrededor de 1500 kilómetros de distancia durante horas para golpear a un pequeño país.
El gobierno ayatolá quiso vengar previas acciones dirigidas de Israel, abrumar las defensas del país, destruir su base aérea en Nevatim (que alberga su flota de aviones de combate F-35) y testear la reacción regional e internacional, entre otros objetivos aparentes. Fue una agresión sin precedentes que ocasionó una defensa colectiva también sin precedentes.