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Pedro de Tena

Fernando Suárez González, el exministro de Franco que defendió la democracia

Fue el ponente encargado de defender el Proyecto de Ley para la Reforma Política que acabó con el régimen político franquista en 1976 dando paso a la mencionada Transición.

Fue el ponente encargado de defender el Proyecto de Ley para la Reforma Política que acabó con el régimen político franquista en 1976 dando paso a la mencionada Transición.
Fernando Suárez | Archivo

Han muerto en días Victoria Prego y Fernando Suárez González. La primera es considerada con todo merecimiento principal cronista y pregonera cabal de la Transición, aquel proceso histórico que logró el prodigio de transcurrir de la dictadura de Franco a una monarquía constitucional y democrática sin ninguna alteración violenta. Con un antecedente tan atroz como una Guerra Civil y su desenlace fatal, fuese quien fuese que la ganara, en forma de dictadura, pocos esperaban un tránsito pacífico a una democracia homologable a las occidentales vigentes. Pero así fue y su modelo de proceder fue aplaudido y admirado por todas las cancillerías internacionales y la prensa libre.

El segundo fue el ponente encargado de defender el Proyecto de Ley para la Reforma Política que acabó con el régimen político franquista en 1976 dando paso a la mencionada Transición. En un voluminoso libro titulado Testigo Presencial, este catedrático de Derecho del Trabajo cuestiona muchas suposiciones sobre el franquismo, muy especialmente sobre la esterilidad cultural de sus años de influencia. Las conferencias, actos y colaboradores del Colegio Mayor Diego de Covarrubias que dirigió desde 1960 a 1970 desmienten la tesis del páramo cultural franquista sostenida por cierta izquierda desinformada o no.[i]

En estos mismos días se ha comprobado cómo un presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez, tras una farsa amorosa desvelada por sus propias palabras, pretende consumar la "cancelación" de aquella Transición a la democracia parlamentaria atacando directamente a dos de sus pilares, la autonomía judicial del poder político y la independencia y libertad de expresión de los medios de comunicación ante los gobiernos. De paso, ha recordado a sus socios "Frankenstein" que él es la única garantía de que la nave vaya, aunque naufrague.

Fernando Suárez González[ii], admirador y discípulo de Torcuato Fernández-Miranda, arquitecto jurídico y político de la Transición y quien le encargó de la defensa de la reforma política del gobierno estructurada por Landelino Lavilla, describe cómo la prudencia inteligente de su mentor, la audacia de Suárez, la voluntad de un Rey de serlo de todos los españoles y la decisión generosa e insólita de la mayoría absolutisima de unas Cortes Generales de dejar de ser diputados, de la vieja ley a la nueva ley pero ley, tras un tórrido debate de gran altura[iii], hizo posible la llegada de la democracia a España de forma pacífica. Francesc de Carreras acaba de reconocer su importantísimo papel en aquella delicada y trascendente apertura a la democracia liberal.

Las Cortes "franquistas", tras los debates parlamentarios, las conversaciones y negociaciones, aprobaron la reforma política a las 21,35 de la noche del 18 de noviembre de 1976, pronto hará 50 años Se necesitaban 332 votos para superar los dos tercios de los procuradores presentes, 497 de 531, como exigía la Ley. El proyecto defendido por Fernando Suárez obtuvo 425 votos a favor. El franquismo había terminado de la forma más digna con ayuda expectante de la oposición y la democracia, por mejorable que fuera su boceto, acababa de empezar de forma pacífica, haciendo legal lo que en la calle ya era normal.

Nombrado vicepresidente tercero y ministro de Trabajo el 5 de marzo de 1975 en el último Gobierno del general Franco, del que dimitió, Fernando Suárez, el último ministro vivo de Franco, acaba de morir. Su contribución al nacimiento de la democracia y la Constitución de 1978 fue extraordinaria, como se desprende de las páginas de su libro. Posteriormente, fue diputado por Alianza Popular desde 1982 a 1986 y diputado en el Parlamento Europeo de 1986 a 1994.

Como detalle del nivel parlamentario de aquellos momentos, baste decir que ante los gestos de desaprobación de Jesús Fueyo, catedrático de Derecho, de orientación falangista, Fernando Suárez le dedicó unos versos: "Aparte la manera sorprendente/que has tenido de darme tu opinión/acepto, Fueyo, la reconvención/que me has querido hacer públicamente./¿Que Jefferson y Burke y demás gente/ que traje en mi discurso a colación/ son firmas de tercera división?/Pues –si lo dices tú—, seguramente". Fueyo aprendió con Carl Schmitt y se doctoró con una tesis sobre Tocqueville. No debe compararse odiosamente.

Su tema de meditación vital siempre fue la convivencia en paz de los españoles, cómo fue posible que se quebrara de forma tan brutal, sobre todo desde la proclamación de la II República en 1931 y por qué y de qué manera se intentó la reconciliación desde 1976. Precisamente voy a referirme a otros dos textos suyos, uno dedicado a la descripción de las elecciones de febrero de aquel año fatídico, 1936, y otro, un libro, que se ocupó de Melquiades Álvarez[iv], republicano moderado y reformista que representó, probable aunque minoritariamente y con otros, la posibilidad de reconciliación democrática real que disipó la República.

En su reciente y último libro, ya citado al comienzo de este artículo, Fernando Suárez concluye admitiendo que "españoles hay que parecen no reconocer nuestra atormentada historia y se empeñan en repetir los viejos errores del separatismo, de la insolidaridad, de la demagogia, del falseamiento de la representación nacional, del desconocimiento del Estado de Derecho, de la discordia, del volver a empezar". Por ello, asume el compromiso de explicar una y otra vez la "prodigiosa operación de pasar sin traumatismos del autoritarismo a la democracia" y de insistir en la importancia del respeto a las decisiones judiciales y al imperio de la Ley.

En la entrevista que concedió a Nuria Richart y José María Marco sobre este libro el pasado 4 de enero en Libertad Digital , se lamentó de que, a la muerte de Franco, España estuviera más reconciliada que ahora y trazó un análisis que defendía que la Guerra Civil fue una reacción fatal a la deriva antidemocrática de una república que no amparaba los derechos de todos los actores de la vida pública sino que consentía la eliminación de los adversarios. La tesis de una República modélica y democrática destruida por militares fascistas no es otra cosa que un delirio sectario. Lo que se intentó reconciliar desde 1976 se está desbaratando desde 2004 de manera consciente. Los extraños pájaros de Borges volaban al revés porque no querían saber dónde iban sino de dónde venían.

En el artículo Las elecciones de febrero de 1936 y el Frente Popular, escrito antes de certificarse hisstóricamente el fraude electoral perpetrado por sus miembros y publicado por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 2016, 80 años después de los hechos, el Académico de número, Fernando Suárez, destacó que, en aquel trascendental momento histórico, los 18 partidos de las izquierdas social-comunistas y los separatistas concurrieron unidos y que, sin embargo, las derechas, desde la CEDA a Renovación Española y todos los muchos demás no lograron siquiera anunciar un programa electoral común. Tómese nota.

Es más, los parecidos con lo que está ocurriendo hoy son alarmantes. En el manifiesto de las izquierdas, se aludía a la concesión por ley de una amplia amnistía a los golpistas de 1934 y a una reforma del poder judicial "a fin de impedir que la defensa de la Constitución resulte encomendada a conciencias formadas en una convicción o en un interés contrarios a la salud del régimen". Además se perseguía a los agentes del orden público que cumplieron las leyes vigentes y se trató de reformar la estructura de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

En aquellas elecciones, la guerra civil en sí misma según el historiador Ramos Oliveira, Largo Caballero anunció en Alicante y recogió su periódico Claridad el 30 de enero de 1936, "si triunfan las derechas, no habrá más remisión: Tendremos que ir forzosamente a la guerra civil declarada. No se hagan ilusiones las derechas ni digan que esto son amenazas: Son advertencias". Lo dijo casi seis meses antes del alzamiento de los generales de Mola y Franco y buena parte de la sociedad civil y política española.

Sobre las elecciones de febrero de 1936 expresa Suárez: "Lo primero que sorprende a quienes nos interesamos por la historia es que no hubo proclamación oficial de los resultados y que ni los especialistas ni los políticos se han puesto nunca de acuerdo en el recuento exacto de los votos". Ya se conoce y se ha demostrado que el fraude del Frente Popular fue escandaloso y contribuyó, entre otras cosas, al estallido de la Guerra Civil. Cita una carta de Azaña a su cuñado enumerando los incendios de iglesias, edificios civiles, asesinatos y demás barbaridades y culmina describiendo:

Si se examinan los debates parlamentarios posteriores a los de los días 15 y 16 de abril en que nos hemos detenido y se analizan los sucesos que ocurrían en aquella primavera en los pueblos y ciudades de España, que culminan en el asesinato de Calvo Sotelo en el mes de julio, se estará en condiciones de entender que la guerra civil española no fue una sorpresa para nadie.

La explicación del catedrático Suárez a ese desencuentro cruel y espantoso entre españoles se atisba en el fracaso de los verdaderos demócratas, ya intuido por los impulsores de la República como Ortega, Marañón, Pérez de Ayala y Unamuno al poco tiempo de su proclamación. Pero el ya desaparecido profesor se fija en la figura, bien desgraciada por numerosas razones, de Melquiades Álvarez, expresidente del Congreso, republicano, jefe de Manuel Azaña un tiempo, accidentalista, no esencialista, y reformista sin extremismos. Su infortunio personal y su derrota política es considerada por él como un ejemplo de la gran tragedia nacional.

Además de fervoroso republicano Melquiades Álvarez era un amante del Derecho y de la Ley. Por ello, cuando José Antonio Primo de Rivera pidió ser representado por él, aun siendo de ideas contrarias, se prestó a defenderlo. Antes hizo lo propio con Unamuno. Si no fue posible, siendo como era Decano del Colegio de Abogados de Madrid, fue por la decisión del gobierno del Frente Popular de trasladar al imputado Primo de Rivera a Alicante. Tras ser fusilado el 20 de noviembre, Indalecio Prieto, que calificó su ejecución como un "crimen" —si bien el instructor de la causa, Federico Enjuto, se decía muy amigo suyo—, rescató los papeles existentes en su celda.

Entre los documentos en poder de Prieto había unas listas de propuestas de posibles gobiernos para acabar con la guerra fratricida. En ellas figuraba Melquiades Álvarez como ministro de Justicia y el propio Indalecio Prieto como ministro de Obras Públicas. Quizá Primo de Rivera no se había enterado de que el 22 de agosto, quien pudo ser su defensor, Melquiades Álvarez, fue asesinado con otros en la Cárcel Modelo de Madrid, donde ingresó detenido por la Escuadrilla del Amanecer nueve días antes junto con 486 personas más. Fue uno de 176 abogados colegiados en Madrid asesinados en aquel tiempo.

Hay quien supone que su antiguo seguidor y luego enemigo, Manuel Azaña, creyó más segura su detención para evitar que fuera maltratado por los "descontrolados" en su domicilio. Tal vez sea una leyenda que Azaña lloró, pero cierto parece que se planteó la dimisión cuando se enteró del asesinato del "bueno de Melquiades". José María Marco, gran conocedor de Azaña, asegura que su asesinato, y todos los de aquel día, le hicieron pasar uno de sus momentos más amargos y tristes.

¿Por qué mataron a Melquiades Álvarez? ¿Por haberse quedado en Madrid para defender a José Antonio Primo de Rivera? ¿Por haberse acercado en 1933 a la CEDA a la vista de los desmanes del primer bienio republicano? ¿Lo fue por indicación oculta de la facción largocaballerista que desde su diario Claridad recomendó el exterminio de los presos "derechistas" de la Cárcel Modelo?

Fernando Suárez González no responde directamente a la pregunta. Pero su libro sobre el prohombre republicano da una idea de cuál es la respuesta. Justamente al final del mismo escribe:

Melquiades Álvarez luchó con sus gentes ("gentes de ideal democrático y de intenso sentido gubernamental que aspiraron …a borrar de la vida nacional la hipótesis revolucionaria") por las reformas sociales, la libertad y la elevación cultural de los españoles. Su moderación y su reformismo le mantuvieron distante de los extremos…

El mismo Melquiades, en su discurso del teatro de la Comedia de 14 de mayo de 1933, dejó bien claro su respeto democrático a la independencia del poder judicial: "Una justicia republicana, lo mismo que una justicia monárquica, es una justicia degradada y envilecida. (Aplausos.) La justicia no tiene más normas que la ley que ha de aplicar, atemperándola precisamente al caso que es objeto de la contienda, y santificando el derecho de la parte a quien asista. Pero si los Tribunales, para fallar una contienda, tienen que ahogar la voz de su conciencia y mirar a la cara del Ministro (Risas.), o de los servidores del Ministro, entonces yo os digo que la justicia no existe, y esto —no lo olvidéis—, para los pueblos es peor mil veces que el despotismo más vil, porque…cuando en un pueblo la Justicia es un simulacro, un vano nombre, vacío y hueco, huíd y huíd rápidamente de ese pueblo, porque en su seno no hay garantía para nadie, y en su consecuencia, el honor, los intereses, la vida, todo estará en peligro". Nada más actual y apropiado.

También habló del despotismo parlamentario que permitía que un conjunto de minorías dictase, forjando una mayoría circunstancial a su antojo, sobre el futuro de la nación. "Hay quien cree, expuso, que basta para permanecer igualmente en el Gobierno con ostentar la mayoría parlamentaria. No". Eso es confundir representación con delegación, precisó. Pero "la opinión en la democracia actúa permanentemente, por medio de la Prensa, de los mítines y de las elecciones parciales, y cuando la opinión pública, que actúa constantemente, como digo, se manifiesta en contra del Gobierno, éste por acatamiento a la soberanía del pueblo tiene que caer…".

Melquíades Álvarez consciente del nivel de deterioro del régimen de la Restauración borbónica de 1876, propuso a la Corona, a pesar de su republicanismo, un pacto para la reforma democrática y social de la monarquía. Fue en 1913, y cita Fernando Suárez sus palabras premonitorias: "Tenga presente [el Rey] que si acepta estas reformas, que si no es obstáculo a estos ideales, nosotros podemos darle la savia que lo vigorice, y si por desgracia esto no es posible, en el ambiente del país surgirá para daño de todos, de la libertad y del progreso, el espectro revolucionario".

No, no fue posible. La Corona no le escuchó. La dictadura de Primo de Rivera lo marginó y se opuso a ella. La II República lo decepcionó y finalmente, sus milicianos revolucionarios lo asesinaron de una forma miserable. Dice Agustín de Foxá que, debido a su escaso peso, cuando tiraron su cadáver encima del camión, salió volando por encima de la plataforma cayendo fuera por el lado contrario. El socialista Juan Simeón Vidarte[v], testigo posterior de la matanza carcelaria, volvió sobre sus pasos para cerrarle los ojos. Le había ofrecido un trabajo de pasante cuando empezaba su carrera. Dicen que Indalecio Prieto aseguró aquel día 22 de agosto de 1936 que la República había perdido la guerra por aquella atrocidad, la primera de otras muchas, que socavaba su imagen internacional en las cancillerías extranjeras.

No acabó ahí la calamidad familiar. Su casa de Silla del Rey en Asturias fue bombardeada por unos y otros. Uno de sus primos fue arrojado al fondo del pozo de una mina y otro, Federico Hulton, fue asesinado el 20 de julio de 1936. Su concuñado José Cienfuegos Jovellanos fue fusilado el mismo 22 de agosto. Su hijo Melquiades y su hermana Carolina fueron detenidos y sometidos a la tortura del falso fusilamiento. El resto de su familia sufrió arresto domiciliario y alguien, en nombre de La Pasionaria, le requisó un automóvil con el que un cliente completó los honorarios de un juicio ganado. Eusebio Álvarez de Miranda, marido de su hija, murió en la batalla del Ebro.[vi]

Hubo quien lo acusó de versatilidad y oportunismo, de inconsecuencia política e incluso de alejamiento de la fe republicana. Otros defienden, y creo que es el caso de Fernando Suárez, que fue fiel en lo fundamental a unas pocas ideas inspiradoras:

  • Fue inequívocamente patriota por encima de su republicanismo y no dudó en prometer apoyo a la monarquía si aceptaba lealmente la democracia más completa, lejana al caciquismo y a la desigualdad ante la ley así como reformas sociales necesarias. La democracia es esencial, la república o la monarquía, accidentales formas de gobierno, recordamos.
  • En ningún momento puso en cuestión la unidad nacional de España frente a los separatismos si bien contempló la realidad autonómica regional con la mayor naturalidad.
  • Derecho, Ley y Orden. Sin ellos, no hay libertad ni gobiernos legítimos. La libertad se consagra en un Estado de Derecho, se inscribe en una legalidad y se defiende desde un orden. Su devoción por la reforma sensata, consensuada y útil frente al golpismo o a legislaciones caprichosas o sectarias, estuvo siempre claro, muy especialmente en las reformas sociales. De hecho, podría considerársele inicialmente un socialdemócrata al estilo Bernstein al que citó en algunos de sus brillantes discursos (Pico de Oro, le llamaron, comparándolo con Castelar).
  • Respecto al entonces bien vivo problema religioso, eligió una solución hoy asimilada por la mayoría española, lejana a todo dogmatismo e imposición. El Estado debía ser secular, pero debía respetarse la religiosidad de la sociedad porque la religión es una realidad imposible de extinguir ya que responde a necesidades supremas de los seres humanos. Otros no lo vieron así.
  • Su defensa de la integridad moral del representante político llegó hasta el punto de que, siendo abogado de una empresa importante, se opuso a defenderla en el Parlamento de una u otra manera. Acusado de lo que hoy llamaríamos tráfico de influencias o conflicto de intereses, se negó a todo cargo o encargo que fuera inmoral, como fue ampliamente reconocido Esto es, no se consideraba correligionario de corruptos y crápulas de la política.


Por todo ello, Fernando Suárez González, le dedicó este libro de máxima actualidad a la vista de la creciente degeneración política de la democracia española. Su título secundario, El drama de reformismo español, refleja, se ha escrito, perfectamente la intención del autor. En la reseña que, de este libro, hizo el profesor Carlos Larriñaga de la Universidad de Granada se dice que Melquiades Álvarez "ha sido ignorado tanto por la izquierda como por la derecha cuando, en realidad, fue uno de los pocos políticos de la época que llegó a entender lo que de verdad debía ser un sistema democrático".[vii]

A la vista de los acontecimientos recientes de la vida política española, no estamos seguros de que la democracia como Derecho, como Ley, como Veracidad, como Orden y como Costumbre esté entendida desde la libertad radical en España. Parece que es muy fácil a un tirano disfrazarse de demócrata. Una razón más, y de peso, para leer unos libros de Fernando Suáez González que cuentan cómo fracasó un demócrata ante los extremismos y cómo sin violencia ni revolución pudo producirse una Transición democrática desde un régimen autoritario. Tragedia y prodigio. España.


[i] En el libro, página 45, se aporta un cartel del SEU de Oviedo de 1953 en el que se anuncia la representación de Mariana Pineda, de García Lorca. La primera parte del libro documenta cómo, a pesar de las limitaciones, la libertad cultural aprovechó las oportunidades de expresión plural.

[ii] Fernando Suárez estuvo auxiliado para la defensa de la reforma por Miguel Primo de Rivera, Noel Zapico, Belén Landáburu y Lorenzo Olarte.

[iii] Entre sus oponentes principales, en el debate de gran altura que tuvo lugar, destacaron Blas Piñar y Cruz Martínez Esteruelas, que terminó votando a favor.

[iv] Melquiades Álvarez, el drama del reformismo español,ed, Marcial Pons, 2014

[v] Lo cuenta, y lo recoge Fernando Suárez, en su muy poco conocido libro Todos fuimos culpables. Testimonio de un socialista español".

[vi] Lo han contado Aquilino Duque y José María Zavala en su libro Juan de Borbón, Ediciones B, 2003

[vii] También me ha resultado esclarecedor el artículo de Manuel Suarez Cortina en el Boletín de Historia Contemporánea de España de la Universidad francesa de Pau. Número 10, diciembre de 1990.

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