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Pedro de Tena

La traición socialista a Cataluña y a España

La cúpula del PSOE sacrificó el elemento constitucional y español del socialismo catalán originario por razones electorales.

La cúpula del PSOE sacrificó el elemento constitucional y español del socialismo catalán originario por razones electorales.
Pedro Sánchez y el candidato del PSC a las elecciones catalanas, Salvador Illa, durante un mitin. | Lorena Sopêna / Europa Press

Sólo traicionan quienes disponen del lenguaje bífido que deshabilita el sentido civil de las palabras y las convierten en artefactos políticos válidos para la propaganda y el poder, no para la convivencia ni para el entendimiento. Todavía hay quien cree que son los nacionalistas, ya todos ellos separatistas a derecha e izquierda, los que traicionan a Cataluña y a España. No es así.

Ellos se inventan una Cataluña que nunca existió, mienten sobre su historia, lo repiten y tratan de imponerla al margen de la España que los constituye, tratando de enmudecer su lengua, reduciéndola a mano de obra mientras se aprovecha su mercado para vender productos y se mama de sus presupuestos. Como le dijo Josep Pla a Joaquín Soler Serrano en uno de sus programas A fondo, "un catalán es un ser que, en fin, que se ha pasado la vida siendo un español cien por cien y le han dicho que querían que fuera otra cosa".

Puede argumentarse que traicionan a la España constitucional que deseó la inmensa mayoría de los catalanes en 1978. En aquel referéndum, el 90,5% de los votos emitidos fueron favorables a la Constitución que consagraba un Estado autonómico y solidario con ciudadanos libres e iguales en todos los territorios vertebrados entre sí, si exceptuamos el privilegio de los territorios forales. Hay quien dice que, como se abstuvo el 32,1%, en realidad sólo votó a favor del texto constitucional el 61,4% de todos los catalanes. Bien, pero incluso con esa vara de medir, que no se aplica a todos, claro está, la mayoría fue y es abrumadora.

Pero no traicionan a Cataluña. La traición es consecuencia de la falta de respeto a la verdad, al acuerdo, al contrato, al pacto, al juramento, a la promesa. Los nacionalistas nunca han dicho otra cosa que la que dicen. Más o menos moderadamente, según el despliegue de una estrategia a largo plazo, siempre han manejado conceptos como superioridad catalana (de raza o cultura o lo que sea), como opresión española (desde el uso de la lengua materna a los símbolos independentistas), como saqueo de sus arcas ("España nos roba") o el derecho a ser nación diferente, a ser posible, en otro Estado.

No, eso no es traicionar. Quizá es algo tan perverso o más que traicionar, pero a las palabras hay que tenerles respeto. Lo que hace el nacionalismo es intentar imponer de forma totalitaria su idea de Cataluña y de España a los demás catalanes, que no quieren separarse de España. Según el propio Centro de Estudios de Opinión (CEO), dependiente del gobierno catalán, de 2023, preferían continuar como autonomía dentro del Estado español más de un 53 por ciento de los catalanes, sobre todo los más jóvenes. En marzo de 2024, continúa vigente dicha mayoría.

Téngase en cuenta que estos resultados son los obtenidos tras décadas de gobiernos nacionalistas bajo la batuta de aquel Pujol (el que despreció públicamente a los andaluces en un famoso libro[i], extensible a murcianos y extremeños) que gobernó con mayorías suficientes, absolutas o no, durante más de una generación, desde 1980 a 2003. Luego, otros gobiernos socialistas y nacionalistas insistieron en "catalanizar" a la fuerza a todos sus habitantes. Por cierto, en algunos casos con el apoyo del PP de Aznar, lo que merecería otra reflexión aparte.

Que tal abrumadora hegemonía administrativa, política, educativa y cultural del nacionalismo como proyecto político y su penetración insidiosa en los partidos de la izquierda política española presente en Cataluña, no haya conseguido seducir a la mayoría de sus habitantes, según estos resultados, 44 años después, puede considerarse un ejemplo de la resistencia bismarckiana de la nación española.

Lo traicionero, lo desleal, lo felón no es que el nacionalismo defienda el nacionalismo. Lo verdaderamente ruin y miserable es que el PSOE haya consentido la mutación de su versión catalana en un fraude sistemático a todas las letras que componen las siglas. Con la indolencia de Felipe González, el socialismo en Cataluña derivó en un socialismo exclusivamente catalanista que traicionó su signo de identidad originario. La Federación Catalana del PSOE se disolvió, con sus Juventudes incluidas, pasando a formar parte del Partido de los Socialistas de Cataluña.

De ese modo ya no respetó la unidad del PSOE siendo otro partido. Poco a poco, fue abandonando el socialismo nacional para formalizar un socialismo nacional catalán al estilo de Unió Socialista de Catalunya, el partido de Manuel Serra i Moret, miembro del gobierno de la Generalidad republicana y luego presidente del Parlamento catalán en el exilio[ii]. Siendo su electorado mayormente español y constitucional, trató de catalanizarlo poco a poco apostando por las maneras nacionalistas y exclusivamente catalanistas. Del PSOE original en Cataluña no queda nada dentro. Si queda algo, está fuera.

Alfonso Guerra dice en una de sus Memorias[iii] que le resultó muy doloroso el proceso que fundía a todo el socialismo catalán en el PSC (Partido de los Socialistas de Cataluña). De hecho, confiesa amargamente haber sido cómplice de la imposición que el grupo de "intelectuales" cercanos a las tesis nacionalistas hicieron a los antiguos socialistas del PSOE, "charnegos" (andaluces, murcianos, extremeños y demás en su mayoría), que no las compartían. En otras palabras, la cúpula del PSOE sacrificó el elemento constitucional y español del socialismo catalán originario por razones electorales. Fue el germen de la traición.

Tuve que tragarme el corazón y con un discurso que no lograba dominar por completo intenté mostrarles la importancia que para la conexión de los ciudadanos de Cataluña y el socialismo tenía el presentarnos ante el pueblo como un solo grupo socialista. Fue una intervención capciosa, pues yo mismo no estaba convencido plenamente de lo que decía.

Se fue viendo con los años. Hay un libro muy sustancial –PSC: historia de una traición. La gran estafa a los votantes de izquierda—, escrito por Miquel Giménez, asesor de Miquel Iceta y otros en el PSC, además de periodista, escritor y mil profesiones más, en el que se desvela con jugosos detalles la gran traición de la cúpula socialista catalana a su electorado, españolista, constitucionalista y antiseparatista. Comienza con definir la historia del PSC como "una historia de concesiones, adhesiones y complacencias con el separatismo que ni el propio Pujol habría diseñado mejor", una "gran estafa a los votantes de izquierda".

Lo explica desde el principio: "El presente libro nace también del sincero deseo de hacer justicia, de poner los puntos sobre las íes respecto a eso que hemos denominado piadosamente izquierda y que, a mi modesto juicio, no presenta más característica que el puro egoísmo, amén de una odiosa servidumbre para con la derecha más casposa, rancia y extrema que ha producido la política española a lo largo de la democracia, a saber, el nacionalismo catalán".

Giménez trabajó en el aparato del PSC y fue testigo de las pequeñas y medianas traiciones que desde Barcelona se hacían al PSOE nacional. Señala a Narcís Serra y a Iceta, el Gaspar Zarrías catalán me parece a mí, como principales responsables de esa deriva tras las ensoñaciones intelectualistas de un Raimon Obiols y el burocratismo de Josep María Sala. Y, cómo no, a los maragallianos y sucesores.

Cuenta Miquel Giménez cómo José Montilla, José, no Josep, y de Iznájar, Córdoba, España, era la gran esperanza de los españoles de Cataluña tras el maragallismo y el nuevo Estatuto de Autonomía y cómo se las arreglaron para catalanizarlo. "Montilla empezó a tomar clases de catalán… había que demostrar que era tan catalán como Artur Mas… Hay que ser más nacionalistas que los nacionalistas". Montilla no cambió nada. Ni siquiera cambió él mismo, que había aceptado con José Luis Rodríguez Zapatero la deriva nacionalista del socialismo catalán.

El nacionalismo catalán no podría haber conseguido sus metas sin la sigilosa traición del PSC, que logró que a los catalanes no nacionalistas se les dejara "desde el minuto cero totalmente abandonados a su suerte, en manos de una oligarquía provinciana, terriblemente vengativa y sin otra voluntad ni propósito que no fuese socavar todo lo que significase España en cualquiera de los aspectos". Ese calvario social, cultural, político y moral es descrito con precisa amargura en el libro coordinado por el valeroso compañero Pablo Planas y Miriam Tey, Sergio Fidalgo, Juan Pablo Cardenal, El libro negro del nacionalismo catalán.

En los artículos que lo componen se da un repaso minucioso a la tela de araña tejida por el nacionalismo y sus aliados para ocupar todos los espacios sociales, económicos, políticos y culturales e imponer sus dictados, desde la exclusión del español a la conquista de la televisión pública, desde el asalto a la Universidad y al Barsa a la penetración en sindicatos y colegios profesionales pasando por la cancelación de la cultura española y la seducción de las élites socialistas.

De los viejos tiempos relatados por Albert Boadella (en Adiós Cataluña) en los que la entonces guardia socialista se mofaba de Pujol, el "Mariscal", se pasó a envidiar al corrupto personaje y a asimilar la demagogia nacionalista. Contó el vigente presidente de Tabarnia, que en una cena alguien se disfrazó de Honorable Mariscal y "al llegar a la mesa presidencial, el alcalde de Lleida[iv], como empujado por un resorte, se levantó y, colocándose detrás del supuesto Pujol, lo agarró por la cintura e inclinándole hacia delante empezó a simular una sodomización" entre risas y aplausos de la oficialidad socialista. De aquel entonces a los actuales tiempos de Salvador Illa, que rima con mascarilla, apenas hay semejanzas.

El mismo José Antonio Griñán, que, además de condenado en el caso ERE, ha sido presidente del PSOE nacional, ha reconocido que el afán separatista del nacionalismo catalán afectó "a un sector del socialismo catalán, que, en la vieja dialéctica entre el obrerismo del PSOE y el intelectualismo nacionalista del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), hegemonizó un discurso nacionalista a partir de la llegada de Pasqual Maragall al Gobierno de Cataluña. Luego vino la complicidad con la Declaración de Barcelona, de 1998, el Pacto del Tinell, de 2003, y la renovación del Estatut que "iban a marcar un trayecto soberanista que terminaría desembocando en la insumisión constitucional del 1 de octubre de 2017".[v]

Recuerda David Jiménez Torres que "la convergencia del socialismo catalán con los marcos del nacionalismo ni siquiera se limita al periodo en el que disputaba la hegemonía a Pujol, o a aquél en el que compartió Gobierno con ERC. En los inicios del procés el PSC se adhirió a la tesis del ‘derecho a decidir’ de Cataluña… En febrero del 2013, el PSC rompió la disciplina de voto del grupo socialista en el Congreso al votar a favor de una propuesta de CiU que reivindicaba la autodeterminación".

Tras el seguidismo de Pedro Sánchez de la política "confederal" (en realidad, antiespañola y anticonstitucional) de Zapatero, ¿qué puede esperarse ahora en unas elecciones donde el monigote Illa (Iceta no ha muerto), de la cuerda sanchista, presunto irregular contratador con dinero público y mentiroso como su jefe (el timo de su inexistente Comité de Expertos sigue escandalizando incluso a los más cínicos)? ¿Sigue el mismo camino?

¿Qué camino? El señalado por Josep Borrell en una famosa intervención por ambigua en plena rebelión de la Sociedad Civil Catalana tras un golpe de Estado que él mismo denunció. Fue su "No, pero bueno….". Fue aquella respuesta constitucional la que tuvo que ser desarmada con la participación bien activa del PSC, "auténtico agente provocador al servicio de todo lo que sea anti-España", como define Miquel Giménez, augurando "un entendimiento entre Iceta y los del lazo amarillo, porque no puede ser de otro modo… Será la culminación del viejo sueño de las clases dirigentes catalanas, la sociovergencia, la unión entre los aparentemente contrarios".

Y concluye: "Una cosa es segura: el socialismo catalán, mientras siga bajo la égida del PSC y de Iceta, jamás abandonará su perfidia, pactando según le convenga ora con éste, ora con el otro, ora con todos. La geometría variable en política parece haberse inventado ex profeso para ellos. Esa facilidad para jugar con dos, tres o veinte barajas si es preciso es lo que hace que desenmascarar a la falsa socialdemocracia sea imperioso".

Es lo que ha ocurrido con el ya espectacular Manifiesto suscrito por intelectuales, artistas, políticos y muchos otros sobre una realidad ya imposible de disfrazar: El PSC de Salvador Illa y el sanchismo no representan al constitucionalismo en Cataluña y cuando se presentan como defensores de la Constitución no son otro cosa que impostores que necesitan los votos porque viven de ellos.

Fruto de la desordenada ambición de un dirigente político, y sus alianzas con partidos que tienen como objetivo destrozar nuestro sistema constitucional para construir sus "repúblicas imaginarias", corre un peligro evidente la convivencia pacífica y libre entre españoles. Hoy estamos más divididos que ayer, hoy la concordia necesaria para que el sistema democrático funcione ha desaparecido, hoy la sensación de estar ante las dos Españas beligerantes, cainitas, es una triste realidad que comprobamos continuamente en el espacio público español.

Y poco más adelante explica con toda claridad cuál es este momento preelectoral en Cataluña. El texto es un poco largo pero merece la pena:

Además de apropiarse de las instituciones, de la Administración y de todo aquello en lo que la ciudadanía basa su vida cotidiana, seguridad y libertad, los ciudadanos de Cataluña tuvieron que soportar una violencia, tanto física como psicológica, dirigida a formalizar la opresión nacionalista en todas las facetas profesionales en aras a una pretendida Cataluña en la que solo cuentan los ciudadanos partidarios de su paranoica cosmovisión. Ahora, con los indultos, la supresión quirúrgica del tipo de sedición y la banalización del de malversación, unido a una ley de amnistía, que hace trizas el principio de igualdad entre los ciudadanos españoles, ha conseguido que sus males sean los de todos, que sus errores los compartamos, que su quebranto social se extienda por toda la nación. Hoy son más poderosos, dominan con mano de hierro la política catalana y tienen secuestrada a la española. Nadie podrá decir, empleando un recto juicio, que después de una legislatura de Pedro Sánchez, España esté mejor, que nuestra democracia sea más sólida, que nuestras instituciones gocen de más crédito.

Tras décadas de experiencia, ya se adivinaba que sin la coalición de hecho entre PSC y los nacionalistas jamás se hubiera llegado a lo que vivimos hoy. Ahora, se sabe con certeza que esa alianza es política y necesaria para el sostenimiento de Pedro Sánchez en La Moncloa. Por ello, lo que antes fue un golpe de Estado, ahora no es sino un acontecimiento superado que nos tiene que llevar a "recoser las heridas y pasar página".

Ante unas elecciones esenciales, los firmantes[vi] del Manifiesto lo tienen muy claro:

Salvador Illa, que negó antes de las pasadas elecciones generales que fuera a haber amnistía, que ha apoyado con entusiasmo todos los excesos de Pedro Sánchez, no puede venderse como un candidato "constitucionalista" y que "superará el independentismo", puesto que aceptando la amnistía, jaleando la política lingüística discriminatoria de la Generalitat o aceptando negociaciones espurias en el extranjero sobre cuestiones básicas que afectan a las instituciones o a los derechos fundamentales, se ha apartado de la senda constitucional, por más que pretenda hacer ver que la defiende cuando ello conviene a sus intereses electorales.

Esta es la verdadera traición a Cataluña y, por ende, a España. Durante años la orfandad política, y la represión, de los catalanes que se sienten españoles y constitucionalistas fue ignorada y desoída por el PSC, a los que tal multitud, más de media Cataluña, sólo le interesó e interesa ahora en tanto que votos físicos, que nunca se tradujeron en gestos y decisiones claras que acabaran con el miedo que teje y teje el nacionalismo de Puigdemont, Junqueras y sus aliados. Ahora, es que incluso Sánchez e Illa se humillan, se arrodillan, se postran ante los nacionalistas por un puñado de votos. Ni el sanchismo ni el PSC representan ya a la España constitucional.

Lo decía Lady Macduff en el Macbeth de Shakespeare en respuesta a su hijo que le preguntó que qué era un traidor: "Pues uno que jura y miente". Pues sí, se ha jurado y se ha mentido. En 1992, 11 años después del Manifiesto de los 2.300, que denunció la falta de libertad lingüística y la asfixia de lo español en Cataluña, se publicó Extranjeros en su país, de Azahara Larra Server, seudónimo de Antonio Robles, que acaba de mencionar Fernando Savater. Que tuviera que usar una falsa identidad nominal da una idea del peligro. Tan serio era que ni la Editorial Planeta del viejo Jose Manuel Lara, nacido en El Pedroso (Sevilla), lo quiso publicar pese a un hipócrita bla-bla-bla. Se acaba de reeditar en febrero de este año.

Luego publicó con su nombre real otro libro, Del fraude histórico del PSC al síndrome de Cataluña (2007) en el que ya se decía con claridad que "los raventós, obiols, molas, maragalls, nadals, etcétera, serían el Caballo de Troya que ha utilizado la burguesía nacionalista para disolver la fuerza socialista representada en Cataluña por la emigración, con escasa o nula simpatía al nacionalismo". Hoy diríamos, mejor, disolver el constitucionalismo en su conjunto. Prestarse a eso, ¿no es acaso traición?


[i] "El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido, es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. De entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña." Jordi Pujol i Soley, La inmigración, problema y esperanza de Cataluña. La versión suave la dio en El País, 1977, en un artículo del mismo título: "Se puede ser un catalán nacido en Jaén, en Murcia o en Cáceres, y, por supuesto, ser un catalán hijo de jienenses, murcianos o cacereños, pero hay que ser catalán y sentirse catalán." Es la misma tesis que defiende el socialismo catalán para el que, en realidad, un jiennense sólo puede ser catalán si renuncia a su identidad originaria. Gabriel Rufián puede ser un ejemplo perfecto: hijo de jienense y granadina.

[ii] Sugiere Miquel Giménez en su libro mencionado que era político de culto en la élite socialista catalana.

[iii] Guerra, Alfonso. Cuando el tiempo nos alcanza, capítulo 26

[iv] Era Antoni Siurana, alcalde socialista de Lérida (1979-1987) en medio del feudo rural del separatismo. Luego se hizo maragallista.

[v] Griñán, José Antonio, Cuando ya nada se espera, Galaxia Gutenberg, 2022

[vi] Entre muchos otros, lo han firmado José Luis Corcuera, Francisco Vázquez, Ignacia de Pano, Araceli Mangas, Tomás Ramón Fernández, Álvaro Delgado Gal, Santiago González, Roberto Fernández, Ana Losada, César Antonio Molina, Antonio Resines, Francesc de Carreras, Santiago Trancón, José María Múgica, Fernando Savater, Rosa Díez, Iñaki Arteta, Tomás Guasch, Albert Boadella, Emilio Lamo de Espinosa, Félix Ovejero, Adolfo Suárez Illana, Maite Pagaza, Inma Castilla de Cortázar, Joaquín Leguina, Gabriel Camuñas, Alejo Vidal-Quadras, Rafael Arias Salgado, Mª Ángeles Pérez Samper, María Engracia Rochina, Yusil Gascón, Benito Arruñada, Carmen Quintanilla, Guillermo Gortázar, Miguel Ángel Quintana Paz, , Fernando Múgica Heras, Agustín Ruiz Robledo, María Cristina Labat Ortiz, José Carlos Rodríguez, Pilar Barriendos, Rosalina Díaz Valcárcel, Jordi de Juan Casadevall, Andrés Trapiello, Juan Pablo Fusi, José Varela Ortega, Esperanza Aguirre, Andreu Jaume, Arcadi Espada, Teresa Nevado, Jaime Carvajal, Francisco Sosa Wagner, Mercedes Fuertes, Amalio de Marichalar, Antonio Hermosa, Cayetana Álvarez de Toledo, Mikel Buesa, Gerardo Seeliger, Ana Magaldi, Rafael Arenas, Rafael Fernández Pita, Ricardo Álvarez Espejo, Ángel Mazo da Pena, Pilar Aramburo, Miguel Cornejo, Maraya Perinat, Vicente Garrido, Alfonso Ruiz de Assin, Pablo Güell, Federico Trías de Bes Revolons, Carlos Fernández Lerga, José Vargas, María José Magaldi, Joaquín Tamames, Mariano Gomá, Tomeu Berga, Fernando Mut, Eduardo López Dóriga, Óscar Beloqui, Carlos Andreu, Albert Guivernau, Pau Guix, Marita Rodríguez y Joaco Güell.

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