Menú
Pedro de Tena

Paco Rabal, los ideópatas y los ideólogos miserables

Los ciudadanos no pueden estar atentos cada legislatura a unos nombres u otros para sus calles en razón de los impulsos partidistas y el sectarismo políticos.

Los ciudadanos no pueden estar atentos cada legislatura a unos nombres u otros para sus calles en razón de los impulsos partidistas y el sectarismo políticos.
Paco Rabal. | Archivo

Empezaré por volver a reproducir un soneto del que hace tiempo me hice eco en Libertad Digital:

Yo le quise a Pemán por liberal
por su oratoria ágil, su escritura,
por su enorme bondad, por su ternura,
por su generosidad, por su leal

entrega a las ideas, por su cordura,
por su gracia andaluza, por su sal,
porque le dio la mano a Paco Umbral,
al dramaturgo Sastre, a la cultura

Fui su Edipo, su Tyestes[i], Marco Antonio,
y me puso de pie en el escenario
y soy de sus virtudes testimonio.

No quiero ver pasar su Centenario,
pues siendo yo de izquierdas, "un demonio",
él me abrazó rabioso y solidario.

Tengo ya que decir sin dilación al que no lo sepa que el autor de los versos es Paco Rabal, el gran actor español, que, entre obra y obra, entre película y película, segregaba el venenillo literario escribiendo sus Coplas y ripios en un recuadro del monárquico y liberal conservador diario ABC. El domingo, 1 de junio de 1997, con Aznar ya en La Moncloa, nuestro Juncal para toda la vida escribió ese soneto en honor a su amigo, el deliberadamente desprestigiado y cancelado escritor, poeta y dramaturgo, José María Pemán.

Un alcalde del PP y una concejala de Vox, más que otros del Ayuntamiento de Alpedrete, impulsaron el pasado abril que la Junta de Gobierno municipal acordara retirar el nombre de Paco Rabal y Asunción Balaguer de la plaza y del centro cultural del municipio madrileño donde los actores fijaron su residencia hace cuarenta años y donde vivieron hasta su muerte.

No quiero mencionar sus nombres porque no deseo que, lo que no es otra cosa que la exhibición de una ignorancia "ideopática", se convierta en un linchamiento por parte de los miserables ideólogos que llevan desde 1978, y muy especialmente desde 2004, por poner una fecha señera, decidiendo quiénes son dignos de que haya calles, teatros, plazas o monumentos rotuladas con sus nombres y quiénes son los malos cuyos nombres no deben tener cobijo en los callejeros ni en otros santuarios urbanos.

Como vivimos en una España en la que se está machacando en el mortero político todo aquel capital de reconciliación y reencuentro gracias al que se fraguó la Transición y nuestra Constitución, pese a sus defectos ya evidentes, habrá que definir una palabra, "ideopatía", que aún no aparece en los Diccionarios, para referirnos a un comportamiento enfermizo que se suma a ese otro vocablo mórbido que es "ideología".

Vamos a llamar por ahora ideopatía a una deformidad del proceder de un individuo que permite que lo que considera sus ideas, o lo que él considera tales, dependan sobre todo de sus sentimientos, inclinaciones y pasiones arreflexivos al margen de toda relación precisa con los hechos y de toda comprensión real del sentido y significado de sus pronunciamientos. Un ideópata sería pues alguien que desprecia el meollo racional de las ideas y se abraza al turbulento e inseguro caos del fervor sentimental.

Por ejemplo y en nuestro caso, dado que Paco Rabal y Asunción Balaguer, conocidos actores españoles de gran prestigio, se consideraban a sí mismos de izquierdas y por ello son ensalzados por todas sus tribus (hoy son eso, más que otras cosas), no es conveniente —sostiene el ideópata—, que un Ayuntamiento gobernado por las derechas ponga su nombre en enseres urbanos que deben quedar reservados para personalidades más coincidentes con la sensibilidad ideológica de ese gobierno.

Como se percibe a simple vista, lo importante no es ya la realidad, ni los hechos, ni los méritos, ni los detalles en los que se encarnan las vidas auténticas, sino su pertenencia a un bando ideológico determinado. Para este tipo de pacientes, sean políticos o no, les resultará absolutamente incomprensible que Paco Rabal escribiera un soneto dedicado a Pemán, su amigo, uno de los autores teatrales relevantes de España y alguien que, abrazando ideas opuestas, le ayudó en su carrera artística.

Uno de los ejemplos más clarificadores de la esencia del ideópata es el que fuera alcalde de Cádiz, ciudad natal de Pemán por cierto, José María González Santos, alias "Kichi", que, como es bien conocido, trató de aplicar con esmero la Ley de Memoria Histórica del gobierno Zapatero. De hecho, en poco tiempo, quitó la placa de Pemán de su casa natal, impidió que se rotulara una calle de Cádiz con el nombre de Miguel Ángel Blanco y suspendió un ciclo de cine por ser cine israelita, entre otras manías ideopáticas. No es el único, claro. ¿Cómo olvidarse de los que mandan en los Premios Goya, entre otros muchos?

La ideopatía se diferencia de la ideología en que es visceral y alógica, simplificadora y habitualmente maniquea. La ideología, que contiene "logos", no es meramente un conjunto de ideales, sino un compuesto de ideas, conceptos, creencias e incluso valores que se saben parciales, relativos e históricos que no tienen como destino el servicio a la verdad como tal sino la asistencia a grupos concretos de la sociedad. En términos marxistas, es un corpus de interpretaciones de la realidad que sirven a las "clases sociales" en conflicto forzoso como traje a medida de sus intereses.

Un ideólogo serio conoce, naturalmente, si está instruido, que sus explicaciones, razonamientos, hipótesis, doctrinas o credos no son toda la verdad ni mucho menos, pero le resultan muy útiles para conseguir el poder político o mantenerlo. Stalin, que era un monstruo pero no era tonto, abominaba de los que no querían tener en cuenta los hechos, el curso objetivo de los acontecimientos, porque eso significaba abandonar el camino de la ciencia. Ideológicamente, pueden despreciarse e incluso borrar los hechos —Stalin lo hizo a mansalva—, que perjudican en discursos, proclamas y panfletos, pero ignorarlos es ridículo y conduce al abismo.

Cuando hay personas, como éstas de Alpedrete, que no es que deformen los hechos o los eliminen por interés político, sino que ignoran muchos de sus detalles y circunstancias, se está ante un ideópata en todo su esplendor que confunde su emoción primitiva con una idea. Paco Rabal y Pemán pueden no sernos simpáticos ideológicamente, pero ignorar sus contribuciones a la cultura española es de una ideopatía desconsoladora. Si es cercana a la psicopatía, díganlo los expertos.

En el caso de Paco Rabal, además de encarnar un personaje tauromáquico de la talla de Juncal, creado por su amigo Jaime de Armiñan, muerto hace poco más de un mes, enhebrando así la carne y la sangre de la cultura española de siglos, no le hizo ascos a dedicar otro puñado de versos al general Sabino Fernández Campos, exfalangista, teniente general honorario y jefe de la Casa Real en tiempos de Juan Carlos I.

Cuando se enteró de que algunos comunistas de Oviedo le había negado un honor merecido, algo que a él le había hurtado la derecha murciana, le escribió:

¡Qué cosas tiene la vida,
querido amigo Sabino!
que ayer en Murcia, mi tierra,
me haya pasado lo mismo:
A ti en tu Oviedo negarte
algunos de mi partido,
que en Murcia fueron los otros
los que opinaban distinto
porque yo, un hombre de izquierdas,
y otros sutiles motivos,
para nada merecía
ser por Murcia distinguido…

(17-XII-1991)

Antes de quitar o poner, hubiera convenido que el alcalde del PP y su concejala de Vox hubieran estado un poco más instruidos, no sólo sobre la contribución artística del matrimonio Rabal-Balaguer, a la escena española, sino también, aunque no sobre todo, por la actitud reconciliadora y nada guerracivilista de ambos en su trato con otros españoles de opiniones o cultos diferentes. Ni que decir tiene lo que aportaron al pueblo de Alpedrete con su decisión de jubilarse allí.

Eso sí, con ello nos han servido en bandeja la ocasión para definir un nuevo espécimen político, el ideópata, que une ideología barata con ausencia de instrucción sobre elementos fundamentales a la hora de tomar decisiones políticas en un ámbito que, por razones obvias, puede dejar de gobernarse en pocos años. Un ideólogo cabal, casi libre de toda ideopatía, recomendaría prudencia e incluso acuerdo consensuado en estos casos porque los ciudadanos no pueden estar atentos cada legislatura a unos nombres u otros para sus calles o patrimonio urbano en razón de los impulsos partidistas y el sectarismo políticos.

Ahora se entenderá por qué he querido omitir sus nombres pero he citado el de Kichi. Afortunadamente, instancias superiores en sus propias organizaciones partidarias han enderezado el entuerto y han rectificado lo que ni siquiera ha sido una injusticia, sino la simpleza de dos ideópatas sin demasiadas consideraciones sobre principios y consecuencias.

No es el caso de Kichi, y el de otros muchos, que nunca enmendaron sus lamentables decisiones. No sólo seguirá considerando a Pemán un asesino, como se dijo entonces (mientras agasajaba a Fermín Salvochea como a una dama de la caridad), para argumentar la retirada de la placa de su domicilio natal. Tampoco lo hizo su partido. No sólo no rectificó su negativa a bautizar una calle de Cádiz con el nombre del mártir demócrata Miguel Ángel Blanco. Tampoco su partido.

Ni siquiera se avino a remediar excesos del tipo de eliminar los Premios Iberoamericanos Cortes de Cádiz, lo que perpetró para evitar tener que soportar que se los dieran a enemigos del régimen de Maduro o del "cártel de Puebla", como Leopoldo López o Álvaro Uribe. Que se lo dieran al brasileño Lula da Silva no importó, claro. Y tantas otras cosas.

Y por este camino es como llegamos a diferenciar a los ideópatas de los ideólogos miserables, que son mucho peores. Como ya hemos dicho, los ideólogos, al contrario que los primeros, suelen ser instruidos y tienen conocimiento de los hechos reales que luego clasifican en beneficiosos y perjudiciales, favoreciendo el conocimiento y la difusión de los primeros y la ignorancia o cancelación de los segundos. No todos lo hacen, pero sí una suculenta mayoría de ellos, sea cual sea el color político, por lo que es necesario calificarlos de ideólogos miserables.

Un ejemplo hispanoamericano del ideologismo miserable es el de los peronistas actuales, versión kirchneriana, siguiendo los dictados del grupo de Puebla, encabezado por Cuba y Venezuela. Según ellos, la Hispanidad fue un desastre humanitario y civilizador. Seguramente no leyeron lo que sigue: "La leyenda negra con la que la Reforma (protestante) se ingenió en denigrar la empresa más grande y más noble que conocen los siglos, como fueron el descubrimiento y la conquista, sólo tuvo validez en el mercado de los tontos o de los interesados". Son líneas de Eva Perón[ii].

La miseria moral del ideólogo contumaz radica en la doble vara de medir que usa para enjuiciar hechos similares o en su negativa a valorar acontecimientos para evitar retratarse en el intento. Es la mezquindad intelectual, la corrosión ética, la descomposición voluntaria de lo real.

Condenar el golpe de Estado antirrepublicano desencadenado por el general Franco y otros generales en 1936, pero no condenar por la misma razón el golpe de Estado de 1934, encabezado por Largo Caballero e Indalecio Prieto, secundado y aumentado luego por la Esquerra de Lluís Companys, no es ignorancia, ni es falta de instrucción: es mala voluntad política que pretende engañar a los ciudadanos, mutilarlos intelectualmente, amedrentarlos o, en todo caso, condicionar sus decisiones.

Pero en la vida hay grados. El ideólogo miserable en grado extremo es, en la España presente, el que, abandonando la senda de la reconciliación nacional aceptada a derecha e izquierda (por seguir con impropios pero aún útiles clichés), decide deformar todos los hechos y silenciar muchos de ellos para imponer un catálogo obligatorio de lo que es real y no lo es, de lo que es histórico y no lo es, de lo que es apropiado y no lo es. Es un caso radical de la ingeniería de la conciencia, quizá el más alejado de la libertad y la democracia.

Ese grado máximo de miseria moral lo ostentan los ideólogos del PSOE durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, muy especialmente, y los de la izquierda en general y los separatismos periféricos que fraguaron, idearon y consumaron la Ley de Memoria Histórica, corregida y aumentada en su versión sanchista, Ley de Memoria Democrática. Con ellas ha sido posible que el conocimiento de los hechos sea suplantado sin miramiento alguno por un estrategia ideológica que, cuando se une a la falta de instrucción, conduce a la ideopatía más severa.

Igualmente es de alta miseria moral el haber tenido la oportunidad de corregir el camino emprendido y no haberlo hecho, como fue el caso, por omisión, de Mariano Rajoy y sus gobiernos del PP.

El caso de Alpedrete y el matrimonio Rabal-Balaguer no es otra cosa que un contrapunto pintoresco al extremismo ideológico observable tras la aprobación de las leyes mencionadas. Pero, a diferencia de las izquierdas que no rectifican nunca ni piden perdón jamás, en este caso al menos, los rectores políticos de PP y Vox han desautorizado lo que no era más que la ridícula bobada de unos ideópatas. Bien está lo que bien acaba, aunque sería necesario reflexionar sobre cuál es el funcionamiento de unos partidos que desembocan, cada vez más alarmantemente, en militancias ideopáticas.


[i] No siempre se escribe de este modo, pero así lo dejó escrito el autor del poema. Otras formas son Tiestes o Thyestes. Es un personaje terrible de la mitología griega, inmerso en robos, fratricidios, canibalismos y violaciones. José María Pemán hizo una versión exitosa sobre la pieza teatral de Séneca, que versaba sobre el deseo de reconciliación fraternal de Tiestes con su hermano Atreo, cruelmente frustrada por el odio.

[ii] La cita encabeza el capítulo 11 del libro de Marcelo Gullo, Madre Patria: Desmontando la Leyenda negra desde Bartolomé de Las Casas al separatismo catalán, que lleva por título "Los políticos hispanoamericanos contra la leyenda negra". Por cierto, el prólogo de este libro fue escrito por el mismísimo Alfonso Guerra.

Temas

0
comentarios