No es novedad. Ni sorpresa. Pero ahora, como nunca, adentrarse en una considerable porción de la cobertura mediática sobre el conflicto República Islámica iraní/árabe-israelí resulta una inmisericorde excursión por los alevosos salones de la espesa estupidez, la rácana medianía, el prejuicio, el desconocimiento adepto y la vulgaridad.
Un museo anticipado erigido por un periodismo que ya no es tal: galería de la vocinglera degradación no sólo de una profesión, sino de la moral rebajada a muletilla para acallar rivales.
Subidos a las redes sociales, tantos cabalgan sus prepotentes berretines montados a una pretendida "causa" que los conduce en dirección contraria a la gloria de la que ya creen estar gozando: desertores del escrúpulo, sirven a totalitarismos de diversa factura, aunque de igual crueldad. Quedan, en definitiva, reducidos a una complicidad de machaconería accesoria –mas no por ello menos perjudicial—: facilitadores de la entrenada y adocenada predisposición de parte de los líderes y la sociedad occidental al expansionismo de la República Islámica iraní, catarí, rusa, china, turca...