Menú
Enrique Navarro

Somos el país 145

Salvo que nuestros intereses mundiales descansen en el salmón y la cerveza, es un error inconmensurable.

Salvo que nuestros intereses mundiales descansen en el salmón y la cerveza, es un error inconmensurable.
Manifestaciones propalestina en la Universidad Complutense de Madrid. | Cordon Press

España se ha convertido en el país 145 del mundo en reconocer el Estado Árabe Palestino, algo que todavía no ha hecho Hamás, que niega su existencia por las implicaciones que tiene sobre el reconocimiento de Israel. El presidente del Gobierno en su anuncio personal —de hecho, podría ya prescindir del Consejo de ministros—, invocó los acuerdos de Oslo que reconocían la solución de dos Estados. Aquella fórmula estuvo cerca de conseguirse, según ha narrado el ex primer ministro Ehud Barak, pero fracasó por no sé qué restos arqueológicos potenciales, aunque admitía la cesión del 95% de los territorios palestinos y soberanía palestina en zonas de Jerusalén Este. Más allá de todo eso, el intento de Barak, Arafat y Clinton en Camp David en el año 2000 se topó con la negativa de los palestinos y con la espiral de violencia generada por los radicales de cada lado. Ariel Sharon y Netanyahu, que nunca creyeron en este acuerdo, optaron por dinamitarlo con más colonos judíos en Jerusalén Este y con actos de provocación que solo buscaban una respuesta violenta. La Franja de Gaza alejada del poder de Ramala, y con el apoyo de Irán, se puso en manos de Hamás con el único objetivo de destruir Israel o morir en el intento.

Solo hubo un hombre que pudo dar una cierta estabilidad, el ex primer ministro Salam Fayyad, pero se quedó solo. Lanzó un plan que promovía el fin de la corrupción, el desarrollo económico e institucional y el establecimiento de una relación de seguridad con Israel, fundamental para su desarrollo económico. Su pragmatismo fue lo que provocó el golpe de Estado de Hamás en Gaza y su enfrentamiento furibundo contra la Autoridad Palestina. La seguridad y la prosperidad deben ir de la mano, y ahora ambos objetivos parecen muy lejanos en el fragor de la batalla y el odio. Es el resultado típico de la polarización.

Por mucha alegría que haya producido en los palestinos este reconocimiento, que hubiera firmado el mismísimo Franco, siento decirles que esto no tiene nada que ver con ellos, sino con el carácter emocional del español. Nuestro presidente ha descubierto cómo movilizar a su favor las pasiones y los odios ibéricos. Se tomó una tregua trampa de cinco días y ahí tiene a Salvador Illa a punto de gobernar en Cataluña; ahora, para las Europeas, reconoce al estado árabe palestino porque las encuestas que de verdad le hace Tezanos señalan que esto le atraerá el voto de izquierdas que necesita para acercarse al PP y desanimar a Feijóo de que será presidente del gobierno en esta década. Si hay elecciones generales pronto me temo el reconocimiento del Sahara Occidental. No hay cambio de timón que no esté justificado ante tan altos intereses.

Netanyahu ha cometido dos errores también en clave interna: negar las evidencias de que Hamás preparaba un atentado y enfrascarse en una guerra sin un plan y una salida. Por trágicos que fueran los atentados terroristas, no hay justificación para matar a 40.000 palestinos. La guerra ha sido la única salida que tenía Netanyahu, pero sinceramente —y es un clamor mundial— es ya insostenible, además de que no ha conseguido resultado alguno. Hamás ayer atacó Tel Aviv desde el norte de la Franja, la demostración palpable de un fracaso. Encima de los muertos, hay algo peor, que en esta guerra no hay ni honor, ni gloria ni victoria.

¿Por qué es un error reconocer ahora al Estado palestino?

Primero y, para mí, lo más grave, porque no hay un consenso político en la decisión. No se ha llamado a los partidos a consultas. Y un país que maneja la política exterior al arbitrio de una persona está condenado al fracaso. Si algo necesita la política exterior es estabilidad, independientemente de quién gobierne en cada país.

Lo segundo es que si queremos liderar en Europa, debemos ir de la mano con Francia, Italia y Alemania. Y es inconcebible luchar tanto por fortalecer la Unión Política Europea para luego, cuando no sirve a los intereses personales del gobierno, se dinamite todo. Hoy somos menos Europa. Hemos dejado en evidencia a nuestros principales socios europeos ante una decisión electoralista de un trasfondo enorme. Salvo que nuestros intereses mundiales descansen en el salmón y la cerveza, es un error inconmensurable.

No se comprende por qué todavía hay rehenes en poder de Hamás, así que esta Declaración debería haber tenido como condiciones la liberación de los secuestrados y la devolución de los cadáveres. No hacerlo contraviene el principio básico de neutralidad y nos pone del lado de Hamás, por mucho que lo neguemos. Ahora, esta declaración incondicional solo sirve para respaldar a Hamás y demonizar a Israel. Así lo perciben ambas poblaciones.

No se comprende que se hable de la amistad con un país cuando se procede unilateralmente reconociendo a otro que tiene en su acta fundacional destruir el Estado supuestamente amigo. La renuncia a esta reclamación debería haber sido otra condición del Reconocimiento, en lugar de que miembros del Gobierno español hagan suyas las tesis del Gran Mufti de Jerusalén y colega de Adolf Hitler, de exterminar al pueblo judío en Palestina.

Finalmente, este posicionamiento nos inhabilita para ser interlocutores, como lo fuimos en los acuerdos de Madrid que dieron lugar a los de Oslo. España ya no puede hacer nada para la búsqueda de ese acuerdo porque nuestro supuesto Estado fraternal nos negará ese papel.

Podría entrar en otras consideraciones, como el hecho de que se trata de una dictadura donde no hay elecciones, o que Irán, el padre de Hamás, atacó con cientos de drones Israel hace unas semanas. ¿Quiénes defendieron a Israel interviniendo militarmente? Francia, Reino Unido y Estados Unidos, pero ¿qué hubiera hecho España si hubiera tenido esta capacidad ante este posicionamiento? mejor no buscar respuestas.

Israel tampoco es Netanyahu. Hay mucha gente en Israel que quiere la paz y la seguridad y que entienden que todas las demás salidas han fracasado. La ocupación jordana y egipcia, la ocupación israelí, la autonomía palestina, nada ha servido para que haya más paz y seguridad. No hay otra salida para Israel ni para los palestinos que una solución de dos Estados. Deberán implementarse muchos acuerdos para la seguridad y la prosperidad económica de ambos territorios, pero nosotros ya no seremos parte del éxito.

Es cierto que Netanyahu nunca ha creído en la solución de los dos Estados y, de hecho, las declaraciones de algunos líderes políticos de Israel en el pasado aluden al interés del país en el enfrentamiento entre Hamás y la ANP como argumento necesario contra la solución. ¿Cómo reconocer a un estado qué vive en una guerra civil y que amenaza a diario Israel? La respuesta es negar la posibilidad de una solución diferente a la militar.

Pero quien más debe temer al reconocimiento del Estado es el propio pueblo palestino. Un Estado es un sujeto responsable. Si ese sujeto de soberanía reconocido no solo no detiene a sus terroristas sino que los ampara, o incluso son los mismos dirigentes del Estado, entonces Israel tendría todo el derecho legítimo para destruirlo. Y nadie podría hablar de genocidio, sino de victoria rotunda.

Pero más allá de todos estos temas coyunturales, propios de una opinión pública volátil y cortoplacista, nuestra relación con Israel que promovió el partido Socialista es sólida y perdurará en el tiempo. Por mucho que se alegren los palestinos, nuestras relaciones de seguridad, tecnológicas, culturales y financieras con Israel siempre serán mucho más importantes. Ellos seguramente seguirán condenados, sin libertad ni derechos individuales, esos que tanto reclamamos aquí pero que miramos de soslayo cuando sirven a intereses electorales. Y mientras, en Israel seguirá celebrándose el Gay Parade, los árabes seguirán en la Knesset y el país de leche y miel seguirá siendo admirado en todo el mundo. Lo mismo pasará con España. Los lazos son tan fuertes que Israel y España tendrán un vínculo indisoluble, por mucho que le pese a algunos.

Pero la amistad no es un cheque en blanco. Se asienta en la confianza y en el respeto, sin chantajes de conmigo o sin mí, que son impropios de estados del siglo XXI, ni en ampulosas o desafortunadas declaraciones.

Temas

0
comentarios