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La Ilustración Liberal

El misal de Osama ben Laden

Es ésta una revista liberal, por lo que un libro titulado El Estado agresor debería ser bienvenido calurosamente. No debe ser el caso del libro de William Blum, traducido (mal) al español para La Esfera de los Libros. No es un texto dedicado a exponer los abusos del Estado, sino los de uno de ellos contra el universo: 'La guerra de Washington contra el mundo', se subtitula. Es, en definitiva, un nuevo esfuerzo del antiamericanismo militante, que sigue teniendo un amplio público en España. Para darnos una idea de la altura moral del autor y del público al que va dirigido, los ejemplares están cubiertos con una faja que recuerda: "El libro que recomendó Osama ben Laden".

El antiamericanismo es un odio, y pertenece más al mundo de los sentimientos que al de la razón. Las palabras, los datos, los argumentos se utilizan para encubrir la propia miseria, pero para transmitírsela al lector. Parece un juego malabar, pero resulta sencillo cuando público y lector comparten los mismos sentimientos.

Blum hace acopio de todos los datos que puedan demostrar que (el Gobierno de) los Estados Unidos es la mayor amenaza mundial. Observa que son tres los principios que mueven la poderosa máquina agresora estadounidense. El primero de ellos, al que le da más importancia, es "hacer del mundo un lugar abierto y dispuesto a dar acogida a la globalización y en especial a las sociedades transnacionales con base en los Estados Unidos de América". Crea el lector que el bueno de William Blum lo dice como una crítica. ¡Un mundo abierto al intercambio de personas, capitales e ideas! ¿Se imagina el lector algo tan pavoroso? El segundo es que el Gobierno Federal se embarca en guerras porque los políticos están a sueldo de las grandes empresas armamentísticas que contratan con el Estado. Algo tan evidente que jamás nadie se ha molestado en probar, quizás porque no haga falta. O quizás porque es falso.

No hay porqué aguantar la hilaridad que produce el tercero: "Prevenir el surgimiento de cualquier sociedad que pueda servir como exitoso ejemplo de alternativa al modelo capitalista". Incluso pone ejemplos, como el Chile de Allende o la Cuba de Castro: "El mundo nunca sabrá la clase de sociedad que Cuba habría producido si la hubiesen dejado en paz, si no hubiese estado constantemente en el punto de mira y bajo la amenaza de la invasión, si se le hubiese permitido relajar su control sobre el país. El idealismo, la visión, el talento y el internacionalismo estaban ahí. Pero nunca lo sabremos. Y esa, por supuesto, era la idea". Castro estrangula a sus ciudadanos en cuanto la economía se recupera mínimamente para que no tengan qué conservar o con qué oponerse a su régimen tiránico. Esa es la idea.

Con tan oscuros deseos y motivaciones, es lógico que los USA animen el terrorismo en su contra, nos quiere hacer ver Blum. Es esa maldad de convertir la víctima en culpable a que nos tiene acostumbrada la izquierda. "¿Qué pueden hacer entonces los Estados Unidos de América para acabar con el terrorismo dirigido contra ellos? La respuesta está en retirar las motivaciones antiamericanas que los terroristas comparten". Y sigue: "Si yo fuera presidente, podría detener los atentados terroristas contra Estados Unidos. Para siempre". El libro ha sido traducido a nuestro idioma recientemente, pero fue escrito antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Más tarde se sumó un capítulo en el que se acusa veladamente, porque su miseria le impide ir más allá, a los servicios secretos estadounidenses de lo ocurrido: "Se necesita mucha credulidad para creer que el FBI, la CIA, la NSA, etc., no eran conscientes, al menos en alguna medida, de que una importante operación terrorista podía tener lugar en los Estados".

Él no es un crédulo. Se le puede acusar de ser un tarado, pero no un crédulo. William Blum nos desvela su método científico, basado en dos principios, llamados del Watergate. El primero: "Por muy paranoico o abierto a la idea de la conspiración que seas", y él se considera un caso conspicuo, "lo que el Gobierno está haciendo en realidad es mucho peor que lo que imaginas". E imaginación no le falta al propio Blum, que ha dedicado todo un capítulo a explicar cómo el Gobierno estadounidense respaldó a Pol Pot tras su caída. El segundo es: "No creas nada hasta que sea negado oficialmente".

Una actitud dispuesta a creer lo que sea contra Estados Unidos pero que no guarda hacia el gran totalitarismo del XX: "Todo fue un fraude; nunca hubo ninguna bestia llamada conspiración comunista internacional. Hubo, como todavía hay hoy en día, gente viviendo en la miseria, sublevándose en protesta contra su condición, contra un gobierno opresivo, un gobierno probablemente respaldado por EEUU. Para Washington, esto era una prueba de que la Unión Soviétiva (o Cuba, o Nicaragua, etc., haciendo las veces de sustituto de Moscú) estaba actuando de nuevo".

Como El Estado agresor es un libro estupefaciente de principio a fin, resulta difícil elegir cuál es el pasaje más miserable. Pero uno de los más logrados es sin duda éste: "El mundo occidental sufrió una conmoción cuando Irán condenó a muerte al autor Salman Rushdie, a causa de su libro al que ese país calificaba de 'blasfemo'. Pero los Estados Unidos también han condenado a muerte a blasfemos como Fidel Castro, Allende, Sukarno y muchos otros antes citados, que no creían en los sagrados objetivos de la política exterior americana". Es decir, que sus crímenes son sólo blasfemias, y actuar contra sus regímenes tiránicos (el de Allende comenzaba a serlo) es moralmente equivalente a la fatwa contra Rushdie por escribir Los versículos satánicos. De nuevo la miseria moral de la izquierda a pleno rendimiento.

Tanta villanía no sólo no le impide hacer juicios morales contra el Gobierno de los Estados Unidos, sino que es su sima moral lo que le mueve. En un capítulo en el que hace un repaso de la actuación exterior estadounidense, acusa al Gobierno federal de grandes crímenes como infiltrar a "muchos cientos de rusos emigrados en la Unión Soviética para conseguir información acerca de instalaciones militares y tecnológicas", "obtener muestras de identificación de documentos" o "ayudar a los agentes occidentales a escapar". Intolerable. Pero lo mejor es esta grave acusación: "Hubo también una gigantesca campaña de propaganda antisoviética dirigida por la CIA, utilizando la cubierta de publicación de más de mil libros en inglés, muchos de autores muy conocidos, que fueron distribuidos por todo el mundo, así como en cientos de otras lenguas". Es todo una gran conspiración, por supuesto.

Con todo, no es que el lector no pueda sacar algo de valía de las páginas de Blum. Hay todo un apartado en el que recuerda numerosas resoluciones de la ONU apoyadas por todos los países menos por los Estados Unidos, acaso acompañado ocasionalmente por Israel. Son, contra la intención del autor, nuevas e irrefutables pruebas de que hay que cerrar la ONU, y de que tenemos mucha suerte con los Estados Unidos. Fueron los únicos, contra 111 países, que votaron contra la resolución 33/196 de enero de 1979, que propone nada menos "protección sobre la exportación a países en vías de desarrollo"; una resolución que buscaba frenar las exportaciones a los países pobres, expulsarlos del comercio internacional y mantenerles así sumidos en la miseria. También votó en solitario en octubre de 1982 contra la resolución 37/7, que pedía unos "estatutos mundiales para la protección de la ecología". Otra vez los únicos en defensa de los países pobres.

Llama la atención todo un capítulo, el 26, titulado 'Los Estados Unidos invaden, bombardean y matan por ello, pero… ¿creen realmente en la libre empresa?'. Blum se delata otra vez. Puesto que todo es una gran conspiración animada por el gran Satán americano, si todo mal en el mundo es su resultado, es necesario pensar que todo lo que hay en los Estados Unidos responde a esa estrategia conspiradora. Desde el Gobierno y la Administración, sin distinción de partidos, hasta los propios individuos. Por eso William Blum ve en la diversidad de opiniones la prueba de una nueva acusación: la doble moral. "Sí, los Estados Unidos van por ahí luchando porque éste sea un mundo más abierto y más volcado a los intercambios en el mercado", nos viene a decir, "pero luego vamos a gente como Bob Dole o Hillary Clinton, que lo que hacen es atacar al mercado".

Blum es incapaz de entender lo más característico de la sociedad en la que vive: la pluralidad de las opiniones, la diversidad y la autonomía de los individuos, y ve en la existencia de posiciones distintas material suficiente como para acusar al país (que grosso modo se identifica con el Gobierno, un nuevo gesto totalitario) de doble moral. Sí: ciertamente, sin entender algo tan sencillo, imagino que debe de ser fácil odiar a los Estados Unidos.

Hay razones de sobra para formular críticas a la actuación del Estado de los USA en el exterior, algo que no le extrañará a un liberal. Lo que no tiene justificación es el antiamericanismo como tal, que, al fin, es el odio contra los Estados Unidos. Un odio que no nace de sus manifestaciones más condenables, sino de las inconmensurables virtudes que aún atesora. Las críticas de Blum, como las dirigidas en general contra la política exterior estadounidense, se centran en el comportamiento del Estado federal, pero es para favorecer modelos de sociedad alternativos al del libre mercado en que el Estado es aún más poderoso, aún menos constreñido por las normas de la moral y la ley, y en consecuencia aún más criminal.

William Blum , El Estado agresor , La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, 456 páginas.