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La Ilustración Liberal

Rapiña global

A decir de quien le conoce, es una persona sincera y se cree verdaderamente lo que dice, lo cual puede resultar estupefaciente. Carlos Taibo, profesor de Políticas de la Autónoma de Madrid, vive en un mundo paralelo. Ha sacado Rapiña global. Una introducción a la política internacional contemporánea, en un desesperado intento por transmitir a la juventud su marxismo anacrónico. Lo que se va a encontrar el lector es, además de las villanías habituales en este rincón de serviles escribientes, unas groseras deformaciones del mundo en que vivimos, impuestas por su ideología. Con ellas, la obsesión de encontrar un rival para Estados Unidos, y alguna licencia al humor involuntario que hace el texto más llevadero.

Si sincero, el texto resulta una extraña combinación de ingenuidad y odio sin fin (por las sociedades libres, no haría falta que añadiéramos). En el prólogo escribe desde ambos cosas como ésta: "Aunque no puedo aducir al respecto ninguna prueba, tengo la certeza de que, en algún momento, en la primera mitad del decenio de 1990, se convocó una reunión semiclandestina de un grupo de expertos en comunicación de masas". ¿Y para qué? Pues para sustituir los términos capitalismo e imperialismo, con una "bien justificada imagen negativa a los ojos de la mayoría de los habitantes del globo", por el más aséptico de globalización.

Hay algo en la izquierda, o más precisamente en lo que Thomas Sowell llama "los ungidos", que le obliga a creer en fantasmas porque su cerrazón le impide ver espontaneidad en la sociedad. Taibo, en otro lugar de su compendio, dice que "cualquier modalidad de globalización, por benignos que sean sus propósitos, exige por necesidad élites dirigentes, flujos jerarquizadores y procesos de uniformización". Tiene que haberlas, porque si no su visión conspirativa de los procesos sociales quedaría sin su deus ex machina. Con la ventaja añadida de que da lo mismo que no podamos probar que existan ("No puedo aducir al respecto ninguna prueba", confiesa). La ideología coloca siempre un malo de protagonista, y con eso basta. Sólo queda señalar con el dedo al candidato adecuado, exclamar "¡Ajá!" ante el público y lanzar estertores de indignación.

Indignación no le falta, y la vierte a borbotones sobre el capitalismo global y Estados Unidos. Contra ellos lanza sus gastadas armas. La capacidad de análisis de este profesor ¡de Políticas! queda clara cuando expone su descripción del movimiento neoconservador. Dice Taibo que son tres las características de los malvados neocón, permítaseme el pleonasmo, y su análisis del terrorismo: "La primera es un rechazo franco de la conveniencia de buscar explicaciones para aquél y de reflexionar, en particular, sobre lo que ocurre en los conflictos singulares". La segunda consiste en "darle carta blanca a los gobiernos que no se caracterizan precisamente por su respeto del diálogo y de los derechos humanos", pues "contra el terrorismo, parece sostenerse, todo vale". Y la tercera: "Para hacer frente al terrorismo es más que suficiente con el despliegue de medidas de cariz estrictamente policial-militar". La descripción es precisa, pero en su exacto opuesto. Porque, a diferencia de los realistas, los neoconservadores están movidos por un idealismo democrático, pues ven en este hallazgo occidental un instrumento útil para desterrar el terrorismo de donde prevalece. De modo que no. No todo vale contra el terrorismo. También estudian las fuerzas que mueven al terrorismo. Citemos a Rafael Bardají, que en su artículo El movimiento 'neocon' en Estados Unidos recuerda: "Perseguir y derrotar a los terroristas es imprescindible, pero no suficiente. También hay que eliminar los factores que favorecen que gentes normales se conviertan en Bin Laden. Y para ello nada mejor que promover la apertura política, la liberalización económica y la tolerancia religiosa en el mundo musulmán".

El libro está escrito en un lenguaje a medio camino entre un informe de la ONU y la apocalíptica ecologista, lo cual lo haría insoportable si no fuera por las constantes sorpresas que aguardan al esforzado lector. Vayamos a su obsesiva búsqueda de una superpotencia que le pare los pies al imperialismo yankee. El capítulo "¿Se está recuperando Rusia en la era de Putin?" comienza con estas palabras: "Aunque postrada desde años atrás, Rusia sigue siendo el país más grande y más rico del planeta". Este hombre no está en este mundo. Termina el capítulo previendo una nueva Revolución Rusa: "Ninguna de estas circunstancias invita a aseverar, sin embargo, que el escenario no va a cambiar drásticamente, como al cabo lo hizo, en forma de revoluciones, en 1905 y, en dos ocasiones, en 1917".

Cuando el lector comience a asumir el desvarío de Carlos Taibo, éste, como para no darle tregua, le obsequia con un capítulo sobre China, el menos malo de todos, con dos observaciones a la vez verdaderas y relevantes, nada menos. "En los dos últimos decenios se ha registrado un notabilísimo crecimiento económico, del orden de un 7-8 por ciento anual, que se ha traducido en mejoras sensibles en el nivel de vida de la mayoría de los habitantes –escribe allí–. Piénsese, sin ir más lejos, que la renta per cápita se ha multiplicado nada menos que por quince en un cuarto de siglo". Y advierte: "No nos engañemos: de las dos economías chinas de que hablamos al principio de este capítulo, la que crece es la segunda, la configurada por partes enteras del país que, liberadas de buena parte de la tutela oficial, acogen flujos importantísimos de inversiones foráneas". Sí, el capitalismo está sacando de la pobreza a China.

Chocan estos reconocimientos en un hombre tan crítico con la globalización y las economías en libertad ("liberadas de la tutela oficial..."). Porque la otra bestia negra de Taibo es el capitalismo, al que parece haber dedicado largas horas de estudio, pero sin mucho provecho. Y eso que su breve descripción de la globalización capitalista no es mala: "La desaparición de las barreras aduaneras, la producción en masa, la fragmentación de las actividades productivas, el control a distancia, la mayor rapidez y eficiencia del transporte, el despliegue de operaciones en tiempo real y, en suma, el hundimiento de los sistemas de tipo soviético y el progresivo agotamiento del modelo chino". Pero a partir de ahí cada paso que da es para llevarnos a mundos cada vez más extraños.

Taibo cree que la globalización impone "tres cambios importantes", de los que nos fijamos en el primero, "una formidable y desconocida primacía de la especulación". Una imposición de su desgastada ideología que le mete en una encerrona: "Al calor de este hecho parece obligado preguntarse, dicho sea de paso, por qué los empresarios que se dedican materialmente a la producción de bienes y servicios y a la prestación de servicios no han reaccionado airadamente ante una modalidad de relaciones económicas que, con certeza, no es la mas propicia para sus intereses". Sus viejos aperos marxistas no le permiten más. De hecho, para salir de esta paradoja autoimpuesta se abre una puerta falsa: "Tales empresarios (los que sólo producen bienes y servicios) no existen".

Síguele a sus tortuosos ejercicios de escapismo la machacona letanía de mentiras sobre la marcha del mundo. La izquierda, que ha robado la idea de progreso, quiere negar y desmentir y detener que viven en las sociedades más libres, simplemente porque no está al cargo. Como las masas no les piden a gritos que se erijan en filósofos reyes, como la gente se las apaña muy bien sin ellos y sale adelante venciendo los avatares de la vida en la medida en que no le estorben, lo único que cabe es rebelarse contra ese progreso.

Carlos Taibo cae en una falacia muy extendida entre los antiglobalización. Muy necesaria, por otra parte. El mundo se está integrando crecientemente en una malla de intercambios comerciales que llamamos capitalismo y que, según ellos, debería llevarnos al desastre. Pero no es así. Incluso el PNUD, un órgano de la ONU nada amigo del libre comercio mundial, recoge de forma gráfica (ver en hdr.undp.org) cómo ha ido mejorando la situación de amplias y muy pobladas regiones del planeta a medida que se han ido incorporando al capitalismo global. El paso del tiempo no les favorece, de modo que lo detienen. Ofrecen datos ligados a una fecha, sin explicar si son sólo un punto en una tendencia de mejora, como suele ser.

Por ejemplo, Taibo quiere desmentir "el mito" de que la globalización "ha permitido reducir significativamente las desigualdades". No dice de dónde viene esa idea: del famoso estudio de Xavier Sala i Martín que ha dado al traste con el mantra de que las desigualdades mundiales han aumentado, por una razón muy clara: India y China, que concentraban buena parte de los pobres mundiales, han visto cómo su número caía de forma dramática a medida que se volcaban al comercio internacional y las reformas pro mercado. Pero para desmentir esta tendencia ofrece datos de esta hora: "En el Planeta, 3.000 millones de personas se ven obligadas a malvivir con menos de dos euros al día; de ellas, 1.200 millones, en situación de pobreza extrema, con menos de un euro diario. Un 70 por ciento de esos pobres, de los primeros como de los segundos, son mujeres".

Esos 1.200 millones de pobres, cuyo número decrece año a año, se registraron en 1998. Entonces suponían el 23,4% de la población mundial, mientras que sólo ocho años eran el 29%. Un informe del Banco Mundial decía que, a los actuales niveles de crecimiento, "muchos países en desarrollo (podrán) reducir a la mitad la incidencia de la pobreza extrema en 2015".

Decepcionado porque no encuentra una potencia rival para Estados Unidos que pueda cambiar el curso de la historia, sólo le queda confiar en lo que llama "movimiento libertario", procedente de "dos grandes flujos: el que viene del movimiento obrero y el aportado por lo que en su momento se denominó nuevos movimientos sociales, y entre ellos (...) el feminismo, el pacifismo y el ecologismo". Vana esperanza, la de Taibo. Porque el poder del deseo de centenares de millones de personas en todo el planeta de salir adelante, aun con los medios de comunicación y la política en su contra, es demasiado potente como para que lo paren unos cuantos manifestantes, por muy violentos que sean.

Carlos Taibo, Rapiña global. Una introducción a la política internacional contemporánea. Punto de Lectura, 2006; 208 páginas.

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comentarios
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liberal
jose

Liberal: tu libertad termina donde empieza la de los demás. En esas fronteras de la libertad de cada cual es donde los más liberales hacen dinero.?