Menú

La Ilustración Liberal

La Antropología Política de la Antropología Médica cubana

Cuba ha producido 65.000 médicos. Lamentablemente, junto a esta estructura médica, hay una casi total carencia de medicinas, equipos y material.

Carlos Alberto Montaner (2008)

Introducción

Desde sus inicios como disciplina independiente dentro del ámbito de las Ciencias Sociales, a mediados del siglo XIX, la Antropología ha ido generando una plétora de subdisciplinas, como la Antropología Político-Legal y la Antropología Médica, ambas bajo la gran rama principal de la Antropología Socio-Cultural. La primera de estas dos subdisciplinas entrelaza los aspectos socio-culturales con los sistemas político-legales, y la segunda a aquéllos con la práctica de la medicina (tanto la formal como la informal) y con las políticas de salud pública e higiene. Hoy día el antropólogo socio-cultural típicamente vive por un tiempo como un nativo en una comunidad diferente a la suya, ya sea la jungla exótica o una ciudad moderna. Su objetivo principal es comprender los aspectos socio-culturales de esa otra sociedad. La Etnología (como se conoce a la Antropología Socio-Cultural en Europa) se basa en perpetuas comparaciones (o contrastes) de las investigaciones etnográficas (descriptivas); y hemos aprendido que, por lo general, éstas se pueden llevar a cabo a plenitud empíricamente, en el terreno, sólo en sociedades lo suficientemente abiertas como para permitir dicho escrutinio. Esto último explica el porqué de la escasez de dichos estudios en las sociedades totalitarias.

La antropóloga estadounidense Katherine Hirschfeld fue a Cuba en 1996, atraída por los proclamados logros socialistas en la salud pública. Según cuenta en su reciente libro Health, Politics, and Revolution in Cuba Since 1898 (Transaction Books, New Jersey, 2008), Hirschfeld admite haber sido otro intelectual extranjero más cuyo idealismo ingenuo se desvaneció al experimentar en carne propia la triste realidad orwelliana de la Cuba contemporánea[1].

Este ingenioso volumen está llamado a cambiar el paradigma de la Cubanología, cuando se cumplen 50 años de gobierno de los hermanos Castro. últimamente los apologistas del régimen en el extranjero basan sus justificaciones en unas supuestas mejoras en los servicios sociales, sobre todo en el sistema de salud pública. A pesar de la existencia de una extensa bibliografía cubanóloga, no ha habido suficientes trabajos académicos que desglosen en profundidad dichos mitos. Al menos ya tenemos aquí un estudio médico-antropológico ejemplar que pone en cuestión la pregonada calidad y presumible equidad del sistema médico cubano actual y, por extensión, otros supuestos logros en materia de servicios sociales a partir de 1959.

La autora residió por un tiempo con una familia en Santiago de Cuba, donde devino una verdadera observadora-participante –fiel a la metodología antropológica– e incluso contrajo el dengue, la terrible fiebre infecciosa de origen africano[2]. Pero como las autoridades habían declarado que esa enfermedad había sido erradicada en los años 80, el brote epidémico de 1996-97 se convirtió en un ridículo "secreto de estado", pues su admisión pública hubiera afectado a la imagen del gobierno, sobre todo en el plano internacional. Por lo tanto, la paciente Hirschfeld no podía ser diagnosticada como víctima del dengue, un mal que "ya no existía" oficialmente en la isla. Varios médicos fueron arrestados, y algunos de ellos luego enviados al exilio, por oponerse a la decisión oficialista –médicamente irresponsable– de negar la existencia del brote (por ej., el doctor Desi Mendoza, ahora en España [D. Mendoza e I. Fuentes, Dengue, 2001]).

La joven antropóloga vivió una experiencia surrealista kafkiana en un hospital local que atendía a la población común (no a la nomenklatura, ni a los extranjeros). Encontró que la institución estaba injustificadamente militarizada, en condiciones antihigiénicas, sobrepoblada de pacientes (varios con síntomas de padecer dengue), subequipada y atendida por un número escaso de facultativos (nunca fue examinada por un médico durante su hospitalización). Esto último es irónico, ya que Cuba envía personal médico –supuestamente "de exceso"– a otros países; por ejemplo a Venezuela, donde muchos desertan (pasando luego a otras naciones)[3].

Otros malos ratos le esperaban a la Dra. Hirschfeld tras ser dada de alta. Sus investigaciones –entrevistó sobre todo a mujeres– fueron vistas con suspicacia por la temible Seguridad del Estado, que la detuvo,hostigó e interrogó en repetidas ocasiones, a pesar de que era claro que no se trataba más que de una simple estudiante extranjera.

La incómoda experiencia de Hirschfeld nos recuerda el Proyecto Cuba, puesto en marcha por el famoso antropólogo estadounidense Oscar Lewis a finales de los 60. Los estudios de Lewis fueron abruptamente cancelados por las autoridades cuando, frente a lo que esperaba, aparentemente descubrió no la sobrevivencia (desde el ancien régime) sino el surgimiento de una cultura de la pobreza bajo el socialismo[4]. Lewis partió decepcionado[5] –dejando encarcelado a su asistente[6]– y murió poco después de regresar a EEUU[7]. Casi tres décadas más tarde, Hirschfeld corrió mejor suerte, pues tras ser considerada persona non grata en Santiago pudo marcharse a La Habana. Luego de numerosas peripecias en la capital cubana, y enfrentar grandes limitaciones, logró examinar algunos documentos históricos en ciertos archivos. Tal y como les ha sucedido a otros investigadores, su proyecto se convirtió en otro tipo de estudio; en su caso, Hirschfeld reconstruyó la etno-historia de la salubridad y la epidemiología cubanas[8].

Trasfondo histórico

Desde el principio del colonialismo español[9], Cuba fue relativamente privilegiada en muchos aspectos, debido sobre todo a su situación geográfica y a su rica agricultura. La Habana fue un centro internacional del comercio, la cultura y la diversión. A principios del siglo XIX, el sabio alemán Alexander von Humboldt (considerado un predecesor del liberalismo) quedó maravillado con la isla, si bien criticó la inhumana esclavitud. En 1837 Cuba inauguró –con capital privado criollo– el primer ferrocarril del mundo hispánico (se adelantó a la propia España) y el segundo de las Américas (sólo le precedió EEUU). La Universidad de La Habana (fundada en 1728) tenía una escuela de Medicina que produjo médicos y dentistas prestigiosos. Sin embargo, la anacrónica esclavitud no quedó oficialmente abolida –por un decreto real– hasta 1886 (fue una de las consecuencias de la Guerra de los Diez Años).

Para finales de siglo, Cuba y Puerto Rico eran las únicas colonias españolas en América. Los nuevos intentos armados de los criollos por alcanzar la independencia, que comenzaron en 1895, fueron respondidos con horrendas represalias por parte del gobierno colonial. Cuba albergó los primeros campos de reconcentración de que se tiene constancia. La salubridad empeoró, lo que provocó epidemias que multiplicaron las cifras de mortalidad.

Las tropas estadounidenses encontraron un país devastado en 1898 (Guerra Hispano-Cubano-Americana). Hirschfeld consigna que la intervención estadounidense creó infraestructuras, organizó los servicios públicos, estableció una maquinaria educacional y –sobre sobre todo– saneó la isla y fijó las bases de un sistema funcional de salud.

Tras la instauración de la república, en 1902, y pese a innumerables contratiempos, el sistema de salud fue progresando –sobre todo después de los años 30 (luego del Machadato)–, hasta llegar a un nivel de semi-socialización a finales de la década de los 50. Ha de decirse que se trataba de un sistema orientado hacia las ciudades, no tanto al campo. Con todo, si se trazan comparaciones con el vigente en otros países, ocupaba un lugar destacado. Después de poco más de cinco décadas de república, Cuba no estaba muy atrás de EEUU y Canadá, y sobrepasaba a casi toda Latinoamérica, incluso a algunos países europeos considerados más avanzados: Bélgica, Irlanda, Holanda, Italia, Portugal; también a Francia, Inglaterra y la propia ex metrópoli, en varios indicadores sociales: médicos y dentistas per cápita, mortalidad infantil, longevidad, consumo diario de calorías, entre otros.

Tal como han expuesto Montaner y otros autores en Libertad Digital y La Ilustración Liberal, todo esto se logró a pesar de las fallas del sistema político y de una corrupción rampante, lo cual, por desgracia, sigue siendo típico de Latinoamérica. Esos desafueros llegaron a su cima en Cuba durante la sangrienta (e históricamente inexcusable) dictadura del ex militar Fulgencio Batista (1952-59), que provocó el advenimiento del régimen prácticamente monárquico/dinástico que le sucedió, y que ya le supera siete veces en duración.

El 'apartheid' en la salud pública después de 1959

Hirschfeld afirma que el sistema de salud revolucionario llegó, al cabo del tiempo, a los rincones más apartados del país. Pero esto ha acarreado un precio político-represivo, ya que la estructura médica forma parte integral de un complicado aparato de control socio-legal. A diferencia del protocolo universal, el profesional médico en Cuba debe lealtad suprema no a sus pacientes, sino al gobierno. Todo personal médico es considerado un "soldado revolucionario", entrenado –como parte del currículum, que Hirschfeld pudo examinar– para espiar a sus propios pacientes (esto se puede constatar conversando con cualquier médico recién llegado al Exilio)[10].

Confirmando lo que han estado reportando los exiliados durante décadas, y contradiciendo a los apologistas más apasionados del régimen, la investigadora divide los servicios de salud cubanos en tres estratos "claramente desiguales", que reflejan un apartheid peculiar. El superior, bien abastecido –no escasea nada–, es para los privilegiados del Partido Comunista, los apparatchiki criollos, así como para los extranjeros (ya sean huéspedes especiales del gobierno o los que pagan con los malditos pero codiciados dólares). Este es el servicio "de primera clase" que tanto celebran ciertos académicos, reporteros, acaudalados atletas y cineastas extranjeros, que se convierten en portavoces del gobierno al repetir las hiperbólicas consignas oficialistas.

El estrato intermedio, de inferior calidad al que acabamos de reseñar, es el que está llamado a servir al resto de la población, a "los de a pie", como dicen los cubanos, asignados a los puestos médicos en función de su lugar de residencia. A diferencia de lo que dice el discurso oficialista, en la práctica los servicios médicos no son un derecho, sino un "privilegio" otorgado por la dirigencia política, a la que el pueblo tiene que demostrarle lealtad y gratitud eternas[11]. Como escribiera en unos versos de protesta Heberto Padilla, el cubano tiene que ser "obediente [y estar]... siempre aplaudiendo" (Fuera del juego, 1967). El sistema médico oficial crea un clientelismo –cuidadosamente diseñado– dependiente del omnipotente estado, como lo es casi todo lo demás allá (ya lo indicó R. Lewis: v. nota 4). Las policlínicas o consultas locales, usualmente mal provistas, funcionan en coordinación con los infames Comités de Vigilancia, o de Defensa de la Revolución (que los cubanos llaman despectivamente "de chivatos"), por lo que los disidentes políticos confrontan una gran desventaja médica[12].

El tercer estrato lo constituye una red informal de servicios de salud a la que recurre el cubano promedio, porque no confía en el sistema médico estatal. Típicamente, profesionales de la medicina (dentistas incluidos) ejercen clandestinamente a cambio de efectivo o de pagos en especie (por ejemplo, medicamentos y enseres domésticos; por cierto, generalmente robados de agencias estatales o enviados por familiares exilados). Todo esto es parte de lo que los cubanos denominan el socioísmo, en mofa del anacrónico socialismo oficial. Esta cultura de la corrupción–que comprende un amplio mercado negro– contrasta con el ideal del supuesto hombre nuevo socialista y, aunque Hirschfeld no lo elabora, está relacionado con los síntomas de que se ocupa el concepto lewisiano de cultura de la pobreza, antes mencionado. Las autoridades hacen la vista gorda, ya que esta red médica alternativa alivia de pacientes a la estatal.

La existencia de esa red clandestina representa otro ejemplo de lo que en el ámbito de las Ciencias Sociales se ha dado en llamar "la resistencia de cada día", protagonizada precisamente por los más oprimidos, los privados de acceso al poder (aquellos por quienes abogamos, supuestamente, los intelectuales en todas partes).

Más paradojas: dependencia del exilio

Los datos de la profesora Hirschfeld confirman, si es que quedaba alguna duda, que un sinnúmero de servicios depende básicamente de las remesas y los envíos caritativos del Exilio, el cual, absurdamente, es blanco de constantes ataques por parte del régimen y sus partidarios más estridentes en el extranjero. Paradójicamente, la red médica fantasma existe gracias a la generosidad de los cubanos de la diáspora, esparcidos por todo el mundo, quienes contribuyen humanitariamente a la misma con sus envíos a familiares atrapados en la isla.

Al decir de algunos expertos, puede que dichas donaciones se hayan convertido en el equivalente de una de las primeras industrias de la economía cubana. Si no fuese por los calumniados emigrados, la malnutrición en la isla sería aun peor, ya que se estima que la ración alimenticia asignada mensualmente por el gobierno sólo alcanza para una semana. En 1995 se admitió incluso la existencia de una epidemia de neuropatía óptica (la cual puede causar ceguera); pero el entonces popular ministro de Salubridad, el Dr. Julio Tejas, cayó en desgracia cuando reconoció públicamente que la malnutrición rampante era la causa principal de la misma.

Probablemente el lector conocedor de la problemática cubana encuentre poco nuevo aquí; pero las Ciencias Sociales se reducen a menudo a documentar –o problematizar (en el lenguaje postmodernista de moda)– lo obvio. Lo cierto es que Hirschfeld documenta aspectos de la vida cotidiana cubana que observó desde dentro y desde abajo, a diferencia de ciertos apologistas que niegan la horrible realidad interna y pontifican cómodamente desde el exterior, a veces sobre la base de breves visitas a Cuba de tipo semi-turísticas (y quizás controladas), y en muchos casos sin que tengan un dominio adecuado del idioma (necesario, por ejemplo, para comprender insinuaciones sutiles).

Otros aspectos político-legales: la Cubanología, de ayer a hoy

Debemos acotar que, a pesar de sus contribuciones, Hirschfeld no da el crédito que históricamente se merece a la Cuba de ayer, la Cuba republicana (1902-59), que, aun imperfecta como fue, alcanzó niveles socio-económicos y de salubridad muy notables, como ya vimos. En este punto vale la pena decir que uno de los legados más positivos del colonialismo español fue quizá la red de centros regionales, todos estatizados después de 1959. Por una modesta cuota, dichos centros –que tenían clínicas mutualistas– ofrecían servicios médicos de primera calidad a sus miembros. Por ley, estas cooperativas (la Benéfica Gallega, la Hijas de Galicia, la Covadonga, la Castellana, la Canaria, etc.) también proveían servicios de emergencia gratuitos a todo paciente que a ellas llegara, sin distinción.

Pero regresemos a Hirschfeld. Lo más admirable es su integridad intelectual. El gobierno revolucionario es considerado (¡todavía a estas alturas!) una especie de vaca sagrada en ciertos medios intelectuales y periodísticos extranjeros. Sin embargo, Hirschfeld no escatima calificativos a la hora de referirse a la brutal dictadura, a la que tacha de opresiva y represiva, una tiranía que se esconde detrás de una anticuada retórica nacionalista falaz, de la cual los cubanos se mofan a escondidas, tal como reporta la propia investigadora. Sus estudios pasan, pues, de la Antropología Médica a la Político-legal. La loable audacia de la candidez de Hirschfeld reta a aquellos intelectuales en el extranjero que otorgan al callar la verdad –o al no reportarla completamente–aquellos que menosprecian la franqueza que se espera de los estudiosos comprometidos con el principio de objetividad cándida, esencial en las Ciencias Sociales.

Hirschfeld expresa su desconcierto al confrontar el cuerpo bibliográfico que todavía trata a Cuba como un experimento utópico, mientras que lo que ella encontró fue todo lo contrario. Desde la perspectiva de la Antropología Política, el tema de Cuba genera emociones irracionales entre algunos observadores extranjeros. Ellos parecen interpretar la experiencia del pueblo cubano según el color del cristal con que la miran; o sea, ven el caso cubano –desde fuera, nunca desde dentro y viviendo como un cubano ordinario– según su propio prisma de valores, a lo cual, por supuesto, tienen todo su derecho intelectual en las sociedades libres. El problema es que, al no presentar la verdad –o la verdad completa–, lo que algunos autores hacen es lavar la información, los datos y hechos, con el objeto de hacerlos lucir positivos para el régimen. Por si esto fuera poco, esos datos y hechos lavados son luego repetidos por otros autores. Hay muchísimos ejemplos de ello en la Cubanología, algunos hasta risibles.

Alternativamente, tratemos de comprender el asunto desde la perspectiva de la rivalidad eterna entre las Humanidades (creativas) y las Ciencias Sociales (cuya meta primordial es descubrir la verdad, sin amarres ideológicos). Mientras que los literatos se pueden dar el lujo de crear en sus escritos de ficción un mundo de fantasías moldeado por su imaginación (ahí están las obras de Hemingway, Sontag y García-Márquez, por poner sólo tres ejemplos), del científico social se espera que se ciña al protocolo de responsabilidad profesional, aislándose (lo más humana y epistemológicamente posible) de sus preferencias afectivas. Los estudios de Hirschfeld son ejemplares desde el punto de vista científico: ella fue a Cuba con ciertas premisas (una serie de hipótesis, por cierto, de antemano favorables al régimen), pero al someterlas a la fría prueba de los hechos resultaron falsadas o falsificadas (como se dice ahora en la Filosofía de las Ciencias Sociales), por lo que acabó descartándolas.

Frente a lo que aducen, en el otro extremo, algunos investigadores: los socio-conductistas (behaviorists), que dominaron las Ciencias Sociales hace unas tres décadas, no es imprescindible recurrir a complicadas fórmulas estadístico-matemáticas para que un estudio sea científico. Basta con que el investigador sea fiel, sistemática y consistentemente, a la realidad que percibe y tenga en cuenta las limitaciones epistemológicas de las Ciencias Sociales.

A pesar de todo, la propaganda insidiosa del régimen cubano parece todavía influir sobre ciertos intelectuales extranjeros, ciegos selectivos ante la realidad (sin duda, muchos de ellos incautos). Así, vemos intelectuales que, insólitamente, tienden a identificarse no con las pobres víctimas, como es de rigor en el mundo intelectual, sino con la auto-perpetuada gerontocracia, predominantemente militar, que ejerce su hegemonía despótica sobre la isla.

Al enfocar el fallido sistema de salud cubano y sus implicaciones político-legales, Hirschfeld desafía, valiente y excepcionalmente, la persistente propaganda gubernamental presentando datos cualitativos y cuantitativos de la realidad vivencial cubana que desmienten a los más histriónicos apologistas del gobierno fuera de la isla.

Lo que se espera de todo científico social con mentalidad inquisitiva es indagar acerca de las incongruencias de cualquier sociedad, tal como han postulado el filósofo liberal John Stuart Mill, el antropólogo Bronislaw Malinowski y, más recientemente, el canadiense Harry Wolcott y el cubanólogo estadounidense I. L. Horowitz[13]. Cuando Fidel Castro enfermó en 2006, las autoridades cubanas recurrieron a un cirujano de España, cuyo sistema médico –de acuerdo con el discurso oficial cubano y el de sus seguidores en el extranjero– es supuestamente inferior al de la isla. Así como lo leímos en la prensa madrileña, la interrogante más lógica que surge es si la cúpula gobernante de veras confía, política o profesionalmente, en sus propios médicos.

(A propósito, permítasenos abrir un paréntesis con fuentes no académicas. Es comúnmente aceptado como una especie de ley o constante científico-social predecible el que, por lo general, los seres humanos votan con los pies en un acto de desesperación –pensemos, por ejemplo, en el fenómeno del Mariel, en 1980–. Pues bien, como dice un escrito que circula por internet[14], si el sistema cubano de salud es tan "maravilloso", ¿por qué la gente se lanza al mar para huir de él? Pocas disertaciones académicas podrían expresar con tanta concisión esa sabiduría popular).

Conclusión: el avance de la Cubanología y las Ciencias Sociales

En resumen, los reportes de Hirschfeld, en los que combina su experiencia vivencial con los datos recopilados durante sus pesquisas en archivos cubanos y estadounidenses, no sólo siguen la pauta científica, sino que revelan un par de cuestiones importantes. En primer lugar, que puede que estemos presenciando un cisma entre generaciones de investigadores. Por un lado tenemos a jóvenes estudiosos de mente inquisitiva, como Hirschfeld, que cuestionan los slogans oficialistas (llamémoslo la técnica de la contrariedad, legítima en las Ciencias Sociales), y por el otro a aquellos que se aferran a unos esquemas especulativos escleróticos con características cuasi religiosas (esto es, enraizadas en la fe, en vez de en la evidencia), lo cual no debe tener cabida en las Ciencias Sociales hoy día. En segundo lugar, que las técnicas investigativas eclécticas de la Antropología, cuando son aplicadas objetiva y científicamente –como hace Hirschfeld–, sirven como instrumentos magníficos para (en la terminología de Foucault) deconstruir las falsedades de aquellas sociedades que el filósofo liberal Karl Popper llamó "cerradas".

El libro analizado aquí es un modelo que debe ser imitado por otros investigadores con ansias de promover el avance de la Cubanología y de las Ciencias Sociales en general[15].Sería magnífico si este paradigmático volumen fuese traducido al español e introducido en Cuba (no queda más remedio que cladestinamente); así los cubanos verían que sí existen investigadores extranjeros honestos que difunden la realidad científico-social. Esto traería también, quizá, un rayito de esperanza a la agotada población de la isla, con respecto a la muy ansiada transición a una Cuba post-socialista.



[1] En español, el título del libro sería Salud, política y revolución en Cuba desde 1898. El propósito inicial de Hirschfeld era recopilar datos para su tesis doctoral (Socialism, Health and Medicine in Cuba, Emory Univ., 2001). Ver también J. Dorschner, "Author disputes Cuban health-care 'myths'", Miami Herald, 11-I-2008, y E. Curnow, "Al descubierto el verdadero rostro de la salud en Cuba", Diario Las Américas, 14-I-2008.
[2] El agente transmisor del dengue es un mosquito. Los síntomas incluyen fiebre, vómitos y fuertes dolores, sobre todo en las articulaciones. La enfermedad –que puede causar la muerte– era poco conocida en Cuba antes de la revolución. El brote epidémico de 1981 (el cual llegó a la misma Habana) fue el primero de los registrados en las Américas. Ha habido más brotes en Cuba, aunque las autoridades no siempre admiten su existencia. Recientemente se han reportado brotes en otros países caribeños; incluso en el altiplano andino, concretamente en Bolivia, a principios del 2009 (Center for Disease Control, www.cdc.gov/ncidod/dvbid/dengue).
[3] Los galenos cubanos itinerantes proveen servicios gratuitos a poblaciones que normalmente no reciben atención médica de sus propios gobiernos. El régimen castrista incrementa así su imagen internacional, y recibe a cambio divisas, que retiene (la paga al personal médico es mínima). Por ejemplo, la Venezuela de Hugo Chávez paga a Cuba por servicios prestados en la Bolivia de Evo Morales. Dicho esto, hemos escuchado reportes de pacientes de esos países que se quejan del mal servicio recibido. Es más, existe la impresión de que los sudamericanos son usados por los cubanos como conejillos de Indias. Por otro lado, el número de quejas por mala práctica registradas (aunque sin recursos legales) también indica que la posesión de un título en Medicina no equivale a tener las destrezas profesionales adecuadas (esto es de aplicación universal, no es privativo del caso cubano).
[4] La viuda de Lewis, Ruth (née) Maslow, recientemente fallecida, logró publicar tres volúmenes basados en lo que pudo salvar de sus viajes a Cuba (v. R. Alum, "A critique of O. Lewis, Four Women," Cuban Studies, 1979).
[5] El ya fallecido Douglas Butterworth, un asociado de los Lewis, escribió su propio estudio, The People of Buena Ventura (1980). Sus revelaciones retan las teorías del Che Guevara –inspiradas en Marx– acerca del hombre nuevo socialista. No se ha prestado suficiente atención analítica ni a ese libro (la misma Hirschfeld no lo menciona) ni a ese tópico socio-cultural tan crucial (v. R. Alum, "La vida in Cuba", Cuban Studies, 1982; "A new study of the culture of poverty", New America, jul.-ag., 1983; "The legacy of a culture of poverty", Wall St. Journal, 30-XII-1983; "The Dominican Republic example", Wall St. Journal, 13-IV-1984).
[6] Después de cumplir prisión por colaborar con los Lewis, el asistente –Álvaro Ínsua (a quien hemos entrevistado)– salió al exilio vía Costa Rica. Ningún antropólogo o intelectual extranjero protestó por su encarcelamiento.
[7] Otros aspectos del affaire Lewis fueron divulgados por Maurice Halperin, un desencantado ex marxista estadounidense, en The Taming of Fidel Castro (1981). Al parecer, había espiado para la Unión Soviética (v. su obituario en el New York Times del 2 de febrero del 95). Hirschfeld no menciona dicho libro, aunque sí cita otro de Halperin: Return to Havana: Decline of Cuban Society (1994).
[8] Entre las condiciones que reporta Hirschfeld podemos detectar varias que encajan en el concepto de cultura de la probreza de Lewis; pero, lamentablemente no las analizó en sus escritos (v. Hirschfeld, "Re-examining Cuban health care", Cuban Affairs, 2:3, julio de 07).
[9] Hirschfeld comienza su cronología de Cuba en el año1898, por lo que queremos hacer un breve repaso de algunos legados de la era colonial. Véase también L. de la Cuesta, Las Constituciones cubanas –con bibliografía anotada (1974); R. Núñez, R. Nodal y R. Alum, "The Afro-Hispanic Abakuá", Orbis-Documentation Linguistique (1984).
[10] Las evaluaciones de Hirschfeld sobre el papel del médico revolucionario son avaladas, al menos desde el punto retórico-ideológico, por las palabras de Ernesto Che Guevara, quien había estudiado Medicina en su natal Argentina (v. su discurso de 1959 publicado en inglés décadas más tarde en la socialista Monthly Review de Nueva York [2005]). Durante sus pocos años de asociación con el régimen, Guevara no parece haber estado muy implicado en la reestructuración estatizante del sistema de salud (v. Compañero. Vida y Muerte del Che, 1997, de J. Castañeda, quien luego deviniera canciller mexicano y crítico del gobierno cubanoy sus fanáticos apologistas extranjeros).
[11] La periodista ecuatoriana Gabriela Calderón ha citado en un artículo a la controvertida neuróloga cubana Hilda Molina, según la cual "jamás el régimen (…) ha garantizado (…) igualdad en lo que a servicios médicos se refiere. La elite gobernante (...)y [sus] protegidos han recibido siempre una atención diferenciada, superior a la [recibida por el resto de la] población" (G. Calderón, "El costo de la revolución de Fidel", El Universo, 26-II-08). Pero resulta que el apartheid segregacionista existe no sólo en los servicios de salud, sino en varias otras manifestaciones, como han estado reportando los cubanos durante décadas. Entre las recientes mini-reformas de Raúl Castro se cuenta el privilegio, para el cubano de a pie, de poder ingresar en hoteles y otros establecimientos normalmente reservados a turistas y miembros de la nomenklatura. Yoani Sánchez se pregunta en su valiente blog, que escribe desde Cuba, cómo es que ahora se va a permitir algo que se negaba estuviera prohibido. La joven lingüista introduce un término para describir la contradictoria situación: endofobia (una especie de antónimo de la xenofobia), que ella define como "excluir al similar, [negarle] iguales derechos" (Y. Sánchez, Generación Y, 4-II-09).
[12] Según reportara Reinaldo Arenas (Antes que anochezca, 1996), ese fue el caso del dramaturgo Virgilio Piñera, que de semi-vocero intelectual se había convertido en crítico del gobierno, cuando en 1979 lo dejaron morir, sin recibir atención médica, de un simple ataque de asma. (Agradecemos estos detalles a Radamés Suárez).
[13] R. Alum "Social sciences & physical sciences", Eureka, 1975; H. Wolcott, Ethnography, 2008; I. L. Horowitz, The Long Night of Dark Intent: Half Century of Cuban Communism, 2008.
[14] "The great Cuban health care system: So great, folks are swimming from it", Backinformant.com, 25-VII-07. Incluso el número de parientes de la oligarquía revolucionaria que opta por escapar al extranjero va en aumento, desde allegados de los hermanos Castro hasta el nieto de Guevara –Canek Sánchez Guevara–, auto-exilado en México (Proceso, 17-X-04; cable de EFE, 18-X-04).
[15] Quedan aún por esbozar otros temas relacionados, algunos de los cuales Hirschfeld apenas alcanza a mencionar; por ejemplo: a) cómo el régimen y sus apologistas manipulan y manufacturan estadísticas favorables al gobierno; b) la alta incidencia de abortos (Cuba tiene la tasa de natalidad más baja del continente); c) el alarmante número de pacientes con depresión, muchos de los cuales llegan al suicidio (¿por qué, en un supuesto paraíso?); d) el abuso estatal de la Psiquiatría como un arma de represión policíaca; e) la participación del régimen en el tráfico internacional de órganos humanos a cambio de divisas (v. www.encyclopedia. com/ doc/1P2-4733354. html). No por casualidad hay tantos médicos cubanos opuestos al gobierno. Entre ellos se encuentran la doctora H. Molina (mencionada en la nota 11), antaño célebre miembro del Partido Comunista, y el doctor Elías Biscet, el distinguido disidente afro-cubano declarado "prisionero de conciencia" por Amnistía Internacional (www.biscet.blogspot.com).