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Marcel Gascón Barberá

Vox y el libro de Cayetana (más allá de la teocracia)

No sé si sólo queda Vox, pero de momento sólo está Vox.

No sé si sólo queda Vox, pero de momento sólo está Vox.
Cayetana Álvarez de Toledo, en la presentación de su libro en Madrid. | EFE
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Hace unos días empecé a leer el libro de Cayetana. Me quedan menos de treinta páginas para acabarlo. Como ha dicho ella misma, es mucho más que el ajuste de cuentas con Casado y Teodoro que presentan los medios. Si hubiera de definirlo en una palabra, elegiría festín. Un festín de claridad, inteligencia y jugosas anécdotas aderezado con una escritura tersa de milagrosa constancia.

Por empezar con lo malo, me ha atragantado a ratos la tendencia al name dropping, de la que no tiene toda la culpa Cayetana. ¿Cómo contar si no la fascinante e inverosímil historia personal y familiar que tanto resquemor provoca en sus haters? Tampoco me ha gustado su apego a las categorías duales (ilustración-identidad, moderno-reaccionario). Considero que le hacen ser injusta con figuras como Trump, que tanto ha hecho por las metas concretas que defiende Cayetana. A mi modo de ver, algunos de sus diagnósticos deforman la realidad para que encaje en una visión del mundo demasiado esquemática por excesivamente deudora de conceptos abstractos.

Hechas estas críticas, vayamos a lo muchísimo bueno. Cayetana ya le había demostrado a España lo estimulante que puede ser la política hecha con la verdad, aunque se pague un alto precio por ella. Su libro nos enseña además a contar esa verdad sin esconder bajo la alfombra los matices, por inoportunos e incómodos que nos resulten o nos parezcan.

Sin su radical honestidad intelectual, estamos abocados a la derrota del tacticismo en que viven instalados los verdugos victoriosos de Cayetana; nos entregamos al nihilismo catastrofista o a la persecución de utopías, un refugio igual de simplista, de mezquino con la abundancia torrencial e inabarcable de lo real.

Leer el libro de Cayetana no sólo me ha inspirado a escribir en el estilo con que estoy haciéndolo ahora. También me anima, y esto es aún más importante, a elevar la guardia ante la tentación de un maniqueísmo falsamente reconfortante que tiene su reverso en la empatía incontrolada y autodestructiva que aflige al líder de la oposición en España.

De lo que se cuenta en Políticamente indeseable, me ha impresionado la valentía de Cayetana a la hora de hacer recriminaciones justas, educadas y razonadas. A amigos suyos y, lo que es todavía más difícil, a personas del entorno de la familia de su exmarido que siempre la trataron con cariño y a las que sigue queriendo. Particularmente emocionante es la escena de Cayetana bajando en moto de la parte alta de Barcelona para ver de cerca cómo los cachorros independentistas incendian la ciudad mientras tiran de todo a los policías. Cuántas veces no he sentido, como periodista o participante en protestas violentas y aglomeraciones caóticas, la adrenalina que desprende ese pasaje.

Otro de los grandes méritos del libro es el tratamiento que le da a Vox. Cayetana se reafirma en su discrepancia inequívoca con los motivos de fondo que inspiran al partido de Abascal. También aquí, pienso que la diputada da demasiada importancia a las etiquetas y a los términos, al estilo y a la retórica. Personalmente, me importa menos si Vox defiende la necesidad de hacer cumplir la ley respecto a la inmigración ilegal y a los separatistas por convicciones constitucionales o en base a una idea esencialista de la identidad española. Lo importante me parece que las políticas que propone den respuesta a los retos más urgentes y se abstengan de crear nuevos problemas, dos condiciones que, a mi modo de ver, se cumplen casi siempre en el caso de Vox.

Esta atención a los conceptos podría explicar también la exagerada benevolencia de Cayetana hacia políticos que presumen de liberales sin dejar de entrar y salir de la batalla cultural según sople el viento caprichoso de las encuestas. Me refiero sobre todo al grueso de Ciudadanos (con excepciones honrosas como Pericay, Rivera de la Cruz o Girauta) y, especialmente, a Arrimadas y Rivera. En un ejercicio que a mí me parece wishful thinking, la diputada se obstina en situarlos en una trinchera política de la que excluye a un aliado mucho más fiable y genuinamente afín como es Vox, pese a que han dado muestras repetidas de una endeblez intelectual y un camaleonismo ideológico incompatibles con el compromiso original con el liberalismo que les supone Cayetana.

Volviendo a su opinión sobre Vox, me parece admirable que desde la distancia ideológica reconozca la buena voluntad de Abascal y las coincidencias con los posicionamientos abanderados nítidamente por Espinosa y Olona en materia de política institucional e igualdad entre sexos.

Una inquietud respecto a Vox que comparto con Cayetana es si el partido tiene voluntad y capacidad de entrar en un Gobierno de todos o su recorrido termina en la representación de media España enfadada por décadas de abusos de la otra media. En otras palabras, si Vox es una alternativa al matonismo de la izquierda o su mero espejo. Cayetana cree que lo segundo, y lo expresa en el siguiente párrafo con su característica elocuencia:

En el mejor de los casos Vox actúa de contrapeso. Por seguir con mi metáfora del tablero inclinado, es un factor de nivelación centrípeta frente al riesgo de implosión centrífuga. Pero a mí no me gustan los experimentos identitarios ni tampoco los juegos tácticos. Esto de tirar del péndulo, a ver si con un poco de suerte acaba quedándose en el medio, me parece una frivolidad y un peligro.

Yo tengo dudas, pero me decanto por lo primero. Sobre todo cuando escucho las intervenciones de más poso y duración de casi todos los líderes del partido. Como la que hizo Macarena Olona el miércoles en el Congreso contra el feminismo segregador que tan bien representa en su futilidad tóxica Irene Montero. Podría dedicar unos párrafos a glosarla, pero es mejor que la vean directamente. En parte, porque no es fácil escuchar discursos de esa fuerza y ese calado desde la segunda defenestración de Cayetana.

Como a la diputada del PP, a mí no me gustan los acentos más conservadores y tradicionalistas del programa y el imaginario de Vox. Pero me parecen inconvenientes menores comparados con los beneficios de votar al partido que con más convencimiento defiende la inviolabilidad de la propiedad privada, las fronteras, las instituciones, la Constitución y la igualdad de los españoles ante la justicia y los poderes públicos.

Vox tiene otra ventaja respecto a Ciudadanos y el PP realmente existente. También en lo que no nos gusta es previsible. Si Isabel Díaz Ayuso, Cayetana Álvarez de Toledo y alguno de sus colaboradores sacrificados de aquel PP inteligente, sofisticado y serio que funcionó hasta el desistimiento de Rajoy estuvieran a los mandos en Génova, me sería muy difícil elegir entre el azul y el verde cuando nos vuelvan a llamar a las urnas. Pero en el PP de hoy mandan Casado, Teodoro y los demás apparátchiki del bullying a gente como Ayuso, Elorriaga y Cayetana. No sé si sólo queda Vox, pero de momento sólo está Vox.

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