
La flor y nata de las casas reales europeas se dio cita hace unos días en Atenas para despedir a Constantino de Grecia, que perdió el trono en 1973 y hubo de ver cómo su país se convertía en una república. La junta de príncipes y princesas, de reyes y de reinas, superpuesta a esta circunstancia de la vida del enterrado, ha llevado a algunos a reflexionar sobre el futuro de las monarquías en Europa. ¿Siguen teniendo sentido? ¿Le ha llegado la hora? ¿Veremos más casos como el de Constantino?
Es imposible saberlo, y ni siquiera hay una respuesta unitaria a esta pregunta. Pero sí podemos hacer ciertas reflexiones generales, válidas para todas las monarquías parlamentarias, sobre la evolución del papel de los reyes en nuestras sociedades y nuestros sistemas.
España es uno de los países más convulsos del continente y del mundo democrático occidental. Con enemigos declarados del sistema dentro del Gobierno y de la coalición parlamentaria que lo sostiene, nuestro país podría verse abocado a experimentar muy pronto cambios dramáticos en nuestro marco político. Una de estas alteraciones afectaría a la Casa Real.