Cada 27 de enero, coincidiendo con el aniversario de la liberación por parte del Ejército Rojo del campo de exterminio de Auschwitz, el mundo rinde tributo a los asesinados en el genocidio nazi, en el que ha sido designado como Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. La efeméride se conmemora cada año en todo el mundo con discursos contra el antisemitismo y otras formas de odio por motivos de pertenencia cultural, nacional y ética, y con promesas de hacer todo lo posible para que sigan causando víctimas.
Dejando de lado excepciones por lo general marginales, el trauma que causó el Holocausto nos ha vacunado contra las exaltaciones del nazismo y de su proyecto para eliminar de la faz de la tierra al pueblo judío. Pero la tolerancia que muchas instituciones y figuras influyentes en el discurso público muestran a diario con actitudes y programas que coinciden bajo otra fachada con algunos de los fines y razonamientos de Hitler sugieren que muchos sólo han entendido el Holocausto en su más estricta literalidad.
Cerca de 80 años después de que los ejércitos aliados pararan por la fuerza la industria del crimen nazi, el Estado que los judíos crearon para no estar a merced de gente como Hitler vive acosado por fanáticos que trabajan obsesivamente para destruirlo y asesinar al mayor número posible de judíos, sin que buena parte de las élites del mundo libre parezcan ser conscientes de los paralelismos con el nazismo.
El pasado 27 de enero, cuando en la mayoría de capitales volvía a prometerse no repetir el pecado de indiferencia que permitió que los trenes llegaran a Auschwitz, un terrorista palestino mató a tiros a siete judíos a la entrada de una sinagoga en Jerusalén.
En una grabación recuperada y traducida por MEMRI, un predicador palestino le dice a la audiencia que "Alá permite la yihad", en respuesta a actos como la operación antiterrorista en el campo de refugiados palestino de Yenín, en la que las fuerzas israelíes mataron a siete terroristas y a dos civiles. El imán anima a sus seguidores a "luchar" y "matar y morir por Alá", que es lo que precisamente hizo el terrorista de la sinagoga horas después de que este sermón se emitiera en la televisión de la Autoridad Palestina.
Es sólo un ejemplo de cómo las autoridades palestinas, que Occidente reconoce como interlocutor válido, promueven la cultura de la muerte y la venganza indiscriminada contra israelíes, sin importar que sean civiles. Financiando este tipo de discursos, y obligando a Israel a negociar su seguridad con quienes los promueven, los Gobiernos democráticos más influyentes y las organizaciones internacionales demuestran no haber interiorizado las lecciones fundamentales del Holocausto.
La misma falta de sensibilidad pudimos encontrar en la cobertura mediática de la primera ola de violencia de 2023 en Israel y los territorios palestinos. Las principales televisiones y periódicos occidentales, entre ellos los españoles, informaron de los nueve muertos en la redada de Yenín sin especificar que siete de ellos eran militantes de Yihad Islámica que habían cometido atentados y preparaban nuevas masacres.
No fue el caso de la agencia Reuters, que especificó la composición del balance de víctimas desde el mismo título evitando dar pie a las habituales interpretaciones calumniosas para Israel, cuya caricatura en buena parte de la prensa y los discursos académicos se parece mucho a la que de los judíos hacían los medios nazis y otros agitadores antisemitas de antes y después del ascenso de Hitler.
Nadie de buena voluntad que haya prestado atención a lo que ocurrió en el Holocausto puede declararse un absolutista del pacifismo y oponerse por sistema al uso de métodos letales para poner coto a quienes se han conjurado para destruir y matar. En otras palabras, el "nunca más" que se proclama cada 27 de enero en las conmemoraciones del Holocausto sólo puede materializarse con redadas como la de Yenín, sin las que Israel ya no existiría y matanzas como la de sinagoga habrían dejado de ser noticia.