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Marcel Gascón Barberá

El chavismo y Podemos contra los supermercados

En Venezuela, el régimen provoca carestía con sus políticas irracionales y culpa también a los empresarios de subir después los precios por codicia.

En Venezuela, el régimen provoca carestía con sus políticas irracionales y culpa también a los empresarios de subir después los precios por codicia.
Nicolás Maduro | EFE

"Vamos a ser el objetivo a batir en año electoral", le dice a Cristina Alonso, de El Mundo, una fuente del sector de la distribución. El temor viene del discurso del sector comunista y poschavista del Gobierno, que culpa a los dueños de los supermercados de la inflación afirmando que se están lucrando a costa del pueblo practicando la especulación.

El señalamiento, que por el momento se ha focalizado en el dueño de Mercadona, Fernando Roig, es parte del manual básico del comunismo que aplican también todos sus sucedáneos.

Lo pude comprobar en primera persona en esa Venezuela chavista que ayudaron a diseñar los líderes de uno de los partidos del Gobierno. Allí, el régimen provoca desabastecimiento y carestía con sus políticas voluntaristas e irracionales, para después culpar a los empresarios de subir por codicia los precios.

Nunca olvidaré los días previos a las Navidades de 2017. Los venezolanos querían comprar para tener algo que celebrar durante las fiestas, pero la mayoría no podía. Su poder adquisitivo caía a diario pese a unas subidas constantes del sueldo mínimo que no hacían más que seguir desbocando la inflación.

Como venía un período sensible, el régimen apretó el acelerador del odio de clase y se lanzó en tromba a culpar a las grandes cadenas de alimentación de esta situación. La operación propagandística se concretó con el despliegue de guardias nacionales armados en mercados y supermercados.

Por una parte, hacían redadas para castigar a quienes no cumplían con los precios decretados por el Gobierno (no cumplir era la única forma de seguir vendiendo sin perder dinero, y de evitar haber de cerrar). Recuerdo la desolación de los dueños portugueses de los puestos de un mercado de Caracas. Les habían precintado el negocio, o confiscado las romanas en que pesaban sus productos alegando que tenían los pesos trucados.

Nunca olvidaré cómo se quejaban amargamente de una humillación arbitraria que se sumaba a la indignidad de haberse visto arrastrados a la miseria sin haber dejado de trabajar ni un solo día, después de toda una vida de sacrificios que para muchos empezó cruzando el Atlántico en busca de las oportunidades que les negaba entonces la pobreza ibérica.

Tampoco olvidaré la segunda parte del trabajo de aquellos guardias nacionales armados, agresivos, arrogantes y a veces asustados, víctimas, algunos de ellos, del papel indigno al que les había condenado la Revolución. Fusil en ristre, los militares hacían guardia junto a las cajas de los supermercados más grandes para obligar a los dueños a vender a pérdida. Algunos asistían llorando a este robo organizado dirigido por el Estado.

El atropello permitió a muchos venezolanos comer algo mejor esas Navidades, pero por supuesto no arregló nada. Cuando se acabaron los productos que comprar a precio oficial impuesto por la fuerza por la Guardia Nacional, los propietarios tardaron semanas en volver a llenar las estanterías. Nadie quiere, ni puede, garantizar el suministro cuando se obliga a hacerlo a pérdida.

Para que cale el discurso de los Gobiernos que señala a los empresarios como responsables de las crisis que generalmente provocan los burócratas es necesario que una masa crítica haya interiorizado antes la premisa falaz de la que parten todos los discursos de la izquierda pobrista: que la abundancia y la prosperidad son el estado natural de la humanidad y los empresarios las secuestran en su beneficio, a costa de la clase trabajadora.

Bastan un poco de atención, y de honradez intelectual, para comprender que es un planteamiento radicalmente falso. Si alguien no se hubiera preocupado de levantar una gasolinera o un supermercado en medio del campo no tendríamos comida fresca que comprar en las estanterías. Habríamos de matar nosotros los cerdos y recoger las frutas del campo.

La iniciativa empresarial puede traer grandes beneficios, pero exige dedicación y creatividad y comporta riesgos de los que están exentos los trabajadores. Es lo que ha intentado explicarle a sus críticos Juan Roig, que ha animado a los empresarios a "salir del armario" y sentirse orgullosos ante la creciente hostilidad del Gobierno y de sus medios.

Como bien dice Roig, la ofensiva que Podemos lanza contra los supermercados desde el Gobierno obliga a los empresarios a defenderse. Como tantas otras veces, quienes rehuyeron la batalla cultural y permitieron, o incluso contribuyeron, a la hegemonía de ideas nocivas, se ven bajo el fuego enemigo cuando quien se declaró desde hace mucho su enemigo ha tenido tiempo de armarse y tomar las mejores posiciones.

La deriva radical del Gobierno de España pone a cada vez más gente en esta situación, lo que bien podría ser un factor movilizador para poner coto al avance liberticida de la izquierda.

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