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Santiago Navajas

Los hombres que inventaron el feminismo: Stuart Mill

Pardo Bazán sintetizó el feminismo liberal del británico así: "En nombre del individualismo, reclama la igualdad de los sexos con el más exacto raciocinio y la más apretada dialéctica".

Pardo Bazán sintetizó el feminismo liberal del británico así: "En nombre del individualismo, reclama la igualdad de los sexos con el más exacto raciocinio y la más apretada dialéctica".
John Stuart Mill | Wikipedia

Un inglés que la acompañaba en un congreso científico explicó a la Pardo Bazán la superioridad de Stuart Mill sobre Rousseau: para el primero, lo que importa es la independencia del individuo y su corolario, la economía de mercado y el Estado de Derecho, mientras que para el segundo la clave está en el colectivo y su correlato, el despotismo del Estado. Pardo Bazán constató por su parte otra ventaja de Stuart Mill: su feminismo progresista frente a la misoginia reaccionaria del ginebrino.

Los filósofos se han caracterizado frecuentemente por poner su gran talento al servicio de los prejuicios más estúpidos. Así, Aristóteles decía en su Poética: "Y (...) hasta puede haber una mujer y un esclavo buenos, aunque tal vez de ellos la una es inferior y el otro del todo vil". Y eso que entre sus ejemplos estaba Antígona, un caso de libro, como vimos, de feminismo. Platón, al que también estudiamos, mostró la falsedad del tópico de que somos hijos de nuestra época: como si las épocas fuesen monolíticas y todos estuviéramos cortados por el mismo patrón; como si estuviesen en el mismo plano Marcel Duchamp, Pablo Picasso y Balthus. Pero no nos desviemos: Pardo Bazán sintetizó el feminismo liberal de Stuart Mill de la siguiente manera: "En nombre del individualismo, reclama la igualdad de los sexos con el más exacto raciocinio y la más apretada dialéctica". El propio filósofo explicitó, contra su tiempo:

No veía yo ninguna razón plausible para que las mujeres estuviesen sometidas legalmente a otras personas, mientras no lo estaban los hombres. Hallábame persuadido de que sus derechos necesitaban defensores, y de que ninguna protección obtendrían mientras no disfrutasen, como los hombres, del derecho a hacer las leyes que han de acatar.

Stuart Mill no se quedó en el plano teórico, sino que en 1867 presentó a la Cámara de los Comunes un proyecto de ley en el que pedía el derecho de sufragio para la mujer, y llegó a contar entre sus partidarios a Disraeli y a Gladstone. Para este icono tanto del liberalismo como del feminismo, el progreso de la Humanidad pasaba por "una igualdad perfecta, sin privilegio ni poder para un sexo ni incapacidad alguna para el otro". Ahora bien, había que luchar contra una creencia y una institución tan arraigadas que ni siquiera la revolución capitalista había conseguido acabar con ellas (aunque, como mostraba el propio caso de Stuart Mill, el sistema de libertad estaba empezando a corroer dichos prejuicios).

El principio liberal en general de que, "a priori, la razón está a favor de la libertad y la igualdad; las únicas restricciones legítimas son las que el bien general reclama; la ley no debe hacer ninguna excepción, y a todos se da el mismo trato, siempre que razones de justicia o de política no exijan otra cosa", se aplica perfectamente tanto a la cuestión feminista como a sus derivadas autoritarias y condescendientes del feminismo de género. Hay que tener en cuenta que Stuart Mill es un utilitarista que privilegia el argumento del mayor bien y felicidad para la mayoría, por lo que la utilidad social se impone en ocasiones a la justicia. También es un materialista cultural, por lo que trata de explicar los fenómenos sociales de acuerdo a las condiciones económicas de producción, lo que le lleva a considerar como hipótesis que un sistema heteropatriarcal ("la forma de gobierno o régimen que más seguramente conduce a la felicidad de ambos sexos es someter de un modo absoluto la mujer al hombre, no concediéndola ninguna parte en los negocios públicos, y obligándola, en nombre de la ley, en la vida privada, a obedecer sin examen al hombre con quien ha unido su destino") pudo tener su razón de ser instrumental, pero tras la revolución liberal del siglo XVII había quedado obsoleto instrumentalmente, por lo que la emergencia de la cuestión de derecho está a la par del estado de hecho. Sin embargo, rápidamente desecha dicha hipótesis y apuesta más bien por otra: un enaltecimiento de la sociedad heteropatriarcal simplemente por la constatación de derecho de la situación de facto de la imposición de la fuerza bruta de los hombres sobre las mujeres en el estado de naturaleza. Pero Stuart Mill hizo ver que la situación de injusticia de los que abusaban de su fuerza era algo que esclavizaba a la totalidad de las mujeres al mismo tiempo que a la mayoría de los hombres. No era, por tanto, una cuestión de género sino de kratocracia, el gobierno de los fuertes que convierten la fuerza bruta en derecho, siguiendo la máxima might makes right, que podemos rastrear hasta Homero en La Ilíada y el Trasímaco del principio de La República de Platón, el cual defiende ante Sócrates: "La justicia no es nada más que el interés del más fuerte".

Entonces menciona Stuart Mill que hizo falta que transcurrieran "muchos siglos, y siglos ilustrados por brillante cultura intelectual, antes de que algunos pensadores se atreviesen a discutir con timidez la legitimidad o la necesidad absoluta de una u otra esclavitud". La aparición de esta ilustración por la libertad y la igualdad la sitúa Stuart Mill en las naciones cristianas. Y no le falta razón. Isabel la Católica dio un paso más importante ya en 1500 para la abolición de la esclavitud. Y Santa Teresa de Jesús siguió los pasos de la reina española al luchar contra la tradicional misoginia eclesiástica (que no cristiana, propiamente hablando, como argumentamos en el caso de Jesús). Pero, más allá de las naciones cristianas a partir del Renacimiento, Stuart Mill reconocía que "la odiosidad que envolvían y que hoy comprendemos no podía en aquel entonces conocerla entendimiento alguno, a no ser el de un filósofo o el de un santo". Santos no conozco, pero sí voy a hacer referencia a dos filósofos, uno que pensaba a través de sus obras trágicas y otro por medio de textos fundamentalmente filosóficos.

La Atenas del siglo V a. C. estuvo dominada culturalmente por Sófocles en la tragedia y Platón en la filosofía. Stuart Mill reconoce la defensa de la igualdad política y social de los sexos en Platón, el cual aprovechó tres vetas feministas en la cultura misógina griega: por un lado, el ejemplo de las Amazonas, que consideraba históricas; por el otro, el modelo de las diosas griegas, que tenían un lugar igualitario respecto a los dioses, como muestra el caso de Palas Atenea; y, por último, pero no menos importante, la cuestión de las mujeres espartanas en una sociedad guerrera como la lacedemonia.

La diferencia entre el feminismo totalitario de Platón y el feminismo liberal de Stuart Mill reside en que el primero pone el foco en el Estado y el colectivo social, que serían los axiomas a partir de los cuales se deducirían, por así decirlo, los individuos, que estarían completamente sometidos a aquellos. Mientras, Stuart Mill pone el foco en los individuos y la espontaneidad civil, de los cuales dependen el Estado y el colectivo social. Stuart Mill refleja así ese ácido de la revolución liberal sobre las instituciones del pasado, las costumbres tradicionales:

Que el hombre ya no nace en el puesto que ha de ocupar durante su vida; que no está encadenado por ningún lazo indisoluble, sino que es libre para emplear sus facultades y aprovechar las circunstancias en labrarse la suerte que considere más grata y digna.

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