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Marcel Gascón Barberá

Una polémica en torno al Gulag rumano

Aunque ha hecho méritos de sobra para recibir el mismo tratamiento que el nazismo, los horrores del comunismo aún se disculpan y minimizan.

Aunque ha hecho méritos de sobra para recibir el mismo tratamiento que el nazismo, los horrores del comunismo aún se disculpan y minimizan.
Ilustración que muestra algunas de las torturas hechas en Pitesti | flipada.com

Aunque ha hecho méritos de sobra para recibir el mismo tratamiento que el nazismo, los horrores del comunismo aún se disculpan y minimizan. Sus víctimas pueden ser denigradas a la ligera sin que el denigrador firme su propio suicidio social, como ocurre con los negacionistas del horror nazi.

Rebajar la magnitud de uno de los capítulos más sórdidos de la historia del comunismo es lo que ha hecho recientemente un grupo de reconocidos historiadores rumanos, al poner en duda la verdad histórica comúnmente aceptada del Experimento Pitesti, con argumentos más bien gaseosos utilizados antes por el régimen comunista.

Llevado a cabo entre 1949 y 1951 en la ciudad de Pitesti, el proyecto que lleva su nombre fue puesto en marcha por las autoridades comunistas recién llegadas al poder en Rumanía para castigar y reeducar en el dogma rojo a miles de jóvenes creyentes y enemigos políticos, muchos de ellos simpatizantes del protonazi y virulentamente antisemita Movimiento Legionario.

Además de por prácticas particularmente perversas como las parodias de misa con que los carceleros humillaban a los cristianos allí detenidos –por ejemplo, bautizándolos con un cubo lleno de orina y heces–, el también llamado Fenómeno Pitesti se caracterizó por utilizar presos para torturar a otros presos.

De esta manera se forzaba a los detenidos a formular acusaciones falsas contra sí mismos y contra sus familiares, a delatar a amigos y compañeros de causa y en última instancia a convertirse en torturadores y en ocasiones verdugos de otros prisioneros.

El objetivo era hacerles partícipes de las atrocidades que sufrían, borrando en las víctimas cualquier respeto por sí mismas y todas las lealtades ideológicas, religiosas y humanas que podían llevarles a resistir el asalto comunista a su individualidad y conciencia.

El jefe de los presos-torturadores en Pitesti era el antiguo legionario Eugen Turcanu. A las órdenes de los carceleros y la policía política comunista, la Securitate, Turcanu implantó un sistema de terror en el que los torturados no descansaban nunca: vivían, dormían y comían –a veces excrementos humanos– con quienes les atormentaban para convertirles en seres sin humanidad, en máquinas de vejar y golpear para hacer de otros desviados hombres nuevos.

El funcionamiento de la prisión de Pitesti está documentado por los testimonios de quienes sobrevivieron y otras fuentes directas analizadas profusamente por los historiadores más rigurosos. Sin embargo, y en el más puro estilo comunista de desinformación y calumnia, el régimen de Gheorghiu-Dej atribuyó las torturas entre presos a un complot dirigido desde el exilio por el líder legionario Horia Sima.

Según esta rocambolesca versión de los hechos, Sima ordenó a algunos los detenidos que agredieran salvaje y sistemáticamente a otros presos para poder denunciar después falsos abusos en las prisiones de la Rumanía comunista.

El régimen comunista pagó a Turcanu los servicios prestados ejecutándole en 1954 junto a otros reeducados –todos legionarios para confirmar la tesis oficial, aunque había sionistas, monárquicos y conservadores entre los presos-torturadores–. Como era inconcebible que las autoridades que los vigilaban no supieran nada de lo ocurrido, en el juicio también se condenó por complicidad y negligencia a funcionarios del régimen de poca importancia que habían estado a cargo de la prisión.

Con una interpretación de los hechos parecida a la que quisieron venderle al mundo los comunistas, y citando al infame general de la Securitate Nicolschi para calificar la violencia en Pitesti de "acción de sabotaje", el historiador rumano Mihai Demetriade negó en una entrevista emitida por RFI el 31 de octubre la existencia de un proyecto comunista de reeducación, provocando una encendida polémica en círculos históricos rumanos e internacionales. (Curiosamente, Demetriade califica de "absurda" la hipótesis de la implicación de Horia Sima desde el exilio, pese a creer en el "sabotaje" que denunció Nicolschi. Sobre quién ideó el sabotaje, si no fue Sima, el historiador nada nos dice).

"[La de la reeducación] Es una lectura muy cómoda desde el punto de vista simbólico, porque tenemos identificados a los represores, tenemos identificado el método y tenemos identificadas a las víctimas", le dice Demetriade al periodista que le entrevista. "Y la investigación de archivo prueba que no está muy claro que, por ejemplo, las víctimas sean víctimas hasta el final [?]. Su complicidad con el experimento es mucho más sutil y más profunda [?]".

Sin ofrecer ni Demetriade ni el periodista ninguna prueba sólida que apuntale su tesis, el historiador aporta como único indicio el uso recurrente de la violencia sistemática contra los traidores que caracterizó, incluso entre los legionarios detenidos, a la Guardia de Hierro, como también se conoció al Movimiento Legionario (o Legión del Arcángel Miguel).

"La tortura no es una excepción que venga o esté impuesta por un tercer represor. La tortura forma parte de la anatomía legionaria", afirma Demetriade, acercándose a la versión de los hechos del régimen comunista. "Incluso el problema del llamado desenmascaramiento –la autoinculpación de los enemigos del pueblo– formaba parte del ritual violento de los legionarios", dice el historiador, que sin embargo no explica cómo la tendencia legionaria a la barbarie podía resultar en la conversión al comunismo de anticomunistas convencidos.

Para Demetriade, la responsabilidad del régimen que ya lo dominaba absolutamente todo en Rumanía se limitó a "la administración de la cárcel", que "creó un contexto favorable para que este episodio violento se desarrollara".

La argumentación de Demetriade ha sido rechazada por organismos gubernamentales como el Instituto para la Investigación de los Crímenes del Comunismo en Rumanía (IICCMER) y el Consejo para el Estudio de los Archivos de la Securitate (CNSAS), institución con la que trabaja el propio Demetriade. Algunos expertos que trabajan en estos organismos se han desmarcado de la dirección para apoyar a Demetriade, que junto al periodista que le entrevistó ha sido blanco en los últimos días de ataques con trasfondo antisemita procedentes de nostálgicos del Movimiento Legionario activos en internet.

El más vehemente de estos historiadores ha sido el investigador del CNSAS Madalin Hodor. En un mensaje publicado en su cuenta de Facebook, Hodor afirma que Demetriade ha enterrado con su trabajo de años "uno de los grandes mitos" que a su juicio han construido "los grandes historiadores anticomunistas de la patria". Según Hodor, las críticas a Demetriade vienen de aquellos a los que les ha arruinado el cuento (el feng shui, dice él) de que "sus abuelos pequeños y verdes [el color de la camisa de la Legión] fueron víctimas de los soviéticos". "Esos legionarios justos y buenos", continúa sarcástico Hodor, "no eran más que pedazos de mierda con ojos que se torturaban unos a otros por un poco de comida".

En el debate ha intervenido también, y de una manera mucho más inteligente, el periodista y antiguo disidente anticomunista Gabriel Andreescu, desde la revista Observator Cultural, que se ha ocupado admirablemente de la polémica en su último número. Andreescu empieza por destacar la vaguedad de la noción anatomía legionaria, que según Demetriade les abocaba inevitablemente a la agresión y la muerte, para exonerar a la Securitate de la tortura en Pitesti.

"La regla según la cual una situación concreta no se explica por atribuciones generales –'los legionarios estaban acostumbrados a tomar represalias, las facciones se pegaban entre sí' (Demetriade)– forma parte de la preparación profesional de cualquier investigador". Esta consideración gratuita, prosigue Andreescu, podría servir por sí sola para responsabilizar a los comunistas, tan acostumbrados al maltrato de los detenidos como los legionarios a las palizas.

Andreescu se refiere además a la reacción del Instituto para el Estudio del Holocausto en Rumanía Elie Wiesel, fundado por el Gobierno rumano para mantener viva la historia de la Shoá. En un escrito de su director, el centro condena como es natural las expresiones de antisemitismo que han acompañado al debate, y se solidariza con las opiniones de Demetriade y Hodor recriminando a quienes les han criticado que acepten los testimonios de las víctimas legionarias del terror rojo.

Contra lo que se sugiere desde el Elie Wiesel, la condición de antisemitas en algunos casos implicados en pogromos como el que acompañó a la Rebelión Legionaria en el invierno de 1941 en Bucarest no refutan la condición de víctimas de los miembros de la Guardia de Hierro en el Gulag rumano, ni hacen menos intensos los sufrimientos que padecieron.

Mención aparte merece el comentario de Hodor, que niega directamente la persecución de los legionarios a manos del régimen comunista y juzga con la ligereza y el atrevimiento de un imbécil la desesperación de los presos legionarios sometidos a los más inhumanos tormentos.

Parte del magnífico trabajo del Observator Cultural con este tema consistió en incluir la opinión de Stéphane Courtois, editor de El libro negro del comunismo y una de las autoridades mundiales en la materia, que el otro día conmemoró la caída del Muro de Berlín en Madrid junto a otro de los grandes estudiosos del comunismo de nuestro tiempo, Federico Jiménez Losantos.

"Estoy consternado e indignado", dijo Courtois, que llamó a Demetriade y Hodor "pseudohistoriadores que han olvidado que muchos de esos detenidos murieron bajo tortura". Courtois escribió que descalificar como lo hizo Hodor a quienes fueron "destrozados física y mentalmente" en las cárceles comunistas "es totalmente deshonroso para un historiador que no ha sufrido nunca tortura física y psíquica llevada hasta el máximo, como en Pitesti". "El hecho de que estas personas fueran estudiantes nacionalistas o antiguos legionarios no cambia en absoluto los hechos, porque Nicolschi y Turcanu buscaban claramente someterlos para hacer que se pusieran al servicio del régimen comunista", concluyó Courtois.

Sobre el episodio más espeluznante del Gulag rumano acaba de publicarse en España El experimento Pitesti, de Virgil Ierunca, traducido para Ediciones Xorki por Joaquín Garrigós. Mario Noya lo reseñó en el programa Sin Complejos de esta casa.

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