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Marcel Gascón Barberá

La coalición frankenstein anti-Cayetana

Pablo Casado y sus 'moderados' van adaptándose a la referencia que marca la izquierda.

Pablo Casado y sus 'moderados' van adaptándose a la referencia que marca la izquierda.
Pedro Sánchez y Pablo Casado, en una imagen de archivo | EFE

Mucho se ha escrito ya de la destitución de Cayetana por parte de su antiguo valedor, Pablo Casado. La interesada ha dejado bastante claro lo que ha pasado con su encomiable declaración ante la prensa el martes. Media hora de discurso claro, articulado y perfectamente lógico con la que Cayetana vuelve a dejar muy mal a los oradores de eslógan de todos los partidos.

Quizá no sea ésta la principal razón de que el PP la condene otra vez a la condición de diputada florero. Pero a nadie le gusta quedar mal, y todos los políticos-loro del PP que, con la espontaneidad y la viveza del movimiento de una escalera mecánica, repiten sin cesar las píldoras que les fabrica el laboratorio de comunicación del partido agradecerán haberse librado de una comparación tan desfavorable.

La rebeldía de Cayetana, su condición de verso suelto que dice lo que piensa sin esperar a que se lo permita el partido, es la razón invocada por Casado para justificar su decisión. No dudo de que a Casado le incomodara la libertad que ejercía su portavoz, pero las reacciones de alivio de los notables peperos que alentaron su destitución apuntan a otro motivo. Está relacionado con los viejos complejos del PP, y Casado no puede formularlo abiertamente porque aún vive con la ilusión de representar, en ciertos círculos, el regreso a las esencias aznaristas.

Se trata, claro, de la monserga de la centralidad. El PP quiere que la izquierda le reconozca como centro, y está dispuesto a todo con tal de ocupar el lugar que la izquierda designe como centro. Desde Zapatero, y especialmente con la entrada de Podemos en un Gobierno dependiente del independentismo delincuente, el espacio político español se ha ampliado unos cuantos kilómetros hacia la izquierda. Quedándose donde estaba antes de Rajoy, es verdad que el PP habría quedado muy a la derecha (en la recta imaginaria sobre la que colocamos a los partidos para situarlos en el mapa ideológico).

Para remediarlo, Casado y sus moderados van adaptándose a la referencia que marca la izquierda. Si en el costado izquierdo de la línea se desprecia la presunción de inocencia, estar en el centro significa estar medio a favor y medio en contra. Es donde se sitúa el PP que Casado impone ahora con la purga de Cayetana, quien en la cuestión del tratamiento al hombre denunciado por una fémina comparte posición en el extremo derecho de la línea junto con los radicales de Vox.

Si un día la izquierda propone nacionalizar un banco, el PP centrista deberá abogar por que se nacionalice solo la mitad, si no quiere incurrir en la actitud extremista por la que hoy aparta a Cayetana.

El otro día en la radio una mujer, no sé si del PP o de la plantilla de analistas del programa, explicaba la defenestración de Cayetana como una forma de salir del ‘no’ sistemático en el que el PP se había instalado durante su portavocía. Quienes ven un problema en decir siempre que no se creen obligados a decir alguna vez que sí, independientemente de la pregunta. ¿Qué proporción de decisiones del Gobierno debe apoyar una oposición para no ser descalificada como radical y destructiva? ¿Un veinte por ciento? ¿Un veinticinco? ¿A la semana? ¿Al mes? ¿O debe calcularse la proporción al término de cada curso parlamentario?

Definir tus posicionamientos en relación a los de tu rival político es una renuncia absolutamente suicida a la dignidad propia, y entrega por completo la iniciativa política al adversario. La izquierda en pleno ha aplaudido a Casado por entregarle la cabeza de Cayetana. Así sí, le dicen desde el Gobierno y sus aledaños al desorientado líder del PP. Y juntos el PP tolerable y quienes han hecho de la mentira y la erosión de la institucionalidad democrática su medio de supervivencia política celebran la expulsión del consenso de la tóxica Cayetana.

La defenestración de Cayetana, transmiten sin el menor pudor los aliviados, devuelve al país una normalidad que nunca debió perder. Una normalidad pervertida, en opinión del PP, por la histérica conflictiva de Cayetana, más que por el Gobierno prevaricador y sectario que suma cerca de 50.000 muertos y es responsable del peor descalabro económico del mundo desarrollado. La crispación era Cayetana, no una izquierda que enfrenta a trabajadores con empresarios, a las mujeres con los hombres, mientras condena a la mitad de España que fue franquista al tiempo que degrada las instituciones en favor de quienes violentaron la Constitución y la convivencia en Cataluña y absuelve con sus pactos a los asesinos de ETA.

El problema, para el PP, no son los responsables de esta deriva de enfrentamiento y miseria, sino quien la denunciaba. Y, precisamente, por la firmeza y la valentía con que la denunciaba. Así sí, Pablo. Y los barones sonríen complacientes por haber sido admitidos en el club de los demócratas bienintencionados. Hasta que el ansia de aceptación les obligue a un nuevo compromiso –así no, Pablo– que les desactive cada vez que estén en disposición de disputarle la hegemonía a la izquierda.

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