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Marcel Gascón Barberá

Ayuso, los jeques y los jefes

Ayuso no ha de lidiar aquí con jeques, pero sí con su jefe, un señor tirando a inseguro y parece que celoso que ya defenestró a Cayetana porque le hacía sombra.

Ayuso no ha de lidiar aquí con jeques, pero sí con su jefe, un señor tirando a inseguro y parece que celoso que ya defenestró a Cayetana porque le hacía sombra.
Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado. | EFE

Vivimos en un mundo cada vez más visual. Un mundo en el que pierde importancia el texto en favor del sonido y, sobre todo, la imagen. Yo mismo me doy cuenta cada vez que escribo un artículo. La mayoría de argumentos ya se han presentado en Twitter, a menudo con simples combinaciones de fotos que ni siquiera necesitan un pie.

El pasado miércoles un tuitero de nombre Arsenico comparaba la imagen de Sánchez presumiendo en Moncloa de sus cuatro vicepresidentas con la de Isabel Díaz Ayuso en la final de la Supercopa de España disputada en enero de 2020 en Arabia Saudí.

En la primera foto las cuatro vices de Sánchez posan solícitas como atrezo para el espectáculo que se ha montado su jefe (o su jeque). En la imagen de al lado, una Ayuso sonriente y relajada que no lleva velo pese a estar rodeada de jeques árabes espera con cierto desdén insolente el momento de entregar el trofeo. 

Aquella noche futbolera de enero en el Estadio Rey Abdulá encumbró a Ayuso como una verdadera reina del feminismo, en contraposición, por ejemplo, a las dos Anas Pastor. Sobre todo por las palmaditas en la espalda que, con ese descaro tan de Ayuso que pone furiosos a sus críticos más misóginos, le dio al señoro saudí que tenía al lado.

A diferencia de la presidenta, la periodista y la exministra sí participan en las Olimpiadas patrias del mujerismo (aunque la doctora, por ser del PP, no vaya a ganar nunca ninguna medalla). Y, pese a ello, las Pastor sí se sometieron al macromachismo de taparse el pelo para ir a ver a los mulás que ahorcan a los gays y lapidan mujeres adúlteras en el Irán teocrático de la Revolución Islámica.

Pero volvamos a España y a la actualidad. Ayuso no ha de lidiar aquí con jeques, pero sí con su jefe, un señor tirando a inseguro y parece que celoso que ya defenestró a Cayetana porque le hacía sombra y el otro día quiso robarle protagonismo a la presidenta cuando presentaba su lista.

“La victoria de Alberto Ruiz Gallardón en el 95 resultó clave para que José María Aznar fuera presidente en el 96, igual que la de Alberto Núñez Feijóo en 2009 lo fue para que Mariano Rajoy ganara en el 2011”, dijo el jefe de la presidenta en aquel acto. Y a continuación añadió: “La victoria arrolladora de Ayuso va a ser la clave para que yo llegue a ser presidente del Gobierno”.

Se entiende que Casado necesite afirmarse cuando hasta la prensa extranjera ha visto lo que todos sabemos y el Economist ha llamado a Ayuso “la rival más visible” de Sánchez.

Pero no parece buena idea para las perspectivas electorales de Ayuso, que se juega parte del voto con la derecha inequívoca de Vox, reducirla a simple peón en carrera desnortada hacia Moncloa. Ni compararla con dos de los exponentes más reconocibles del PP acomplejado con el que el mismo Casado prometió romper, para después traicionarse por dos tardes de halagos en el diario de Prisa.

Es natural que el líder del PP busque aprovechar, en beneficio propio y del del partido, el impulso que pueda darle su valor más en boga. Pero se ha de ser bastante torpe para saltar a bordo antes de tiempo y hacer menguar ese impulso cargando a Ayuso con lastre ajeno.

Empezaba este artículo comparando el lenguaje corporal. El de
Ayuso ostensiblemente irritada al escuchar a Casado meter la zarpa en su campaña no podía ser más claro. Una vez más, la actitud de la presidenta contrasta con la incondicional obediencia al jeque de las feministas tuteladas que se estilan en España.

“El feminismo nos ha enseñado que a veces lo mejor es callarse y no ser el protagonista”, dijo Errejón para explicar que su partido no retirara la candidatura de Mónica García en Madrid como pretendía su antiguo camarada Iglesias.

Seguramente a su pesar, el diputado Errejón nos daba una información inestimable de cómo se ve el feminismo en la orilla izquierda. Allí las mujeres hablan cuando el jeque se levanta magnánimo y decide callar para dejarles ser protagonistas.

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