Hace unos días algunos medios españoles calificaban como "insólito" la publicación de una carta abierta de generales y almirantes estadounidenses retirados (flagofficers4america.com), firmada por 120 (cuando escribí esto, hacia el 20 de mayo, el número de firmantes parece que ya superaba los 300), muy crítica de la presidencia de Joe Biden.
Mi maestro Stanley G. Payne propuso el término pretorianismo para calificar el fenómeno de la injerencia o intervención de los militares en la política (no siempre negativa) en su clásico estudio sobre la España liberal del siglo XIX. Y el fenómeno no es una debilidad exclusiva de la historia española. La democrática Francia, modelo para muchos progresistas, no puede entenderse sin un similar pretorianismo corporativo o un característico y personalista bonapartismo, desde el gran Napoleón Bonaparte y su sobrino nieto Louis Bonaparte (Napoleón III) hasta los generales Georges Boulanger, Philippe Pétain y Charles De Gaulle.
Es preciso recordar que la democracia americana se inicia, tras la independencia y la Convención de Filadelfia, con la elección como primer presidente constitucional del general George Washington, y que su historia está jalonada por las presidencias de otros generales o coroneles, demócratas/liberales (A. Jackson, W. Harrison, J. K. Polk, Z. Taylor, F. Pierce, el confederal J. Davis, A. Johnson, H. S. Truman) o republicanos/conservadores (U. S. Grant, R. Hayes, J. Garfield, C. A. Arthur, B. Harrison, T. Roosevelt, W. H. Taft, D. Eisenhower).
Un padre de la Constitución federal y del propio sistema político-económico americano, que no pudo ser presidente pero ejerció gran poder e influencia, fue el general Alexander Hamilton, fundador del Partido Federalista (abolicionista, precursor real del Partido Republicano), consejero de Washington y primer secretario del Tesoro. No ocultaré que desde los inicios de la República hubo jefes militares (generalmente demócratas) que adoptaron posiciones antidemocráticas, bonapartistas o golpistas, como el coronel Aaron Burr (vicepresidente de T. Jefferson) o el general James Wilkinson (éste, incluso, presunto traidor y espía al servicio de la Corona española, o quizá doble agente), y rebeldes secesionistas como el mencionado presidente de la Confederación Jefferson Davis y demás generales sureños en la Guerra Civil.
Durante la Segunda Guerra Mundial y la consiguiente Guerra Fría, algunos generales –destacadamente George C. Marshall, jefe de las Fuerzas Armadas, enviado especial en China, secretario de Estado y secretario de Defensa con los presidentes demócratas F. D. Roosevelt y Harry S. Truman– se significaron con algunas decisiones políticas y estratégicas altamente polémicas (por ejemplo, en el caso de Marshall, respecto a la guerra civil entre nacionalistas y comunistas en China, facilitando el triunfo final del maoísmo).
Si desde la Guerra Civil hasta la Fría el rol de los militares-presidentes republicanos fue en general ejemplar (particularmente en los casos de Grant, Roosevelt y Eisenhower), el de los militares-presidentes demócratas es más cuestionable y en algunos casos negativo. La profunda debilidad de las Administraciones demócratas de Truman, Kennedy y Johnson se debió en gran medida –junto a las eficaces redes del espionaje e infiltración comunista en el Gobierno de los Estados Unidos– al papel del estamento militar (en concreto, del segmento pro demócrata de la alta burocracia en el Pentágono) ante los sucesivos conflictos y crisis en China, Corea, Vietnam, Laos, Camboya… y asimismo en Cuba e Hispanoamérica.
Desde los inicios de la democracia americana hubo denuncias de potenciales bonapartistas. En algunos casos de un bonapartismo positivo, constructivo: Alexander Hamilton; y en otros de un bonapartismo negativo, destructivo: Aaron Burr (quien también sería el asesino de Hamilton); y no faltaron intentonas abiertamente golpistas/secesionistas (del mismo Burr y de los generales John Adair, James Wilkinson, W. Harrison y Andrew Jackson, que se retractaron convenientemente a tiempo).
La Secesión involucró a un buen número de jefes militares del Sur, con el general presidente de la Confederación a la cabeza, Jefferson Davis, y el comandante supremo, general Robert E. Lee, en un conglomerado de militares con instintos golpistas y bonapartistas (aparte de esclavistas y del Partido Demócrata), que se sumaron a la rebelión junto a los líderes políticos. No faltaron en el ejército de la Unión, como reacción, algunos generales con ambiciones políticas pretorianas o, para seguir la moda, bonapartistas, como George B. McClellan, uno de los primeros jefes militares del Norte, nombrado y destituido por Lincoln, rival sin éxito del presidente republicano como candidato del Partido Demócrata en las elecciones presidenciales de 1864 (y finalmente gobernador de New Jersey entre 1878 y 1881).
Desde que el presidente Eisenhower, en su discurso de despedida, denunciara la existencia del "complejo industrial-militar", fenómeno precursor de lo que hoy conocemos (o desconocemos) como el Deep State en alianza con el establishment bipartidista, el pretorianismo ha estado presente desde 1960 en el fondo de los fraudes electorales y de los acosos políticos golpistas (Silent Coup y Paper Coup) contra los presidentes Richard Nixon y Donald Trump.
1960-2020: la Counter Culture y la Cancel Culture enmarcan un proceso degenerativo de la democracia americana. No es un delirio conspiro-paranoico, la literatura de investigación seria y reconocida es ya considerable. Por ejemplo, sobre el fraude electoral masivo: E. Mazo (1960), R. Nixon (1962), S. M. Hersh (1997), I. Gellman (2021), J. Fund & H. von Spavosky (2021), D. Murdock (2021). Y sobre el golpismo con cierta colaboración pretoriana: L. Colodny & R. Gettlin (1991), R. Locker (2019), J. Corsi (2018), D. Nunes (2018), L. Smith (2019, 2020), S. Lokhova (2020).
Volviendo a la carta abierta mencionada al principio, lo verdaderamente insólito es que su tono constitucional liberal-conservador –más que gesto pretoriano, un ejercicio de la libertad de expresión– no haya merecido mucho espacio informativo o de debate en los medios estadounidenses, probablemente por la virtual censura del régimen demócrata-izquierdista de Joe Biden-Kamala Harris.
Ciertamente insólito es el tono crítico respecto al presidente, al sesgo ideológico que representa su partido-coalición, al proceso electivo y a la inhibición del FBI y de la Corte Suprema en la investigación del posible fraude electoral masivo.
¿Es el general Lloyd Austin, nuevo secretario de Defensa de los Estados Unidos, parte del núcleo de decisiones estratégicas que apoya los actos ilegales de Marruecos contra España, y actúa como apaciguador de los actos terroristas de Gaza contra Israel?