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Manuel Pastor

Estados Unidos, hacia el ecuador del Gran Fraude

Resulta irónico y trágico a la vez que la degeneración de la democracia liberal más antigua del mundo sea en gran parte responsabilidad precisamente del llamado Partido Demócrata.

Resulta irónico y trágico a la vez que la degeneración de la democracia liberal más antigua del mundo sea en gran parte responsabilidad precisamente del llamado Partido Demócrata.
Joe Biden. | EFE

Hablemos claro y sin rodeos. Entendemos algunos por el Gran Fraude en la democracia estadounidense lo que las izquierdas y los progres se empeñan en llamar la Gran Mentira (the Big Lie): las fraudulentas elecciones presidenciales de 2020 (al parecer perturbadas por 2.000 mulas, según la investigación de Dinesh D’Souza) y la consiguiente desastrosa presidencia demócrata de Joe Biden.

Resulta irónico y trágico a la vez que la degeneración de la democracia liberal más antigua del mundo sea en gran parte responsabilidad precisamente del llamado Partido Demócrata.

Fundada en 1776, consolidada aproximadamente cien años después tras una cruenta guerra civil, y durante casi 250 años figurando como la primera democracia del planeta, según un riguroso ranking empírico-comparativo elaborado por el semanario británico The Economist, Estados Unidos ha pasado del selecto grupo de las 21 democracias plenas (full) a una humillante posición 26ª, en el sector de las democracias defectuosas (flawed), donde por cierto se ubica también España, en la posición 24.

Comparativamente casi parece surrealista que la democracia española, aunque muy defectuosa, esté por encima de la estadounidense en este ranking.

Aparte de las elecciones de 2020, sobre las que cada día sabemos algo nuevo –y no precisamente bueno– en los estados que decidieron la victoria del Partido Demócrata, lo más llamativo es el colosal desastre de la Administración Biden al acercarse al ecuador de su mandato, con las elecciones midterm el próximo 8 de noviembre. Basta evocar los problemas de Afganistán, la inmigración ilegal en la frontera sur, la crisis económica-energética, la nefasta gestión del CCC (Coronavirus Comunista Chino) y la ocultación de sus orígenes, la inflación, la violencia radical (Antifa, BLM…), el aumento espectacular de la criminalidad, etc., y por supuesto la cadena de escándalos, Russiangate, Spygate, Huntergate, que implican a directamente a Hillary Clinton, Barack Obama y Joe Biden.

El Partido Demócrata, radicalizado hacia posiciones socialistas y de absurda propaganda woke, antifascista y antirracista (obsesionado por imponer la Teoría Crítica Racial), al contemplar las encuestas de los últimos meses ha entrado en pánico.

El punto culminante de la desesperación lo han alcanzado los dirigentes demócratas esta primavera, a finales de abril-primeros de mayo, con tres notorios acontecimientos ante los que las izquierdas y los progres han puesto de manifiesto su profundo desprecio hacia la libertad de expresión y la separación de poderes, fundamentos necesarios e imprescindibles de la democracia:

1. La adquisición por Elon Musk de la red social Twitter, con su promesa de eliminar toda censura ideológica, como la que se ha practicado desde 2019, particularmente en los asuntos relativos al origen no natural del covid-19 y al pucherazo en las elecciones presidenciales de 2020.

2. La creación del Ministerio de la Verdad dentro de la Secretaría de Seguridad Nacional, como oficina para la gobernanza de la desinformación (especie de nueva inquisición al parecer inspirada por Obama), cuya zarina, Nina Jankowicz, una idiota total progre, ha declarado que el Huntergate (escándalo de la presunta corrupción de la familia Biden, a través del hijo y el hermano del presidente) es simple "desinformación" rusa.

3. La filtración indebida a un medio progresista de un borrador confidencial de la Corte Suprema sobre la resolución Roe vs Wade (1973), concerniente al aborto, y la posibilidad de anularla para devolver la regulación sobre la materia a los estados (Enmienda X de la Constitución), lo que ha provocado protestas –presuntamente financiadas por George Soros– y escraches contra los jueces.

Todas las elecciones midterm –en las que se renueva completamente la Cámara de Representantes (435 escaños) y aproximadamente un tercio del Senado (34 escaños) y se eligen gobernadores y legislaturas estatales– son una especie de referéndum sobre la gestión presidencial, pero las de este año serán especialmente significativas por la dramática y crítica situación en que se encuentra el país. Según casi todas las encuestas, el Partido Demócrata va a perder su mayoría en el Congreso, lo que convertirá a Joe Biden –ya debilitado por su deterioro físico y mental– en un virtual presidente lame duck, incapacitado políticamente para el resto de su mandato y siempre bajo la espada de Damocles de un posible y merecido impeachment por la patente corrupción familiar, aparte de los desastres de Afganistán y la frontera.

Mientras tanto, pese a la histeria de las hordas violentas, que tras la filtración de la Corte Suprema amenazan con un verano caliente, vandálico y antidemocrático como el de 2020, conviene recordar las acertadas palabras de Joni Ernst, senadora republicana de Iowa, durante la confirmación de la jueza Amy Coney Barrett el 12 de octubre de 2020, pocos días antes de iniciarse el Gran Fraude: "La función principal de la Corte Suprema es la de defender la Constitución".

Palabras de recordatorio, claras y sin rodeos, con cierto eco y contundencia schmittianos, válidas para todas las democracias y que todos los demócratas auténticos deberían interiorizar.

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