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Manuel Pastor

Faucismo y golpismo en los Estados Unidos

El sistema político de la democracia americana se encuentra hundido en una profunda crisis. La sociedad civil, afortunadamente, sigue siendo fuerte .

El sistema político de la democracia americana se encuentra hundido en una profunda crisis. La sociedad civil, afortunadamente, sigue siendo fuerte .
El doctor Fauci | Archivo

Creía que ya lo sabíamos todo sobre las tipologías del fascismo (fascismo clásico, neofascismo, fascismo paradigmático, fascismo genérico, fascismo liberal, socialfascismo, islamofascismo, etc.) y hete aquí que en Estados Unidos surge una forma nueva, original y distinta: el faucismo, asociado al antifascismo –algo que ya predijo Huey Long en los años 1930–, que constituye hoy la envoltura y sustento de los últimos intentos golpistas.

No se trata del antifascismo burdo e izquierdista violento de Antifa, sino el sutil, inquisitorial progresista –en la tradición de lo políticamente correcto– que asocia toda negación o crítica del faucismo al fascismo (y al odiado trumpismo).

Por faucismo me refiero no solo a las teorías y explicaciones cuestionables y a veces mendaces del siniestro Dr. Fauci, sino a la manipulación política sistemática y autoritaria de la pandemia del coronavirus comunista chino por parte del Partido Demócrata, desde la campaña presidencial de 2020 y desde la Administración Biden a partir de 2021.

El prestigioso científico Ariel Fernández Stigliano ha publicado varios artículos, imprescindibles, sobre Fauci y la génesis del faucismo (véanse referencias y su último artículo: "Covid-19, el Pentágono y, en medio, un tal Peter Daszak", La Crítica, 18 de septiembre, 2021).

No hace mucho la Casa Blanca, aparte de la campaña general e indigna, apoyándose en los medios de comunicación progres, sobre la "insurrección" del 6 de enero, emitió dos directivas en las que se consideraba terrorismo doméstico los intentos de cuestionar los resultados de 2020, y asimismo cualquier crítica a la doctrina oficial sobre el coronavirus (hasta muy recientemente, la mera insinuación de que se originara artificialmente en el laboratorio de Wuhan). Tengo que decir que precisamente he sido censurado por ambas razones en sendos artículos que intenté poner en Facebook.

En los últimos tiempos, durante la infame pandemia, se ha visto el talante claramente autoritario de algunos gobernadores en la gestión de la crisis, con desastrosos resultados en el número de víctimas mortales (Cuomo en New York, Murphy en New Jersey, Whitmer en Michigan, Newsom en California, etc.; por cierto, todos demócratas). El neoyorquino finalmente dimitió por múltiples acusaciones de acoso sexual, pero en el caso del reciente recall del californiano no han disimulado sus defensores al exhibir la cara más fea de un autoritarismo incluso racista contra el candidato opositor, un afroamericano: hombres y mujeres precisamente blancos, muy agresivos, con caretas de gorilas y proclamando que Larry Elder era "la cara negra de la supremacía blanca" (???!!!). Parece que está en el ADN del partido Demócrata reactivar de vez en cuando el instinto KKK.

El faucismo es el telón de fondo sobre el que se han producido diversos intentos golpistas. Con precedentes ya lejanos como el golpismo silencioso (así lo llamaron L. Colodny, R. Gettlin y R. Locker en el caso Watergate contra el presidente Nixon), o más recientes como el golpismo de papel (paper coup y fake dossiers, como el Steele Dossier, así lo ha llamado Lee Smith, a propósito del caso Crossfire Hurricane, o Spygate, con la secuela de los fake impeachments contra el presidente Trump). Pero el faucismo ha tenido también como aliado un fenómeno de histeria colectiva que ha contaminado a demócratas y republicanos del establishment (y a algunos comentaristas españoles): el denominado TDS (Trump Derangement Syndrome), diagnosticado, entre otros, por los doctores Charles Krauthammer y Rand Paul, y documentado por diversos críticos de la conspiración anti-Trump: además del mencionado Lee Smith, Devin Nunes, Amanda Milius, Svetlana Lokhova, Dan Bongino, etc., subrayando el siniestro papel del Estado Profundo (Deep State, dentro del FBI, la CIA, las Fuerzas Armadas, y otras ramas de la Administración y del propio Congreso).

La última manifestación de ese cáncer político es el caso del general Mark Milley, presidente de la Junta de Jefes de las Fuerzas Armadas y uno de los responsables del desastre en el aeropuerto de Kabul por la retirada americana de Afganistán. Han sido los periodistas Bob Woodward y Robert Costa quienes, en el libro en ciernes Peril (Simon & Schuster, New York, 2021), han revelado que Milley, presa de la paranoia y del delirio TDS (al parecer, alentado por la speaker Nancy Pelosi y la directora de la CIA, Gina Haspel), planeó un golpe palaciego y otras traiciones con la China comunista, para neutralizar al todavía presidente Trump. Veremos en qué queda todo esto.

Estamos todavía pendientes de las investigaciones y del informe final del fiscal especial John Durham, que por el momento solo ha imputado a dos personajes secundarios del Spygate contra Trump. Hay una larga lista de importantes personalidades sobre las que debería decirnos algo: Hillary Clinton, Sally Yates, Rod Rosenstein, James Comey, Andrew McCabe, Peter Strzok, Lisa Page, John Brennan, Stefan Harper, John McCain, Susan Rice, Denis McDonough, etc. Incluso el presidente Obama y el vicepresidente Biden, ambos en funciones tras la elección en 2016 de Trump, que el 5 de enero de 2017, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, aparentemente decidieron que el FBI continuara espiando al nuevo presidente electo.

El sistema político de la democracia americana se encuentra hundido en una profunda crisis. La sociedad civil, afortunadamente, sigue siendo fuerte y resistente a la corrupción, y en ella se cifran las esperanzas de una regeneración política.

Mi wishful thinking es que el faucismo y el golpismo sean simples fenómenos singulares y aislados –no estructurales, aunque sí muy preocupantes–, como síntomas de la grave crisis del sistema político.

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