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Marcel Gascón Barberá

Las fotos robadas de Donald Trump

Ya es evidente hasta para sus más acérrimos enemigos. El mundo es un lugar peor sin Donald Trump en la Casa Blanca.

Ya es evidente hasta para sus más acérrimos enemigos. El mundo es un lugar peor sin Donald Trump en la Casa Blanca.
Donald Trump, flanqueado por su hijo Donald Trump Jr. y por su esposa, Melania. | Europa Press

Ya es evidente hasta para sus más acérrimos enemigos. El mundo es un lugar peor sin Donald Trump en la Casa Blanca. Su sucesor al frente de la que aún es la primera potencia mundial se ha caracterizado por las vacilaciones en política internacional y una tendencia, ya característica de Occidente, a ignorar sus problemas más acuciantes a cambio de buena prensa y el halago fácil de los nuevos sacerdotes de la moral.

Nuestros enemigos lo saben. Les sobra presencia de ánimo y el sentido histórico y de propósito que a nosotros nos falta. Y no perdonarán si les damos la oportunidad de someternos en venganza por nuestros éxitos.

Una parte importante de la decadencia que representa el senil Biden tiene que ver con el retorno a un discurso tristón, penitente y utópico en el que toda esperanza es promesa de cambio y el orgullo se aparca. Porque es fácil caer en la caricatura del viejo gagá, pero Biden no es más que una versión cada vez menos presentable del gran actor que fue Obama.

Con una alegría por la vida que no acabamos de encontrar en los heroicos resistentes húngaros y polacos, Trump nos enseñó que el entusiasmo por lo que es no tiene por qué ser una cosa del pasado o reservada a las sociedades y colectivos que han fracasado. En sus vídeos de campaña con trenes moviéndose y fábricas produciendo. En la música americanísima y desacomplejadamente optimista que aún suena en sus mítines. En su elogio no matizado de quienes construyen cosas tangibles y nos protegen de los asesinos y los ladrones, y en la fascinación de niño con que celebró la precisión que hemos conseguido en nuestras bombas cuando castigó el ataque químico del carnicero Asad. Trump devolvió a la política la posibilidad de una alegría genuina y tersa que llevaban décadas negándonos unas élites cansadas y en retirada.

La revolución filosófica y espiritual que significó Trump se veía perfectamente en todos sus discursos y apariciones públicas. Y en la infinidad de fotos que nos hurtaron unos medios volcados en apagar una luz intolerable, en tanto que revelaba su desoladora mediocridad. La semana pasada, con motivo de la fiesta de Halloween, el tuitero @bennyjohnson publicó con este mensaje unas fotos de Donald Trump: "¿Os acordáis cuando tuvimos a un presidente que celebraba Halloween en la Casa Blanca?".

Nosotros, los españoles, no nos acordamos, porque nuestros medios nos escondieron todas las fotos en las que Trump sonreía con la complicidad de Melania o se entregaba al trato socarrón, generoso y amable a quien le salía al paso. Sólo nos enseñaron a un Trump enfurruñado, obtuso y mezquino que en realidad no existe. Pero no importa, porque muchos de nosotros supimos apreciar y aprovechar, a través del pequeño hueco que nos dejaron, la importancia histórica y el ejemplo de quien trajo de vuelta la autoestima y la sustancia al Occidente secuestrado por la utopía y la culpa.

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