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Marcel Gascón Barberá

Un patriota con agallas

Parece que Putin es, a ojos de algunos, una especie de macho alfa del nacionalismo de raíz cristiana y antiglobalista.

Parece que Putin es, a ojos de algunos, una especie de macho alfa del nacionalismo de raíz cristiana y antiglobalista.
El autócrata ruso Vladímir Putin. | EFE

Una parte de la derecha soberanista se alinea con Vladímir Putin en la crisis que el expansionismo ruso ha creado en Ucrania. ¿Por qué? Parece que Putin es, a ojos de algunos, una especie de macho alfa del nacionalismo de raíz cristiana y antiglobalista. Un patriota con agallas, por recurrir a la fórmula con que Iglesias definió a Chávez, que puede guiarnos en la lucha a muerte con el islamismo y contra la tóxica basura posmoderna que nos llega de Bruselas y América.

La lógica de esta alianza tiene, sin embargo, unas cuantas fallas. Uno de los combustibles que avivan las llamas de la contrarrevolución conservadora en Europa es el imperialismo de la UE. La futilidad de las instituciones europeas y el celo con el que sus apparátchiki buscan imponer su agenda ideológica son, sin lugar a dudas, excelentes argumentos para votar a lo que la prensa oficialista se empeña en meter en el saco de la extrema derecha. Por eso no veo motivo para rechazar las amenazas a Polonia de González Pons ("Ayudaremos al pueblo polaco a cambiar un Gobierno que no está siendo bueno para el país") y aplaudir las por supuesto mucho más graves de Putin a Ucrania.

El soberanismo de los patriotas europeos pro Putin termina, pues, cuando se trata de defender la soberanía no sólo de Ucrania, sino de Georgia, los países bálticos, Rumanía y Polonia. Putin no sólo ha invadido territorios ucranianos y georgianos. En su chantaje a Occidente, exige dictar la política de alianzas y de defensa del resto de países mencionados, a cambio de no volver a invadir Ucrania.

Al asumir la idea de las esferas de influencia en que Putin sustenta sus reivindicaciones, la derecha que le jalea acepta la partición del mundo en imperios dominados por los más fuertes. Aunque insistan en ver a Ucrania y a los otros países citados como meros peones de la UE y Estados Unidos, todos ellos han elegido su orientación occidental en las urnas, como por otra parte harían muchos rusos si Putin no tuviera secuestrado a su país.

Más allá de sus méritos, el argumento histórico que con tanto éxito ha puesto en circulación el Kremlin –Ucrania es un país artificial que siempre ha sido parte de Rusia– no cambia absolutamente nada en la ecuación. Si los derechos históricos fueran una razón aceptable para forzar cambios de fronteras a base de guerras, Europa aún no habría conocido la paz.

Como todos los radicales con motivos inconfesables, la Rusia de Putin tiene dos caras. La exterior, de país pacífico y preocupado por la voracidad de sus enemigos capitalo-fascistas, y la interior, a la que pocas veces tenemos acceso.

La sovietóloga francesa Françoise Thom nos da una oportunidad única de conocerla en este artículo soberbio sobre lo que nos dicen los contenidos de la principal cadena de la tele pública rusa en prime time, una verdadera orgía de macarrismo, xenofobia, belicismo y el más agresivo irredentismo, adobado de fantasías nucleares de genocidio.

La derecha putinista, y todo el que tenga la tentación de ponerse del lado del régimen ruso en el fandango de Ucrania, haría bien en leer el artículo. Así descubrirá qué está defendiendo. Si alguien se preguntaba de dónde saca el Kremlin el cuento del peligro fascista en Ucrania ya tiene la respuesta: le basta con ponerse un espejo.

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