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Marcel Gascón Barberá

Al irse de Ucrania, Occidente se rinde a Putin

Vladímir Putin le está ganando a Occidente la guerra de Ucrania. Sin necesidad de disparar un solo tiro.

Vladímir Putin le está ganando a Occidente la guerra de Ucrania. Sin necesidad de disparar un solo tiro.
EFE

Vladímir Putin le está ganando a Occidente la guerra de Ucrania. Sin necesidad de disparar un solo tiro, el presidente ruso ha conseguido que los países democráticos que apoyan a Kiev hayan evacuado a sus diplomáticos y recomienden a sus ciudadanos no viajar al país. Las aerolíneas internacionales han dejado de volar a Ucrania, cuya moneda cae, mientras la economía se resiente de este aislamiento preventivo que le han impuesto sus socios.

El objetivo de Putin con Ucrania no tiene nada que ver con las exigencias de seguridad que le ha presentado a Biden. La principal preocupación de Putin es ver prosperar una democracia en un país fronterizo y con fuertes lazos lingüísticos, culturales y sentimentales con Rusia. "Si Ucrania puede vivir como Francia, Alemania o América, ¿por qué no puede hacerlo Rusia?", teme Putin que, más pronto que tarde, le pregunten sus súbditos. "¿Quiere usted decirnos que los ucranianos, un pueblo de campesinos al cabo, son compatibles con la civilización occidental y la gloriosa Rusia debe vivir como Turkmenistán o Camboya?".

Putin no puede permitirse cerca una democracia fértil, vibrante y exitosa como la que ya se ve en el país con más energía y fervor cívico de Europa. Y está consiguiendo sofocarla, como decíamos, sin necesidad de poner en marcha su maquinaria de guerra. ¿Qué podría haber hecho Occidente? En primer lugar, dejar de considerar que Putin aún no ha hecho nada. La agresión del imperialismo ruso contra Ucrania comenzó en 2014 y no cesará hasta que termine la guerra del Donbás y Moscú se retire de Crimea.

Por otra parte, el despliegue de tropas rusas en las fronteras de Ucrania es motivo más que suficiente para que Occidente empiece a tomar represalias contra Putin, si a las democracias de Norteamérica y Europa les preocupa la credibilidad de sus capacidades disuasorias. Los amigos democráticos de Ucrania le habrían hecho un gran favor a su socio dejando abiertas sus embajadas en Kiev con los embajadores al mando. La deserción le permite a Putin proclamar que es Occidente quien ha roto la normalidad en Ucrania. Y mientras Ucrania ve cortadas sus comunicaciones con el exterior, Rusia funciona como siempre sin pagar más facturas por la crisis que la de mantener a las tropas movilizadas.

A propósito del papel de los diplomáticos, se me ocurren varios ejemplos de representantes de países democráticos poniendo literalmente el cuerpo para proteger la causa de la libertad de quienes la violentan. Pienso en el embajador estadounidense en Malabo John E. Bennett dando cobijo en la embajada a los estudiantes acosados a principios de los noventa por Obiang. Durante su misión en la Guinea española, Bennett luchó incansablemente bajo la presión y las amenazas constantes del régimen por mejorar la situación de los presos políticos.

Pienso también en el diplomático español Jesús Silva Fernández. Antes de que España cambiara de bando, Silva trabajó con abnegación y valentía por mejorar la situación de los opositores presos venezolanos y sus familiares. Hasta su salida de Caracas, el embajador Silva tiró de coraje, imaginación y mano izquierda para ayudar a conseguir la unidad de unos demócratas a los que el chavismo enfrenta cada día entre ellos con sus maquinaciones sádicas.

Silva hizo todo esto en un ambiente de enorme hostilidad por parte del régimen, en un momento de protestas y represión violenta en las calles en que la embajada de España llegó a ser atacada con cócteles molotov. Algo más tarde, Jesús Silva fue uno de los diplomáticos occidentales que fue a recibir al aeropuerto al presidente encargado Guaidó. Acudiendo a recibirle al ya de por sí inhóspito aeropuerto de Maiquetía (no hay aire acondicionado y guardias nacionales armados saquean sin piedad a los viajeros más vulnerables, que son también los más pobres), Silva y los demás integrantes del grupo protegían a Guaidó de una detención más que probable.

Un último ejemplo de diplomáticos que utilizaron su posición de privilegio en favor del Bien. La revolución anticomunista rumana de 1989 comenzó con una protesta popular en Timisoara contra la expulsión de la ciudad del pastor protestante de origen húngaro Laszlo Tokes, que había denunciado la perversidad del régimen desde los púlpitos. Las concentraciones primigenias no habrían tenido sentido si la Securitate hubiera podido cumplir su misión de detener y deportar a Tokes.

Así recordaba el propio Tokes lo ocurrido en una entrevista de hace unos años:

Cuando iban a evacuarme apareció el representante de la embajada americana. Esto envalentonó a los feligreses [que protestaban]. Al escuchar, por encima de las cabezas de los securistas, mi conversación con el representante de la embajada, tomaron coraje y echaron a los securistas. Influenciados por esa revuelta psicológica de los feligreses, los securistas se retiraron.

A mi modo de ver, la presencia de los diplomáticos occidentales en sus puestos de Kiev y las demás ciudades con representaciones consulares incrementaría más el coste de una nueva invasión putiniana de Ucrania que todos los peregrinajes a Moscú que está haciendo la diplomacia europea estos días.

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