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Manuel Pastor

Trumpización

Para mí está muy clara la alternativa que se presenta hoy a las derechas y a las posibles bisagras españolas: trumpización o trompazo.

Para mí está muy clara la alternativa que se presenta hoy a las derechas y a las posibles bisagras españolas: trumpización o trompazo.
Pancartas contra Casado y Ayuso en una de las concentraciones frente a Génova 13 de la semana pasada. | EFE

Ante la insufrible corrupción del establishment y la partitocracia en las democracias occidentales, en tiempos recientes hemos presenciado la aparición de diversos fenómenos políticos reactivos, populares o populistas, especialmente un patriotismo/nacionalismo integrador y conservador, respetuoso con las leyes y las constituciones –muy diferente del populismo radical izquierdista y antisistema–, contra la degeneración del bipartidismo convencional: el Tea Party y Donald Trump en los Estados Unidos; los franceses Marine Le Pen y Éric Zemmour, el húngaro Viktor Orbán, el español Santiago Abascal y Vox (además de AfD, Chega, Fratelli d’Italia, etc.) en Europa. En todos los casos, con diferentes pautas, ritmos y estilos, camino de alcanzar una masa electoral crítica.

Por mucho que se empeñen algunos intelectuales idiotas y políticos progres demagogos en calificarlos injustamente de fascistas o nazis, la opinión pública democrático-liberal y tolerante los ha aceptado como correctivos necesarios y eficaces contra la degeneración disfuncional de nuestros sistemas.

Por la importancia de los EEUU en la política mundial, el trumpismo es el paradigma, aunque no todos los nuevos líderes trumpistas se reconozcan en él: Marine Le Pen arrastra la herencia de su padre y un estatismo político y económico excesivo, típicamente jacobino o galicano, mientras que Viktor Orbán forma parte de una tradición del este de Europa más autoritaria, curtida en la larga noche de oposición al comunismo… Puede que los casos españoles de Santiago Abascal (y colectivamente Vox) e Isabel Díaz Ayuso (individualmente dentro del PP) sean los más similares a lo que en EEUU produjeron el Tea Party y el trumpismo.

Ambos fueron inicialmente una reacción contra el establishment y la partitocracia (fenómeno éste extraño a la cultura política de EEUU, aunque desarrollado en décadas recientes por el Partido Demócrata, como ya advirtieron los politólogos Harvey Mansfield y David Horowitz). Tradición izquierdista generada históricamente por el socialismo y el comunismo, la partitocracia fue copiada por el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán a partir de estructuras militantes/movilizadoras de la politización total, como el adoctrinamiento de las juventudes (en España, el social-comunismo, desde Santiago Carrillo hasta Pablo Iglesias, o los flechas de la Falange y del Movimiento Nacional). Este fenómeno nefasto de las juventudes adoctrinadas ha contagiado a las derechas. Es el caso de Nuevas Generaciones, semillero de políticos chiquilicuatres como Pablo Casado, Teodoro García Egea, etc. (aunque siempre hay excepciones valiosas, como Santiago Abascal e Isabel Díaz Ayuso).

Partiendo de la ciencia política y la sociología de élites y oligarquías (Mosca, Pareto, Ostrogorsky, Costa…), Roberto Michels –primero militante socialista y más tarde fascista– formuló la famosa tesis sobre la ley de hierro de la oligarquía en el seno de los partidos y sindicatos (Sociología de los partidos políticos, 1911), y el gran Friedrich Hayek, aguda e irónicamente, denunció a "los socialistas de todos los partidos" (Camino de servidumbre, 1944). Sobre estos y otros precedentes intelectuales Gonzalo Fernández de la Mora desarrollará su pertinente estudio sobre La partitocracia (IEP, Madrid, 1977).

Para mí está muy clara la alternativa que se presenta hoy a las derechas y a las posibles bisagras españolas: trumpización o trompazo. Ciudadanos y el PP (precedidos de los batacazos históricos de AP, UCD, PSP, CDS, PR, UPyD…) eligieron imitar o reproducir la partitocracia y han terminado en respectivos trompazos. Y la relación de líderes chiquilicuatres fracasados o desprestigiados no es exclusiva del PP. Al patético Pablo Casado le han precedido Albert Rivera y Pablo Iglesias con sus respectivos congéneres, que sobreviven como zombis bajo el manto protector de Pedro Sánchez. La "derechita cobarde", que podríamos llamar "desdén" (derecha-solo-de-nombre) debe tener en cuenta la disyuntiva ante la que se ha visto el Partido Republicano en EEUU desde 2016: o Trump o anti-Trump (campo éste de los neuróticos afectados por el Trump Derangement Syndrome, los NeverTrump, los RINOs, los mavericks resentidos y cainitas, convertidos todos en lacayos del partido Demócrata y traidores al liberalismo conservador del Grand Old Party de Abraham Lincoln).

Es imposible no ver ciertas similitudes entre los casos de espionaje contra Trump y Ayuso. En el primero, sabemos hoy gracias al informe del congresista Devin Nunes y las investigaciones de Lee Smith, confirmadas por el fiscal especial John Durham, que Hillary Clinton lo promovió y financió durante la campaña presidencial de 2016, con la colaboración del FBI, la CIA, el DNI, traidores como el senador John McCain, consejeros de la Casa Blanca y múltiples operativos del Partido Demócrata. Pero lo más grave es que tal espionaje continuó una vez que Trump era ya presidente, y plausiblemente todo ocurrió con conocimiento del presidente Obama y del vicepresidente Biden en el período de transición entre las Administraciones. En el caso de Ayuso, los promotores han sido Pablo Casado, Teodoro García Egea y todos sus agentes carroñeros. Aparentemente, según diversas informaciones, toda la operación era conocida y alentada por el presidente Pedro Sánchez y su vicepresidente informal, Félix Bolaños.

No me extraña que, en el ranking de las democracias elaborado con admirable rigor empírico por The Economist, Estados Unidos y España hayan sido expulsados del selecto club de las democracias "plenas", por resultar democracias defectuosas.

¿Y ahora qué? A mi juicio, los únicos referentes fiables que quedan en las derechas españolas para construir coaliciones con mayorías concurrentes –esencia de la política democrática pluralista– son los trumpistas Ayuso y Abascal. Con el PP, los españoles sin partido y sin obsesiones identitarias o lingüísticas tenemos un problema: súbitamente nos encontramos un gallego en la escalera y no sabemos si sube o si baja.

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