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Manuel Pastor

La segunda batalla

Ahora vemos las consecuencias no deseadas en la nueva triangulación efectuada por la potencia totalitaria ascendente China y su alianza con Rusia frente a unos debilitados EEUU.

Ahora vemos las consecuencias no deseadas en la nueva triangulación efectuada por la potencia totalitaria ascendente China y su alianza con Rusia frente a unos debilitados EEUU.
El dictador chino Xi Jinping. | Alamy

La primera batalla en la Segunda o Nueva Guerra Fría –la del CCC (Coronavirus Comunista Chino)– la han perdido Estados Unidos y Occidente contra China (v. "La primera batalla"). Aparte de las consecuencias económicas, las últimas y terribles cifras de víctimas de la pandemia, según un informe reciente de la revista Lancet, son más de 18,2 millones de muertes en el mundo (sin contar las de China, que sospechamos masivas… véase el espectáculo siniestro de Shanghái), y concretamente en España más de 162.000.

La segunda batalla –la de Ucrania– la están perdiendo también Occidente y Estados Unidos contra Rusia, aunque Rusia tampoco la gane, por la heroica resistencia de los ucranianos. El siniestro y errático dictador de la autocracia/cleptocracia asiática rusa y su ministro lacayo cara de burro cabreado han tomado una miserable iniciativa amenazando al mundo civilizado con la III Guerra Mundial y el uso de armas innombrables.

En realidad, como decía, Rusia también está perdiendo esta batalla, no solo en la guerra asimétrica con Ucrania sino en su propia condición existencial y en el ajedrez internacional. Como ocurrió en la Primera Guerra Fría, en que la Unión Soviética sobrevivió gracias a la desinformación y el agitprop sistémicos y sistemáticos, el genocidio permanente contra su propio pueblo y la promoción de guerras civiles para dividir a otras naciones (China continental y Taiwán, Alemania Oriental y Alemania Occidental, Corea del Norte y Corea del Sur, Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, etc.), en esta segunda o nueva Guerra Fría Rusia pretende otra vez sobrevivir con la ruina interna y la destrucción externa (¿una Ucrania oriental y otra occidental?).

En la primera Guerra Fría fue decisiva la triangulación efectuada por los Estados Unidos tras el viaje de Nixon y Kissinger a la China comunista en 1972, que debilitó la posición de la URSS en su confrontación con Occidente. Pero como observaron y denunciaron los dirigentes de la China nacionalista (Taiwán), a medio o largo plazo era un gran error por parte de la potencia líder del mundo libre. En efecto, ahora vemos las consecuencias no deseadas en la nueva triangulación efectuada por la potencia totalitaria ascendente China y su alianza con Rusia frente a unos debilitados Estados Unidos (por cierto, no debilitados por culpa de "los descerebrados seguidores de Trump", infiriéndose que por culpa sobre todo del propio Trump –como sorprendentemente han insinuado analistas liberales y democristianos españoles– sino, entre otras razones, por la mencionada plaga del CCC y por culpa de descerebrados como Joe Biden y familia, junto a las élites dirigentes –los Clinton, Obama, Pelosi, etc.– de un corrupto y degenerado Partido Demócrata tras el gran fraude electoral de 2020).

Esta nueva triangulación es también la que ha catapultado al autócrata Vladímir Putin en su aventura criminal de la invasión de Ucrania. Ante la barbarie contra la población civil ucraniana (¿significa la misteriosa "Z" amenaza y práctica del terrorífico y criminal método Zachistka?), las descalificaciones se han prodigado: "autócrata", "dictador", "tirano", "persona non grata", "criminal de guerra", "carnicero"… Putin quizá merezca pasar a la historia de la infamia como Vladímir el Venenoso, en la tradición de Iván el Terrible y del no menos terrible Stalin el Gángster (Trotsky dixit). Resulta irónicamente lógico que Vladímir Putin sea nieto de Spiridon Putin, experto en venenos. Como han descubierto los historiadores Simon Sebag Montefiore y Marin Katusa, el abuelo Spiridon fue el cocinero, sucesivamente, de Rasputin (bajo control de la Ojrana zarista), Lenin y Stalin (bajo control de la Cheka bolchevique), su misión era preparar las comidas y prevenir los envenenamientos de tan ilustres personajes, aunque algunos sospechan que falló en sus cometidos.

Al final, paradójicamente, la vencedora pasiva en esta segunda batalla es también China. Xi Jinping y el Partido Comunista Chino, a diferencia de la Rusia autocrática (su rival histórico –y enemigo estratégico– más próximo), probablemente han asimilado perfectamente las enseñanzas del gran estratega chino Sun Tzu, quien sostenía que las mejores victorias en una guerra son aquellas que se ganan sin librar batallas y destruir las ciudades: "Subyugar al ejército enemigo sin batallar es el verdadero pináculo de la excelencia" (El arte de la guerra, Libro III, siglo V a. C.).

Sin necesidad de batallar, una poderosa China ha contemplado, por una vía retorcida e indirecta, cómo la económicamente muy debilitada Rusia y su Ejército quedan estratégicamente desgastados y subordinados a ella en el Triángulo de la Nueva Guerra Fría.

La segunda batalla ha sido –metafórica y, repito, sobre todo estratégicamente– un golpe a Estados Unidos y a Occidente, con el autoengaño simultáneo de la brutal Rusia. Y concretamente Europa, siento decirlo, ha demostrado una vez más su impotencia ante el martirio de Ucrania, ante tamaña destrucción y el inmenso desastre humanitario de asesinatos y violaciones, de refugiados y desplazados.

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