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Marcel Gascón Barberá

En Kiev, un momento estelar de Europa

Los valores auténticos de la UE son perfectamente actuales y más necesarios que nunca.

Los valores auténticos de la UE son perfectamente actuales y más necesarios que nunca.
El presidente de Polonia, Andrzej Duda. | EFE

Desde que tengo uso de razón, los abogados de la Unión Europea han venido defendiendo su existencia apelando a los horrores que el continente vio en el pasado. La unidad europea, decían, es un imperativo para que no volvamos a matarnos entre nosotros por razones de nacionalidad, pertenencia étnica o religión.

En efecto, el proyecto de democracia liberal cooperativa asumido por Europa Occidental desde la posguerra ha dado al continente un largo período de paz y prosperidad que hasta ahora creíamos sólo podía morir de éxito. La invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia nos ha enseñado que la fragmentación ideológica y las políticas de inmigración suicidas no son las únicas ni las principales amenazas a las que se enfrenta la UE.

La guerra genocida de conquista que Rusia está llevando a cabo contra Ucrania ha devuelto al continente a una realidad propia de la primera mitad de los años cuarenta que creíamos superada para siempre en el continente. Miles de civiles, entre ellos cientos de niños, han muerto bajo las bombas y los misiles de un ejército ruso que viola y saquea a las poblaciones sometidas y ha deportado ya a cientos de miles de ucranianos para reeducarlos en campos de concentración a miles de kilómetros de sus casas.

La gravedad de lo que está ocurriendo ha puesto a prueba el compromiso de la UE con los valores que le han servido de bandera todas estas décadas, y los resultados no dejan en muy buen lugar a sus principales actores. Decir Unión Europea ha sido, casi siempre, sinónimo de decir Alemania y Francia. Ambas potencias continentales no solo han venido apostando por la estrecha relación con Moscú que tanto ha contribuido a fortalecer al sátrapa.

Incluso después de que empezara la invasión a gran escala, Alemania y Francia se han mostrado reticentes a ayudar militarmente a Ucrania mientras insistían en buscar, una vez más a costa de Ucrania, otra solución de compromiso para apaciguar al bully.

La actitud deshonrosa de los dos grandes poderes de la UE ante la agresión de corte nazi o soviético a un aliado democrático del continente deja claro que su apelación a los valores europeos como garantía de paz, libertad y respeto de los derechos humanos en el continente no era más que un eslogan con el que adornar la defensa de sus intereses económicos y geopolíticos.

Por suerte para los europeos, frente a la mezquindad franco-alemana ha surgido en el noreste del continente una entente que sí cree en los valores en cuyo nombre se construyó la UE y está dispuesta a actuar para defenderlos. Estoy hablando, como sospecharán, de la alianza entre Polonia, Ucrania y los países bálticos, que brilló en todo su esplendor el pasado domingo con la visita del presidente polaco, Andrzej Duda, a la Rada Suprema (Parlamento ucraniano) de Kiev.

En un discurso memorable que merece ser leído íntegramente (en polaco, inglés o traducido al español con Google Translate), Duda reivindicó un presente y un futuro de amistad sincera y cooperación intensa entre ucranianos y polacos que se fundamenta en las aspiraciones compartidas de libertad por las que Rusia castiga a Ucrania con saña y en la superación de viejas y sangrientas rencillas históricas.

Con citas de Wojtyla y referencias elogiosas al líder del mundo libre, el progresista Joe Biden, el político conservador polaco esbozó las líneas maestras de este horizonte compartido que empieza a dibujarse con la eliminación de trabas fronterizas y la mejora de las infraestructuras que conectan ambos países.

Ese mismo día, el ministro francés para Europa, Clement Beaune, hizo gala de la mezquindad que está caracterizando a su país en esta crisis al afirmar que Ucrania no puede entrar en la UE hasta dentro de "15 o 20 años". El presidente polaco también se comprometió a hacer todo lo que está en su mano para conseguir que Ucrania ingrese cuanto antes en la UE.

Los diputados de todos los colores políticos que llenaba la Rada Suprema aplaudieron en pie a Duda con una emoción genuina que puede apreciarse perfectamente en las fotos.

Igual de emocionante y ambicioso fue el discurso del presidente ucraniano Zelensky, que agradeció la solidaridad incondicional polaca con los millones de refugiados ucranianos que en estos momentos acoge Polonia y anunció la elaboración de una ley como la que permite a los refugiados ucranianos gozar de todos los derechos en Polonia para que los polacos dejen, de facto, de ser extranjeros en Ucrania.

Que esta superación de las barreras administrativas de la nacionalidad pueda ser realidad en dos Estados que ni siquiera comparten su pertenencia a la UE es una victoria formidable de la buena voluntad y la sustancia sobre la mediocridad y la apatía de quienes buscan excusas en la burocracia para justificar su racanería.

La cita histórica del domingo pasado en la Rada nos recuerda que los valores auténticos de la UE son perfectamente actuales y más necesarios que nunca. No deja de ser una ironía que el recordatorio venga de un país que no entraría en veinte años en la UE si fuera por el guardián de las esencias europeas, y de otro que ha sido acusado sistemáticamente de antieuropeísmo por quienes hoy traicionan su compromiso contra el totalitarismo en aras de la paz con el nuevo Hitler.

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