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Marcel Gascón Barberá

Por qué necesitamos que gane Ucrania

Cualquier concesión para apaciguar a Rusia será pan para hoy y hambre para mañana.

Cualquier concesión para apaciguar a Rusia será pan para hoy y hambre para mañana.
Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania | Europa Press

A medida que se alarga la guerra en Ucrania, cada vez más voces occidentales le piden a Kiev que negocie una paz por territorios que nos permita volver a la normalidad y dejar de sufrir los estragos económicos que provoca el conflicto.

Los principales adalides del compromiso son Alemania y Francia, pero la tentación de contentar parcialmente a Putin a cambio de que deje de atacar a Ucrania acecha también a un Biden presionado por la inflación y los costes disparados del esfuerzo de guerra.

Como ocurre siempre con los apaños, cualquier concesión para apaciguar a Rusia será pan para hoy y hambre para mañana.

Todo lo que no sea una derrota para Putin en su aventura criminal será un estímulo para que Moscú se rearme y vuelva a intentar su objetivo declarado de destruir Ucrania y hostigar también a países de la OTAN como Polonia y los Estados bálticos. Si el cese de las hostilidades se consigue a cambio de levantar las sanciones a Moscú, el rearme del imperialismo ruso volveremos a pagarlo los occidentales, a sabiendas, esta vez, de las monstruosas atrocidades que se cometen con el armamento que sufragamos.

Apoyar a Ucrania hasta que consiga liberar hasta el último centímetro de territorio ocupado, incluyendo, por supuesto, el Donbás y Crimea, no es solo un imperativo moral. Para el Occidente democrático, la expulsión completa del invasor ruso es la única garantía posible de paz y seguridad para las próximas décadas.

Contra lo que dice Macron, Rusia debe ser derrotada y humillada para que, con o sin Putin al mando, deje de ser la fuente de desestabilización permanente que representa desde hace años para Europa. A través de ciberataques y del chantaje energético, y de su apoyo más o menos subterráneo a todas las causas que debilitan la unidad y la viabilidad de Occidente, desde el separatismo en Cataluña al ecologismo hegemónico que nos ha dejado a merced de su gas, el Kremlin se ha implicado activamente en sabotear nuestras democracias y seguirá haciéndolo si el precio que paga en Ucrania no es lo suficientemente alto.

Occidente ya ignoró la gravedad de la anexión de Crimea y el desmembramiento de los territorios en el Donbás que Moscú pergeñó en 2014. La lógica de la tibia reacción a esa primera invasión de Ucrania se fundamentaba en la ilusión de que el botín saciaría el hambre de expansión de Rusia. La guerra a gran escala que el Kremlin lanzó en febrero de este año contra Ucrania es la prueba definitiva de que erramos entonces.

Después de Mariúpol, Irpín y Bucha, Putin no puede ser considerado un aliado legítimo en el mundo democrático. Volver a recibir a esta Rusia en el club de los países respetables es borrar cualquier límite de lo permisible; es decir a los maximalistas que están dispuestos a modificar fronteras por la fuerza, a recurrir a los asesinatos, las violaciones y las deportaciones en masa para conseguir sus objetivos políticos, que su camino está libre de obstáculos.

Una victoria completa de Ucrania no es solo una garantía global de seguridad frente al peligro que representa Rusia. Es también el más eficaz elemento de disuasión para evitar la guerra en Taiwán que traería consigo la consecución de la amenaza de invasión china.

Entender que Estados Unidos y sus aliados no tienen la voluntad de utilizar, Ucrania mediante, su superioridad tecnológica, económica y humana sobre Rusia será interpretado en Pekín como una invitación a lanzarse a su ansiada conquista de Taiwán.

De una potencial espantada, qué duda cabe, también tomarían nota los ayatolás en Irán.

El proceso de aislar a Rusia y seguir ayudando a Ucrania para que salga victoriosa de esta guerra supondrá grandes sacrificios a corto y medio plazo a los países occidentales que no ignoren la gravedad de lo que vemos para seguir jugando a dos bandas. Pero también nos dará la oportunidad de demostrarnos que podemos vivir y prosperar sin depender de regímenes bullies que viven de parasitarnos y no nos ganarían en nada si tuviéramos más confianza en nosotros.

Para que esto se haga realidad es indispensable no sucumbir a la comodidad, seguir elevando la presión sobre Putin aun a costa de nuestro nivel de vida y continuar armando a Ucrania, perdiendo el miedo a las consecuencias de su victoria total contra Putin. La alternativa es dar barra libre a las dictaduras totalitarias que nos odian.

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