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Marcel Gascón Barberá

Vox, la nueva derecha y su desconfianza hacia Ucrania

Muchos en la izquierda se pusieron de perfil en la Guerra Fría original. Algunos en la derecha están sucumbiendo en esta reedición del conflicto.

Muchos en la izquierda se pusieron de perfil en la Guerra Fría original. Algunos en la derecha están sucumbiendo en esta reedición del conflicto.
Santiago Abascal y Victor Orban en la Cumbre de Madrid | Vox

Si no falla el sistema de búsqueda de Twitter, el líder de Vox Santiago Abascal lleva sin hacer una referencia a lo que está ocurriendo en Ucrania desde el 12 de junio, cuando le recriminó a Sánchez llamándole "autócrata" que haya "puesto patas arriba nuestra política internacional, del Sahara a Ucrania". Casi todas sus menciones anteriores a Ucrania son igualmente colaterales. Meras muletas para sus críticas a Sánchez o la Comisión Europea.

Algo parecido encontramos en la cuenta oficial de Vox, que no ha dedicado íntegramente ni un solo tuit a condenar la agresión continuada de Rusia contra Ucrania, que sólo parece interesarle como munición argumental, bien sea para defender a sus socios polacos y húngaros o para atacar a Von der Leyen y al Gobierno del PSOE y Podemos.

El intento más ambicioso y sangriento de cambiar las fronteras por la fuerza que ha visto Europa desde Hitler y Stalin no es un tema que merezca atención en sí mismo para Vox, que no es una excepción en este sentido. Esta falta de claridad moral ha definido la reacción a la guerra de buena parte de los conservadores —entre los que la contundencia de los polacos es una luminosa excepción— a los que se suele despachar como extrema derecha.

Figuras de esta corriente política como el premier húngaro Víktor Orbán, la líder opositora francesa Marine Le Pen o el expresidente Trump y su entorno se han distanciado de la causa ucraniana con reproches a la política occidental de apoyo a Kiev y llamamientos a un compromiso con Putin a costa de la integridad territorial de la nación atacada.

Fuera de la política, el gurú de la restauración de la masculinidad Jordan Peterson ha responsabilizado a Occidente de la guerra provocada por la invasión. Otro líder de opinión conservador, el presentador estadounidense de televisión Tucker Carlson ha hecho suyas casi una a una las tesis que el Kremlin difunde para consumo externo, hasta el punto de haber convertido su programa en uno de los proveedores de contenido más prolíficos de los debates en prime time de la televisión rusa en que se llama al exterminio de los ucranianos y se amenaza al enemigo con un holocausto nuclear.

Durante muchos años, una de las principales recriminaciones a las sociedades occidentales de esta derecha tenía que ver con la falta de voluntad de defenderse y luchar por la nación contra las amenazas de fuerzas maximalistas hostiles. ¿Por qué, entonces, no les convence el despliegue de coraje y patriotismo de Ucrania?

Desconfianza hacia Ucrania

En primer lugar, Ucrania combate a la Rusia imperialista de Putin con el apoyo de la Administración Biden y de la Comisión Europea de Von der Leyen. La nueva derecha libra contra estos dos actores políticos una guerra sin cuartel para evitar ser arrasada por lo que algunos llaman —no sin razón— "la apisonadora woke". Si la causa de Ucrania es la de Biden, Von der Leyen y los multimillonarios que los apoyan no puede ser una buena causa, parecen pensar muchos conservadores.

Una perspectiva menos simplista invita, sin embargo, a conclusiones muy distintas. Ucrania es un raro ejemplo de vigor de la nación en el contexto de Europa. Junto a naciones igualmente pujantes como los Bálticos y Polonia, y con el apoyo primordial no sólo de la América de Biden, sino también de la Gran Bretaña del Brexit, Ucrania está llamada a cambiar, en favor de principios netamente conservadores, la dinámica y el equilibrio de poder en Europa.

Aunque Úrsula von der Leyen sea uno de los rostros más visibles de la solidaridad europea con Ucrania, la coalición continental de países del noreste de la UE encabezada por la díscola Polonia se ha definido en todo momento por su oposición a la hegemonía franco-alemana contra la que siempre se han posicionado la nueva derecha conservadora.

El milagro de la resistencia ucraniana es resultado, entre otras cosas, de la victoria de la política exterior basada en principios de los Estados-nación del Este sobre el pragmatismo y el cinismo de quienes, en Berlín y París, ven a países más pequeños como meros peones obedientes y mercados para sus empresas.

Los conservadores que nos ocupan suelen imaginarse a Ucrania —que posiblemente ya no existiría si hubiera dependido de Alemania y Francia— como una nueva pieza en el orden internacional neo-marxista que combaten en casa. También aquí creo que se equivocan.

En primer lugar, es difícil pensar que una Ucrania victoriosa se pliegue a los caprichos ideológicos del burócrata de turno en Bruselas después del coste altísimo que está pagando por su independencia. Esto lo saben en París y Berlín, que bien podrían bloquear indefinidamente la entrada de Ucrania a la UE para evitar los quebraderos de cabeza que les supondría haber de lidiar con otro país grande orgulloso y contestón como Polonia.

El propio Zelenski ha dado algunas pistas de cómo será la Ucrania de después de la guerra. "Definitivamente, Ucrania no será … absolutamente liberal, europea", dijo el presidente ucraniano el pasado mes de abril. "Nos convertiremos en un ‘gran Israel’ con nuestros propios rasgos", continuó Zelenski, que aclaró que se refería a la movilización militar permanente en que vive el Estado judío, que está lejos de ser un modelo para la izquierda posmoderna.

Afinidad con Putin

El segundo motivo del escepticismo, cuando no la hostilidad, de tantos hacia Ucrania puede deberse a su sintonía ideológica con Putin. El autócrata ruso se ha caracterizado por su persecución de las minorías sexuales y ha promocionado un discurso claramente homofóbico que en Occidente ha presentado como resistencia a las políticas LGBT. Putin y sus aliados, tradicionalistas o protofascistas, dentro o fuera de la Iglesia ortodoxa que le apoya, no sólo están en contra del lobby LGBT: son abiertamente homófobos y castigan como tal la sodomía. A una parte de la derecha internacional que lo admira le seduce este aspecto del régimen ruso.

Más allá del frente que podríamos llamar sexual, Putin vende en el extranjero una imagen de líder autoritario pero compasivo, cristiano, que garantiza el orden y la primacía de valores naturales que ha dejado de proteger Occidente. Nada de esto es verdad. Los orígenes de Putin hay que buscarlos en mundos inmorales por definición como el espionaje ¡soviético! y el crimen organizado que su régimen ha entronizado. Putin no ha traído estabilidad ni a Rusia ni a la Ucrania que ocupó en 2014. Su reino es el de la mentira, la arbitrariedad, la impunidad, el poder ilimitado y el asesinato político, y no puede estar más lejos del ideal conservador del que algunos le reconocen como redentor.

Otra de las falacias que ha logrado transmitir el Kremlin con cierto éxito es la de la supuesta pujanza de una Rusia sana y con las prioridades en orden frente al Occidente enfermizo y profundamente corrupto que se autodestruye con sus modas ideológicas.

Es cierto que, al adoptar patrones de pensamiento voluntaristas que desprecian la experiencia y la realidad, las élites de las sociedades prósperas de Europa y América están socavando pilares de nuestra civilización como la meritocracia y el respeto universal al individuo. Las consecuencias de esta degradación tienen, a la larga, efectos materiales que empiezan a ser evidentes en muchos campos. Pero esto no convierte en alternativa a una Rusia corrupta hasta el tuétano que destaca en todos los ránkings mundiales de alcoholismo, aborto y violencia intrafamiliar.

La respuesta militar, política y ciudadana a la invasión rusa de Ucrania es una prueba de esto. Occidente no estaba tan muerto ni disminuido como nos quiere hacer creer la propaganda del Kremlin. Lo hemos visto en la ola de simpatía que ha despertado Ucrania y en la resistencia al chantaje —primero del gas y ahora nuclear— que está mostrando Europa. Y, aún más claramente, en la abrumadora superioridad tecnológica sobre las armas rusas de las que le están librando Washington y sus aliados a Kiev.

Igual que muchos en la izquierda occidental desertaron o se pusieron de perfil en la Guerra Fría original, algunos círculos de la derecha están sucumbiendo en esta reedición cada vez más caliente del conflicto a la tentación de equiparar a nuestros líderes democráticos con un dictador que nos ha devuelto a los años treinta. Su actitud no es mejor, ni menos dañina para lo que dicen defender, que la de sus adversarios ideológicos a los que han llamado mil veces hipócritas.

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