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Rafael L. Bardají

Ucrania: la guerra sobre el futuro de Rusia

Lu resolución de la guerra, sea cual sea, va a determinar la forma y las normas del nuevo orden internacional.

Lu resolución de la guerra, sea cual sea, va a determinar la forma y las normas del nuevo orden internacional.
El presidente ruso, Vladimir Putin (centro), asiste al desfile militar del Día de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú, Rusia, el 9 de mayo de 2022. | EFE

Es evidente que, en estos momentos, la guerra abierta en suelo europeo se está luchando, ante todo, por el futuro de Ucrania en tanto que nación que elige libremente su propio destino y que mantiene asegurada su integridad territorial y sus fronteras. Pero la guerra de Ucrania tiene otro nivel estratégico que tiene que ver directamente con el comportamiento y el papel de Rusia en Europa y en el mundo. No sólo el conflicto sobre Ucrania tiene múltiples niveles, sino que escapa a sus fronteras y tiene un impacto en todo el mundo. Y su resolución, sea cual sea, pues estamos aún lejos de saber quién o quiénes van a ser los vencedores y quiénes los derrotados, va a determinar la forma y las normas del nuevo orden internacional.

Una montaña rusa

Hay que comenzar avisando de que dirigentes políticos, expertos militares y analistas estratégicos han fracasado estrepitosamente a la hora de predecir la guerra, explicar su evolución y adelantar su resultado, por lo que todo cuanto se diga hay que hacerlo con una gran humildad y tomarlo con cierta distancia. Estoy convencido de que lo mejor es presentar cualquier análisis con total sinceridad, pues en esta guerra se han contado demasiadas mentiras por ambas partes.

Por razones profesionales, andaba yo por la capital americana las semanas anteriores al lanzamiento de la "operación militar especial" del 24 de febrero del año pasado. El mensaje que recibí de altos cargos de la Casa Blanca entonces fue bastante claro: la concentración de fuerzas que estaba realizando Putin en la frontera este de Ucrania era una prueba para el nuevo presidente Biden, pero no una amenaza militar ya que, como mostraban las imágenes satelitarias, carecían de los elementos logísticos necesarios para conducir una ofensiva. La retórica encendida y crítica con el Kremlin por parte de la administración americana se justificaba por la necesidad de mejorar los índices de popularidad de un presidente en caída libre en su popularidad en aquel momento.

Hay quien achaca a la agresiva postura americana que Putin se viera forzado a iniciar la invasión, aunque es un argumento bastante endeble. El Kremlin ya tenía decidido sus planes en esos momentos. Y si los americanos tenían razón en que le faltaban elementos de apoyo logístico, se equivocaron en las razones de esto: no se debió a que los rusos no contemplaran una agresión militar, sino a que creyeron que iba a ser un paseo de tres días, capaz de ser acometido con éxito con las tropas desplegadas si necesidad de más apoyo. Los rusos también se equivocaron, como ya sabemos.

Lo que para el Kremlin tenía que haber sido un desfile de liberación, pasó a ser un calvario y una humillación en pocas horas. Lejos de alcanzar su cacareada "desnazificación" del país —justificación bastante increíble, dicho sea de paso— sus fuerzas fueron repelidas de la capital de Ucrania y su avance en las regiones del Donbas se vio detenido paulatinamente por las defensas de Kiev. En abril, las fuerzas ucranianas habían expulsado a los rusos hacia el norte y detenido en el este. Ese es un hecho operacional innegable.

En esos días, las valoraciones iniciales de que el gobierno de Kiev caería en pocas horas (de hecho, estados Unidos le ofreció a Zelenski un avión para sacarlo del país) se transformaron en lúgubres predicciones sobre la suerte de Vladimir Putin al frente de Rusia, a quien todos daban ya por derrotado. Sobre todo, tras el abandono ruso de la región de Jarkov, que se vendió como el gran éxito bélico de las fuerzas ucranianas a pesar de que los combates, cuando se produjeron, fueron muy limitados en extensión y tiempo. Ni fue el inicio de la derrota de Rusia, ni el fin de Putin, como ahora bien sabemos.

A partir de entonces la guerra se ha estabilizado en sus frentes, sin cambios significativos hasta esta misma semana, cuando los rusos han vuelto a intentar mover las líneas y avanzar hacia el suelo defendido por los ucranianos.

Lo que sí ha cambiado en buena parte ha sido la estrategia militar rusa, que ha pasado de una operación casi relámpago, fracasada, a sus tácticas tradicionales y bien ensayadas en Chechenia de bombardear con artillería intensivamente todo tipo de objetivos, militares y civiles, en un intento de privar a la población de sus elementos indispensables, agua y electricidad, y de doblegar su espíritu de resistencia.

En cualquier caso, la mayoría de los analistas dicen ahora que la guerra va para largo y que se dirimirá en función de la capacidad industrial de sostener el esfuerzo bélico cuanto tiempo sea necesario. Vamos, una guerra tradicional de desgaste. Puede que sí, pero el Kremlin sabe que tiene de aquí a junio, cuando lleguen los refuerzos blindados y de otros sistemas modernos de armas a manos de los ucranianos para alcanzar ganancias sobre el terreno atrincherarse donde están. Pero la verdad es que poco se sabe de sus objetivos estratégicos y operacionales.

El retorno del juego de las grandes potencias

La agresión rusa logró algo impensable hace año y medio: despertar de su letargo estratégico al mundo occidental: Biden corrió a denunciar la violación del orden internacional por parte de Moscú; la OTAN aceleró sus preparativos para actuar en caso de que uno de sus miembros fuese atacado; y hasta la Unión Europea se lanzó a castigar a Rusia con sanciones económicas en represalia por la invasión de Ucrania. Desde entonces, no hay día que no se nos recuerde la sorprendente y duradera unidad de los aliados occidentales. Tanto que la unidad estratégica se ha convertido en un fin más que en un medio. También conviene recordar que esa unidad no es tanta como se dice, que todavía no se ha fraguado una visión para el final del conflicto y aún menos para una estrategia para Rusia tras Ucrania y que, por lo general, los debates sobre cómo ayudar a Ucrania y con qué han ralentizado el apoyo a ese país. Es más, en la medida en que la victoria no está cantada, no conviene perder de vista que la orquesta del Titanic tocó muy unida hasta sus últimos momentos.

Sea como fuere, de restaurar el orden internacional violado por la acción de Moscú, se pasó al de debilitar a Rusia cuanto fuese posible. Esto se hizo por dos razones. La primera, táctica y urgente: evitar que la invasión de Ucrania se repitiese en un miembro de las OTAN sobre el que Moscú tuviera sus ojos puestos. Por ejemplo, los países bálticos. Este temor también motivó el fin de su tradicional neutralidad militar a Suecia y Finlandia, quienes correrían a solicitar su ingreso formal en la Alianza Atlántica (algo, dicho sea de paso, todavía interrumpido por el veto de uno de los aliados también aliado de Moscú: la Turquía de Erdogan).

La segunda razón es de calado histórico y se fundamenta en la tentación imperial que Rusia siempre ha mostrado, antes y después de su pasado soviético. Contener a Rusia ha sido la motivación de muchas políticas, desde Napoleón a George Kennan y la Guerra Fría. Putin, según esta interpretación, sólo estaría intentando agrandar el espacio ruso y su zona de influencia, tanto como pudiera o se le permitiera. A fin de evitar un contacto directo entre las fronteras de la OTAN y la nueva Rusia imperial, siempre inclinada a la expansión, que podría resultar altamente volátil y peligroso, mejor pararle ahora los pies y debilitarle de tal manera que Moscú tenga que renunciar a sus ambiciones imperiales. Hay que aclarar que Putin siempre ha negado el carácter expansivo de Rusia más allá de lo que concibe como su zona natural de influencia en la que entra de lleno, desgraciadamente, Ucrania. Pero no es menos verdad que en sus sucesivos mandatos no ha hecho sino intentar agrandar sus fronteras allí donde ha querido, como con Osetia del Sur y Abjasia. Y podría querer en Tradnistria y quizás Letonia y Estonia.

Por otra parte, están quienes además ven en Moscú una potencia revisionista del orden liberal surgido tras la Segunda Guerra Mundial y con una ambición de volver a ser y ser reconocido como gran potencia que vuelve inaceptable gran parte de sus actividades internacionales. Contrarias a la ley internacional. No se puede olvidar al respecto que Rusia ha estado actuando con total impunidad en suelo occidental, con sus agentes secretos asesinando a disidentes rusos o, incluso, intentando alterar estados de opinión y resultados electorales, de Cataluña a Norteamérica.

Ahora bien, interpretar la situación en términos de rivalidad global se ha convertido en una profecía que se autocumple antes de lo previsto: Rusia se ha echado en brazos de China, el gran rival estratégico de Occidente, dándole a ésta aún más relevancia internacional, a la vez que ha hecho renacer el bloque de los no-alienados, países que quieren mantener un delicado equilibro entre Rusia y América, de Israel a India. Cada cual por sus razones y peculiaridades. Quizá eso explique que tan sólo 34 de 198 países de la ON U estén apoyando el régimen de sanciones a Rusia.

Aún peor, como se ha visto en el reciente discurso del presidente ruso ante la Duma, la visión del conflicto global con Rusia sólo refuerza las tendencias más extremas de Moscú, quien, acorralado ante una derrota total, sólo puede doblar sus apuestas para sobrevivir.

El desgaste de la guerra

El problema en estrategia siempre es adecuar los objetivos y los medios para alcanzarlos. Y ahí reside el nudo gordiano a resolver por parte de los aliados occidentales. La política de sanciones económicas no está dando muchos resultados, al menos de momento. De hecho, podría argüirse todo lo contrario, que nos han hecho más daño a nosotros mismo puesto que la contracción económica es tan severa como en Rusia (mucho menos de lo que se preveía para este país), la inflación mucho más alta y el impacto social igualmente extendido. Del precio de la energía a los problemas de suministros y líneas de comunicación comerciales lo estamos pagando nosotros.

En segundo lugar, la ventaja de luchar una guerra interpuesta y gracias al sacrifico de los ucranianos es que se puede seguir con la vida cotidiana como si nada. En nuestro caso específico gastando como locos en absurdos programas sociales de la izquierda en lugar de estar reforzando nuestras capacidades productivas y militares. Menciono esto porque una guerra de desgaste como la que tenemos enfrente se va a dirimir por la capacidad de aguante de la población y por la capacidad industrial de asegurar el suministro de los sistemas de armas que se consumen en la batalla. Por ejemplo, Ucrania consume unas 6.000 piezas de artillería a la semana (Rusia unas diez veces más) que es lo que España repone para su ejército en dos años y lo que es capaz de producir en meses. La ayuda militar a Ucrania está vaciando los almacenes militares, sobre todo de munición hasta el punto de que se está debilitando nuestra propia capacidad defensiva. Recordemos que la OTAN se quedó sin misiles aire-tierra al tercer día de su operación en Libia y que, si no hubiera sido por el suministro de los americanos, se hubiera tenido que recurrir a munición no inteligente o parar los bombardeos.

Frente a los stocks de la OTAN, Rusia todavía cuenta con una buen a cartera de excedentes. Cierto, de la época soviética, por lo que buena parte estará inservible. Pero si de los cien mil carros de combate que mantiene inventariados es capaz de salvar 3.000 y ponerlos en el campo de batalla, por muy antiguos que sean, en cierto momento, como avisaba Lenin, la cantidad de convierte en calidad, y podría acabar alterando el curso de la guerra. Su capacidad de movilización es muy superior, de momento, a la cicatería occidental, con promesas de 10 tanques de aquí, ocho de allí y poco más. También es lícito recordar que naciones como Holanda y el Reino Unido habían decidido poner fin a sus unidades mecanizadas en un alarde de visión estratégica. Y que, como Alemania o España, las mantienen, su capacidad operativa es tan baja que sólo contamos con un puñado de unidades en servicio.

Si la asistencia militar a Ucrania, de la que todo el mundo se vanagloria, llega tarde o llega a trompicones o en cantidad insuficiente, es probable que todo el esfuerzo se esté tirando por la ventana. No está nada claro que Rusia vaya a ser derrotada de esa forma. Y lo único claro es que el sufrimiento de los ucranianos es lo que se va a prolongar. Sin sistemas ofensivos y de largo alcance, es altamente improbable que puedan recuperar parte del suelo perdido. En la actualidad cerca del 18% de su territorio.

Por otro lado, tampoco está claro que prolongar la guerra favorezca a los occidentales. Putin puede muy bien pensar lo contrario: a él nadie se le opone en el Kremlin (y si hay alguna disidencia, se la elimina con absoluta impunidad); su población está con él, su victimismo y sus sueños de grandeza; la economía la ha preparado para la guerra; sus exportaciones pueden ser redirigidas; sus aliados no le han abandonado. Mientras que al frente lo que puede observar es una alianza siempre en discusión, dependiente de los vientos políticos del momento; un país líder en pleno proceso electoral y con un candidato opositor opuesto radicalmente a la guerra. Es más, con gobiernos atentos al sentir popular, hasta el momento mayoritariamente favorable a la solidaridad con Ucrania, pero con una proporción creciente de quienes piden poner fin al conflicto ya con concesiones mutuas (un 30% de los encuestados según el último estudio del PEW Research Center en América y Europa). No está nada claro que el tiempo juegue en su contra, sinceramente. Hasta el actual Papa es abierto partidario de la negociación. ¿Qué puede pensar la Segunda Roma?

La política hacia Rusia

"Rusia no puede ganar" es el eslogan que se repite en todas las cancillerías de la OTAN y entre los expertos que van a beber cerveza a la Conferencia de Múnich. Lo que no se dice es cómo llevarla a la derrota. Porque no se sabe cómo hacerlo.

Para empezar, cuando en la OTAN se habla de reestablecer las fronteras de Ucrania, el objetivo último de Zelenski, se evita hablar de Crimea. Los aliados están cómodos con la gestión del conflicto, pero muy incómodos con la visión de su final. Porque temen que, si se toca el nervio último de Moscú, se esté provocando una escalada de insospechadas consecuencias. El temor a la amenaza nuclear atenaza en gran parte el pensamiento estartégico occidental.

Y Moscú lo sabe, de ahí las bravuconadas al respecto, desde la suspensión del acuerdo START recientemente anunciado, a el despliegue de buques con misiles atómicos en aguas del Atlántico.

Iniciar una guerra atómica supondría un suicido de la civilización tal y como la conocemos, de alcance mundial. Todos derrotados. Tan irracional que precisamente por eso no ha habido una guerra nuclear hasta la fecha. Pero hay que tener presente que la estrategia de Washington en esas décadas no fue acabar con la URSS, sino contenerla.

La contención en un mundo bipolar fue costosa y estuvo a punto de fracasar en un par de ocasiones. Pero en un mundo donde Occidente ya no es dominante, es tremendamente difícil si no del todo imposible. No sólo es China la gran beneficiaria de esta guerra, sino que se están forjando nuevas y estrechas alianzas que van en detrimento de los intereses occidentales. Sólo hay que ver la involucración de Irán en el conflicto y la ayuda militar con drones y munición que le está prestando a Moscú. Habrá que ver cuál es el precio regional que pagar. Posiblemente en Siria, pero también en ayuda a las actividades nucleares iraníes.

Es más, en una Europa post-heroica, post-nuclear, post-belicista, rendida al ecologismo y demás religiones postmodernas, por no hablar del pensamiento woke, ¿quién lideraría multiplicar por 3 o cuatro el gasto en defensa? ¿Quién justificaría la realización constante de ejercicios militares conjuntos y combinados? ¿Quién estaría dispuestos a repetir los llamamientos a defender la patria frente a sus enemigos? ¿Quién estaría dispuesto a dar su vida por la defensa colectiva?

La Historia nos enseña que cuando se humilla a una potencia que ha sido derrotada, como ocurrió con Alemania tras la I Guerra Mundial, se suele provocar una reacción mucho peor, en una suerte de venganza. Y al igual que ocurrió con Hitler, no está nada claro que quien pudiera instalarse en el Kremlin, si se vence a Putin, fuera más benigno que éste. De hecho, seguramente no. De ahí que haya que pensarse muy bien no qué Rusia quieren los occidentales (que es el error actual), sino qué relación se aspira a tener con la Rusia que existe.

Revivir la contención ya hemos dicho que es complejo y se limitaría a la zona del Atlántico Norte y resultaría altamente problemática de gestionar. Pero no deja de ser una opción por mala que sea. La alternativa es buscar un acomodo con Moscú en un nuevo marco internacional. Algo que, si se está convencido del innato imperialismo ruso, tampoco parece posible. Por eso la idea de prolongar la guerra al máximo como mal menor. Pero si creen, como yo, que esa salida tampoco es viable más allá de unos meses, tal vez un año, comprenderán la necesidad de buscar otra alternativa. Hay que forzar a nuestros líderes para que den con ella.

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