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Rafael L. Bardají

Ucrania, ¿por dónde van los tiros?

Ahora no estamos en un impasse. Las operaciones se han intensificado por ambos bandos, pero las ganancias son marginales de momento.

Ahora no estamos en un impasse. Las operaciones se han intensificado por ambos bandos, pero las ganancias son marginales de momento.
Llegada de las fuerzas ucranianas a Limán, en Ucrania (foto de archivo) | Europa Press

Si hay algo seguro de la guerra en Ucrania, es que la manipulación informativa, la propaganda y la desinformación son utilizadas por ambos bandos a fin de ocultar la dura realidad, lograr más apoyo a sus respectivas causas y movilizar a los suyos en el esfuerzo de guerra. En esta guerra por controlar la infoesfera, no cabe duda de que los ucranianos van muy por delante. No nos faltan ni imágenes ni estadísticas, no falta la veracidad de las mismas.

Por ejemplo, el pasado 26 de septiembre, saltaba por los aires el gaseoducto marino Nord Stream 2 en el lecho del Mar Báltico. A fecha de hoy seguimos sin saber quién estuvo detrás de ese sabotaje y quienes lo perpetraron. Al principio se culpó a los rusos, posiblemente los menos interesados en una acción de esa naturaleza, dado que impediría la venta de su gas en el futuro; luego Seymour Hersch, un tanto fantasiosamente, responsabilizó a unidades de buceadores de elite de la Armada estadounidense y a la CIA en un sonado artículo a finales de año; y más recientemente, hace pocos días, se sabía que la inteligencia militar americana atribuía la acción a un comando compuesto por seis ucranianos embarcados en un pequeño barco de recreo. No creo que sea lo último que se cuente.

Tal es el manto de opacidad sobre lo que está pasando sobre el terreno que la reciente voladura de la presa de Nova Kajovka se le puede achacar con los mismos visos de credibilidad a las fuerzas ucranianas como a la rusas. Ambas han salido muy perjudicadas: a Ucrania se le complica una posible y audaz ofensiva terrestre en dirección a Crimea, pero la primera línea de defensas rusas ha quedado igualmente arrasada por las aguas, lo que debilita su posición en el futuro inmediato. Habrá que esperar a ver cómo se estabilizan las aguas para poder valorar quién ha salido más perjudicado.

Igualmente, después de escuchar machaconamente el giro que produciría la ofensiva ucraniana de primavera, ésta nunca llegó a desencadenarse y los analistas y expertos no se ponen ahora de acuerdo si la ofensiva, ya de primavera-verano, ha comenzado o todavía hay que esperar para ver su desarrollo.

Valga toda esta introducción y mar de dudas para dejar bien claro, citando a Donald Rumsfeld, que "hay cosas que sabemos que sabemos, hay cosas que sabemos que no sabemos, y hay cosas que no sabemos que no sabemos". Posiblemente sobre esta guerra domina la ignorancia. De ahí que cuanto se diga al respecto de las operaciones, tenga que ser tomado con suma prudencia.

Por el momento, las declaraciones de Zelenski sobre sus objetivos estratégicos no han cambiado: "recuperar todo el territorio ucraniano". un objetivo aparentemente claro, pero que encierra más ambigüedad de lo que parece. ¿Qué es todo el territorio? ¿Volver a las fronteras antes de la invasión del pasado febrero? ¿Expulsar a los rusos de todo el Donbas? ¿Establecer la soberanía ucraniana también en la península de Crimea? La seriedad de sus palabras sólo podría evaluarse con el desarrollo de la famosa ofensiva que está por llegar. Hay dos escenarios posibles pero alternativos: un esfuerzo en el este del país dirigido por a romper las líneas defensivas rusas más allá de Kramatorsk y rodear las fuerzas de Putin en la zona mediante un avance relámpago; o, un asedio continuado sobre Crimea.

Para lo primero es más que dudoso que Kiev cuente con las fuerzas necesarias para poder llevarlo a cabo sin exponerse a grandes riesgos. Y una derrota flagrante de su ofensiva, no se puede olvidar, podría llevar a que los aliados pierdan la confianza en la capacidad bélica ucraniana y su ayuda empiece a ponerse en duda; para lo segundo, las fuerzas de Zelenski podrían valerse de la dependencia geográfica de Crimea y realizar acciones muy llamativas, como inutilizar el puente de Kerch, imposibilitando los refuerzos rusos. Pero tampoco es una operación exenta de riesgos si tenemos en cuenta de que, tras cada derrota, Moscú ha elevado el nivel de violencia.

Zelenski debe ser consciente de que no cuenta con todo el tiempo del mundo para enseñar algunas victorias. Sabe que una pata estratégica del Kremlin es influir en las opiniones públicas occidentales para convencernos de la futilidad del esfuerzo en apoyar a Kiev y el enorme precio que estamos pagando por ello. Con todo, no es tanto en Europa sino en Washington donde desarrollar esa partida política: no sabemos quien va a ser el próximo presidente, pero no es inimaginable que si es un republicano, Trump o con tintes Trumpianos, la posibilidad de que un Washington más aislacionista fuerce un acuerdo a la coreana, esto es, aceptando la división de facto del país, crece exponencialmente. Aún peor, la posibilidad de que Pekín fuerce un acuerdo también aumenta a medida que pasan los días, semanas y meses.

En el sentido estratégico, por tanto, la guerra sigue igual que como estaba: ninguno de los dos contendientes se encuentra en la capacidad de derrotar al otro, ni ninguno de los dos puede aceptar un acuerdo diplomático que, en las actuales circunstancias, no es satisfactorio para nadie.

Ahora bien, el tablero militar puede modificarse si de verdad arranca algún día la esperada ofensiva ucraniana, y si ésta es exitosa parcialmente. Esto es, fuerza un repliegue significativo de las tropas rusas en el Este, permite una salida al mar de Azov, cortando el corredor terrestre entre Rusia y Crimea, pero —y ojo, estoy es importante— no provoca el colapso súbito del ejercito ruso, poniendo así en peligro la supervivencia política de Putin. Nadie puede saber cómo llegaría a reaccionar el líder Rusia ante esas circunstancias tan adversas, pero cabe temer lo peor.

Los occidentales han evitado de manera exquisita poner en peligro el liderazgo de Putin, por temor a una posible escalada nuclear. Pero en Kiev están convencidos de que sólo con el derrocamiento de Putin pueden encontrar una paz más o menos duradera. De ahí el interés de tomar Crimea porque acabar con la presencia rusa en la península, arrebatarles la principal base naval en el mar Negro, tendría tanto valor simbólico que en Kiev se cree que Putin no podría sobrevivir a tamaño desastre.

Pero para alcanzar ese objetivo, las fuerzas ucranianas deberían empezar a moverse y a avanzar decenas de kilómetros al día, algo que no parece razonable. Y ahora, con toda la región empantanada tras el desastre de la presa, menos razonable que nunca. Intentar recuperar ciudades perdidas como Bajmut, podría exigir sacrificios y pérdidas que frustrarían la posibilidad de avances en otras zonas. Sólo hay que ver cómo los rusos, con una clara superioridad numérica, arropados por el intenso fuego de la artillería y sin ningún escrúpulo ni límite en el nivel de destrucción causado, han ido marchando metro a metro más que a kilómetros. Y no sólo en Bajmut, sino también en su ruta hacia Sloviansk, a la que nunca acaban de llegar.

Al principio de la invasión, la victoria de Putin se dio por descontada; meses después, y tras los reveses de septiembre, pareció que la iniciativa había cambiado de manos y era Kiev quien empezaba a dominar el terreno. La campaña de misiles rusos contra objetivos civiles no parece haber tenido el éxito que el Kremlin buscaba en causar la desmoralización de la población civil y formar la aceptación de su presencia en el este del país. Pero el precio que está pagando Ucrania crece exponencialmente: su economía está por los suelos; sus infraestructuras severamente dañadas y lo peor, sus bajas podrían alcanzar, aunque nunca se dice, los 200 mil muertos, entre combatientes y civiles. Por no hablar de los millones de desplazados fuera de sus fronteras. Y por más ayuda que se le suministra, nunca es suficiente como para entrever una victoria. Por lo tanto, ahora no estamos en un impasse, como hace dos meses. Claramente las operaciones se han intensificado por ambos bandos, pero las ganancias son marginales de momento. Vuelve a extenderse la percepción de que esta guerra ni se puede ganar ni se puede perder.

Habrá que esperar a la ofensiva de verano, si es que se produce, y ver su desarrollo. Porque puede tanto salir muy bien para Kiev como convertirse en un estrepitoso fracaso. Los rusos han aprendido de sus propios errores y los cerca de 270 mil soldados, a la defensiva, en suelo ucraniano no van a salir huyendo

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