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Rafael L. Bardají

La Jihad quiere a tu hija (y tu cuello)

No se ha llegado a comprender del todo y en todas sus implicaciones qué es esta nueva forma de terror.

No se ha llegado a comprender del todo y en todas sus implicaciones qué es esta nueva forma de terror.
Manifestación propalestina en Madrid. | Europa Press

El mundo occidental tiene un grave problema en su seno: el rampante islamismo. Y aunque es verdad que la intensidad del problema varía de país a país, no es menos cierto que a más población musulmana en su suelo, más radicalismo y agresiones contra nuestra forma de vida. Por desgracia, esta realidad se agudiza en todos sus aspectos negativos por una ceguera colectiva, la mayoría de las veces adornada como multiculturalismo, y la negación de aceptar que el islam y los valores democráticos liberales occidentales son incompatibles.

Lo estamos viendo estos días. Tras el terrible ataque de los terroristas de Hamás en Israel, con torturas, violaciones, secuestros y disparos indiscriminados, que han dejado más de mil muertos israelíes, no sólo la mayoría de grandes ciudades europeas y norteamericanas han sido tomadas por manifestaciones de minorías musulmanas a favor de Hamás (y en algunos casos, acompañadas por la extrema izquierda local, como el caso español) y, una vez que Israel comenzó a defenderse de actos violentos y atentados claramente de naturaleza antisemita, pero no sólo. A los asaltos a sinagogas y centros educativos judíos, se han sumado una degollación de un profesor cristiano en Arras, Francia, acuchillamientos en media Europa y la ejecución de dos futboleros suecos en Bruselas. Y todo regado de gritos de "Alá es el más grande" por doquier.

Yo creo que desde el 11-S y la sucesión de ataques en Europa desde el 11-M en Madrid, el 7/7 en Londres y la cadena de atentados entre 20014 y 2017, la sociedad occidental ha aprendido lo más visible del terrorismo islámico. También nuestros dirigentes y responsables de seguridad. Y, sin embargo, no se ha llegado a comprender del todo y en todas sus implicaciones qué es esta nueva forma de terror. En primer lugar, porque nuestros políticos, en aras de asegurar una cierta "cohesión social" y evitar situaciones de repudia a determinadas corrientes religiosas, han elegido separar el terrorismo jihadista del radicalismo musulmán y del islam en general. Al Qaeda o el Estado Islámico se han visto como organizaciones terroristas, equiparables a la Baader Meinhoff, por ejemplo, y que se tenían que combatir en sus aspectos orgánicos, desmantelamiento de células, logística, o militantes, sin tener en cuenta sus raíces y motivaciones religiosas. Eso llevó primero a ciertos éxitos policiales pero, después, a la incomprensión del fenómeno del llamado "lobo solitario" y a la falta de preparación frente a los atentados de bajo nivel, perpetrados por musulmanes radicalizados que recurrían a machetes o cuchillos o vehículos para acabar con la vida de quienes se les cruzaran.

Aún peor, el terrorismo jihadista quedaba del todo desconectado de otros comportamientos criminales, como el abuso sexual o la violación cometidos por musulmanes en suelo europeo. Fenómeno que, como sabemos, se ha multiplicado exponencialmente desde el gran flujo migratorio de 2015 promovido irresponsablemente por la Alemania de Angela Merkel.

Las manifestaciones de estos días nos deberían servir como una llamada de atención sobre algo que es básico de entender si el mundo occidental quiere sobrevivir: en el islam hay un continuo que va desde el disgusto por ciertas actitudes sociales occidentales (gays y lesbianas en público, por ejemplo), el rechazo de pilares de nuestra sociedad (igualdad entre el hombre y la mujer), la condena de nuestras creencias (los cristianos y judíos son inferiores a los musulmanes que deben plegarse a Alá) y la necesidad de imponerse por la fuerza (la jihad o guerra santa). No hay barreras entre un estadio y otro. Sino que, además, el recorrido del disgusto al martirio se puede realizar de manera brusca y acelerada. Por ejemplo, las violaciones grupales o individuales cometidas por inmigrantes musulmanes claramente responden a la ausencia de respeto hacia la mujer tan característica del mundo musulmán y por la falta de integración en un mundo donde la mujer puede vestir o comportarse como quiera sin querer ser un objeto de sometimiento sexual por ello. Pero también puede ser parte de una estrategia antioccidental. Lo sabemos bien por la esclavitud sexual a la que el Estado Islámico sometió a miles de jóvenes azeríes y en estos días por las violaciones cometidas por los terroristas de Hamás sobre mujeres israelíes con el único fin de provocar daño y miedo. No en vano el islam ha desarrollado todo un concepto para justificar las violaciones de infieles en el contexto de la jihad: el Taharrush.

Los dirigentes europeos nos han fallado, además, en otro aspecto muy importante, al no relacionar el terrorismo jihadista con el islam, ni querer ver en el islamismo un problema social: la inmigración desde los países musulmanes se ha visto como algo positivo en términos de mano de obra y, cuando más, neutra en términos sociales. Pero sabemos que no es así. Queriendo creer que la inmigración de estas últimas décadas era equiparable a la de los años 60 y 70, esencialmente por motivaciones económicas y dispuesta a trabajar duro, han ignorado, primero, los cambios que se han producido en las ciudades musulmanes desde entonces, esencialmente un auge de la religión más rigorista y de una visión más radicalizada sobre las sociedades "infieles", gracias a las doctrinas del wahabismo impulsadas por Arabia Saudí y sus petrodólares. Y tampoco han tenido en cuenta el cambio demográfico de esos países, ahora con mayoría de jóvenes de menos de 35 años, educados en el desprecio a nuestros valores y en la glorificación de los mártires islamistas. Quien no quiera verlo que se pregunte cómo es posible que toda esta mano de obra barata sea, hoy, en realidad, una carga social al estar más de un tercio sin empleo y sin intención alguna de buscarlo, viviendo de las múltiples ayudas sociales. Y en cuanto a la fricción social, ¿cómo explicar que los índices de criminalidad entre inmigrantes musulmanes es el doble o el triple que el de los españoles, franceses o italianos? ¿Cómo entender que la mayoría de las violaciones grupales son cometidas por inmigrantes musulmanes?

Por otro lado, la enorme industria de los derechos humanos ha permitido que el discurso de odio hacia occidente crezca en nuestro suelo al impedir la deportación de los elementos más radicales del mismo. Hay bienintencionados, pero también se debe tener en cuenta que, para la izquierda, el mundo musulmán radical es el nuevo proletariado con el que llevar adelante su destrucción programada del sistema capitalista. Sin obreros revolucionarios, sólo les quedan las universidades y las mezquitas. Un buen ejemplo es todo el tráfico de personas que se está subvencionando gracias a nuestras siempre bien dispuestas ONGs.

Y es que Europa ha olvidado algo esencial en la vida y el orden social: el papel de la religión. Tras matar a Dios nos hemos creído que la religión es algo carpetovetónico de lo que se acaba saliendo. Pero no es verdad. Y menos aún en el caso del islam, que sigue vivito y militante.

Y hay algo que nadie quiere decir, aunque se empieza a intuir: allí donde la población musulmana traspasa el umbral del 10%, se convierte en la fuerza social dominante. De momento localmente, pero se extenderá geográfica y políticamente si no se hace nada para detenerlo. Se empieza por imponer sus hábitos culinarios, su moral restrictiva y se acaba con la sharía aplicada a los suyos y sobre todos nosotros. Será la destrucción de nuestro sistema judicial, de nuestras libertades y de nuestra seguridad. Y como en el caso de los naufragios, las mujeres primero.

Mientras el terrorismo jihadista sea combatido de manera aislada y mientras el islam no se quiera ver como la raíz religiosa de un problema social mucho más amplio, estaremos cavando nuestra propia tumba. Es sólo cuestión de tiempo.

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